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Velay, señor juez: Yo me crié con don Tiburcio Díaz, que, sin despreciar a los presentes, era güeno como cuchillo hallao. Supo tener fortuna y la jué perdiendo, porque le pedían y daba, le robaban y se dejaba robar; cuando vendía era al fiao. Asina se le jueron reditiendo los caudales y aconteció que al mesmo tiempo que dentraba en la vejez, entraba en la pobreza. Con eso...
—¡Concrétese a su caso! —exclamó impaciente el juez.
—¿Cómo dice? —interrogó Saturno.
—Que se ocupe de usted y su caso.
—P’allá voy rumbiando; pero precisa que me den tiempo, porque ninguna carrera se larga sin partidas.
Ya dije que don Tiburcio era muy giieno; por güeno perdió su hacienda primero, su campo dispués. Tenía una mujer, doña Encarnación, que lo tenía todito el día al trote, gritándole por acá, gritándole por allá, mortificandoló dende que amanecía Dios, porque la mujer aquella era más barullenta que una bandada’e cotorras: lo sobaba al marido lo mesmo que la masa’el pan en la batea...
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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.
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