¡Lindo Pueblo!

Javier de Viana


Cuento


Ivirapitá es una aldea que se parece a los viejos: cada año que trascurre se achica algo más.

Tiene muchas calles y pocas casas, un par de docenas de ranchos, a lo sumo; cuentan que antes hubo más; pero se fueron secando como los paraísos de la plaza.

Y a medida que disminuye la población humana, aumenta la perruna. Hay en el pueblo una enormidad de perros; pero como todos son perros pobres, le temen a la policía y no se meten con las personas. De qué viven, nadie lo sabe, lo mismo que nadie sabe de qué viven las tres cuartas partes de los habitantes del pueblo. Don Macario—a quien interrogamos al respecto—nos ilustró diciendo:

—En verano, de siesta, mate amargo y máiz asao.

—¡Pero si yo no veo aquí ninguna planta de maíz!

—No; pero a media legua, o tres cuartos de legua de aquí, hay estancias que tienen chacras.

—¡Comprendo!... ¿Y en invierno?...

—En invierno, es fácil agenciarse una o dos ovejas por semana.

—¿Cómo?

—Pues... carniando como los zorros, en las noches oscuras.

La siesta era, en efecto, algo así como un vicio en Ivirapitá. Debían dormir durante todo el día, pues aparte de algunos chicos haraposos y de los perros famélicos, rara vez se veía un transeunte por la calle, cuyas pasturas proporcionaban abundante alimento a los matungos de la policía y a las mulas del pulpero, único comerciante del pueblo.

Allí no había iglesia, ni farmacia, ni panadería, ni carnicería, ni mucho menos escuela; y en cuanto a la policía, estaba constituída por un cabo y dos milicos, quienes, día y noche, lo pasaban en la trastienda de la pulpería, chupando ginebra y jugando al truco.

—¡Parece mentira que ni gallinas se vean en este pueblo!—exclamamos.

—Antes habían muchas; pero se acabaron.

—¿Alguna peste?

—No. Como aquí ningún solar tiene muros, las gallinas se iban a la calle y fulano se comía las de zutano, zutano las de mengano, y así hasta que las concluyeron.

—¿Y la policía?...

—La polecía ayudó bastante, hay que decirlo, comiendo de las de todos, sin hacer preferencias ni enjusticias. El cabo Pérez, lo mesmo que los melicos, son muy güenos, no incomodan a naides.

—¡Lindo pueblo!

—Lindazo.

—¿Y nunca vienen forasteros?

—Allá por la muerte un obispo suele cruzar alguno... Aquí hasta las mangas de langosta pasan de largo, porque nos despresean y prefieren galopiar tres leguas pu'el aire pa dir a los naranjales de ño Facundo y a los trigales del rengo Alfonso...

Rió el viejo evocando una escena que se le antojaba en extremo cómica:

—Una vez vinieron unos forasteros: un fraile, un sacristán y tres manates. Diban p'hacer un casorio en una estancia del pago, y como cayeron al escurecer, hicieron noche en la pulpería... Al otro día, cuando diban a seguir viaje, el pulpero tuvo que prestarle sus mulas pa prenderlas al breque...

—¿Se habían ido los caballos?

—Sí; se jueron junto con el poncho'el cochero y las valijas de los manates...

—¿Y no descubrieron a los ladrones?

—Hast'aura, no.

—¿Y cuándo fué eso?

—Va como pa diez años.

—¿Entonces, para qué está la policía; para qué sirve la policía?...

El viejo gaucho nos miró con expresión de asombro y respondió sin asomo de ironía:

—¿Cómo pa qué sirve?... ¿Y las votaciones quién las iba hacer?...

—¡Lindo pueblo!

—Lindazo; aquí tuitos viven y los que tienen habelidá viven bien.

—¿Y usted de qué vive?

—¿Yo?... Yo tengo más habelidá que ninguno... sacando el pulpero, se entiende...

—No comprendo qué negocios puede hacer el pulpero con gentes que no tienen nada ni trabajan en nada.

—Que no tenemos nada, es verdá; pero trabajar, trabajamos, y le vendemos cueros, cerda, plumas de ñandú y de cuando en cuando una puntita'e ganao.

—¿Y de dónde sacan todo eso?

—¡De donde haiga, pues!... ¡Pucha que había sido lerdo!...


Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Leído 49 veces.