Palabra Dada

Javier de Viana


Cuento


Muy de mañana, Petronila, la ahijada del patrón, fué como todos los días a llevar los baldes y los jarros al corral, donde Venancio estaba maneando las lecheras.

Recién se había instalado el dia, luminoso y fresco. Con la humedad del rocío desprendíase de las gramillas una fragancia suave y sana, que, mezclándose al olor fuerte del estiércol pulverizado del piso del corral, formaba un perfume extraño, excitante y deletéreo como el que emana de la tierra reseca en un chaparrón de estío.

A llegada de la moza, Venancio, que, en cuclillas, remangado el chiripá y al aire los brazos musculosos, terminaba de manear una barcina, respondió torpemente al saludo. Luego, enderezándose, apoyóse en el anca huesuda de la lechera y se inmovilizó contemplando en silencio a Petronila, ocupaba entonces en alinear los cachorros.

Estaba más linda que nunca, la linda morocha, cuyas mejillas, color de trigo, encendía el fresco matinal, y cuyos ojos, inquietos como cachilas, brillaban intensamente, pregonando alegría y salud.

Venancio, mortificado, como atorado por las frases que tenía prontas para decirle y que no quisieron salir de su garganta, dirigióse al chiquero inmediato, y largó un ternerito, que brincando y balando, corrió a prenderse golosamente a la ubre opulenta.

—¿Y hasta cuándo vas a dejar que mame el ternero? —interrogó ella.

Estremecióse el mozo, y retirando el mamón fué a atarlo en un palo del corral. Luego murmuró a manera de excusa:

—Estaba pensando en vos.

—Pensá en ordeñar ligero, que la patrona está esperando la leche pal mate, —replicó ella con cierta violencia.

—¿Te fastidia que piense en vos?

—¡Dejuro! Ya es tiempo que concluyás de cargociarme. Es bobo estar siempre codiciando una prenda que tiene dueño.

Venancio fijó en ella sus dos ojos pardos, de mirada intensa, sus labios se contrajeron en expresión amarga y dura y exclamó con voz sorda:

—¡Falsa y tras que falsa, soberbia!... ¡Andá no más, que en este mundo tuito se paga!... ¡tuito!... ¡hasta el pedazo ’e tierra que ha de guardar nuestra osamenta!...

—¡Sólo te faltaba amenazar!... ¿Por qué no me pegas tamién?..

Un enjambre de recuerdos iluminó el alma del gauchito, enterneciéndolo.

—¿Pegarte a vos, Petronila, pegarte a vos?...¡Mas antes me encajaría el cuchillo en el pecho!.. Y, sin embargo...

—Sin embargo ¿qué? —insistió ella, orgullosa y provocativa.— Hablá, no te tragués la lengua!.. ¿Qué tenés que echarme en cara?... ¡Solamente que te he dejao por un hombre que vale más que vos!...

Ante el insulto, Venancio irguióse airado y dijo:

—Vos te casarás esta tarde con Sandalio, dispués de haberme engañao, dispués de haberme estao mintiendo cariño tres años enteritos...

Ella interrumpió:

—Cuando dentramos de novios, no firmamos contrata.

Sin responder a!a sátira, Venancio prosiguió:

—Vos te casarás esta tarde con Sandalio, pero, casarse y ser feliz son dos caballos de distinto pelo... ¡Ya lo verás!... ¡Te lo juro por el finaito mi tata, que Dios tenga en su santa guarda!...

Y cruzando los índices, los besó ruidosamente.

Respondió ella con una sonrisa forzada. Él se puso a ordeñar, llenó un jarro y se lo alcanzó sin hablarle y sin mirarla. Petronila, tomando el cacharro, dio un despreciativo coletazo con la pollera y se alejó cantando.

Concluido el suculento almuerzo, y luego de efectuada la boda, comenzaron a vibrar las guitarras, y mozas y mozos invadieron la sala, dejando solos en el comedor al cura, al comisario, al juez y al patrón, dispuestos a darle al truco y al amargo hasta que los espantase la patraña para tender de nuevo la mesa.

Y el baile estaba en todo su apogeo, cuando entró Venancio en la sala. En ese mismo instante, Petronila, linda como el lucero, orgullosa de su dicha y de su triunfo, bailaba con Sandalio una lánguida mazurca.

Acercóse Venancio, detuvo la pareja, y dijo sonriendo:

—Vengo, Petronila, a cumplir lo prometido: ¡palabra dada, palabra cumplida!...

Oyéronse un grito de dolor y un grito de espanto. Retrocedieron atemorizadas las parejas, y el cuerpo de Sandalio cayó pesadamente sobre las baldosas del piso.

Al oir los gritos y lloros, acudieron presurosos el patrón y el comisario.

—¿Que hay? —interrogó el segundo.

Entonces, Venancio, adelantándose, entregó el cuchillo ensangrentado, diciendo con pasmosa calma:

—Cuasi nada, comisario.. ¡Un dijunto y una viuda!...


Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.
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