Y sin hacerse rogar más, don Indalecio comenzó de esta manera:
—La justicia lo condenó pa treinta años... Yo no sé; ninguno de nosotros sabemos de esas cosas, porque la ley es muy escura y más enredada que lengua de tartamudo... pero pa mí qu’el pobre Sabiniano no era merecedor d’esa pena... ¿A ustedes que les parece? ...
—¡Qué nos va a parecer!... ¡Que p’abrír sentencia carece conocer el hecho; y hast’aura usté, se lo pasó escarsiando sin largar la carrera!
—Jué cosa simple. A Graciana, la mujer de
Sabiniano, se le antojó un día que se juese a comprar una botella'e miel de caña ...
—¿Se habrá cansao de la caña con ruda?
—No interrumpás... Ella dijo que se l’había mandao la entendida p’al mal de riñones, por culpa del cual se l'hinchaban bárbaramente los pieses.
Ese día era domingo, llovía como mundo, la pulpería distaba tres leguas, y Sabiniano había largao la víspera su lobuno cansadazo dispués de haber trabajao de sol a sol en el aparte del Rodeo Grande de la Estancia.
—«Tené pasencia hasta mañana —propuso él; y ella, enfurecida, l'escupió esto:
—«¡Siempre has de ser el mesmo cochino!... ¡Sos capaz de dejarme morir por no tomarte una molestia y gastar unos centavos pa mi salú!... ¡Y eso que yo echo los bofes pa servirte como si juese una piona! ...
Sabiniano recordó que desde veinte días atrás llevaba la misma ropa interior porque su mujer «no había tenido tiempo» de lavarle y plancharle otra muda; y que tuvo que coser él mismo el rasgón que le hizo una «uña de ñapinday» mientras «leñaba» en el monte; y que la mayor parte de los atardeceres, cuando volvía cansao del trabajo, tenía que hacer juego y calentar la comida, porque ella cenaba temprano pa tener tiempo de dir a casa de alguna comadre de la ranchería pa prosiar desollando vivos a conocidos y conocidas...
Recordó tuito eso y otras cosas más, y le pasó por la vista una nube color de brasa de ñandubay...
—¿Y ai no más se le jué al humo?
—No. Sofrenó el pingo. Se levantó, ensilló el lobuno y salió tranquiando pa la pulpería.
El caballo estaba muy cansao y Sabiniano lo mesmo: jueron dispacito, y cuando pegaron la güelta ya diba cayendo la tarde.
Llovía mucho, y llovía con viento. Las ovejas, buscando reparo, caminaban sin rumbo, idiotamente, y muchas, desamoradas, dejaban abandonados y perdidos entre las malezas a los corderos recién nacidos.
Uno de esos corderitos le salió al encuentro en el camino y comenzó a seguirlo, balando desesperadamente, temblando de hambre y de frío el pobrecito.
Lo siguió cerca de una legua y, al fin, a Sabiniano le dió lástima; se apió, lo alzó, lo puso por delante y lo tapó con el poncho.
—¡Güen corazón, Sabiniano!
—Gaucho a l’antigua... Cuando su mujer lo vído llegar con el corderito, s’encrespó como gallina culeca y prencipíó a gritar:
—«¿Qué pensás hacer con esa basura?... ¡Siquiera sirviese p’al asador!
—«Lo vi’a criar gaucho, pobrecito.
—«¡Eso es! ... ¡Pa que me quede un poco menos de la poca leche que dá la única tambera que me has traído!... ¡Cuando yo digo que sos un cochino que me querés hacer morir de hambre!...
Sabiniano no dijo nada, y Graciana agarró la botella’e miel de caña y, sin darle las gracias, se jué p’adentro, echando más maldiciones que un carrero a quien se le quiebra el eje en un pantano...
El caso jué que Sabiniano siguió cuidando el guacho como si fuese un hijo propio, y era una distración pa’él y un consuelo de las perrerías de su mujer. Y el guacho perecía mesmo una criatura agradecida; en cuanto lo via, disparaba saltando ’e contento y diba acariciarle las piernas con el hocico...
—Muchas veces los animales son más agradecidos que los cristianos.
—Muchas veces. Güeno: una ocasión, al volver del campo a medio día, Sabiniano se sorprendió al ver el macanudo cordero al asador que su mujer sirvió pal almuerzo.
—«¿De ande has sacao ese cordero? —preguntó.
—«¿De ande ha ’e ser? ... ¡De aquí no más!...
—«¿Mi guachito?
—¡Dejuro!... Una, que yo tenía gana ’e comer cordero; y otra, que no podía aguantar le tuvieses más apego a un animal que a tu mujer.»
Al óir esto, Sabiniano sintió que se le revolvía tuita la yel que le hacía tragar aquella tigra; desenvainó el cuchillo y le sumió no sé cuántas puñaladas ... ¿Qué les parece a ustedes?
—A mí me parece —respondió sombríamente el viejo Saturno— que la china Graciana era más oveja que la desamorada madre del borrego...