De cuando en cuando, las furiosas ráfagas del pampero hacían estremecer al rancho; pero los cuatro horcones de coronilla, casi centenarios, gemían sin aflojar el garrón.
Y apenas apagado el bramido del viento, reventaba estruendosamente el trueno y el chaparrón castigaba el viejo techo pajizo con gotas gruesas como munición ñanducera.
—¡Golpiá, que te van'abrir!—dijo el viejo Pascasio, mientras, imperturbable, le cambiaba la tercera cebadura al mate.
Muchos años tenían los cernos de coronilla, y ia cumbrera de guayabo colorado y las «tijeras» de palma, y las alfajías de tacuara y la quincha imperial, y los muros de cebato. Viejo de nevada cabellera era su propietario actual; y sin embargo le faltaba vivir diez años más para alcanzar la edad a que se resignó a dormir el «sueño largo» su padre, quien, con sus propias manos, lo edificó, siendo mozo.
Podían ladrar los vientos, podían chicotear las lluvias y romperse las nubes escupiendo rayos... ¡en aquella casa no entraba nadie si el amo no abría la puerta!...
—Los que pagan el pato son los árboles,—dijo uno; y el viejo aprovechó la bolada para sacarle punta a un cuento:
—Esta tormenta recuerda el sucedido de la Laguna Pelada.
—¿Qué pasó?
—¿Ustedes han conocido alguna vez un árbol en la orilla de la Laguna Pelada?...
—Pues en un tiempo supo estar escondida detrás de un monte flor.
—Hará mucho...
—Hace añares... «Allá en aquel tiempo en que Jesucristo tuavía no había cáido a estos pagos, la laguna estaba tan lampiña como aura; más lampiña, por que ni yuyos tenía.
«Pero aconteció que una punta 'e semillas de árboles, que andaban buscando sitio pa poblar, llegaron a la Laguna Pelada al escurecer, hicieron noche allí, y al otro día, cuando diban a ensillar pa seguir viaje, la semilla 'e Quebracho, qu'era la jefa, dijo asina:
—«Aquí no más me parece lindo p'acomodarnós.
—«La tierra es güeña,—dijo el Guayabo.
—«Y l'agua es linda,—dijo el Sarandí.
—«A mí me gusta,—dijo el Tala; y dijo el Urunday:
—«A mí tamién me gusta.
«Ponidos tuitos de acuerdo, el Quebracho ordenó la formación. Junto a la orilla 'e l'agua mandó poblar al Junco, el Sarandí, el Sauce y el Ceibo. En el segundo escuadrón escalonado, el Tala, el Moüe, el Espínillo, el Guayaba y el Coronilla. Y en la línea 'el frente, pa ponerle el pecho a los pamperos, campó el Quebracho jefe y sus capitanes Urunday, Biraró, Arrayán, Tembetarí y Jacarandá...
«En el flanco izquierdo y medio cortao se plantó la Aruera.
—;Y vos,—!e preguntó el jefe al Ombú,—¿ande querés servir?
«Y dijo el Ombú:
—«Yo me vi'a cortar solo y vi'a poblar en aquella cuchilla, pa servir de bombero...
—«Bien pensao,—dijo el jefe.
«Y dende aquel día comenzaron a crecer los árboles como una bendición de Dios, y unos se criaron grandotes y tuitos juertes y sanos. Cuando se óia la diana 'e los truenos anunciando el galopiar de la indiada de ño Pampero, el jefe decía:
—«¡No se asusten muchachos!... Yo, con mi estao mayor les vi'a quebrar el primer arrempujón; después las Coronillas, los Talas, los Molles y los Espinillos con sus espinas los van hacer tirar a los vientos, y cuando pasen sobre ustede los flojos de la orilla 'e l'agua, va ser p'ahogarse como chanchos en la laguna!»
«Y siempre jué asina mesmo, hasta que cayeron al pago los hombres. Trujeron herramientas, y el Quebracho viejo, a quien mil pamperadas nunca le habían hecho ni la cola, fué el primero a cáir a los cuatro mordiscones del fierro... Dispués voltiaron el Urunday y el Arrayán y el Tembetarí y el Biraró y el Jacarandá...
«El Tala, el Molle, el Guayabo y el Espinillo, que les tenían rabia, porque daban mucha sombra, cuasi se alegraron de su disgracia que los dejaba a ellos de jefes. Pero alegría en rancho 'e pobre es como cebadura lavada: en el primer mate da un poquito 'espuma y en seguidita encomienzan a boyar los paraguayos... Y a ellos tamién les tocó el turno de dir a reventar de rabia en los fogones... El chusmerío 'e la costa quedó contento: ya no tenían superiores. Pero tampoco tenían quienes los defendieran, y a poco andar, las uñas de los vientos y los dientes de los vacunos concluyeron con tuitos ellos... Y de aquella población tan linda, sólo quedaron el Ombú y la Aruera.
«Y un día, la Aruera,—por mal nombre Manzanillo,—le dijo al Ombú:
—«Convenzasé aparcero: solamente viven y solamente triunfan, los que como usté, no sirviendo pa nada, naides los codicea o aquellos que, como a mí, nos respetan porque somos malos, y sabemos hacer daño!...»