Lo que se Escribe en Pizarras

Javier de Viana


Cuento


La sobremesa se había prolongado más de lo habitual. El fogón estaba moribundo y las grandes brasas, reducidas a como pequeños rubíes engarzados en la plata de la ceniza, carecían ya de fuerza para mantener, siquiera tibia, el agua de la pava. El sueño iba embozando las conversaciones, y con frecuencia los dedos negros y velludos tapiaban, cual una reja, las bocas, para impedir que los bostezos escaparan en tropel bullicioso.

Don Bruno, el tropero, que llevaba ya tres días de permanencia en la estancia, fue el primero en ponerse de pié, diciendo:

—Ya es hora de dir a estirar los güesos y darle un poco ’e gusto al ojo, que mañana hay qu’estar de punta al primer canto ’el gallo.

—¿De modo que ya nos deja? —preguntó por urbanidad el estanciero.

—A la juerza. Primero que ya el incomodo es mucho, y dispués, agua que no corre se pudre.

Don Bruno salió en compañía de Naverio, a quien dijo cuando estuvieron solos:

—Yo no espero más; por cumplir la promesa que le hice a tu finao padre, he venido a buscarte ofreciéndote mi ayuda. No puedo esperar más: o venís mañana conmigo, o arréglate por tu cuenta. ¿Has entendido?

—Sí, padrino,—respondió el mozo.

—Güeno ¿vamos a dormir?

—Vaya diendo, ya lo sigo.

Cuando el tropero entró al cuarto de huéspedes, Niverio fué sigilosamente hacia el portón que cerraba el patio de la estancia.

Goyita lo esperaba impaciente.

—¡Cómo has tardado! —reprochó.

—Había que decidirse, —respondió con tristeza el mozo.

—¿Te vas?

—A la juerza! Tu tata se ha encaprichao en no dejarme casar en antes no tenga yo un pasar... ¿Y cómo vi’a tenerlo con mi sueldo de pión?... Por más que economice, aunque me prive hasta ’e pitar, llegaría a viejo sin tener ande cairme muerto... ¡Sería lo mesmo que querer enllenar un barril de agua alzandolá del arroyo con las manos!... Y pa quedarme aquí y estarte viendo tuitos los días y codiciándote a tuitas horas, es más mejor que me largue a correr mundo...

Hubo un silencio; luego Goyita dijo con voz emocionada:

—Ya sé que voy a sufrir mucho con tu ausencia, que los días me van a parecer años y las noches siglos, pero tengo confianza en que vos sabrás conseguir ese pasar que tata exige... ¡Si tuviese la misma confianza en que no me has de olvidar!

—¿Podés dudar de mí?

—No quiero dudar!... Pero... ausencia causa olvido...

—¡Pa quien no sabe querer, pa quien no tiene tuita el alma ocupada por un solo cariño! —respondió el joven con vehemencia.

Y luego:

—¡Con tal que vos no dejes secar por falta ’e riego el clavel de nuestros amores!...

—Te podés ir tranquilo: tuitas las noches lo regaré con lágrimas, que no hay nada mejor pa conservar las plantas del cariño!...

A la madrugada siguiente Niverío partió, rumbo a lo desconocido y a lo incierto; y Goyita quedó triste, sombría y silenciosa como un pozo abandonado en cuyo brocal derruido, las yerbas crecen y se entretejen privando de aire y de luz a las aguas que dormítan en el fondo.

Transcurrió un año; varios años transcurrieron.

De tiempo en tiempo los novios se cambiaban cartas rebosantes de cariño y de esperanza y de renovación de firmeza en el cumplímiento de la fe jurada.

Los azares de la vida de tropero llevaron a Niverio lejos, muy lejos del pago natal, y eso unido a la existencia constantemente errante, hizo que la correspondencia se fuese espaciando de más en más.

Con ello y con la acción disolvente de los años, resultó que las cartas se tornaron cada vez más breves, menos sentidas, menos fervientes, cual si la tarea de escribirlas hubiese cesado de ser una cálida satisfacción para convertirse en el frío cumplimiento de un deber.

Seis años más tarde, cuando Niverio había logrado reunir un capitalito, resolvió el regreso. La decisión fué por cierto espontánea. Aventuras amorosas, —pasajeras, es cierto, pero que a pesar de ello siempre alguna huella dejan,— fueron haciendo empalidecer la imagen de la consagrada.

Sin embargo, su lealtad y la esperanza de que al volver a verla renacería integramente el amor de la infancia, lo decidieron a partir...

Desde el primer momento se encontraron recíprocamente extraños. El tiempo, que borra hasta las inscripciones esculpidas en el granito de las losas funerarias, había borrado también las simpatías, que sus juventudes juzgaron inmutable y eterna.

¡Y para eso habían sacrificado seis años de existencia, regando con lágrimas una planta que tenía secas las raíces y cuyas hojas amarillentas perduraban aún por milagro!...

¿Era razonable sancionarlo sin remisión por el simple deseo de cumplir la palabra empeñada?

—Veo que ya no me querés de amor, —expresó Niverio.

—Igual veo yo en tí, —respondió Goyita.

—¿No sería mejor que nos contentáramos con ser güenos amiguitos?

—Me parece mejor. El tiempo borra.

—Por eso es güero escrebir en pizarra los compromisos de amor!...


Publicado el 2 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
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