Tomó unos mates, contestó distraído á lo que Clara le hablaba, y al fin, poniéndose en pie, díjole resueltamente:
—Bueno, che, me voy.
Ella se acercó confiada, ofreciéndole un beso y despidiéndole con un:
—Hasta luego.
El tornóse serio y agregó:
—No, hasta luego, no; me voy pal pago.
Quedóse la china indecisa; luego preguntó fingiendo calma:
—¿Y hasta cuándo?
—No sé; ó mejor... Bueno, sábelo de una vez: me voy del todo... Cortamos el ñudo, y tan amigos como antes.
—¡Ah! ¡ah!—exclamó ella, lanzando una carcajada nerviosa—. ¿Conque me
dejas?... ¡Qué pena! ¡No sé cómo no estoy llorando, porque, ¿sabes?,
sin vos, si'acabaron los hombres!... ¡Anda, anda á criar cola al Rincón
de Ramírez, entre las payucaces como vos!... ¡Ay! ¡pero si me viá morir
de sentimiento!...
Y con el rostro contraído, brillantes los profundos ojos negros,
trémulos los labios, se quedó mirándolo en actitud de desafío y de
desprecio, plantada ante él, el cuello estirado, la diestra en alto.
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