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—Si la tengo es porque siempre supe rascarme p’adentro, dejando que cada uno pele el mondongo con la uña que tiene. Si me hubiese puesto a cuartear a tuitos los empantanaos que me han pedido ayuda, a la fecha estaría más pelao que corral de ovejas.
Prolongado silencio sucedió a esa frase del viejo. Alipio, agotado, aniquilado, hizo como el náufrago que, tras el postrer esfuerzo por vivir, por salvarse, se entrega resignándose, a la muerte.
Sin rencor, sin vehemencia, dijo:
—Güero: adiós, tata.
Y el viejo, con la misma impertubable tranquilidad:
—Adiós, hijo; que Dios te ayude, —respondió.
Cuando Alipio hubo partido, él avivó el fuego, y se puso a preparar la cena, una piltrafa negra, reseca, guisada con fariña y grasa mezclada con sebo; más sebo que grasa.
Mientras se hacía el comistrajo, recogió del suelo los tres o cuatro «puchos» gordos que su hijo había tirado en la nerviosidad de su conversación. Los deshizo, peinó una chala y lió un grueso cigarrillo...
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Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
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