No Hay que Sestear el Domingo

Javier de Viana


Cuento


Un candil, produciendo más humo que luz, alumbraba débilmente la mezquina estancia, cuyo pajizo techo estremecíase a cada instante, sacudido por las ráfagas.

Sentado sobre el borde del catre, la cabeza gacha, don Epifanio estaba tan abstraído, que ni siquiera advirtió que la brasa del pucho le chamuscaba el recio bigote gris. Recién al sentir el calor sobre la «jeta» tornó a la realidad.

—¡Tiempo apestao!—clasificó con rabia.

Silvino, que sentado sobre un baúl, frente al catre, atormentaba una vieja guitarra llena de parches, asintió:

—Asqueroso... Con la húmeda, las cuerdas se aflojan, nu hay tiemple que resista, y asina, es claro, no me puede salir esta polca quebrallona qu'estoy componiendo pal familiar del domingo...

Don Epifanio lo miró con lástima.

—Siempre has de ser el mesmo—dijo;—siempre más preocupao en el lujo del apero qu'en el cuidao del caballo.

Silvino cruzó la pierna, acostó en ella la vihuela y, sonriendo con una sonrisa infantil que iluminaba su lindo rostro bronceado, respondió:

—¿Y en qué quiere que piense?... El cachorro, el potranco, el ternero y la borrega, sólo atinan a jugar, a divertirse; y bien disgraciaos serían si con el calostro en los labios comenzaran a riflisionar sobre los rebencazos que vendrán, las pinchaduras de las espuelas, el peso del yugo y el filo del cuchillo!...

—¡Vos te pensás que tuita la vida es domingo!...

—No, viejo, no; yo creo que la juventud es el domingo'e la vida, y que hay que aprovecharlo hasta el güeso, del mesmo modo que no se ha de tirar la botella mientras tenga un trago'e caña.

—En comparancia con la semana, el domingo es muy chiquito.

—¡Dejuro!... ¡Y por eso obliga sacarle el jugo, pelar bien la costilla sabrosa, criendo juerzas pa mascar la pulpa'e cogote que nos han de servir dende el clariar del lunes!...

—Mucho comer indigesta.

—De acuerdo: pero yo prefiero morir de un cólico a morir de hambre; atracarme de pulpa aura que tengo dientes pa mascarla y barriga pa guardarla, a penar como usted, que recrea la vista asando asao que se han de comer los otros.

Don Epifanio, palideciendo repentinamente, se puso de pie. Su cara flaca, angulosa, morada, agrietada la escasa parte de piel que dejara visible la exuberancia capilar, húmedos los párpados, tremulante el labio, interrogó con voz ronca y gesto amenazante:

—¡Eso parece alusión!

Y Silvino, impasible:

—Pueda que sí.

—¿Te referís a Eufrasia, a mi sobrina Eufrasia?...

—Va rumbiando bien.

Don Epifanio adelantó dos pasos, levantando los puños, semejantes a dos granadas repletas de explosivos.

—¿Qué querés decir?...

Alto, de anchas espaldas, don Epifanio, no obstante su magrura, llenó la covacha con su gesto de suprema rebelión contra las iniquidades del destino, que condena a los buenos, a los honestos a llegar siempre tarde al mercado, porque mientras ellos se demoran acumulando en la bolsa las monedas con que efectuar el pago, otro más alarife se lleva la presa a crédito.

—¿Qué querés decir?—repitió con violencia..

—Quiero decir—respondióle serenamente Silvino—que aquello que no se supo hacer el domingo, no se puede hacer el lunes.

Luego, levantándose, descolgó un pequeño espejo que estaba pendiente del muro, se acercó a Epifanio, le echó el brazo derecho sobre el hombro y, presentando con el izquierdo el vidrio donde se reflejaban una junto a la otra las dos fisonomías dijo:

—Mirá: Vos la querés a Eufrasia, yo también.... Ella tiene veinte años yo veinticinco vos más de cuarenta... Mirá... ¿a cual de los dos puede preferir?

Vencido, mortalmente vencido Epifanio, sollozó:

—¡Sin embargo, yo la quiero!... ¡Es la primera vez que he querido a una mujer!...

Silvino lo estrechó cariñosamente entre sus brazos y díjole con frase afectuosa:

—Esperaste al lunes, viejo. ¡La culpa es tuya, que despreciastes el domingo acostándote a dormir la siesta!...


Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
Leído 1 vez.