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Cuento.
9 págs. / 16 minutos / 123 KB.
5 de noviembre de 2020.
—A no ser que... los compañeros me necesiten... En ese caso, aunque sea para "arriar" caballos.
Su amigo sonrió contento y se apresuró á. explicarle el objeto del viaje, que debía ser de mero recreo, acompañándolo á la capital para, que no muriera sin ver tanta maravilla, y mostrarle al mismo tiempo los hombres jóvenes, los que caminaban torpes con la espuela y no sabían manejar la lanza ni gobernar el caballo. Estos luchadores noveles deseaban oir la palabra cálida de los viejos luchadores. La guerra santa por la independencia y por la libertad no había concluido aún, y á la sangre derramada debía agregársele más sangre. El silencio que había reinado hasta entonces no era el licénciamiento, sino el descanso necesario á los músculos transidos tras rudo batallar; se había descansado como se descansa después del Catalán y después de Ituzaingó. Allá lejos, en un horizonte que él no veía porque se lo ocultaba el boscaje del Tacuari, cuajaba la tormenta. En lomas distantes el clarín había sonado tocando á reunión, y alguien había visto escurriéndose por las quebradas jinetes torvos que montaban caballos de guerra y esgrimían lanzas de urunday. Por los montes, por las sierras, empezaban á escucharse esos rumores sordos que semejan el gruñir de los arroyos en creciente y que son el hervor de los pagos insurreccionados. Más lejos, las grandes heredades permanecían mustias y calladas, suspensas las labores. Y más lejos todavía, en la ciudad grande y fuerte, en la capital, la mozada culta remolineaba, inquieta y nerviosa, decidida y brava, esperando el primer grito para lanzarse á la pelea, esperando ver flamear la bandera, enarbolada por los viejos, para agregarse a su lado y darle todas las palpitaciones de sus pechos nobles y vigorosos... La ruda tarea no había concluido. Nueva sangre debía unirse á la mucha sangre derramada. El fragor de la guerra retumbaría de nuevo en las campiñas como la voz del arcángel anunciando la ruina y el desplome de una sociedad maculada y perversa. En las cuchillas, en los llanos, en todas partes el negro pabellón de la discordia debía flotar sobre los campos inermes y las lanzas debían cruzarse cual se cruzan los relámpagos en noche tempestuosa, brilladores y rápidos...