Sin Papel Sellado

Javier de Viana


Cuento


Don Carlos Barrete y don Lucas García fueron amigos desde la infancia.

Sus padres eran hacendados linderos.

Andando el tiempo, los viejos murieron y Carlos y Lucas los reemplazaron al frente de sus respectivos establecimientos.

La amistad continuó, acrecentada, por los vínculos espirituales contraídos por múltiples compadrazgos. Don Carlos era padrino de casi todos los hijos de don Lucas y éste de los de aquél.

Bastante ricos ambos, ocurrió que a Barrete empezó a perseguirlo la mala suerte: destrozos de temporales, epidemias, negocios ruinosos...

Cierto día llegó a casa de su amigo con aire preocupado. Conversaron; conversaron sobre cosas sin importancia, sin valor, sin trascendencia. Pero García notó, sin dificultad, que aquél había ido con un objeto determinado y que no se atrevía a abordarlo.

Y díjole:

—Vea, compadre: colijo que usté tiene que hablarme de algo de importancia. Vaya desembuchando, no más, qu'entre amigos y personas honradas se debe largar sin partidas.

Y García, desnudando su conciencia como quien desnuda el cuerpo para tirarse a nado en arroyo crecido, dijo:

—Adivinó, compadre. M'encuentro en un apuro machazo. Usté sabe que donde hace unos años el viento m’está soplando ’e la puerta... Tengo que levantar una apoteca y vengo a ver si usté...

—¿Cuanto?

—La suma es rigularcita.

—¡Diga no más!

—Cuatrocientas onzas.

—¡Como si me hubiese vichao el baúl! Casualmente hace cinco días vendí una tropa ’e novillos, y mas o menos esa es la mesma cantidá que tengo. Espere un ratito.

Salió don Lucas y volvió a poco trayendo en nn pañuelo de yerbas las onzas solicitadas.

El visitante vació en el cinto las monedas, sin contarlas.

Ni él ni su amigo hablaron de documentos. Entre esos hombres ningún documento valía más que la palabra de hombre honrado.

Barreto se puso de pie, tendió la mano al amigo y dijo simplemente:

—Gracias, compadre.

—Nu hay porqué...

Pasaron dos o tres años.

Y don Lucas murió sin que su compadre hubiese podido saldar la deuda, que aquél jamás le reclamó.

Y transcurrieron otros varios años.

Una tarde Barreto llegó a la estancia de su vecino.

Lo recibió, con grandes demostraciones de afecto, Ricardo, el hijo mayor de García, diciéndole:

—La bendición, padrino... ¡Hacía una ponchada ’e tiempo que no cáiba pu’estos ranchos!

—Dios te haga un santo... Vengo a pagar una deuda. Hace como diez años tu padre me sacó de un gran apuro, emprestándome cuatrocientas onzas. Hasta aura no pude pagar, vengo a devolvértelas.

—¡Pero, padrino!... Ni yo ni mi madre tenemos conocimiento de esa deuda!... Eso debe haberlo arreglao mi padre.

—Ni vos, ni tu madre, y estoy siguro que naide tienen conocimiento de ese ato generoso del finao. Pero yo si, y mi consensia me manda pagar áura que puedo... ¿Pa qué está la consensia?...


Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Leído 0 veces.