A Augusto Murré.
La tarde se acababa. Como la comarca, en toda la extensión
visible, era desoladamente plana, el sol se zambulló de golpe en el
ocaso, no dejando fuera nada más que las puntas de sus crines de oro: lo
suficiente, sin embargo, para avergonzar a la luna, que por el lado
opuesto ascendía con cortedad, sabiendo que sus galas no pueden ser
admiradas mientras quede en el cielo un reflejo de la pupila grande.
La glorieta de la pulpería se ensombreció repentinamente. Hubo un silencio, durante el cual, en un ángulo, veíase encenderse y apagarse una lucecita roja cada vez que el viejo Sandalio chupaba con fuerza el pucho mañero.
De pronto:
—¡Hay que desatar este ñudo!—exclamó Regino.—No puedo seguir viviendo medio augau con un güeso atravesao en el tragadero!...
—Arrempújalo con un trago'e giniebra,—aconsejó el viejo.
—No, ¡es al cuete!
—¡Qué ha'e ser al cuete!... ¡La giniebra li hace cosquilla a las tripas y alilea el alma, espantando el mosqueterío'e las penas!... ¡Métele al chúpis, muchacho, métele al chúpis!...
—¡No viejo!... Hay tierras que con la seca se güelven piedra, y con la lluvia barro, y cuando no matan de sé a las plantas, les pudren las ráices!...
—¡Muchachadas, no más, muchachadas!...
Regino se puso de pie, disponiéndose a salir.
—¿Ande vas?—interrogó el viejo.
—Pajuera, a tomar aire... ¡m'estoy augando aquí!...
—Vamo a tomar aire!... ¡No es la mejor bebida, pero es la más barata!... ¡Y dispués cuando un gaucho anda medio apestao del alma, necesita salir campo ajuera pa que naides les oiga los quejidos!... ¡Vamos p'ajuera!...
Salieron, yendo a recostarse en los horcones de la enramada, donde sus caballos esperaban mansamente que se apiadaran de ellos. Pero el viejo Sandalio era poco sentimental, y Regino tenía llena la cabeza con preocupaciones avasalladoras.
Aquel silencio pesaba sobre el alma bulliciosa del viejo gaucho, quien para quebrarlo, repitió su juicio anterior:
—¡Muchachadas, che; son muchachadas!...
—Puede—respondió Regino.
—¡Locuras, hijo, locuras!...
El mozo arrojó al suelo el cigarrillo, que se negaba a arder, y respondió colérico:
—¡Locuras!... ¡Locuras que son pior que la muerte; que son como peludo que hace cueva en el alma y escarba siempre, de noche y de día, de mañana y de tarde, a todas horas, sin parar, sin cansarse;... y cada vez las uñas se afilan más, y se hunden más adentro y cavan más hondo, y echan p'ajuera más tierra!... ¡Y esa tierra, viejo, es la ilusión que sale, es la confianza que se va, es la fe que se pierde!... ¡La cueva se alarga, se ensancha, se retuerce, y poco a poco se va llenando de dudas;... y con el tiempo, las dudas se pudren allá adentro, y se convierten en odio!... ¡Y entonces, viejo, entonces, el alma no es más que una osamenta agusanada que giede y qu'envenena!...
—¡A esos peludos, amigo, se Pechan los perros de la reflisión!...
—¡Si están juidos los perros!—respondió con amargura el gaucho.
—¡Sos vos qu'estás juido y con ganas de perderla sin correr!... Vamos a ver: ¿Qué quejas tenés de Filumena?
—¿Qué quejas?... ¡Ah! ¡Usted no sabe!... Esta mañana, no pudiendo aguantar más, la obligué a hablar. Y habló y me dijo ansina: "Ya que querés saberlo todo, yo te quiero, yo te he sido y te seré siempre fiel; pero antes que a vos, quise a Rumualdo, y el corazón no es una taza que se lava y que dispués de lavada no guarda rastro de lo que tuvo adentro!... ¡Y si a mí me ha quedao algo del cariño que tuve a Rumualdo, no es culpa mía, ni me lo puedo sacar, ni estorba al cariño que te tengo a vos, ni te ofende tampoco!"... ¡Ansina dijo!...
—¿Y vos?—preguntó el viejo.
—¡Yo tuve miedo de hacer una barbaridá, y monté a caballo y me vine, dando güeltas, tragando aire pa refrescar el alma y encontrar la portera pa salir del campo fiero!...
—¿Encontraste?
—No; ¡pero cuando uno se encuentra perdido, embretao, con la serrazón encima, no es delito meniarle cuchillo al alambrao!... ¡Yo voltiaré un poste pa vandiar!... ¡Un gaucho de raza no cuida caballo contramarcao. Aunque sea bien de uno, la marca del otro le recuerda que jué de otro!... ¡Qué se vaya! ¡que se vaya!... ¡Mi caballo y mi mujer han de ser de marca sola: de mi marca!...
Chupó el cigarrillo el viejo, y dijo:
—Eso era güeno en antes... ¡Yo soy más gaucho que vos, y ando en caballo emprestao... y hasta me ha tocado ensillar yeguas!...
—Cuestión de genios: yo andaré a pie, como los árabes, el día que no tenga pa ensillar animales de mi marca... ¡de mi marca sola!...