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Este texto forma parte del libro «Macachines».
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Ella conocía tal inquina y lejos de ofenderse, pagaba con un jarro de apoyo a quien más cruelmente la había herido. Ante los insultos y las ofensas, no tenía más venganza que la mirada tristísima de sus ojos, muy grandes, de pupilas muy negras, nadando en unas corneas de un blanco azulado que le servían de marco admirable. Jamás había una lágrima en esos ojos que parecían llorar siempre.
Exponiéndose a un rezongo de la patraña, ella apartaba la olla del fuego para que calentase una caldera para el amargo el peón recién venido del campo; o distraía brasas al asado a fin de que otro tostase un choclo...; ¡y no la querían los peones!
—«La Tísica tiene más veneno que un alacrán»— oí decir a uno.
Y a otro que salía envolviendo en el poncho el primer pan del amasijo, que ella le había alcanzado a hurtadillas:
—«La Tísica se parece al camaleón: es el animal más chiquito y más peligroso».
A estas injusticias de los hombres, se unían otras injusticias del destino para amargar la existencia de la pobre chicuela. Llevada de su buen corazón, recogía pichones de «venteveo» y de «pirincho» y hasta «horneros» a quienes los chicos habían destruido sus palacios de barro. Con santa paciencia los atendía en sus escasos momentos de ocio; y todos los pájaros morían, más tarde o más temprano, no se sabe porque extraño maleficio.
3 págs. / 6 minutos.
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Publicado el 30 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
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