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Este texto forma parte del libro «Leña Seca».
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Al pie de un vivaró que se alzaba a manera de torrejón sobre la chusma montaraz, el viejo don Tiburcio y el imberbe Saturno cimarroneaban y proseaban a la espera de los compañeros que salieron al mediodía en busca de carne.
Las circunstancias, el sitio, la hora, todo era propicio a la meditación, a pasar revista al pretérito, desgajando, descascarando, poniendo al descubierto el "cerno" del palo, lo que resiste, lo que perdura, lo que deslinda y orienta.
Decía el viejo:
—Asina es j'el destino 'e los hombre... Pero yo siempre he creído qu'el destino no es un bicho ciego que sacude palo p'acá y p'allá, sin carcular ni eligir, voltiando lo mesmo al inocente y al indino... No; qué querés: no creo. El destino no marca asina no más, al puro ñudo, sino que cuando tira una lechiguana pa un lao y desparrama la yel pal otro, razón no le ha de faltar p'hacerlo.
—¡No pierda el paso, amigo don Tiburcio! replicó amargamente el mozo.—¿Tiene razón el destino p'aporriarme a mí, pongo por caso, o pa obligar a un hombre viejo y bueno como usted a disgraciarse y tener que ganar las baguales, mientras tanto desalmao vive feliz?... ¡No diga, don Tiburcio, no diga!... Que el destino es el destino y que uno no se libra d'él por más que haga, lo mesmo qu'el perro no se libra 'e las pulgas por más que se refriegue contra el suelo... estamos conformes; pero que sea justo...
2 págs. / 4 minutos.
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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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