—Lindoro es un muchacho muy güeno a quien naides le conoce otro vicio que'el de no tener compasión denguna pa si mesmo, desparramándola pa los demás, sean gentes o animales —dijo en defensa del recién llegado, el viejo Anselmo, desde tiempo inmemorial Juez de Paz del distrito, amigable y eficaz componedor de todas las querellas originadas en el pago.
Y replicó el vasco:
—Palabra honrada suya yo no desmentir nunca; pero precisar verlo para creerlo... Decir no, no digo, decir sí tampoco... Un día trabajo poca, voy ensillar yegua y camino haciendo, cerrillada arriba, cerrillada abajo, voy visitar vecino...
II
—Bien trabajada tierra, bien trabajada!...
—La tierra es como las mujeres: nadie debe esperar de ellas cariños si uno no sabe tratarlas cariñosamente...
Meditó el vasco, quitóse el chambergo y después de haberse escarbado furiosamente el cráneo, dijo:
—Verdad es eso!... Verdad grandota también!... sí, sí.
Andando, mostróle el mozo un joven bosque de olivares; y al observarlo, el montañés, entre asombrado y desconcertado exclamó:
Este texto no ha recibido aún ninguna valoración.
318 libros publicados.