Los Bueyes

Javier de Viana


Cuento



La idiosincrasia animal, como la humana, se plasma bajo la influencia combinada de factores internos y externos. Es ley fatal para las razas y los individuos, adaptarse a las mutaciones del medio ambiente o sucumbir. El perro gaucho no escapó al imperio de esa ley universal. A fin de perdurar, hubo de conformarse e identificarse con la naturaleza del suelo y las exigencias de la vida a que le sometía el trasplante. Y es así cómo el perro gaucho resultó adusto y parco, valiente sin fanfarronerías, y afectuoso sin vilezas, copia moral de la moralidad de su amo.

Los bueyes

En la aldea con presunciones de capital, había dignatarios solemnes, clérigos engreídos, dómines pedantes, licenciados de Hipócrates y leguleyos siembrapleitos, más temibles que la lepra.

Y había tertulias familiares donde las damas discutían sobre trapos y donde los mozalbetes pelaban discretamente la pava bajo la vigilancia severa de las rígidas mamás.

Y había el cafe, donde el Corregidor y el Alcalde, el cura y el farmacéutico, el procurador y el tendero, amenizaban las partidas de tresillo con graves comentarios sobre la política.

Y hasta había la Casa de las Comedias.

En cambio, en la campaña, noche y día, todas las noches y todos los días soplaban iracundos vientos de tragedia.

Y todo era esfuerzo continuo de la imaginación y del brazo, perpetuo alerta, heroísmo permanente.

Los “bárbaros”, para labrar la tierra y mover los pesados vehículos en que debían conducir el producto de su trabajo, lo único que daba vida y hasta enriquecía a los sibaritas de la orgullosa aldea, sólo disponían de los bueyes.

Y como ellos sabían domarlo todo, domaron los toros bravíos, los toros de imponente cornamenta, de ojos de fuego, de coraje de león.

Y los hicieron bueyes. Apagaron sus rebeldías, los civilizaron, los convirtieron en trabajadores, haciendo entrar en sus cerebros espesos, la orden evangélica:


“Con tu sudor ganarás el sustento.”


Mansos al extremo de que un gurí los domina y conduce, cuando los desuñen van a pacer cerca de las casas, y al caer la noche, allí cerquita se echan y rumian sin ocurrírseles huir en busca de la selva agreste, amparo de sus viriles mocedades.

Y no ignoran, sin embargo, que al clarear del día siguiente, deberán entregar de nuevo a la tiranía del yugo y la coyunda, su fatigado testuz, para seguir forcejeando por las cuestas abruptas de las serranías y por los terribles barrizales de las llanuras.

Tienen conciencia de su deber y lo cumplen.

El espíritu del gaucho les ha impuesto la necesidad de resistencia, sobriedad, abnegación y sacrificio.


Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
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