Isidro Gómez, robusto, fornido, sanguíneo.
Pascual Lamarca, alto, flaco, fuerte también, con sus músculos acecinados y sus nervios como torzales.
En un atardecer glacial. A intervalos remolinea, silbando finito, una brisa burlona, cuyo único objeto parece ser levantar traidoramente las haldas del poncho del viajero, facilitando el ataque de la pertinaz llovizna con sus dardos de hielo.
Isidro y Pascual regresan del campo, donde han permanecido desde el amanecer, trabajando sin tregua en la reconstrucción de un lienzo de alambrado.
Isidro es violento y habla sin cesar, accionando con energía, sin importársele de que el viento y la lluvia le mordieran las carnes.
Pascual, temblando de frío, manteníase quieto, escondido dentro del poncho como un peludo en su cáscara y correspondía menguadamente a la verbalidad de su camarada.
Hablaba Isidro:
—Salen diciendo que la culpa es mía, que tengo mal genio, que siempre ando buscando pretestos pa corcobiar y que en un dos por tres y sin motivo gano el campo y disparo arrancando macachines... ¡Y tuito eso es mentira!...
—Dejuro.
—Vos que me conocés dende gurí, podés sartificar sí yo soy güeno u no soy güeno...
—Santifico.
—Y qu’ella es más mala que un alacrán.
—Espérate, che. Por primero, sabé que los alacranes no son malos; cuando los hacen rabiar se encrespan y si pueden pinchan; pero no hacen nada y es sólo el miedo de los bichos grandes el que les da importancia.
—Son venenosos...
—Como los mosquitos... Convencete, hay muchos maulas que pasan por guapos porque la cara les guarda el cuerpo y nadie se ha atrevido a atarles a una carrera formal.
Güeno, era un decir, para por comparancia, porque mala es mala; si no es alacrana es tigra.
—Yo no vide, pero dicen.
—Sí, dicen; con la mesma luz que dicen que vos andás viendo visiones, creyendo en brujas y aparecidos...
—¡Oh, eso!...
—Igualito a l'otro.
Llegaron al puesto.
Isidro, siempre nervioso desensilló a tirones, arrojando las prendas sin orden, sobre el suelo, en tanto Pascual, halagado con la esperanza de la cocina calentíta y dei amargo reconfortante, lo hacía con la mayor proligidad: el recado es la cama, y una sequita, en noche de crudo invierno vale un platal.
Empero, al penetrar en la cocina sufrió una desilusión. El fuego estaba apagado y una gallina, con sus polhielos, escarbaba, las cenizas frías.
Isidro estalló violentamente:
—¿Has visto?... ¿La muy perra se ha ido a comadriar con la vieja lechuzona del pardo Juan, en vez desperarme con el juego encendido y l'agua caliente!... ¡La cochina!... Pa ella su marido vale menos que las tripas amargas de una res, aunque sea güeno, aunque se desnuque pa que no le falte nada y aunque haga esjuerzos pa quererla querer... ¡Ah! Pero aura va la defenitiva... ¡La mato!... ¡Que me parta una centella sí no la mato!...
En el intervalo, Pascual había hecho juego, llenado de agua la pava y preparado el mate. Luego observó:
—Te puede quedar grande.
—¡El campo también es grande y no falta sitio pa enterrar un dijunto!...
—Sí; pero la cárcel también es grande y tampoco falta lugar pa encerrar un asesino.
—¡Esperate, che!... Matar no siempre es asesinar!... En ocasiones, pongo por caso...
—Di acuerdo; pero eso es pa la concencia de uno, no pa la ley ni pa lo jueces. ¿A qu’está entonce el juzgao del crimen?... Y si lo jueces se ablandaran, atendiendo las circurstaucias en que un hombre se ha disgraciao, y no mandasen clientes en los presidios y si no hiciesen afusilar alguno, de cuando en cuando, podrían perder el conchavo. Pa eso les pagan.
—¡Les pagan p’hacer justicia!
—¿Y qu'es hacer justicia? ¡Castigar!
—¡Si hay delito!
—Cuando no hay delito no carece justicia.
—Entonce, yo, si mato a mi mujer, que tiene delito, castigo, y no me cumple pena!...
—¡Sosegate!... Vos no sos autoridá, vos no tenés mando, y no teniendo mando, carecés de derecho pa sentenciar la carrera.
—Pa las carreras está el reglamento y pa los delitos está el código.
—Conforme. ¡Pero pu'encima del reglamento está el comesarió y pu 'encima'el código está el juez!. Tomá un mate, calentá las tripas y enfria la mollera.
Isidro guardó silencio, sorbió el mate, y algo más serenado, dijo:
—Es lo mesmo: yo la viá'enseñar a la perra’e mi mujer.
Y Pascual asintió:
—Pu’hay debistes empezar. Pueda qu’entuavía sea tiempo.