La Vidalita

Javier de Viana


Cuento


Al caer la tarde, todas las tardes, Nepomuceno—Pomuceno, como lo llamaban allá—iba al arroyo, para darles de beber, después de haberlos paseado, al tordillo y al alazán, los dos parejeros del patrón.

Tarea diaria, y al parecer interminable, porque el patrón no se resolvía nunca a armar una carrera, y sus fletes—maulas, al decir de los comarcanos—envejecían tragando maíz y alfalfa.

Era aquella la tarde de un lunes, y todos los lunes Pomuceno estaba seguro de encontrarse con Jova en el arroyo, pues era su día de lavado. Y siempre, en ese día, cuidaba el mozo de empilcharse bien, lonjearse las quijadas y enaceitarse el pelo.

Él la saludó, como siempre, afectuosamente; y ella Le correspondió, como siempre en términos de una afectuosidad semejante.

—Linda la tarde—anunció él; y ella:

—Si usted no lo dice no lo hubiera albertido...

—Pero, vea: pa que yo albierta que hay una cosa linda, estando usté presente, carece qu'esa cosa sea muy linda.

—¡Me gustó ese piacito!... ¿Por qué no hace una vidalita asina?

—¡Dale con las vidalitas!

—Dejuro... ¿Y si me gustan?... ¿Quiere que le diga l'última que me compuso Silverio?

—¡No, no!... ¡Silverio!... ¡Un indio ñato y picao de viruelas!...

—¡Pero es pueta!

—Y rengo, tamién.

—No li hace, pero canta muy lindo.

—¿De modo que a mí nunca me v'a querer?... ¿Siempre me v'abrir el caballo pa darle la preferencia al fiero Silverio?

Jova, haciendo un mohín picaresco, respondió:

—¡Quién sabe!... Si usté apriende a componerme vidalitas...

Y como todos los lunes, el lindo mozo se volvió a las casas, conduciendo al tranco lento los parejeros del patrón y maldiciendo su incapacidad poética.

Después de alojar y racionar a los parejeros gandules, se fué al galpón y en vez de avivar el fuego del fogón y cambiarle la yerba al mate, cogió la guitarra de sobre la pila de cueros, y empezó a ensayar, con rabiosa obstinación:


«La, lará larala...
«la lará lará...
«la, lará larala...»


—¡Es al ñudo! ¡No sale!—exclamó con rabia; y dirigiéndose al viejo Tomás, que estaba muy preocupado sobando con la «mordaza» una tira de cuero, interrogó:

—¿Diga, viejo, usté sabe cantar vidalitas?

—¿Vidalitas?—respondió el viejo, volviendo la cabeza.—¡A mi juego me llamás!... ¿Querés que te largue una?...

—¡Largue!..

—Güeno. Trái pacá el estrumento...

Ñó Tomás cogió la guitarra, se sentó en un extremo del trashoguero, se compuso el pecho, y después de advertir:

—Escuchá ésta;—empezó:


«Palomita blanca...
Vidalita...»


Pomuceno interrumpió con violencia:

—¡Callesé!... ¡Eso es más viejo qu'el unto sin sal!...

—¿Ah, sí?...—respondió sin inmutarse el viejo—Güeno. A ver estotra:


«Paloma torcaza...
«Vidalita...»


—¡Eso es lo mesmo!—tornó a interrumpir el mozo. Y ño Tomás se indignó entonces:

—¿Lo mesmo?... ¿Con qu'es lo mesmo paloma blanca que paloma torcaza?... ¡Se conoce que vos juiste a la escuela, che, porque no hay como dír a la escuela pa risultar inorante!...

—¡No, viejo, n o!... Quiero decirle que lo que yo preciso es un verso nuevo, que nu'haya sido cantao...

—¡Ah!... Compriendo... ¿Querés que te componga uno?...

—Eso...

—¡Ah!... Güeno; pa eso no sirvo, che. P'hacer un trabajo en guascas, llamame, pero pa trenzar un verso no doy pié en bola... Pa eso endereza al indio Silverio, que pa cantar es como calandria... ¡Y es pa l'único que sirve, tamién!...

—¡Si, vi'enderezar pa él!—respondió furioso Pomuceno. Y salió.

Al domingo siguiente, festejando el santo de la patrona, hubo fiesta en la estancia: asado con cuero, gallinas guisadas con arroz, lechones al horno, pasteles de carne y de dulce, arroz con leche, vino a discreción, y bailongo luego después de la copiosa cena...

Era más de medía noche y la concurrencia—sobre todo la concurrencia femenina—comenzó a extrañarse de la ausencia de Pomuceno y Silverio. Por fin cayó a la sala el primero. Se acercó a Jova. Estaba un poco pálido y su voz temblaba al decirle:

—Aura le via cantar una vidalita...

Brilláronle de gozo los ojos a la criolla, que interrogó palmoteando:

—¿Compuesta por usté?

—Compuesta por mí... pa usté...

Ante la general curiosidad, Pomuceno tomó la guitarra y comenzó:


«Junto al basurero,
«Vidalita...
«Junto al basurero...»


Y tras varios infructuosos esfuerzos por conr tínuar, dijo:


«Al basurero junto...»


—¡Eso es bolazo!—exclamó decepcionada la moza; y el cantor, encarándose con ella, replicó:

—¡Pueda qu'eso sea bolazo, pero lo que sigue no!... Escuche:


«Al basurero junto...
«Vidalita...
«Al basurero junto...»


Y arrojando la guitarra que se quejó al desgarrarse sobre las baldosas el piso:

—¡Hay un dijunto!—dijo Pomuceno, con amplio y soberbio gesto.

—El dijunto es Silverio; le corté el tragadero.... Yo no puedo cantarte vidalitas... ¡Él tampoco te las va'cantar más!...


Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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