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Los improperios, los insultos, los rezongos salían de su boca como acompañamiento indispensable a la labor de sus brazos; parecía una máquina infatigable y barullenta.
Sobre su marido, Mateo, y sobre su sobrinita, Amelia, caía sin intermitencias el chubasco; sobre Amelia caían también, a menudo, pellizcos y mojicones. Los peones y las «peonas», cuando tenían cargada la paciencia «hasta la punta ’e las estacas», liaban sus petates y se mandaban mudar. Amelia, que no podía irse, lo pasaba llorando casi todo el día. Mateo, quien tampoco podía irse, se reía.
Era Mateo un cuaretón sano, robusto y alegre. A las frases compasivas de los amigos replicaba:
—Vea, don... Cuando en las montiadas, al llegar la noche, se tira uno a dormir y lo encomienzan a comer los mosquitos ¿qué hace?... Echarse el poncho por la cabeza y aguantar un poco el resuello hasta agarrar el sueño. Dispués, aunque se destape y la sabandija se le prienda, ya no se siente... Creamé, con un güen poncho ’e resinación se puede hacer noche en cualquier estero ’e la vida. El primer aguacero es el que moja y luego de estar hecho sopa ¿pa qué hacerle asco al segundo?
3 págs. / 6 minutos.
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Publicado el 6 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.
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