Otro símbolo.
En la hoguera estival se encuentra en su elemento. La opulencia de luz lo embriaga. Su pardo plumaje se esponja, dando mayor apariencia a su cuerpccito insignificante, su vivacidad aumenta. multiplica sus acrobacias, sin que el calor lo sofoque.
Empero, los rigores del invierno tampoco lo amilanan.
Su alegría resiste a todas las inclemencias.
Vuela y revuela, salta y salta y cuando, empapado, pegadas las plumas al cuerpo, una ráfaga lo obliga a aterrizar súbitamente, lanza un gritito burlón, que semeja la eterna risa del niño sano, corre, brinca, coge de paso algún gusanillo y torna a remontarse en el aire y a piruetear, contento, seguro del valer de sus alas minúsculas.
Y si el embate es demasiado rudo, se refugia entre la ramazón de algún árbol, o bajo el alero de un rancho o entre el yuyal vecino, o se mete, confiada y familiarmente, en el galpón o en la sala.
No tiene temor. Como es bueno y no hace mal a nadie, se siente seguro entre aquellas gentes buenas...
El único miedo está en recibir la pedrada de algún chicuelo travieso, —chingolo humano;— pero era peligro pequeño, porque su habilidad sabía esquivarlo casi siempre.
Y pasado el peligro, gorjeaba, saltaba, daba volteretas en el aire, sin objeto, por puro gusto, por dar escape al exceso de fuerza vital, de la alegría de vivir, de idéntica manera que el gurí da vueltas de carnero, le tira de la oreja al perro bravo o se mete entre las patas de los redomones atados al palenque, con la confianza que tienen los buenos en la bondad de los demás.
No conciben las cimbras traidoras ocultas entre la gramilla inocente; no sospechan que existan quienes hagan mal al que solo sabe hacer bien; hechos con luz de amor, ignoran el lodo del odio...
Son los chingolos.
Los que viven felices en su insignificancia, los que se contentan con procurarse el sustento y beneficiar sin cálculo de recompensas.
Los que hacen bien por instinto, los que son ingénitamente buenos, y, por lo mismo, alegres.
Los que están acostumbrados a beber en las puras aguas del arroyuelo, insospechando la existencia de ciénagas que ofrecen lenitivos, satisfacción a las sedes y dan veneno.
Son los chingolos.
Son los gauchos.