No estoy bien seguro de sí esta narración es una historia verídica o un engendro imaginativo.
Quien me la comunicó afirma que se trata de un «suceso sucedido». Por mi parte, no tengo inconveniente en aceptarlo como tal, pues estoy convencido de que la historia es un cuento con fechas y nombres propios, y el cuento una historia, generalmente más verídica, por cuando el narrador obra con entera libertad, sin supeditar su fantasía creadora a los convencionalismos y las restricciones que imponen las fechas y los nombres propios.
Historia o cuento, allá va él, tal como me lo narraron. El hecho ocurrió en Santa Fe, en el departamento de Vera, en la época de mayor incremento de la explotación agrícola. Diversas colonias, recién nacidas, producían riquezas inesperadas, merced al consorcio de la tierra extremadamente fecunda, y de los obreros animosos.
Y al amparo de esa prosperidad industrial, se desarrollaban pequeños comercios, despreciables boliches, cuyos propietarios giraban por valor de centenares de miles de pesos.
En el comercio local predominaban los buhoneros turcos, y sobre todo ellos, Elías, quien a poco andar se transformó en «Patrón Elías», potentado, ante quien inclinábase respetuosamente hasta las mismas autoridades.
«Patrón Elías» era un hombre alto, grueso, fornido, de tez trigueña, de grandes ojos negros.
No sabía leer ni escribir, expresábase en una jerga extraña, incomprensible para quienes no estaban habituados a escucharle.
Cierta vez llegó a su casa un joven italiano vestido con prolijidad de pueblero presumido, una indumentaria que contrastaba con la tosca y añeja del comerciante.
«Patrón Elías» observó atentamente al forastero y preguntóle:
—¿Qué querés?
—Quiero comer; tengo hambre, —respondió el mozo.
La contestación impresionó favorablemente al buhonero, ya satisfecho de aquel físico robusto.
—Pasá comedor, —díjole.
La casa de «Patrón Elías», poco más grande pero no más confortabíe que una choza, era «Almacén, Tienda, Ferretería, Zapatería, Armería, Botica y Fonda».
Albano comió con un apetito acumulado en seis días de semiayuno.
—Cuando a mi vez fui rico, me dijo rememorando el episodio, viajé por toda Europa, frecuenté en los restaurants de más fama, pagué sumas exorbitantes, pero nunca comí más ni encontré manjares tan exquisitos como los que me sirvieron en mi primera cena en la fonda de «Patrón Elías».
Al día siguiente le preguntó:
—¿Qué cosa querés hacer?
—Lo que me mande: lo mismo baldear agua, que llevar los libros.
—¿Sabés llevar libros?...
—Sé.
—Sí. Bueno: vení, te entrego contabilidá. La persona que me la lleva no la lleva bien, pero no puedo sacarlo de golpe, pero vos encargo vigilar.
Dos meses más tarde, Albano se presentó a su patrón expresándole:
—Le ruego que me arregle la cuenta porque me voy.
—¿Por qué te vas?... Te aumento el sueldo; en vez de cincuenta pesos mensuales te doy trescientos.
—No, no puedo. He comprobado que le roban a usted mensualmcnte miles y miles de pesos y no quiero hacerme cómplice de delito ajeno.
Sonrió el turco bonachonamente:
—¡Yo también lo sé!... Quedá... Mucha desgracia no saber leer ni escribir; la mayor desgracia. Vos honrado, vos vas llevarme a escribano honrado para hacer testamento. Tengo mucha plata, mucha plata guardada en lugar seguro. Familia no tengo, amigos tampoco. Hermanos y primos y tíos y amigos me robaron. Murieron. Yo te nombro albacea, vos cumplirás mi última voluntad...
—¿Y cuál es ella?
—Ampliar toda mucha fortuna mía criando y sosteniendo escuelas. Hombre que no sabe leer y escribir y sacar cuentas, no serbe para él ni serbe para gente buena, serbe para pillos que comen su trabaja... Cristo diga: «Da comida al hambriento».
—Y usted lo cumple.
—Y diga también: «Enseña qui no sabe» por qui no sabe está qui no ve... Con toda plata mía qui quedará después de muerto yo, tú plantas escuelas, muchas escuelas ...
Han transcurrido muchos anos. Miles de niños se han educado en las escuelas fundadas con los caudales de «Patrón Elías». Pocos recuerdan su nombre, nadie se lo agradecerá, pero las acciones nobles son aquellas que se hacen sin la forma de un pararé a interés usurario, cobrable ante Dios.