Por Haraganería

Javier de Viana


Cuento


Era Lino el peón más estimado en la estancia del Juncal: ni fatigas ni peligros le detuvieron en ninguna circunstancia. Fuerte, guapo, noble, temerario, la lealtad le humedecía el alma al primer encuentro, como el sudor humea el lomo del caballo gordo al primer esfuerzo. Lo mismo que el ceibo, era puro corazón; corazón y flores lindas. Las gentes que desprecian las flores y las maderas inútiles, le despreciaban.

Atanasia lo quería. Es decir, Atanasia gustaba de él, de su bondad de perro, de su alegría de chingólo, de su paciencia de hornero. Le disgustaba, en cambio, su despreocupación de cigarra y su generosidad de oveja.

Estaba convenido que habrían de casarse; pero Atanasia no tenia prisa: sus diez y ocho años podían esperar aún. En la espera comenzó a reflexionar. Hizo el balance de los placeres y los sinsabores que le proporcionaría el matrimonio con Lino.

Él la quería: aceptado.

Él era bueno: conforme.

Él era trabajador: de acuerdo.

Una vez casados, no faltaría el techo y el sustento: indudable.

Empero... Atanasia era una chinita gorda, mortalmente haragana, para quien el máximun de la felicidad hubiera consistido en pasarse tres cuartos del día en la cama y el otro cuarto tendida en un sillón, tomando el mate dulce con azúcar quemada que le «acarriase» o una «gurisa». En cambio, era ella quien tenía que trabajar para otros y si se casaba con Lino, tendría que trabajar también... lavar, planchar, cuidar la casa... Atanasia era fabulosamente haragana.

Lo era en extremo tal que en su baúl se apelillaban cuatro o cinco cortes de vestidos regalados por Lino y que ella dejaba dormir allí por no tomarse el trabajo de cortar una bata o coser una pollera.

Por haraganería era desaseada: el hermoso aspecto salvaje que le daba su triunfal cabellera mal sujeta entre cuatro horquillas, surgía de su pereza para imponerse con el peine a la rebeldía de las greñas. La cadencia lasciva de su andar debíase únicamente a su falta de energía física para imprimir a su marcha un ritmo honesto. Sí ante ciertos espectáculos camperos su rostro era incapaz de ocultar la satisfacción proporcionada, en un púdico ruborizamiento de virgen práctica, debíase, no a perversión suya, sino al horror al esfuerzo.


* * *


Ocurrió en esto la muerte de la patrona. El patrón quedó inconsolable. Llevó bombacha, saco, pañuelo y hasta cuello y puños de merino negro.

Tan inconsolable quedó, que a los dos meses buscó un derivativo a su pena festejando a Atanasia, la peona.

La china no mostró sorpresa, convencida, sin embargo, de que jamás el patrón se decidiría a colocarla en el sitio dejado vacante por la difunta. Dentro de lo perceptible por su moral rudimentaria, la consagración oficial del matrimonio carecía de importancia. Entre «casarse» o «amigarse», la única diferencia visible para ella consistía en que la segunda clase de unión no se solemnizaba con baile, asado con cuero, guisado de gallina y pasteles.

Habría, pues, aceptado sin escrúpulos los galanteos del patrón, si no hubieran estado de por medio Lino y su compromiso, es decir, el trabajo de romper aquel compromiso.

En vano el estanciero le decía:

—Ladiatelé no más, y y'astá!...

Ella objetaba:

—Sí: ¿y pa lediarmelé?...

¡Claro! Para «ladiarselé», se requería un esfuerzo, un gran esfuerzo. No quiso; no pudo.


* * *


Dócilmente, sin entusiasmos y sin resistencias continuó sus amores con Lino y concluyó por casarse con él, cuando él lo dispuso.

Todo iba bien. Los quehaceres eran menores; su marido tuvo la atención de conseguirle una mucamita, que ordeñaba 1a lechera, acomodaba la casa, cebaba el mate y cocinaba. Como la ropa era nueva, la aguja tenia poca ocupación.

Todo iba bien. Lo quería a su Lino; no disputaba nunca, y ni por mientes se le ocurrió traicionarlo.

Pasaron varios meses, pasó un año, nada cambiaba; lo único nuevo y molesto, fue la recrudescencia de los galanteos del patrón. Aquello fastidiaba a Atanasia. Resistía. Y semejante resistencia implicaba una horrible labor de todos los dias. Al fin, una tarde, harta, cedió.

Continuó amando a su marido con el mismo cariño reposado, sin exaltaciones, sin entusiasmos, pero continuó cediendo, sin un adarme de perversión, sin pizca de interés.

Por haraganería.


Publicado el 6 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.
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