Lo habían apodado así y él aceptaba gustoso el sobrenombre y afanábase en justificarlo.
A falta de hombría, de valor físico y de valor moral, el poseía como el insecto aludido, un aguzado aguijón y una gran agilidad para esquivar el peligro.
Pero si la mosca brava tenía la débil atenuante de hacer daño para nutrirse, por razones de supervivencia, Dermidio no se hallaba en igual caso: él dañaba por mero entretenimiento. Incapaz de labrarse su propia felicidad por medio de un esfuerzo constante, complacíase en mortificar la ajena, urdiendo intrigas y sembrando desconfianzas.
Había en la estancia de Craguatá un mayordomo muy viejo, tan viejo que ya no podía comer matambre asado ni contar cuentos ni sacar una carta del medio jugando al truco por tortas fritas.
Entonces él mismo recomendó al patrón un sucesor, Gervasio Ayala, un muchacho casi, pero que don Ambrosio, el mayordomo, conocía bien, y de cuya seriedad, honradez y competencia no trepidaba en salir garante. El patrón había objetado:
—Me parece muy cachorro y temo que no le obedezcan de buena gana.
Y el viejo:
—Pierda cuidao, don Antonio. Si no obedecen de güeña gana, lo harán de mala, pórqu’ese cachorro es de raza y sabe morder.
—Recién albíerto, —dijo con sorna el patrón,— que tiene cierto parecido con usted.
—Sí, es medio pariente, —confesó don Ambrosio ruborizándose.
Gervasio Ayala ocupó la mayordomia, y después de darle posesión del cargo, su protector, le dijo:
—Tuita la pionada es güeña, pero cuídate de Dermidio, «Mosca Brava», qu’es remolón p’al trabajo y guapo p’al lengüeteo y el enriedo.
—Dejeló por mi cuenta, —respondió el mozo.— La mosca brava no molesta más que a los impacientes que la espantan a manotones; ella juye, güelve otra güelta y cuanti más se calienta uno, más fácilmente se escapa. Yo sé un modo de arreglarla...
—¿Cuál?
—Más fácil que trenza’e tres: dejarla que se pose y que pique, y entonces reventarla de un cachetazo. A la mosca brava y al aguatero, es muy difícil cazarlos al vuelo...
De inmediato la «Mosca Brava» empezó a revolotear sobre la cabeza del joven capataz. Una vez le había dicho insidiosamente a don Antonio:
—Vea patrón, recorriendo el potrero chico vide un portillo en el alambrao: a la cuenta el mayordomo no lo albirtió... Si quiere alzo la máquina y voy a componerlo.
—Mañana veremos, —respondió el patrón, y puso el caso en conocimiento del mayordomo cuando éste regresó del campo.
—Ese portillo lo abrí yo mesmo pa'hacer salir un güey de ño Facundo que había saltao el alambre. Lo repunté hasta el otro lao del Sauce y a la güelta compuse el alambrao.
A esa primera mortificación de «Mosca Brava» siguieron varias otras, sin que el mayordomo le hiciese el menor apercibimiento.
Pero llegó un día en que el fastidio fué demasiado grande.
Una tarde «Mosca Brava» fué de visita a casa de Petronila, la novia de Gervasio. Ella le cebó mate, se habló de cosas indiferentes y, a punto de marcharse, dijole:
—Lamento tener que pagarle su mate con una mala noticia.
—¿Qué noticia? —preguntó la joven empalideciendo.
—Que «don» Gervasio dende qu’es mayordomo de Caraguatá echa más humo que leña verde... La hija de un puestero, como es usté, ya no lo halaga pa mujer y le anda arrastrando el ala a la hija menor de don Serapio, el dueño ’e la estancia El Grillo...
Una hora más tarde Dermidio se enteró de la infamia. Hizo tranquilamente su habitual recorrida, regresó a las casas algo más tarde que de costumbre y, como de costumbre, fué a sentarse en la rueda del fogón.
Cuando todos los peones estuvieron presentes, se levantó con lentitud, levantó el talero y dió con la lonja un soberbio golpe en la cara al calumniador...
Este se levantó a su vez, se puso pálido, hizo ademán de sacar armas, pero ante la actitud serena y resuelta del mayordomo, inclinó la cabeza y salió.
—¿Ha visto cómo se revienta una mosca brava? —interrogó Gervasio dirigiéndose a don Ambrosio.