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—¿De quién es este campo?
—De quién es aura no sé, señor,—respondió maliciosamente el sargento:—Un tiempo fué del guaicurú Añabe, que se lo robó al gallego Rodríguez; y dispués jué del comisario Pintos, que se lo robó al indio Añabe; y cuando Pintos dejó de ser comisario, se lo robaron los alemanes del obraje grande... Aura no sé quién lo habrá robao, aura...
El teniente guardó silencio y siguieron andando. El sol, invisible, se iba trepando por los quebrachos, y cuando se subió a la punta de los más altos, escupió fuego. El teniente Hormigón, sintiendo sed, se tanteó el flanco, buscando la cantimplora con «cognac de la habana», e hizo un gesto de disgusto al notar que la había olvidado. Caracú, sin perder un detalle, había observado, y sonrió.
El teniente Hormigón, un mozo alto, flacucho, de ojos vivos, de nariz fina, de labios insolentes, era, en forma innata, «muy de caballería», pero le faltaba la práctica del oficio y debía, como todos, pagar la chapetonada.
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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