La Revancha

Javier de Viana


Cuento


Pedro Pancho, ante la prueba abrumadora de su delito, comprendió que era inútil la defensa..

Por eso se concretó a decirle a Secundino:

—Lindo pial. Pero no olvides que una refalada no es cáida, y que de la cárcel se sale. Prepárate pa la revancha.

—En todo caso, siempre habrá lugar pa la güena,—respondió taimadamente el capataz;—empardar no es matar.

—Dejuro, correremos la güena, que a mí nunca, me gustaron las empatadas... ¡y es difícil que no la gane!...

—¡Claro! Como la cana v'a ser larga, tenés tiempo pa estudiar al naipe y marcarlo.

—Descuida: algunas cartas ya las tengo marcadas—respondió Pedro Pancho con extraña entonación que dejó pensativo a su rival.

Los peones comentaban el suceso.

—Estoy seguro que Pedro Pancho es inocente—observó uno.

—Y yo lo mismo—confirmó otro.—La contraseñalada de los borregos la hizo el mesmo capataz pa fundirlo al otro, a quien le tiene miedo.

—Ya dije yo—filosofó Dionisio—que Secundino es como coscuta en alfalfar y que ha 'e concluir con todos nosotros. Por lo pronto se va formando cercao. Ya despió a Pantaleón y a Liandro pa reemplazarlos por dos papanatas que son mancarrones de su marca. Cualesquier día nos toca a nosotros salir cantando bajito...

Transcurrió el tiempo.

Las predicciones de Dionisio se cumplieron en breve plazo. Uno con un pretexto, otro por otro, todos los antiguos peones fueron eliminados y substituidos por personas que—debiéndole el conchabo—obedecían ciegamente a Secundino.

Rápidamente adquirió una autoridad despótica en la administración de la estancia. Don Eulalio intentó varias veces rebelarse contra aquella absorción de facultades de su subordinado.

Cedió siempre, sin embargo, bajo la presión de Eufrasia, decidida protectora del capataz.

—¿Cómo andarían nuestros intereses—decía—si vos, viejo y achacao, no tuvieses a tu lao un hombre como Secundino, ativo, trabajador y honrao a carta cabal?...

Pasó más tiempo.

En la obscura noche de un sábado invernal, llegó a la estancia un viajero, emponchado, arrebozado, caída sobre la cara el ala del chambergo.

En las casas estaban solos don Eulalio y un muchacho sirviente. La señora, el capataz y los peones habían ido a un gran baile que se celebraba en la pulpería, a tres leguas de allí.

—Apéese.—dijo el estanciero.

Y el recién llegado, obedeciendo:

—Por poco tiempo. Vengo, patrón, a cumplir con usté, que siempre güeno conmigo, un deber sagrado, y... a satisfacer una venganza!...

—¡Pero vos sos Pedro Pancho!—exclamó don Eulalio.

—El mesmo, patrón. Apenas salido de la cárcel, he caminao cincuenta leguas pa venirle a decir que yo nunca juí ladrón, que la señalada de los borregos del puesto fué una artería de Segundino pa perderme. Y vengo pa entregarle las pruebas de quel ladrón es él; él que l'está robando hacienda, que l'está robando en los negocios y que... dende hace tiempo, l'está robando su mujer... Tome estos papeles.

El viejo, alelado por aquella revelación que confirmaba sus vehementes sospechas, no pudo articular una palabra.

Sin más decir, Pedro Pancho volvió a montar y dando riendas, exclamó:

—Tengo que dirme antes que me vea la luz del día, porque, aunque inocente, pa las gentes del pago soy un ladrón. Sólo le pido, don Eulalio, que le diga a Secundino que l'he ganao la revancha y que lo espero para la güena!...


Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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