La falta de costumbre
Señor patrón de la estancia:
Don Cayetano Sandoval, que dende hace un puñao de meses s’está secando en el catre, como charque tendido sobre el alambre del cerco del guardapatio, me llamó esta tarde.
El viejo Sandoval ha dejao cuasi tuitos los vicios que tenía,—o pa decirlo más derecho, los vicios lo han dejao a él,—menos dos, que yo carculo lo seguirán hasta que largue el último resuello : pitar y ler los diarios.
Por eso me llamó esta tarde, y dispués de haber echao por las narices una montonera de humo, me dijo sobando un diario que tenía sobre la panza:
—Arrima ese cajón que me sirve de baúl.
—Ya está arrimao,—dije yo.
—Levanta la tapa y vas a encontrar papel y un lápiz grande,—dijo él.
Obedecí.
—Sentate en ese banquito,—dijo él.
Me senté.
—Vas a escribir una carta que te voy a componer yo al patrón, porque yo tengo los dedos acalambraos...
Yo me rái, me rái con tuito el poder de mi jeta de negro... Disculpe patrón: los negros semos güenos y sólo los hombres güenos saben ráirse...
—¿Usté no sabe,—dije yo,—que cuasi no s’escribir, porque si en nuestro páis hay escuelas, no hay como pa dir a ellas? ¿Usté no sabe que los empleaos del gobierno, unos parejeros y otros sotretas, cuasi tuitos hacen sebo y que pa dir a la escuela, pasando los bañaos o los arroyos, hay que ser pato ’e laguna?... Y no digo águila porque las águilas no carecen dir a la escuela...
—No importa,—dijo él; él, es don Cayetano,
—no importa, aunque sea con garabatos vas escribir lo que te viá indilgar.
—¿Mesmo con palotes?
—Aun ansina. Los patrones tienen mucha sensia y comprienden.
—Güeno; ¿y qué viá decir?
—Si d’esta laya: la tierra s’está trabajando bien y como es sabido que la semilla es de primera, la cosecha será grande... si no nos echan encima una yeguada que la destroce con sus pesuñas de fierro.
“Decile—escribí esto bien claro,—decile al patrón, que la tierra está bien arada y bien sembrada y qu’esta vez la cosecha ha de corresponder a los cultivadores, quieran o no quieran los latifundistas del poder
“Escribilo así, con letra clara, que s’entienda bien.
—¿Nada más, don Cayetano?
—Nada más.
—Me alegro; porque yo también tongo los dedos entumidos... ¡La falta de costumbre!...
Y fué así
Es lo que decía don Tiburcio, hace un par de semanas, comentando los intempestivos calores con que el verano hacía fuerza por prolongarse más allá de sus dominios:
—No faciliten muchachos; el invierno nos está dando changüí pa fin de agarrarnos desprevenidos y tirarnos de hocico con un pial de volcao.
Y fue así, no más.
Se nos cayó encima de golpe e incompasivo, como un impuesto, sin darnos tiempo para ingeniarnos, a fin de conseguir un poncho, aunque más no fuese un calamaco.
—Felizmente, —dijo Feliciano,— si no tenemos cubijas tendremos carne barata, y en teniendo con qué darle juego a las carretillas, tuito el cuerpo dentra en calor.
Laguna sonrió irónicamente y exclamó:
—Aura que mi hacha no corta, ¡qué lindos árboles veo!... ¡De qué nos va a servir la baratura si no tenemos con qué comprar?
Intervino don Tiburcio:
—Yo conocí los bueyes a diez pesos, los novillos a seis, las vacas a cuatro y el ganado de corte a tres pesos... y se vivía mejor que aura.
—Pero entonces no nos pisoteaban las manadas de impuestos que hoy nos dejan pelaos como caminos riales.
—No olviden que las necesidades del Estado, —intervino a su vez Sandalio,— hacen necesarios...
—Nubes de jejenes.
—Y bandadas de tábanos angurrientos.
—Y las empresas que tiene el Estao.
—Que tenía, porque cuasi tuitas se jueron barranca abajo.
—Y los altos empliaos es probable qu’ entuavía sigan mamando de la teta el Presupuesto.
—Y sería justo. Dende que antes hacían lo mesmo que aura, no hay razón para castigarlos, y más considerando que ellos no tuvieron la culpa de que las empresas se fundieran.
—No se aflijan; los comunistas nos van a sacar...
—¿Enancao?...
—Los pocos pesos que nos van quedando como fruto del sudor de nuestras frentes.
—¿Qué bichos son los comunistas, don Cayetano ? —interrogó Sandalio.
—Son unos malos bichos disfrazados de rusos.
—¿Y qué hacen?
—Por ahora discursos e insultar a Frugoni.
El Menistro
Poco trabajo, holganza forzosa y, por lo tanto, gris de tristeza en el Puesto de los Abrojos, albergue de infatigables trabajadores.
Sometidos a la inacción, ni ganas de prosiar tenían.
—Yo no sé por qué será — observó Sandalio, bostezando, que cuando no trabajo se m'entume la lengua.
Respondió don Cayetano:
—Si todos fuesen como vos, los dos tercios delos empleados públicos, habrían concluido por ser mudos.
—Asígún. El Menistro ese, más barullento qu’escobero de negros lubolos,—no te ofendás Sandalio, intercaló Feliciano, — acaba de ordenar que los empliaos del Gobierno, los comesarios, los sargentos y los polecías deben ocuparse de dir de rancho en rancho haciendo propaganda para la hacienda marca oficialista.
—Propaganda sí, pero sin derecho de arriar la tropa, como en las elesiones pasadas... y en tuitas las pasadas, porque parece que aura no es necesario el sacrificio cívico de los guardias civiles pal triunfo del Partido Colorao.
—Claro que aura que güelve...
—Aura cayate, Moreira, y aprendé lo que saben hasta los novillos chúcaros: que no es güeno rascarse en alambraos de púas anque les coma el lomo la garrapata.
Don Tiburcio intervino para decir:
—A mí me gusta ese menestrito. Las larga asina nomás, con tuita franqueza. Cuando creyó dudosa la carrera les aconsejó a sus corredores que tratasen de madrugar al contrario y hasta meter pierna, que él garantía la ceguera de los vedores de mal juego. Pero aura cree que la carrera atada pa 1922 la va ganar sin rebenque el Superior Gobierno...
—¡Pucha qu’está equivocao!...
—La confianza en el compositor que dentra.
—La confianza mata al hombre.
—No te olvidés que teniendo el poder se tiene moneda, y teniendo moneda se tiene armas y gentes, que unos por gusto y otros pinchaos por las bayonetas van p’adelante. El Menistro lo dijo: la democracia en nuestro país consiste en que siga gobernando el Partido Colorao. Y no olvidés qu’ese Menistro es un talento.
—¡Juepucha si un talento! Cada vez que abre la boca es como si rompiera un tajamar y salieran disparando los bagres juyéndoles a las tarariras!...
Sonrió Sandoval y dijo:
—Pero es para llevar los bagres a un charco de estero, donde serán más fácilmente devorados por las tarariras...
Los pasteles de tía Paula
El sábado le tocó a Sandalio ir por las provisiones a la pulpería.
Al regresar, de tardecita, demostraba tal contento, que Feliciano le enderezó una pulla:
—A la fija que se te jué la mano en la caña... Los negros cuando le toman el olor a la caña, son como las mulas, adivinan por el frescor que hay cerca un arroyo.
Sandalio, sin dignarse responder a la agresión de su eterno competidor, dijo:
—Les traigo una güeña noticia: m'encontré con la morena tía Paula y me alvirtió que tenía gana’e visitarnos y que si llevaba harina, mañana iba a venir a hacernos unos pasteles.
—¡Y los hace lindos!—exclamó Feliciano, relamiéndose sus labios de glotón.
—¡Pucha si los hace lindos!—confirmó Laguna.—P’acer pasteles yo se la echo a tía Paula al mesmo jefe de polesía.
—Al propósito’e polesía—continuó el moreno, —les anuncio qu’el comesario Morales, que oyó el oferto, se convidó pa venir apuntársele a los pasteles.
—Ese viene p’aprender.
—Algo sabe.
—Sí, pero es muy cumplidor y le gusta hacer méritos con sus superiores. Y aura que se les está poniendo ligera la polca y ven el aujero que se les v'abrir el año que viene, tratan de perfesionarse.
—Tienen mucha carpeta.
—Y habelidá.
—Y juegan siempre con cartas marcadas.
Intervino Sandoval diciendo:
—Los dedos sucios ya los conocemos; los naipes fulleros, los conocemos también... Es al ñudo que traten de sacar del medio, porque les estamos vichando la boca.
—¿Y si se deciden a seguir ensuciando?
—Los mandaremos al arroyo pa que laven lo que ensucian... Hay mucha agua en nuestro páis... Y en estos últimos años, los coronillas han crecido y aumentado mucho más que los juncos. Resistir y no doblarse. El toro más orgulloso y acostumbrado a pisotear totoras, ha de toparse con el horcón del medio y se ha de quebrar las guampas en el viejo poste de coronilla que se llama Partido Nacional, y que por ser coronilla, resiste siglos bajo tierra y no se pudre.
Tosió don Cayetano; estiró la mano para barajar el mate y el moreno atrevióse a intercalar:
—¡Lindo ese picazo!... Pero pal anuncio’e los pasteles que truje... nada!...
—No t’enojés... Comeremos los pasteles de tía Paula, y con el agua pura de nuestra cachimba, no le tendremos miedo de empacho a los pasteles del comisario!
¡Atrevido!...
Lindo domingo. Sol bueno, cielo azul, atmósfera quieta. Los pájaros habían abandonado sus casas selváticas para ir de parranda por las lomas y los bajíos. En lo más alto del cielo planeaban las águilas reales. Hasta las inmediaciones de las casas acercábanse las perdices, picoteando las hierbas y silbando despreocupadas, en la confianza de que las buenas gentes del puesto no habrían de ponerles cimbras ni tirarles tiros... Los gauchos, bravíos, indomeñables, soberbios ante los prepotentes, son tiernos como una madre para con los débiles y humildes.
Poco más allá del guardapatio, revoloteaban y chirriaban los teros jaranistas, como coreando las sonoras carcajadas de Sandalio, que festejaba así los dicharachos de tía Paula.
Muy temprano había caído tía Paula, llevando consigo todos los “preparos” para los prometidos pasteles.
Mientras la morena sobaba la masa, untándola a menudo con “grasa gorda”, Feliciano, que siempre fué afecto a los pasteles, se relamía los labios y calculaba cuántos habían de tocarle en el reparto, primeriando, es claro, y aprovechándose del bostezo de uno y de la charla de otro para doblar la carga del fusil.
La vieja interrumpió un momento la tarea para decirle:
—Parece lechuza; no habla pero se fija mucho... Comidasé tan siquiera p’alcanzarnie un cimarrón... ¿O es que la panza l'impide doblarse?...
Cuchareó Sandalio:
—No lo pinche, ña Paula; hace un tiempito que anda retobao y con ganas de hinchar el lomo.
—¿Y corcobia?...
—Veremos. Lo que yo sé es que es empacador... ¿No es verdá, hermano?...
Sonrió con malicia el chino y respondió calmosamente:
—Sosegate, hollín; estás muy orgulloso porque estás en familia... Ya se sabe que habiendo más de un negro, es negrada.
Sulfuróse tía Paula y exclamó:
—¡Atrevido!... ¿A qué te tapo la jeta con un puñao de masa?
Volvió a sonreír Feliciano.
—No vieja,—dijo;—yo acostumbro dejar leudar la masa, calentar despacito el horno y esperar que se cueza sin arrebatarse ni pasmarse...
Rió la morena y dijo, al mismo tiempo que volvía a la tarea:
—Este barrigón no s'explica mal.
—¡Dejuro! —exclamó picado Sandalio. Como qu’estudea más de una semana las palabras que va a soltar pa la semana siguiente:
—Es ansina; sólo los locos o los zonzos se largan a galopiar cruzando campos que no conocen. Tararira vieja coletea poco y sabe sacar la carnada sin tragar el anzuelo!...
Lo mejor es saber vichar
Hay desgano en el Puesto.
El desgano que pone la inacción en las almas habituadas a diaria, intensa labor, sea bien o mal remunerada.
—Mucho ruido incomoda —dijo Laguna,— pero asina mesmo prefiero el barullo al silencio. Mientras hay gritos, sacudidas, protestas, hay vida... El silencio tiene olor de velorio.
Y adhirió don Tibuicio:
—Cuando bufa el arroyo desbarrancado, no deja de meterme miedo; pero cuando se corta y las aguas que no corren se pudren, s'enverdecen y hacen morir a los pescaos, me dentra una pena igualita a cuando m'hinco sobre los yuyos del camposanto junto a ]a cruz de fierro de la sepultura de mi finada...
—Hay que caminar siempre —dijo Sandalio,— aunque más no sea pa darnos cuenta de que entoavía estamos vivos.
—Sí,—replicó don Cayetano;— pero hay que caminar siempre p'adelante y nunca p'atrás, porqu'entonces vamos viajando hacia el sitio donde duermen los muertos.
—¿Y si nos hemos olvidao alguna cosa en el camino?
—Por mucho que valga, difícilmente vale más que el tiempo perdido en dir a campiarla, sin contar con que si es prenda de valor, es cuasi seguro que algún otro se haya alzao con ella.
Feliciano creyó oportuno dar su opinión, y dijo con su mesura característica:
—No apunto en esa jugada. Pa mí son tan zonzos los que s'encaprichan en jugarle a mayor, como los que s'emporran en seguir a menor.
—¿Y es mejor saltar como sapo, tuito el tiempo, de un lao p’al otro?
—No. Lo mejor es saber vichar y mirar los dedos del tayador y los ojos de los gurupises... Vos no sabes nada, moreno, y no te dentra esperiencia porque te s’enrieda en las motas y no luegra meterseté en los sesos... El barullo es güeno muchas veces, porque hace estrilar a los otros, y enemigo que estrila desafila la daga; pero cuasi siempre es mejor el silencio... pal que tiene güen óido... ¡No tuitos los qu'están callaos están muertos!...
Tiempo aborrecido
No cabe duda de que el tiempo ha perdido la chaveta.
De pronto avanza hacia los fríos julianos y de repente recula a los calores africanos del mes de enero.
Hoy amanece con la serenidad de una conciencia tranquila, con la serenidad de una conciencia que no estuvo nunca en el cuerpo infecto de acaparadores o usureros; y horas más tarde brama y ruge el viento con los furibundos y desordenados arranques de un orador comunista.
Ahora raja el sol y luego cala la lluvia.
Al revés de las subsistencias y los alquileres, que suben siempre, el barómetro anda constantemente a brincos, de arriba abajo, de abajo arriba, con agilidades de guardia civil en día de elecciones.
Para los metropolitanos es un fastidio relativo; pero para el morador campesino, el zangoloteo atmosférico es mucho más sensible.
Las faenas rurales están sujetas a sus caprichos. Se pierde el tiempo y se pierde la paciencia con el escarbar del peludo del aburrimiento.
—¡Tiempo aborrecido! —exclamó Sandalio.— Yo ya tengo verdes las tripas de tanto meterle al cimarrón y me duelen las carretillas de tanto bostezar!... ¡Suerte perra la del gaucho!... Los manates de la ciudá, si sienten frío, prienden las estufas; si sienten calor, hacen andar las maquinitas de hacer viento...
—Y que llueva o que caigan rayos, —intervino
Feliciano,— el pulpero y el carnicero y el panadero les tráin a casa las golosinas.
—En cambio, nosotros no podemos comer ni siquiera galleta dura, porque si queremos dir al almacén, el arroyo, hinchao como un escuerzo, nos grita con los güenos modos de un comésario: “¡Da güelta, trompeta, si no querés qüe te carnée pa engordar las tarariras!”...
—Es el destino, —observó don Tiburcio.
Don Cayetano protestó:
—Nunca debe culparse al destino de las aporreaduras que sufrimos en la vida. No hay taba que no eche suerte cuando se la sabe tirar...
El pororó y las tortas fritas
Los arroyos crecidos no permitieron por varios días el arribo de la correspondencia conducida por un muchacho, caballero en un petizo chueco, de carretilla mora, dientes en horqueta y poco más alto que ternero de seis meses.
Esta ausencia de diarios aumentaba en los moradores del Puesto de los Abrojos, —enviciados en la chismografía periodística,— el fastidio de la prolongada encerrona.
El pororó y las tortas fritas ya no entusiasmaban ni al mismo Feliciano, quien veíase obligado a notorio esfuerzo para apechugar con el saldo dejado por los compañeros.
Por eso, cuando ayer llegó el mensajero, todos se olvidaron hasta del cimarrón para escuchar la lectura, o, mejor dicho, el comentario de la lectura, porque don Cayetano tenía por hábito leer para sí y luego trasmitir al auditorio lo que encontraba de interesante.
—Cada vez se enriedan más las cosas en Europa, —expresó el lector comentarista.
Don Tiburcio se encogió de hombros.
—¡Bah! —dijo.— Las tropas están muy lejos y la mar es muy ancha...
—Hay algo pa lo cual no existen las distancias ni las anchuras del mar...
—¿Los arioplanos?
—Algo más ligero: las ideas.
—Las ideas son güeñas; usté mesmo ha dicho muchas veces que un hombre sin ideas es como una carreta sin güeyes.
—Es cierto; pero debés tener presente que las ideas se parecen a un cuchillo, que en manos del hombre honrado es útil para muchísimas cosas, y en las del bandido se emplea para matar y hacer daño.
—Güeno, ¿pero no se había hecho la paz en Uropa y hasta habían firmao un papel declarando que de allá p'adelante no habrían más guerras?
—Sí; se hizo la paz en el papel y se firmó un compromiso para no peliar más; pero hasta ahora una tropilla de pueblos andan a los cañonazos y fusilazos, y los otros están aguaitándose pa meterse bala en la primera oportunidá.
—¿Y el papel firmao?
—Es como los papeles que firma el oficialismo de nuestra tierra, garantiéndonos la libertad de sufragio y cuando llegan las elesiones...
—¡Palo, y chimango al suelo!
—... se abren las jaulas de los gatos y se cierran las tranqueras de la legalidá!...
—¡Y dispués gritan y patalean si algún pobre gato montés, acosao por los perros se mete dentro de una urna de campaña!...
—Y con seguridá que lo sacan de la cola y se lo tiran a la perrada pa que lo haga miñangos.
El mate es un vicio muy malo
Provistos de una recomendación del patrón llegaron al Puesto de los Abrojos tres jovencitos provistos de escopetas, morrales y perros perdigueros.
El más locuaz de los tres expresó que habían aprovechado la semana de turismo para dar un descanso a sus dobles fatigosas tareas de profesionales y legisladores.
—Yo no sé, —dijo Sandoval;— pero por lo que veo debe ser tremendo el oficio de diputao.
—¡Abrumador! —exclamó el doctor X.
—¡Y de inmensas responsabilidades! —agregó el doctor Y.
—¡Tenemos que estar velando siempre por los intereses del país, desde los más pequeños a los más trascendentales! —terminó el doctor Z.
—La verdá, —intervino cachazudamente Sandalio,— que carece tener resuello o’ parejero para prosiar tres o cuatro horas de un tirón...
—¡Oh!... ¡Ustedes no se imaginan la cantidad de substancia gris que se gasta en esa lucha diaria!...
(Feliciano, en voz baja, a Sandalio): ¿Qué será eso de sustancia gris?
(Sandalio a Feliciano, del mismo modo): Debe ser la saliva.
—Nosotros tenemos el mayor gusto en ponernos a las órdenes de ustedes, —expresó don Cayetano;— pero van a pasarlo mal, porque en estos ranchos pobres no tenemos comodidades que ofertarles.
—¡No se aflija, viejo!... Estamos cansados de la molicie y el refinamiento metropolitano, y venimos decididos a vivir una semana la vivificante vida animal, a pleno aire, a pleno sol, comiendo churrascos, bebiendo agua del manantial y durmiendo a la intemperie.
—Las noches están fresquitas...
—No importa; traemos buenas mantas y una buena carpa.
—Lo pior es que no tenemos nada que ofertarles... Sólo que apetecieran un cimarrón...
—Gracias, viejo... El mate es un vicio muy malo y muy peligroso y dañino en todo sentido. Además de ser trasmisor de las peores enfermedades infecto-contagiosas, como la sífilis y la tuberculosis, fomenta la pereza, la haraganería, la indolencia, haciéndole perder un tiempo precioso a los trabajadores del campo... Nosotros tenemos te en abundancia.
—Sin embargo, —insistió tímidamente don Tiburcio,— nosotros, a pesar del mate, nosotros trabajamos, un día con otro, arrimaíto a doce horas...
El doctor X, replicó con entonación severa:
—¡Hacen mal!
—Violan la ley, —expresó el doctor Z.
—Deben trabajar ocho horas solamente —agregó el doctor X.
Don Tiburcio inclinó la cabeza, concretándose a responder:
—Así ha e’ ser.
Don Cayetano, con marcada sorna, dijo entonces:
—Podría ofrecerles un trago e’ caña...
—¡La caña!... ¡La caña, amigo viejo, es el peor enemigo de ustedes! ¡La caña!, veneno mal- dito, que arruina al mismo tiempo el cuerpo y el espíritu, el mejor aliado de la tuberculosis y la demencia y el crimen; la degeneración física, la ruina moral! —exclamó con vehemencia el doctor Z., quien, aunque no se le ve, es médico.
—Además, nosotros traemos seis botellas de wisky, —observó con simpleza el doctor X.
—Supongo, —dijo el doctor X., cambiando de tema,—que habrá muchas perdices por acá.
—No, señor, —respondió humildemente don Cayetano;— por regla general las perdices no viven en los bañaos; en cambio, abundan los biguás.
—¿Son buenos para comer?
—Han de ser. Dice el refrán: “Ave que vuela, a la cazuela”... Y hay mucho aperiá, también; con los perros los pueden cazar fácilmente.
—¿Y se comen los aperiases?
—Yo no he comido nunca; pero se han de comer. Hay otro refrán que dice: “¡Todo bicho que camina, va derecho al asador!”...
¡Yo no preciso careta!...
Hasta el escondido Puesto de los Abrojos no llega nunca la vocinglería carnavalesca.
El habitual silencio de la agreste soledad, sólo es turbado, de tiempo en tiempo, por sus voces habituales: el mugir de los toros celosos; el balar de los terneros en busca de la madre desamorada; el sonoro relincho de un potro; el ladrido de los perros en toque de alarma; las melodías de las calandrias y los zorzales, del cardenal y el jilguero; la voz altiva de los chajáes y las voces burlonas de los teruteros y el grito cínico de los zorros y los coros monótonos de las ranas en el bañado, y el lúgubre graznido de la lechuza...
Por otra parte, el Carnaval nunca tuvo grandes prestigios entre las gentes campesinas.
El disfraz repugna al gaucho; la careta le asfixia; no gusta ocultar, ni aún momentáneamente, su personalidad.
Por eso cuando Sandalio se lamentó exclamando:
—¡Pucha que vida de aperiases que hacemos nosotros, siempre metidos entre pajas y abrojos!
Don Cayetano interrogó:
—¿De fijo que te habría gustado ponerte una careta?
Rió Feliciano y dijo:
—Careta de blanco, con seguridá, pa dejar de ser negro por unas horas...
—¡Yo no preciso careta...! —protestó el moreno.
—Eso ya lo sabemos.
—¡Pa decir la verdá!... Me habería gustao, eso sí, dir al pueblo pa bailar unas cachiquengas... Tengo entumidas las tabas y hace tiempo que ando con ganas de hamacarme en un bailongo hasta que se me reditan...
—Las... —insinuó maliciosamente Feliciano; pero Sandalio, levantando en el alto su banquito de coronilla, exclamó amenazante:
—¡Decilo y te meto los sesos en la panza!...
—No lo digo... porque no tengo ganas de peliarte.
—Vos nunca tenés ganas pa nada, ni siquiera p'hablar.
—Porque a mí no me gusta gastar la plata ni las palabras al ñudo.
—Es lástima que no sigan tu ejemplo algunos manates de la ciudá, que guardan los pesos y desparraman las palabras y las promesas como si juesen agua’e lluvia, que no cuesta trabajo rejuntarla.
—Pero naides les cree... ¡Son lechuzas muy cascotiadas!...
Calíate, Moreira
En el Puesto del Fondo don Cayetano ha asumido temporariamente y en ausencia de don Tiburcio, el mando supremo.
Está hecho un Batlle.
Naturalmente sin abrazos con Viera y Galarza y sin caídas al porfirismo; sólo lo imita en sus pretensiones de estratego.
Como aquél, se preocupa mucho de la caballada.
—Carece tener las reservas como reloj... El pangaré de Sandalio lo vide pesadón y al entrepelao de Feliciano panzón por demás.
—Como el dueño.
—Se mi hace qu’está medio encharcao.
—No serifícil, ayer jué en él a la pulpería y puede que le haiga hecho tragar al animal la caña que a él ya no le cabía en la barriga.
—Callate Moreira, si no querés que te peine las motas con la rasqueta de asentarle el pelo a mi parejero.
—Callensén los dos —ordenó Sandoval.— Trate de tener cada uno su caballo en buen estado para la recorrida del 28. Vos, Sandalio, agarra pal rincón de los Teruteros y arriame hasta los tuyidos... Y vos, Feliciano...
—Yo me largo pal pajonal de los Zorros, ande soy baquiano, y le garanto que aunque sea agarraos de la cola, le viá traer tuita la manada, dende los viejos carcutas hasta los charabones ricién emplumaos.
—En cuanto a mí, —expresó Laguna,—dejenmén obrar por mi cuenta, que viá dir rejuntando güevos guachos y pueda ser qu’enllene tuito el poncho con el rosario.
—Tenga cuidao no se le ruempan.
—Está al ñudo la alvertencia: estoy muy acostumbrao a lidiar con güevos de ñandú.
—Batlle dice lo mesmo.
—Sí, pero lo dice dende su cueva de Piedras Blancas y pu’esos laos nu hay más avestruces que los melicos que lo cuidan.
—Bueno, muchachos —intervino Sandoval;— no perdamos el tiempo en escarceos, y no olvidemos que todos somos blancos.
—¡Dejuro que tuitos somos blancos! —exclamó el negro Sandalio, desparramando la jeta en una sonora carcajada.
—Y que en esta california vamos a correr de punta en punta, sin espuela y sin rebenque, con el caballo sobre el freno y la cara güelta, golpiandonós la boca!
—¿Y el colorao sangre’e toro?
—No va hacer más que mosquiar a cada rebencazo y va rebollar los cuartos cincuenta varas antes de pisar el mamador de la sentencia.
—Él se tiene fe.
—También se tenía fe en Fray Mareos, ande le hicimos cosquillas en el lomo con las puntas de nuestras lanzas.
—¡Y aura lo vamos a azonzar a balotazos por la cabeza!...
Bolear al perro
(p 39)
El negro Sandalio profesa un gran respeto y un profundo cariño a don Cayetano Sandoval.
Lo quiere porque es bueno, austero, ecuánime.
Lo respeta porque entre el bicherío chúcaro de la comarca, resulta casi un sabio. ¡Las veces que han ido a consultarlo el comisario, el juez de paz, el teniente alcalde y hasta el pulpero don Benito, que son las gentes de más letra menuda de cuantos pastean en el pago!...
Pero ahí está, precisamente, la causa del conflicto que se le ha enredado a Sandalio debajo de las motas.
El desearía quererlo más y respetarlo menos, en el sentido de vasallaje intelectual. Porque, hay que decirlo en honor de la verdad, don Cayetano abusa un poco de su superioridad, y no obstante la severidad con que juzga a los acaparadores, él también es un acaparador: cuando toma la palabra, —y lo hace con demasiada frecuencia,— es difícil que nadie se le logre meter por debajo del poncho.
—Dispués de todo,—monologaba Sandalio,— él sábe por qué se mete en la cabeza cuanto tráin los diarios... Y güeno, lo que cabe en un mate de cristiano, cabe en el de otro. La custión es saber dir acomodando las astillas de sensia... En teniendo leña no envideo a naide pa saber cargar un horno.
Y de ahí que el moreno aproveche hasta las horas de la siesta en leer cuanto diario o pedazo de diario le cae a mano.
Con esa asiduidad, es natural que su ilustración crece, despacio, pero seguido, como arroyito con las lluvias mansas de los temporales de otoño.
Don Tiburcio y Laguna no le llevan el apunte; en cambio, Feliciano aparenta interesarse mucho en sus peroraciones. Pero que mientras Sandalio habla, ejerciendo de filosofastro, él corta y masca, comiéndose casi la mitad de la parte de asado que le correspondería.
—A juerza e’ pasensia,—dice,—me voy haciendo un rodeo do conocimientos y vamo a ver cuando me presiente con mis produtos a la Tablada inteletual.
El viejo Laguna, sonrió con sorna y respondió:
—Yo no te digo diferente, pero te hago acordar que hay muchos que llevan lazo a los tientos y boleadoras en la cintura y no son capaces de enlazar un poste del palenque ni de bolear al perro que trota a su lao cuando salen al campo... Es un decir, no más; no te vayas a ofender!...
Esperando que granen las mazorcas...
(p 41)
El tiempo está incierto, indeciso, vacilante. La atmósfera amanece tranquila, pero es para encabritarse de pronto, fastidiando a los maizales requemados por la sequía.
A veces se siente en lo alto el retumbo de un trueno abortado, un trueno que parece ser la expresión de una gran cólera olímpica y se apaga como remedo infantil...
En el puesto, don Cayetano se ha pespuntado los labios, y los contertulios, influenciados quizá por la sueñera que causa el espeso resuello del viento Norte, ni para bostezar abren la boca.
Con esfuerzo, con verdadero esfuerzo, envenenado con las palabras que tenía amontonadas en el buche desde más del ahorrar de una semana, Sandalio se atrevió a decir tras dos recias chupadas a la bombilla tupida:
—Tuito parece amauláo; el verano afloja y el otoño amaga y no atropella; los ventarrones que se alinean en el abra, se desparraman y se desparraman y se deshacen en la llanada; los que gritan, gritan con la cabeza p’abajo y la ronca se apaga en el pasto, sin asustar siquiera a las iguanas...
—¿Y vos no sabes a qué se debe eso, de ande resulta ese estao de abombamiento en que nos vamos arrastrando unos más y otros menos?... —interrogó Feliciano.
—Si no lo sabes vos que te pasas entre el maizal...
—Esperando que granen las mazorcas...
—Y bombiando a las cotorras de pico afilao, que de puro ganosas escarban el nido en la coronita del ucalito grandote, las cotorras cebadas qu’esta vez están furiosas porque las hacen esperar pa dentrar a la güerta al desperdicio...
—¿Dejan dentre?
—Cartiá no más... ¿qué decías?
—Iba decir qu’el que poco poco y el que mucho mucho, cuasi tuitos andan indigestaos y mientras no se resuelvan a tomar unos mates de flor de ombú...
—Hay algunos, che, que como el menistro el enterior ha cambiao no sé cuántas cebaduras y siempre le sale el mate lavao...
—¿Y si no sabe, el pobrecito?... En ocasiones grita y algunos creen que grita porque ha resolvido hacerse el malo... pero es solamente porque se ha quemao los dedos errándole la boca al mate... La mama dice que dende chiquito jué angina, medio soplame un ojo.
—Pa’ el momento el que anda con más retorcijones de barriga es el aparcero de Vilsón.
—A cualisquier estómago le doy la chatasca que Batlle le hizo tragar al pobre mocito!... Más de media docena de comesarios crudos y sin limpiar, tuitos enllenaos de muquiranas y otras sabandijas piores, d’esas que, se crían como mundo en las mesas de las timbas y dispués engordan en los cajones de las mesas de las comeserías...
—¿Y cómo a Batlle nunca le hicieron daño?
—¡No le hicieron daño!... primero, porque tiene un buche e'ñandú capaz de digerir hasta una piedra e’bola charrúa; y dispués por qu’el los tenía discansaos, cuidaos a galpón y seguro, —¡zorro viejo!— de que nunca lo iban a agarrar sin perros, pegándoles un susto que les revolviesen los hígados.
—Pucha, —exclamó Sandalio—, yo no puedo decir porque no he probao, pero se mi hace que carne e’ policiano ha e’ser gedionda como venao macho y patiadora como güevo e’ ñandú...
—Güeno, calla... Otra güelta se nubla el cielo... Pueda ser que llueva...
¿Mirar qué?...
—Feliciano, —interpeló Sandalio—, ¿qué haces que no te comedís p’algo?
—¿Pa qué?
—Pa echar siquiera un poco e’leña al fogón, tan siquiera pa que haga llama y nos podamos ver las fisonomías.
—El chino, —observó Laguna—, no es muy amigo e’ las luminarias.
—Dejuro: el trabajo d’el es dormir y pa dormir cuanti menos luz haiga, más gusto le da al ojo.
—Y al fin y al cabo, —intervino don Tiburcio—, no se precisa mucha luz pa enebrar las cuentas d’este rosario.
—La culpa es de don Cayetano, que le ha dao por dir al pueblo a enlazar las mozas del pescuezo con tientos de papel coloriao.
—Dijo que quería ver cómo se disfrazaba Brum, si de Wilson, o de San Peña, o de Lorenzo Latorre. y si saldría solo o en comparsa. El menistro Terra li aconsejó que se vistiera de Juan Moreirá y salieron haciendo sonar las nazarenas y escupiendo pu’el colmillo.
—¿Y el mocito, no agarró?...
—¡Qué había de agarrar! Si acordó del papel ñato que le había hecho su comparsa el 30 de noviembre y reculó pa la cueva. “Si querés andá vos”,—dijo.
—“Si mi ata los perros voy”,—respondió el mayordomo.
—“¡Vaya una gracia! Sabiendo que están ataos los perros y dormidos los viejos, yo también me animo a gritar.
—“Haciéndose guardar la espalda con don Pepe... ”
—“¡Gracias!... Dios nos libre de semejante socio!... Bien escarmentao quedé con lo sucedido en la otra, en que dispués que robamos juntos la vaca y él se quedó con media res y el cuero, el sebo y hasta las achuras, salió testiguando contra mío, y que si el comió no más de convidao y porque solo dispués vido la marca y albirtió qu’el animal era ajeno!... ”
—¡Y lo que dentra en esa panza no sale ni con indulto!...
—De cualisquier manera, —exclamó Sandalio—, a mí mi extraña que tuitos estos rícién conscritos como diputaos no hayan organizao alguna comparsa.
—Dicen que se preparó una titulada: “Los que dentran por la ventana y salen por el portón”.
—Pero no salieron.
—Salieron antes.
—Sin embargo, naide los vido.
—Tampoco los vieron los milicos que votaron por ellos, ni sabían de qué pago eran criollos, ni qué madre los había echao al mundo. Pero eso no era motivo para dejar de atracarles el voto, dende que mandaba el Presidente Bruna y el menistro Terra, ese que le quitó la maginaria a Manini Ríos, con gozo de esos que entuavía creen que con manos limpias se pueden hacer chorizos oficialistas...
—El Presidente...
—Se puso a tiempo la vincha pa que no le cayese el pelo a los ojos y le permitiese mirar.
—¿Mirar qué?...
—Cómo decrece el prestigio del Carnaval, del disfraz y la careta...
Juertazo
Ni la lluvia torrencial consiguió apagar las brasas de coronilla y espinillo del fogón que las gentes del Puesto de los Abrojos encendieron por coquetería al aire libre, para que alumbrara el campo, en luz de triunfo, precursora de la luz radiosa del sol que hoy debía saludar el triunfo de la democracia.
—¡Arde lindo y ya no lo apaga naides! —exclamó Feliciano, derritiéndose con el calor de las llamaradas,
Sandalio, más compadre que ninguno, gritó, tirando al suelo su chambergo:
—¡Y si hay un toro que se atreva a escarbarlo, que atropelle pa ráirnos y verlo salir con las patas chamuscadas y la jeta babosa!...
Y el fogón ardió toda la noche y el trasfoguero se mantuvo encendido para hermanar el rojo de su brasa con el rojo de la aurora del nuevo día.
Al amanecer cayó al puesto el comisario Morales con el caballo aplastado.
Iba sólo; los milicos no pudieron seguirlo; se les habían cansado los matungos en tanto galopar de mesa en mesa para cumplir sus deberes de protección al gatuperio.
—¿Qué tal, amigo? —interrogó Sandoval.— ¿Cómo anduvo eso?... Ya sabemos que hasta los monteses los arrastraron pa las urnas.
—Se hizo lo que se pudo,—respondió modestamente el comisario. Se hubiera podido hacer más, pero aura el paisanaje está muy duro ’e boca.
—Es que los muchachos se han hecho hombres y los potrillos se han convertido en potros.
—Y cosquillosos todos.
—¡Dejuro!... En nuestro país sólo los reyunos de las polesías y los patrias del ejército se dejan manosear sin encogerse.
—Porque son de línea.
—Porque son el refugo.
—Y a todo esto, comisario, ¿para quién tropeó usted, para Batlle o para Brum?...
—¡Pa los dos!... Son del mesmo estud.
—Es juerte Batlle.
—Juertazo.
—Sobre todo cuando le arriman el hombro los presidentes. Pero acuérdese qu’el 30 ’e Julio, cuando Viera le ladió el caballo, midió el suelo con tuito lo ancho el lomo.
—A cualquiera se le atraviesa un aujero.
—Y en esta ocasión ha sacao un mal placé, haciendo un papel ridículo dispués de las fanfarronadas de las usuras que andaban dando sus partidarios, confiados en el apadrinador.
—Giieno; pero la culpa no es del máistro, sino del apadrinador, qu’es un gurí maturrango... Pero ya irá aprendiendo.
—Ya aprendió bastante pa la edá que tiene.
—Güeno, muchachos; aura ya pasó la pelea, hablemos de otras cosas. ¿Churrasquiaron bien ayer?...
—¡Ya lo creo!... Asamos un novillo grandote, flaquerón, eso sí, porque hace dos años que lo echaron del potrero alfalfado del Presupuesto, carne dura y medio con gusto a pato jediondo, pero que convenía carniarlo porque no valía ni el pasto qu’estaba comiendo.
—¿De qué marca?
—Marca Porfirio Díaz.
¿Cómo anda el camoatí?
Don Cayetano acaba de regresar de la ciudad, y sus contertulios lo asedian a preguntas.
—¿Qué se miente pu’el pueblo grande?...
—¿Cómo anda el camuatí?
—¿No se ha atao ninguna carrera interesante?
Don Cayetano escucha, y luego responde calmosamente :
—La carrera grande, de mayor importancia de cuantas se han corrido hasta ahora, hace tiempo qu’está firmada y los compositores están trabajando juerte sus parejeros pa el premio revancha que se jugará el año que viene.
—Y esa ha e’ ser muy reñida.
—¡Ya lo creo!... ¡Como que se jugará el porvenir del páis!...
—¡Pa mí que la ganamos de punta a punta!— saltó Sandullo.
El viejo Laguna, siempre desconfiado, meneó la cabeza y dijo:
—¿Pa ganar no basta, tener caballo de sobra; carece contar con mal juego, y por disgracia sabemos qu’el contrario, cuando no la gana la empata y en el desempate siempre encuentra recursos pa robarnos la plata.
—Pa usté compadre, —observó Sandoval,— todo se le aparece negro como paredes de cocina vieja.
—Y tengo razón. Cuanti más vieja es una cocina, más negrea el hollín, y cuanti más viejo es un hombre, menos cree en qu’el zorro cambée de mañas.
—La ley le ha puesto un freno mulero. No olvide compadre, que en el camino se hacen los bueyes y que al rigor de la picana hasta los más caprichosos y rebeldes acaban por entregarse y por convencerse de que el yugo del trabajo se ha hecho para todos...
Sandalio intentó meter baza:
—Güceo, pero...
Don Cayetano, sin atenderlo, prosiguió:
—... y que de nada sirve inventar esa verdá para arrancarles la plata a los que trabajan y producen, para con ella alimentar a los zánganos, a los inútiles, a los que no tienen nada porque son incapaces de hacer nada...
—Sí, pero...
—... y a los que tienen la mentada laboriosidá de las hormigas, que consiste en transportar el producto robado de trabajo ajeno.
—Yo quería decir... — insistió Sandalio— que...
—Es fácil tirar semilla a la tierra; lo difícil, lo penoso, lo meritorio, es doblar el lomo para cultivarlas y hacer que den fruto. ¡Hay quien sabe trenzar muy bien un lazo, pero no sabe enlazar un novillo!...
Dicho esto, don Cayetano se levantó y se alejó malhumorado del galpón.
Cuando hubo desaparecido, Sandalio exclamó:
—¡S’está convirtiendo en un latifundista... de palabra!...
Trata de ser güeno
—Mañana es mi cumpliaños,—dijo Feliciano, y terminó la frase con un prolongado bostezo.
—Dende el prencipio ’e la semana que lo venís cencerreando, pa que no nos olvidemos... De tempranito viá dir a la pulpería pa comprarte un rial de caramelos,—respondió Sandalio.
Y salió para acarrear una brazada de leña; mas, al llegar a la puerta del galpón, detúvose exclamando:
—¡Güé, güé!... Ahí viene tía Paula haciendo sonar los cacharros... Parece que ti as arremangao p'hacer festejo grande!... ¡Giienos días, tía
Paula!...
—Asina te los dé Dios, m’hijito...
—¿Le alvirtió Feliciano que mañana era su santo?
—No carece alvertencia pa la negra vieja que nunca se olvida ’e los amigos... Güenos días, mozada... Jesú! qué cara e’ viernes santo que tienen tuitos... ¿Les ha cantan alguna lechuza?...
Sandoval respondió:
—A los viejos las lechuzas nos cantan a todas horas, en reemplazo de las calandrias y los sabiás, que hace tiempo juyeron d'estos árboles secos...
—Jesú!... ¡Ni que juese el día ’e los finaiítos dijuntos!... Ejé... Tome un trago ’e cazaza p'alumbrar la calavera.
—Usté siempre prevenida, tía Paula.
—Dejuro. Con este invierno que se ha empacao como menistro qui hace que renuncea y no se va, dejando a la primavera qué se aburra d'esperar ajuera'el rancho, hay que meterle un poco ’e juego a las tripas pa que no se yelen.
—¡Habló lindo l'anciana! —exclamó Sandalio.
—Yo le viá pegar buche y trago a la morocha!...
—Espérate, morocho, que tome la gente... Güeno, Feliciano, comedite a bajarme los preparos... Traigo ’e tuito: harina, dulce ’e leche, canela en rama y molida y clavo dé olor y azúcara... Güevos, eso sí no truje, de miedo de hacerlos tortiya con el trote ladiao de mi mancarrón...
—Gracias, vieja, —respondió Feliciano con su mejor sonrisa,— veo qu’en tuavía hay quien se acuerda de mí.
Intervino don Tiburcio para decir:
—Más de uno si acuerda de vos. Tratá de ser güeno y has de ver cómo macoyan las simpatías.
—¿Y qué hay qui hacer pa ser güeno?
—Poca cosa: no hacer daño ni apadrinar a los que sólo viven p'hacer daño, —expresó Sandoval.
¿Y el resío?
Recostado a un poste del guard'apatio, don Cayetano observa con visible satisfacción la chacra que prolonga por cuadras y por cuadras el verde bosque del maizal.
Por la mañana lo había recorrido de punta a punta y de lado a lado, admirando el vigor extraordinario de las plantas, que alcanzan a cerca de dos metros de altura y ostentan cada una de seis a ocho soberbias mazorcas.
Pero, observado desde el alio, en toda su extensión, el cultivo adquiere un aspecto majestuoso, sólo comparable al de un gran campo de trigo.
Don Cayetano fué sorprendido por el viejo
Laguna en su embebecimiento y dijóle, emocionado él también;
—Muchas canseras nos cuesta, muchos charquitos de sudor dejamos en los surcos, pero parece qu’el sudor de las frentes engorda la tierra!... ¡Este año vamos a tener máiz como mundo!...
Sandoval dibujó una sonrisa melancólica y exclamó:
—¡Vamos a tener!... Convénzase, compadre: nosotros, haciéndolo todo, no tenemos nada...
—No compriendo.
—Es fácil comprender: la carne de los novillos que engordamos; la lana de las ovejas cuyo cuidado tantos trabajos nos da; el trigo y el maíz de nuestras sementeras, de cuanto hacemos, de cuanto producimos, sólo algunas migajas quedan para recompensar nuestras fatigas.
—¿Y el resto?
—El resto nos lo quitan para mantener el ejército encargado de sobarnos la badana, si cansados de aporreos nos disponemos a desensillarnos corcoviando; y otro ejército de empleados públicos, dos tercios de los cuales no tienen más misión que pialarnos los votos en las urnas, cuando nos resignamos a creer en las promesas de liberta y legalidá de aquellos que después de convidarnos para dentrar en la penca, nos echan al camino los perros policiales, a fin de ganarnos la carrera de cualesquiera layas que sean, alegando que carecemos de condiciones para gobernar el páis.
—Y por eso, dejuramente, hacen el sacrificio de seguir gobernando ellos mesmos... y de seguir trasquilándonos!... Es asina!... Tiene razón, compadre...
Guardando sebo de riñonada
Desde el Puesto de ios Abrojos escribe el negro Sand'alio:
Señor patrón de “El Páis”:
Mi’ha de desculpar usté el atrevimiento que me tomo d'enderezarle esta carta, que voy escrebiendo despasito y con mala letra, y dispués de desearle salú, que la mía es güeña, a Dios gracias, paso a decirle:
Que nuestro amigo don Cayetano hace tiempo que anda apestao de la vista y además con la pajarilla caída; y di’ái que no pueda ler las gacetas y esté más seco que pechuga de ñandú.
Ansina es que nos encontramos embretaos en el Puesto, como peludo en la cueva, y cuando nos cái alguna noticia de la capital, llega tan arrugada, amarillenta y rompida, como esas cartas que uno lleva muchos años en el bolsillo y que dispués ni el mesmo cura con espejuelos enihebra las palabras.
Aura, por ejemplo, el cometario nos viene soplando al oído que los deputaos, condolidos de los pobres gauchos, están cinchando pa que los patrones nos paguen unos sueldos machazos, como p'hacerles colita a los cajetillas del pueblo. Porque yo entoavía no vide a ningún cajetilla, ni mesmo en los empliáos del Gobierno, gastar cuatro trajes y dos ponchos por año. Cuando oyó esto Feliciano, que le gusta más vestirse por dentro que por juera y que saber decir qu’en barriga llena no dentra frío, la protestó:—“¡Macana!... Un poncho que no sepa trabajar por lo menos tres años es maula de nacimiento. Y lo pior es que vamo a tener que comprar un bául por año y apeligramo que la polilla se lo trague tuito. Lo que me parece poco es lo de seis pares de escarpines por año.” Y yo le dije: “Como nos dan seis pañuelos pa las narices y vos siempre te sonás con los dedos, cambialos por escarpines.”
Y jué entonces que abrió el pico don Tiburcio pa decir: “A mí lo que más me indina es eso de los treinta pesos por año pa médico y botica... ¿Se habrán cráido esos manatos que nosotros somos tuitos unos apestaos?”... Laguna, que hace más de veinte años no se corta el pelo ni se afeita, protestó contra los cinco ríales mensuales que haberá que darle al peluquero.
A la fin, patrón, aquí andamos enredaos con tanta promesa, y pa decirle la verdá, un poco julepiaos también, porque tenemos la esperiencia de que cuando los de arriba nos regalan un churrasco es pa carniarnos una res, y puando nos ofrecen mucho, ya encomienza a dolernos el lomo y vamos preparando salmuera y guardando sebo de riñonada.
Y aquí no más yi’á rematar el corredor porque se m’está acabando el tiento. Con memorias de tuitos los del puesto, saluda al patrón respetuosamente —El negro Sandalio.
Te parecés a la flor de la Oración
En el entender de las gentes del Abrojal, la política anda como el tiempo.
Este otoño, que después de una briosa atropellada se sentó en los garrones y se viene tibio y mansito, y esta política dulzona y desabrida como baya de mburucuyá, traen preocupados a nuestros agrestes amigos del Puesto.
El tiempo y la política se les aparecen como yunta de zorroclocos, dos vivos que se hacen pasar por zonzos, para aprovechar el descuido de los zonzos de verdad.
—Por las dudas, —esta es opinión del viejo Laguna, a quien como desconfiado no le ganan ni las tarariras de los cañadones;— por las dudas, —dijo,— conviene no salir al campo sin llevar el poncho de valija.
—¡Bah! —exclamó el negro Sandalio.— Pa mí, que llueva; no le tengo miedo al agua!...
—Sin embargo, —observó Feliciano;— vos siempre corres peligro con los aguaceros.
—¿Qué peligro?
—Que te destiñas en parte y te quedes tubiano negro.
—¡No hay cuidao!... ¡Me confundís con vos, que te pareces a la flor de la Oración: es celeste, y en cuanti la cuecen se güelve colorada... Hay muchas flores de la Oración desaparramadas pu’ el páis...
—¿Tuitas cocinadas?
—Muy poquitas, porque la inmensa mayoría prefieren quemarse al sol, aguantar los aguaceros y los ventarrones y morir celestes como nacieron.
—Yo creiba...
—Vos creibas, porque sos más venenoso que duraznillo negro.
Don Tiburcio intervino:
—Güeno, güeno!... Dejensén d'estarse tirando puñaladas con cuchillo de palo y hagan lao pa conversar los demás.
En seguida, dirigiéndose a don Cayetano, que estaba engolfado en la lectura de los diarios, interrogó:
—Diga, amigo Sandoval, ¿qu’es ese enriedo de los socialistas qu’está metiendo tanto barullo?...
—Ruido de latas, nada más.
—Yo quisiera dir a la ciudá pa prosiar con los socialistas p'aprender como se asa ese bicho.
—Saldría lucido: ellos son los que menos lo saben.
—Espliquemeló usté entonces.
—Mire, usté conoce el dicho más viejo qu’el tabaco negro: “El vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo”.
—¡Dejuramente que lo conozco!...
—Pues es más o menos lo mismo.
El paisanaje está tranquilo
A la tardecita regresó Sandalio de la pulpería con las maletas infladas de provisiones y diarios, la provisión predilecta de don Cayetano.
—¿Qué se cuenta en la pulpería? —interrogó
Laguna.
—El pulpero cuenta los níqueles y los demás cuentan los días que faltan p’al cachiquenga del 28.
—¿Hay entusiasmo?
—Hay algo mejor: el convencimiento de que dir a votar por el partido de las libertades, no es sólo un deber, sino una conveniencia pa tuitos. Su compadre Santos Melgarejo, estuvo diciendo:
—“Dend’el 97 hasta aura hemos limpiao mucho el campo, pero entuavía quedan abrojales y si descuidamos arrancarlos antes que florezcan...”
—Corremos el peligro —interrumpió Sandoval— de que algún mal intencionado sople, aventando las semillas, y tengamos que empezar de nuevo.
—Asina dijo don Santos. El paisanaje está tranquilo. Ni vivas ni mueras de ninguna laya. El entusiasmo está guardao debajo el poncho, como las armas, pronto p'hacer juego cuando llegue el momento de demostrar con otro 30 de Julio que los ciudadanos de nuestro partido lo mesmo saben defender las libertades con una balota como con un fusil...
—¡Esa pluma no es del ave! —intervino Feliciano.— ¿A quién le robaste el compuesto?
—¡Yo no robo, che! —replicó airado el negro.— Escucho a los que tienen más sabeduría que yo y siempre algo se me pega.
—Como los abrojos en las motas.
—En cambio a vos se te pegan todas las mañas del zorro... Tamién estuve en la comesaría —agregó Sandalio después de un corto desahogo.
—¿Y cómo andan los eletores del oficialismo?
—Pa mi gusto, con el rabo entre las piernas y medio como asombraos. Lo colijo por lo blanditos que están y dulces como miel de lechiguana... Afigúrense qu’el sargento m’hizo sentar y me alcanzó un mate, medio lavao, eso sí disculpándose d’esta laya:
—“Andamos muy cortaos. Antes pa este tiempo nos refilaban moneda que daba gusto, pero aura ni medio. Vamo a la pulpería y si algún blanco no nos envita con la copa, nos quedamo a pico seco, porque los nuestros dicen que de arriba no les mandan nada y que sin escobas naide barre. Y yo digo: ¿Quieren que ganemos eüciones así?... No amigo, hay que hacer sonar la lata, pero tamién hay que hacer sonar los patacones!
—¿Asina dijo el sargento?
—Asina mesmo; y diba a decir más, pero en eso entró el comesario con cara de haber estao mascando juego, y el sargento se calló y yo me juí...
¡No sea “retógrado”, viejo!...
Las lluvias pertinaces paralizaban las faenas camperas.
Por otra parte, poco hay que hacer; mirar cómo crecen los pastos en tal abundancia que amenazan amachorran las vacas y enflaquecer las ovejas... y churrasquear borregos lanudos antes de que las aguas y los calores de estío los extenúen y los maten, ofreciendo espléndido botín a cuervos y caranchos.
Don Cayetano dijo con profunda tristeza:
—Es un crimen que dejemos sin esquilar, exponiéndolo a que se arruine de un todo, un borregaje tan lindo!...
—Dejuro qu’es pena; pero dende que no paga el costo de la esquila y el cordero vale menos qu’el flete del fierrocarril, hacerlo sería tan bobo como gastar un rial en chumbos para matar un chingolo.
—A seguir ansina las cosas. —terció Laguna,— vamo a tener que dedicarno a amansar novillos pa güeyes y sobar coyundas, para dir, como en el tiempo di antes, con las lanas y los cueros en carretas hasta Montevideo.
Feliciano protestó:
—¡No sea retógrado, viejo!... No puede negar qu’es blanco... Venir a hablar de carreta ’e güeyes en este tiempo ’e los autobuses y los aireplanos!... ¿No vido lo que dijo un diario qu’ el Gobierno va plantificar sobre el pucho una tropilla de fierrocarriles de su marca que van a dejar a los de los ingleses más chatos que un vintén brasilero?
—Más fe les tengo a las cataplasmas de lino,— opinó Sandalio.
—Yo le apunto a la mesma carta, —dijo don
Tiburcio.— Cansaos estamos de cojinillos blancos y de saber que las empresas d'estos grandes gobiernos agringaos son como baguales domaos por maturrangos: cuando los entregan al servicio están quebraos en la boca, mancos del encuentro y con más mañas que un zorro y que no valen ni el pasto que comen.
—Esa no la peleo. —argüyó Feliciano;— pero naides me cambea la idea de que al Gobierno le conviene tener una güeña tropilla de caballitos de fierro.
Sonrió Sandoval, asintiendo:
—Sin duda que le conviene. En su cuidao se pueden colocar con buenas mesadas, muchos miles de “amigos”, quienes al cáir las elesiones, irán, por agradecimiento, a darles una manito a los policías y a los soldados de línea.
En Europa están muy atrasados
La gente del Puesto de los Abrojos, sobre todo Sandalio y Feliciano, se aburren “como peludo en la cueva”, —según dicho del primero.
Don Cayetano anda caviloso y como si se le hubiese agriado la cebadura en el mate.
Casi no habla; más rezonga que habla; rezonga con las moscas que lo obligan a darse formidables cachetazos, casi siempre inofensivos para el cargoso insecto; rezonga con los perros que se le ponen por delante, y rezonga con el “pucho” que de continuo se le apaga porque, a menudo y durante largos minutos, se olvida de chuparlo.
El viejo Laguna no habla, porque, —afirma—, con el frío que hace las palabras se le yelan antes de salir por el portón de la boca.
Don Tiburcio, preocupado con que los novillos no engordan y las ovejas se mueren, y el maíz no crece y a la alfalfa la come la cuscuta, está más cerrado que potrero de gringo y más amargo que la guacina.
—Dende hace unos años, tuito cambea, —expresó Sandalio.
—Sí, —gruñó Sandoval—; tuito cambea, menos los malos gobiernos, que ya no nos van dejando ni sebo en las tripas.
—Pero hacen leyes lindas, tan lindas que hasta en las Uropas nos las envidean!
—Sí; en Europa están muy atrasados, Sólo Rusia puede compararse con nosotros. Los demás países, nos alaban nuestras leyes, pero se guardan bien de imitarlas.
—Dejuro, porque no basta hacer el carro; hay que tener quien sepa manejarlo y pa mí que pu’aquellos pagos ni los mesmos presidentes son capaces de amasar tan bien un pastel como el menos ladino de nuestros comesarios.
—Ellos tuito lo tocan por música y nosotros de óido no más, pero cuasi siempre nuestros “compuestos” resultan más lindos.
—Allá es pura palabrería, muchos floreos, mucho “ay de mí”, y en el fondo de la olla un güeso pelao que hace hacer gorgoritos al caldo, más desabrido que beso o’ vieja.
—Asina es; mucho libro, muchos descursos, mucho jarabe e’ pico y nada de habelidá en los dedos pa pelar un dos del medio ’el naipe, ni pa manejar a tiempo un corvo que haga dentrar pu’el lomo la razón a los zonzos que quieren pasar por vivos.
—Aura mesmo tienen un ejemplo en Rusia, ande Leline y sus aparceros declaran qu’están cansaos de dar garrote y que van a dejar el mando por unos cuantos años, pa dispués dar otra atropellada.
—¡Si serán flojos!... Que vengan aquí, p'aprender de los coloraos que dende hace cincuenta años trabajan de gobierno, y si por ellos juese, seguirían tallando otros cincuenta, sin mostrarse cansaos.
Mordiendo la bombilla
Unas pocas ramitas ardían, entre las cenizas, alrededor del trashoguero.
Silencio en la penumbra.
El capataz chupaba con rabia el pucho emperrado. El viejo Laguna dibujaba marcas en el suelo, evocando el archivo conservado en su memoria, de miles de marcas conocidas.
Sandalío, con el torso inclinado, la cabeza gacha, el mate mantenido entre ambas manos, sorbía a pequeños tragos el cimarrón “lavado” y frío, mordiendo la bombilla, apretada la jeta, a modo de tajamar opuesto al caudal de su prosa.
Feliciano echaba de cuando en cuando una mirada triste al fuego misérrimo, que no llevaba miras de dorar el asado, y de tiempo en tiempo otras miradas de prudente investigación a los rostros sombríos de sus contertulios.
Sandalio reventó al fin.
—Estée...
—Estée... ¿qué? —preguntó el chino.
—Que tuavía no se sabe si es señora o señorita. En ocasiones se carnea un novillo que parece flaco y que risulta con poco sebo en la panza, pero con las carnes vetiadas de grasita amarilla!...
—¿Cuala es su opinión, ño Laguna?
Y Laguna, dibujando y borrando marcas en el suelo con el índice negro y nudoso como sarmiento de viña vieja, masculló esquivando la respuesta:
—No me puedo acordar si la marca’e los Figueroas, del Rincón de los Tapes, tiene botón o flecha en la punta!...
—Botón, —afirmó el negro.
—Están hablando al santo botón, —intervino don Tiburcio—. Más valiera seguir como hasta aura con la tranquera cerrada, porque cuando se abre sin saber por qué, las primeras que salen disparando son las ovejas locas de la maginación...
—Ai está don Cayetano! —exclamó Sandalio alborozado.
Y a un tiempo interrogaron todos:
—¿Qué noticias?
—Hemos ganado en la campaña y hemos perdido en Montevideo y otras ciudades.
—Con razón aseguró don Porfirio qu’iba a vencer a los brutos de la campaña con los cevilizaos de las grandes ciudades —opinó Feliciano.
Y replicó Sandoval:
—No se olviden de que en Montevideo y en las grandes ciudades es donde hay mayor número de policías, y de que en nuestro país, como en todos los países del mundo, los guardias civiles son las gentes más cultas, más educadas, más patriotas... Ninguno de esos meritorios ciudadanos es capaz de faltar a su deber de votar, no una, sino cinco o seis veces, o diez si fuese necesario... por la lista del Superior Gobierno... Por eso, en campaña triunfó la ignorancia de los gauchos; por eso en Montevideo triunfaron los doctores de casco y machete!...
¿Qué se miente?
Don Cayetano había seguido con mucha atención la lectura de su diario y cuando Sandalio, impaciente, preguntó: —¿Qué se miente pu’el pueblo?— el viejo sacudió la cabeza y exclamó:
—Lo de siempre. Promesas, promesas, tropillas de promesas... cuando no bolazos.
—Asigún lí la vez pasada, les van a poner un bozal de cuero fresco a los alquiladores.
—Y el Gobierno v’hacer casas pa regalárselas a los trabajadores...
—De Montevideo...
—Dejuro, nosotros no semos trabajadores; nosotros no semos más que orientales.
—La comida está muy cara en la capital.
—Eso carculé yo —dijo Laguna—, cuando vide qu’el Presidente les pidió a los diputaos veinte mil mangos pa cumplimentar con una churrasqueada al Menistro ’e Chile.
Feliciano abrió tremendos ojos, se relamió los labios y exclamó con un dejo de envidia:
—¡La gran pucha!... Anque se paguen los novillos a ochenta pesos, hay pa preparar con esa platita!...
—¿Y los diputaos se los dieron?
—Claro. ¿Pa qué sirven las amistades, entonces?
—Pero eso colijo yo que es un despilfarro.
—¡Qué ha de ser!... despilfarros hacen los Gobiernos blancos que han llegado a gastar hasta cincuenta pesos en un banquete oficial.
—¡Pucha qu’es lindo el Gobierno!... Es una res que no tiene desperdicio y de lo lindo lo mejor... ¡Debe ser lindo! Estar tuito el día echao panz'arriba...
—Tener hasta, quien l'espante las moscas.
—Y montar siempre lindos pingos escarciadores y bien empilchaos.
Sonrió don Cayetano y dijo:
—No te hagas tantas ilusiones... A caballo muy escarceador y a mujer bonita hay que tenerles recelo. A veces el que presume con ellos, suele pagar el orgullo con algún porrazo machazo.
Chus, chus
—¡Mal tiempo!... se nos viene encima un tiempo muy fiero —augura don Tiburcio.
Feliciano lo mira, dibuja su más inefable sonrisa y aprueba:
—¡Mal tiempo!... Se está preparando tormenta grande... Pa cualesquier lao del cielo que uno mire no ve más que Sandalios... digo... nubarrones... ¡No t'enojes, tizón!...
—No m'enojo, rabio, —respondió el aludido—
; yo sé respetar la disgracia ajena y me doy cuenta que con el moscón que te anda silbando en el óido no has de estar con ganas de farriar los carnavales.
—¡Hermano!... Vos sos siempre como las lechuzas que yienen a hacer “chús, chús”, cuando uno s'encuentra enfermo y julepiado...
—Hace juerza. ¿No dicen que sos forzudo?
—Me tengo fe. ¿Pero de qué sirve la juerza de un cristiano si se le cái encima un toro de más de mil kilos de peso, bien alimentao, bien cuidao y...?
—No hablen más de eso, —ordenó Sandoval—.
Hay otras cosas más serias de que ocuparse.
—¿De la tormenta que se nos viene encima, no, don Cayetano? —interrogó Laguna.
—Sí, de la gran tormenta que nos obliga a plantar muchos pararrayos para salvarnos.
—¿Y de ande se sacan los pararrayos?
—De dentro de nosotros mismos. Trabajar, trabajar, trabajar...
—¡Pa los zánganos!
—Y para nosotros. Les voy a contar un cuento. Era presidente en la Argentina el general Faustino Sarmiento, que vivió y murió en la miseria.
—¿Siendo general y presidente?
—Sí.
—Debe ser cuento... O en la Argentina eligen pa generales y presidentes a los que, siendo gurises se cayeron de la cuna y golpiandosé el mate quedaron zonzos pa taita la largura del lazo de la vida! Aquí en la tierra nuestra...
—Espérate un poco negro... ¿hay una tierra nuestra?...
—¡Canejo, si la hay! —saltó don Tiburcio.— ¡Y ha de haberla por más que corran las cuentas del rosario de la historia!
Don Cayetano, tranquilo, sereno, reclamó silencio.
—Dejenmé seguir... Un día fué a visitar al presidente general Sarmiento, una comisión de chacareros de las islas del Paraná y le dijeron:
—“Señor, la plaga de los gorriones nos devora toda la fruta. Venimos a ver a V. E. para que tome medidas y nos ampare.”
—Hijitos, —dijo Sarmiento—; matar y concluir con los gorriones, es empresa de locos. Yo lo único que les aconsejo es que planten más árboles cada año, muchos árboles, tantos como quepan en la tierra, y de ese modo habrá fruta para ustedes y para los gorriones.
—Por un lao está bien eso: tuitos sabemos que vale más rodear que rodar.
—Y que es más fácil matar un tigre, que concluir con una bandada de gorriones.
—Así es, compañeros. A los miles de gorriones que nos devoran, van a juntarse otros miles que se preparan con proyectos de ferrocarriles del Estado y otros proyectos que vendrán después del l.° de marzo, para llenar con votos de empleados públicos las filas cada vez más mermadas del oficialismo... Por eso, si no queremos dejarnos morir de hambre, tenemos, nosotros los trabajadores, que duplicar la tarea y producir una parte para nuestro sustento y tres para los gorriones!...
Todo anda mal
“Todo anda mal, muy mal, en las alturas”, —escribe el negro Sandalio, desde el Puesto de los Abrojos.
“En las alturas del cielo, digo yo; qu’en las del Gobierno a los negros nos almiten sólo pa guardar las puertas y cebar mate; y si el negro es blanco, ni pa eso siquiera.
“Puacá se cuenta que los coloraos lo voltiaron a Tata Dios y que pusieron en su lugar un colegiao, y que a la cuenta es por eso que las cosas de arriba, lo mesmo que las de abajo, andan como bola sin manija.
“La cuestión es que pa nosotros tuitas son goteras dende un tiempito a esta parte.
“Los viejos andan lisiaos de las coyunturas y se pasan tuito el día dándose flotaciones d'enjundia ’e lagarto y sebo ’e riñonada. Y como en el fogón casi siempre estamos solos Feliciano y yo, nos aburrimos de prosiar mano a mano.
“P'ajuera, el frío y la lluvia están dejando el tendal de corderitos ricién nacidos, y las cachetadas de los vientos están echando abajo las flores de los naranjos y durazneros.
“¡Juepucha!... El invierno le ha tomao gusto al mando y no quiere entregar el poder y nos trái galguiando de hambre y es al ñudo chiflarle pa que se pare.
“Con eso y con las bandadas d’ispetores que nos cáin, más angurrientos que caranchos, metiendo impuestos y atracando multas, vamo a tener que vivir comiendo macachines y fariña cruda.
“Pan y galleta dura, ya ni los ricachos de pu’acá la ven. Asigún nos han contao, los manates de la ciudá gastaron tuita l'harina en hacer pasteles. ¡Es tremenda pa los pasteles la gente de arriba!...
“A seguir d’esta laya, cerquita no más nos vamo a topar con la miseria, sin tener ni perros pa espantarla.
“Y lo pior es que, asigún dice don Cayetano, si pal año que viene no cambea el viento, el ñublao se va poner cada vez más fiero, y será muy baquiano el que rumbée en esa escuridá.
“Güeno: como ya m’estoy bandiando, viá clavar un punto y aquí mesmo me apeo. —El negro Sandalio.”
Idea de negro
Hace tiempo que Sandalio anda caviloso; hace tiempo que una idea le anda haciendo cosquillas debajo de las motas.
Claro está, es una idea de negro; pero una idea es siempre una idea, y muchos blancos se mueren de viejos sin haber tenido una sola idea en todo el trotar de sus vidas.
La idea de Sandalio consta de varios tientos, y como por más que hace no los puede anudar, de ahí que cuando cree haber encontrado el último verso de una vidalita, ya no recuerda alguno de los otros tres y tiene que empezar de nuevo.
—¡Es al ñudo! —exclama, rascándose el cojinillo—; habernos cristianos que con un dedo o dos tocamos algo en la guitarra, pero si s'entreveran los diez ya resulta cachiquenga en baile e’ milicos en rancho orillero. Los tientos los tengo cortaos y emparejaos, pero no puedo hallar el “yeito” pa trenzarlos... Pa mí que con las ideas acontece lo mesmo que con los caballos carretoneros: pa que tiren parejo en yunta, carece encontrarles el “lao”, la largueza e’ los tiros, la calida del freno, el ancho e’ la barriguera... Es ansina, no les caba duda de qu’es ansina. Y con los cristianos pasa lo mesmo: p’algunos, las botas no les incomodan los pieses y con alpargatas se les charquean... Igualito con las leyes; las leyes, son como los aguaceros cuando cáin a lo loco y por igual en las tierras muertas de sed y en las qu’ están más mojadas que un camalote.
Entraba en eso al galpón don Cayetano, y el moreno, indigestado con su idea, le descargó el trabuco a boca de jarro:
—¿Diga, don Sandoval, usté que sabe cuasi tanto como aquél, me quiere explicar una cosa?
—Hablá.
—Poca prosa. Dice siempre “aquél”, que los blancos no sirven p’al gobierno. Nosotros ponemos los aparejos y las carnadas y ellos se comen tuito el pescao que sacan... ¡Eso es probao!... Dijo “aquél” que había que hacer gobierno e’ partido y el gobierno e’ partido, en el su modo e’ comprenderlo, era destribuir tuita la res entre los camaradas, y dejarles a los demás, cuando les dejaban, la panza y las tripas amargas pa que se las disputaran con los cuervos y los chimangos... ¿Voy rumbiando bien, don Cayetano?
—Vas rumibiando bien.
—Güeno. ¿Aura me quiere decir si m'equivoco al contar que hay en el páis más blancos que coloraos?
—No te equivocas. Pero supone que hay número igual.
—¡A eso quiero dir!... ¿Y por qué razón, quiere explicármelo, las mujeres de los blancos sólo han de parir hembras y parir siempre machos las mujeres de los coloraos? ¿Por qué todos los hijos de aquéllas han de ser éticos y han de ser juertes los hijos de las otras ?...
—Sos inocente, —dijo Sandoval, con la sonrisa amarga con que suele subrayar sus comentarios—; sos inocente y no calculas que los hijos de las mujeres coloradas son más robustos que los hijos de las mujeres blancas, porque los humanitarios gobiernos colorados les obligan a entregar por lo menos uno de sus senos a la superalimentación de sus cachorros. Comiendo mucho y no haciendo nada, se engorda. ¿Has comprendido?...
—Voy comprendiendo... ¿Y digamé?... Caballo demasiado gordo ¿se aplasta en el primer galope?...
—Es así.
—Güey con la capadura tapada e’ grasa, afloja en el repecho...
—Es verdá.
—Vaca que engorda mucho en el otoño se amachorra en la primavera...
—Tenés razón.
—Y güeno, aura me doy cuenta de por qué éstos que son gobiernos desde hace tantos años se asemejan a las mulas!...
Miro, mirando...
Viento borrascoso barre el campo con sus alas dañinas como gobierno.
A la puerta del galpón, Sandalio observa y medita; porque bajo su cojinillo motoso y su gruesa bóveda craneana, hay un cerebro que piensa y que a las veces expresa ideas más equilibradas que las de muchos presuntuosos personajones.
Y quién sabe qué extrañas reflexiones sugiere al negro la rabia impotente del torbellino que se encarniza con un grupito de talas, cual si las considerase fácil presa, y que ruge y escarba el suelo como toro enfurecido, y tiene, al fin, que pasar de largo sin haber logrado arrancarles ni una espina siquiera.
Sandalio sonríe misteriosamente, con expresión de orgullo: esos vientos furibundos que vienen quién sabe de dónde, con aviesas intenciones destructoras, nada pudieron contra los arbolitos criollos.
¡Oh! No os tan fácil desarraigar lo nativo, lo que perdura por derecho propio y no conseguirás nunca arrancar de raíz ningún representante de la selva natal, ninguno de los sentimientos que el amor al terruño, a cuanto es grande, noble y justo anime a los seres identificados con las cosas de la tierra!...
En ese momento entró don Cayetano.
—¿Qué haces ? —preguntó.
—Miro. Mirando se apriende más que escuchando... en ocasiones.
—¿Mirastes, y qué vistes?
—Vide que el huracán no pudo con los talas.
—Porque el huracán es la fuerza bruta, ensoberbecida, y los talas son el derecho. La tempestad es el producto de desequilibrios atmosféricos, es la chusma aérea, bulliciosa, altanera, infecunda y natural enemiga de las madres laboriosas, de la fruta del árbol, de la espiga del trigo!...
—Ansina lo iba pensando yo, don Cayetano, y no lo podía decir porque no tengo boleta ’e señal de la elocuencia y porque a los pobres diablos como yo siempre se les cierra con candado la portera por donde se dentra al potrero’e la verdá...
—No te aflijás por eso. La verdá tiene llaves que abren todos los candados y tijeras que cortan todos los alambres!...
Las modas cambian...
Después de una semana de lluvias, lloviznas o nublados, el sol opulento de aquel día quiso, —sin duda para reconciliarse con los trabajadores rurales tan injustamente castigados por su ausencia—, prolongar sus beneficios hasta más allá del maneador que en el Poniente señala el fin de su carrera.
Y aún había luz, más luz en el cielo que en el fogón, cuando Feliciano y Sandalio regresaron de la chacra.
—¡Hola, comesario! —exclamó el negro—. Iba pa largo que no lo víamos.
—Muy ocupao, che.
—Me lo magino; pa manejar ochenta guardas ceviles se carece mucha más maestría, pasensia y trabajo, que pa mantener en el surco una yunta de güeyes aradores.
—¿Qu'estás diciendo de ochenta guardias seviles? ¿No sabes que son ocho no más pa la sesión?
—Ocho, sí; pero cada’uno tiene que votar diez veces...
—¡Ocho!
—¿Ocho no más?... Güeno desculpe, don comesario. Siempre se desagera y dispués las malas lenguas como la mía...
—Que son capases de sacarle asalte a una taba... —intervino Feliciano.
—La echan a rodar en el barro —siguió Sandalio—; y dejuro que a cada g’üelta’e carnero que da, rejunta un poco y se va agrandando.
—Me parece —observó el comisario— que un día de estos vi’á tener que pararte las tabas a vos.
Y el negro, pachorriento, descalzándose los tamangos peludos, respondió:
—Será favor, porque yo soy como la taba’el chancho, que no se para nunca.
Haciéndose el desentendido, Morales se dirigió a don Cayetano, diciendo:
—Aura está en moda atracarle palo a la polesía.
—Las modas cambean —entreveró Laguna—; antes eran las polesías las que atracaban palos.
—¡No me nuembren el dijunto! —gritó Sandalio—. Cada vez que lo mentan, mis costillares se acuerdan del ingüento’e corbo que me dió un sargento en unas carreras porque grité en el camino: ¡Doy tres a dos contra el colorao cara sucia!...
—¿Y no te defendiste»?
—Me agaché, porque había óido decir que agacharse es un alivio.
—¿Y?
—Y el bárbaro del sargento se aprovechó pa sobarme el lomo como badana... Ya es finao. Dios lo conserve... en un tacho’e grasa hirviendo y los diablos escarbándole las motas.
—¿Era negro? —preguntó Feliciano.
—Cuasi: zaino negro, como vos, colorao por dentro y retobao en cuero’e carpincho leproso.
—Yo no le vi'á apuntar a este muleque —siguió el comisario—; pero basta pa ver lo que ha crecido la polesía...
—En Montevideo son mil y pico y macoyaron hasta diez mil!...
—...en el conseto público, es que tuitos están empeñaos en subirles el sueldo. Es una vergüenza lo que se paga a los guardias seviles. En la Argentina les dan cuasi tres veses más, y eso que trabajan mucho menos.
—Eso es verdad —dijo don Cayetano—, porque en la Argentina los guardias civiles durante las elecciones no tienen más obligación que guardar el orden y no se les obliga a pedir hoy la baja, vestirse de paisano, votar cinco o seis veces, y todo eso por 76 miserables centesimos.
Los gringos andan en baja
A falta de ningún asunto que pudiera despertar el interés de los tertulianos, la gente del Puesto de los Abrojos, por no dejar de darle gusto a la “sin güeso”, entreteníase hablando de “bueyes perdidos”.
Y habían mismo, de por medio, bueyes perdidos; pocas noches antes habían desaparecido dos de la chacra de un hacendoso cultivador italiano, don Doménico, quien se presentó en la comisaría denunciando el hecho.
—¿Y diái, que? —le respondió Morales con altanería—. Cuando áuno se l’estravía un animal, sale a campiarlo. ¿O quiere que la polesía se convierta en peones de ustedes? ¡Cómo si la polesía no tuviese otras cosas en qué ocuparse!...
—Ma mire, dun cumesario, —observó humildemente el chacarero—, yo lo campió per lo campo lo vecinos, e no lo incontró...
—¡Busquelós más lejos!...
—¡Ma qué ma lecos!... ¿Osté se apiensa que dos bueyes viecos se ne van andarse per so cuenta, in la noche, una montonada de liguas, como si foesen mucitos que si van de farria per hacerle cocoró a las mochachas?...
El comisario se puso de pie, echó el chambergo a la nuca, golpeó la mesa con la sotera del rebenque, y dijo con voz airada:
—¡Lo que yo pienso es que t'estás propasando!... Y has de saber que aura los gringos andan muy en baja en el páis, y con razón, porque siempre los tratamos como gente y aura nos están dando el pago e la vaca empantanada, que atropella al que la saca del barro!...
—Ma yo no atrupeyu, dun cumesario...
—¿No atropeyás?... ¡Y te das con los blancos y en las últimas elisiones tus hijos votaron por los blancos?... ¿Te parece lindo?...
—Yo no sé si sará lindo, ma tampoco me parece lindo que la pulecía no atiende un rechino... cherto que sono gringo, ma pero, sono un vechino hunrau..,
—Ya te he dicho que la polesía no está pa ocuparse do cuidar los intereses de los particulares.
—¡Madona!... ¿Ma antunce pa que sirve la pulecía?
—P'hacer respetar l’autoridá!... ¡Y ya te vas a mandar mudar de aquí si no querés que te meta de cabeza en el cepo!
—¡Me ne yado vía!... Anticamente lo sapo era per lu gabucho malevo...
—¡Y áura es pa los gringos que se han puesto en contra el gobierno!
—Me ne vado vía, siñore cumesario... Escusate, siñore cumesario... Lo asontito’e lo bueyes, lo decamos... Se ne perdieron... que le ramo chasere!... Buona tarde, siñor cumesario...
Haciendo reverencias, salió don Doménico y montó su jamelgo, que a trote de peludo lo fue alejando lentamente de la comisaría.
Y se iba refunfuñando, escupiendo reproches entre sus enmarañadas barbas canosas, y cuando estuvo a cosa de una legua, sofrenó, volvió la cabeza y exclamó con rabia:
—¡Ma que anemale que habíano sido cuesto cumesario!... Me ne róbano lo bueyes e non poso reclamare perqué so gringo e lo gringo istano in baca, como si fósenos lane, cuere, noville!... ¡Ma que anemale!...
Mal principio de viaje
Ya lleva trotado el otoño casi el primer tercio de su jornada.
Mal principio de viaje: días tristes, ahumados, enfermos, que entristecen, encenizan y ablandan las almas.
Todavía los árboles se mantienen verdes; aun las hojas se mantienen adheridas a las ramas, en vano afán de proteger los frutos misérrimos.
Y esa persistencia, semejante a los afeites mujeriles que pretenden prolongar con el engaño juventudes caducas, resta a la estación la suave melancolía de los árboles que se deshojan, de las plantas que se desfloran bajo la diafanidad de un cielo blanco y tibio aun de una bella virgen recién fenecida.
Es una prolongada agonía más impresionante que la muerte misma...
La depresión que produce en todos los espíritus, se hace sentir con mayor intensidad en los que alientan en el despoblado.
En el Puesto de los Abrojos, los troncos de coronilla se consumen en el fogón. Los fardos de lana y las pilas de cueros dormitan en la penumbra con la tristeza de mozas lindas que hasta ayer coquetearon desdeñando pretendientes afiebrados y hoy no ven acercarse un humilde mancebo que les oferte una flor de cardo...
—Vamos viajando con caídas al Seacabó, —dijo melancólicamente don Tiburcio.
—Es un arroyo que tiene lagunas muy lindas, asigún ói contar al viejo Menegildo, un viejo medio brujo, que domaba las cruceras y hablaba de noche con los ñacurutús y las corujas.
—Lagunas mi lindas ande los camalotes y los sarandises están siempre florecidos y emborrachan con su perfume.
—Y dicen que dende el fondo projundo de sus aguas blancas como lomo de mojarra, brillantes como la hoja de la daga del matrero, unos pescaos que naides vido, cantan en las escarchadas noches de otoño unas coplas más tiernas que las del mesmo Santos Vega.
—Añaden que esos cantos son como cabrestos que arrastran a los cristianos confiaos...
—Zonzos —interrumpió Sandullo.
—... y la laguna los traga y nunca jamás güelven arriba el agua... ¿Qué opina usté, don Cayetano?...
—Opino, estoy seguro, que esa laguna sin fondo y esas flores que marean y esos pescaos que atráin con sus cantos... existen, y para librarse del peligro no hay más remedio que el trabajo.
—¿El trabajo?
—Sí, el trabajo, que pone tajamares a las alucinaciones de la vista, del olfato y del oído...
Los perros no hacen cueva
Don Cayetano está preocupado, muy preocupado con la persistente inclemencia del tiempo.
—La verdá que la correntada es fuerte y la resaca es mucha —observó el capataz—; pero pa mi gusto falta entoavía la gran pamperada que ha de limpiar de un golpe todo.
—Algo se va haciendo. Arrancando unos yuyos hoy y otros mañana, se prepara la tierra para el sembrado.
—Yo no digo que no —dijo Laguna—; pero hace tantos años qu'estamos arrancando yuyos, que nos hemos llenao las manos de callos y los yuyos no se concluyen jamás.
El negro Sandalio no pudo guardar silencio por más tiempo e intervino diciendo:
—Pa mí que sería mucho más mejor prenderle fuego... Y aura qu 'están medio secaos es fácil que ardan como charamusca.
—No; al quemar el pajonal del bañado, se corre el peligro de que ardan también los ranchos —razonó don Cayetano—. Mi compadre Laguna dijo que ya tenemos las manos llenas de callos después de tantos años pasados en la tarea ingrata de arrancar yuyos; y bueno, es una ventaja: ya no nos cortan las pajas ni nos pinchan las espinas.
—De taitas layas —respondió el aludido—; a la larga, jeringa eso de andar tanto tiempo con el lomo doblao.
—Se dobla el lomo para arar, sembrar y segar; pero se endereza para armar la parva, que representa la satisfacción del triunfo del trabajo, de la perseverancia y de la fe... Quienes cuando van a montear, voltean blanquillos, haciéndole asco al coronilla porque su sermo es duro y obliga a golpear con fuerza, no deben quejarse luego si el fogón calienta poco y se consume en seguida, en puras llamas, que apenas sirven para calentar el agua de la pava, sin dejar brasas para dorar el asado...
Hubo un silencio.
Y Sandalio interrogó a Feliciano:
—¿Qué decís vos?
—Yo digo como el peludo: hacer cueva es lo primero y olfatiar a los perros lo segundo.
Los perros no hacen cueva.
—Por eso se ven obligaos a cambiar de pago y de patrones; y al revés de los otros animales, nunca son menos temibles que cuando tienen hambre, porqu’ entonces no hacen más que agacharse y escurrirse pa bien de que les den anque sea las tripas amargas...
—Pero ladran.
—Dejuro; pa ladrar carece tener la boca vacida. Ningún perro ladra cuando está mascando un güeso... Metete esa sabeduría entre las motas y críala con mimos entre las yaguanesas de tu hacienda...
Como botón de chiripá
El tiempo está emperrado.
En estos líltimos días el sol lia hecho breves apariciones matinales; pero mostrándose tímido, tibio, incierto como un peliculero, que no alcanzando todavía a verle las patas a la sota, anda terutereando prudentemente.
—El bañao está muy lleno, —observó el negro y no conviene meterse adentro de pata en el suelo, apeligrando pisar una crucera.
—Y aura andan bravas y rebosando veneno.
—Dejuro, si el temporal les ha enllenao de agua las casas obligandolás a disparar pa otro lao!...
—Lo pior pa ellos es que la tierra, ande no está bajo l’agua está muy dura y los pobres animalitos no encuentran acomodo en ninguna parte.
Feliciano intervino diciendo:
—Yo de truco entiendo; de monte también, y pa la taba soy muñeca; pero en estos juegos nuevos de política agringada, me confieso tan inútil como un botón ande no hay ojal.
—Como botón de chiripá juistes siempre vos, —exclamó el capataz.
—Gracias pu’el acuerdo, —retrucó sonriendo el chino—; pero no es extraño que yo me pierda, cuando hasta los ñanduces más sogueaos andan gambetiando por las cuchillas, con el pescuezo levantan y tremendos ojos abiertos, sin atinar de que lao s’está preñando la tormenta.
—La verdá que yo he visto muchísimas noches oscuras, pero...
—¿Ninguna tan Sandalia como ésta?... Yo pienso lo mesmo.
Amostazóse el negro y replicó en el acto:
—P'aquellos como vos de estómago poco delicao y que con tal de enllenar la panza lo mesmo les da picana que bofes, pulpean igual en lo oscuro que a la luz!...
Feliciano, desentendiéndose, puso el mate contra la pava, diciendo:
—Con este tiempo apestao hasta la yerba se amojosa... ¿Y usté que dice, don Laguna?
—Yo no digo nada. P'hablar al cuete, como hacés vos, sin decir nada ó largando bolazos, qu’es pior entoavía, vale más dejar la trompa cerrada, y escuchar a los que saben más que uno... En estas custiones, pongo por caso, me atengo a lo que cuenta mi compadre Sandoval y d’esa laya me áurro el trabajo ’e pensar y el peligro de meter la pata en un cangrejo y hocicar en la tierra dura.
—Demora don Cayetano.
—Jué a bombiar lo que pasa pu’el puesto ande l'hacienda está embravecida y remolinea con ganas de atropellar y hacer un desperdicio.
—El ganao es chúcaro y los troperos maturrangos y mal montaos en mancarrones de la marca vieja de la estancia Desprestigio; pa mi gusto que si no dentra al rodeo, y en seguidita mesmo, algún taura probao y campero, aquello va ser el desparramo.
—Parejito colijo yo —observó don Tiburcio. El tropero carcamán que ronda en la costa de un bañao, esponiendo la novillada a las picaduras de la sabandija, no se ha de asombrar si el ganao s'embravese y clava la uña, meniando guampa a tuito lo que encuentre por delante!...
Chamuscar las crines
Cuando don Tiburcio, Laguna y Sandoval, penetraron en el galpón, encontraron a Feliciano medio escondido entre la humareda de una inmensa fogata.
—Ti has vuelto madrugador —observó el capataz.
—Dejuro, —respondió el chino—; el frío es mucho, las cubijas son pocas: hay qu'echar leña al juego y arrimarse a las brasas pa calentar los caminantes y desentumecer las piernas.
—Tení cuidao, no te se vaya a redetir la grasa o a chamuscar las crines.
—Agradezco el consejo, pero tengo güeña vista y soy liviano pa la cuerpiada. Antes de picar el tabaco, carece tener sobada la chala, y no se olviden qu'entre charamusca y viruta hay una gran diferencia.
—¿Cuala?
—Que la charamusca no hay más que dirla a rejuntar al monte y en cambio, la viruta hay que hacerla uno mesmo a juerza ’e muñeca.
—Ti’has dispertao muy dotor esta mañana.
—Tuitos semos dotares cuando la espuela ’e la necesidá nos pincha el cuero, y cuando el agua llega al pescuezo, hasta las gallinas nadan, y el que más y el que menos, llegada la ocasión, manotea por no augarse. Charquiar es fiero, pero más fiero es quebrarse el espinazo cuando el bagual se hace ovillo y las piornas no asujetan... Del mesmo modo, cuando la correntada es muy bruta, solo los sonsos no se agarran a los sarandises...
—¿Ande rejuntaste tanta sabeduría? —interrogó el negro.
Y Feliciano respondió sobre el pucho:
—Lo aprendí de los zorros que se hacen los muertos pa engañar a los perros, y en cuantito le dan lao clavan la uña, y revoliando la cola se pierden en los chircales esperando la noche pa cáir otra güelta al gallinero.
—¿Hacés alusión?
—Tal vez.
—¿Al zorro viejo, al zorro grande, que las manea de día pa cerdiarlas de noche, como dicen en Martín Fierro; al rey de los zorros, que conoce tuitas las cuevas y emite el habla ’e tuitos los bichos y cambea de color igualito al camalión, y que cuando lo corren los perros, cualquier amparo le viene bien pa esconderse, y lo mesmo hace compadre al ñacurutú que al peludo, a la crucera o a la vizcacha?...
—No me vengas con adivinanzas ni a tirarme ’e la lengua, que vos no tenés mordaza pa sobarla... Te calentás porqu’el zorro viejo les pega a los caudillos...
—Al mesmo tiempo que le canta un estilo al caudillo Galarza.
—Eso no es verdá.
Don Cayetano, que había escuchado en silencio la discusión, intervino diciendo:
—Y no es verdad. Los caudillos los hacen los pueblos en sus momentos de desesperación; y los caudillos no salen nunca de los cuarteles!... De los cuarteles, sólo salen los motineros...
Los pájaros extraviados
No obstante haber cesado la lluvia y haber reaparecido el sol tras dos semanas de ausencia, la gente del Puesto de los Abrojos tuvo que continuar inactiva porque los campos encharcados —¡llovió tan fuerte en tan pocos días!— impiden trabajar las haciendas.
Las tertulias del fogón, faltas de asuntos, languidecen.
Don Cayetano, hombre de conciencia derecha como tronco de yatay, ha maneado su crítica.
El capataz don Tiburcio, siempre más desconfiado que caballo tuerto, embozaló la jeta, porque no ignora que en los campos bajos las grandes lluvias despistan al más baquiano y lo exponen a sumirse en un zanjón improvisado. Laguna, como siempre, opina que en noche de cerrazón y si la urgencia no es mucha, lo mejor es desensillar, esperando que venga el día. El negro Sandalio, convencido de que los discursos pueden ser porongos salvavidas y a veces maletas llenas de chumbos que al más nadador lo arrastran al fondo de la laguna, hizo un esfuerzo y resolvió callar. Y Feliciano, a quien no le gusta apuntar en banca pobre, ensilló su rosillo peludo, vistió las domingueras y se fué a visitar a las comadres del pago.
Entre bostezo y bostezo, y después de haber pinchado el costillar con la punta del cuchillo para ver si estaba a punto, dijo don Tiburcio:
—Tiempo aburrido; ni hay pájaro que cante, ni pescao que pique.
Sonrió Sandoval replicando:
—Siempre acontece así a ráiz de un temporal; los pájaros extraviados del monte con la fuerza del ventarrón, se están secando las plumas y desentumeciendo las alas antes de aventurar el vuelo de regreso.
—Y algunos estarán cavilando en que otros más teruteros quizás les haigan ocupao el nido —observó Laguna.
—Pueda ser —insistió el capataz—; pero colijo que los bagres y las tarariras no se haberán augao.
—No sería el primer pescado que se ahoga —sentenció don Cayetano—; se han visto muchos tiburones irse al fondo, reventadas las agallas por exceso de glotonería... Y en cuanto a bagres y tarariras, seguro que usted no pescó ninguno en días de temporal. Son animales prudentes, que saben cuerpear las correntadas; los bagres se hunden en el barro del fondo, y las tarariras buscan refugio entre los camalotes y los sarandises de las riberas!... A lo sumo, pueden caer algunas mojarritas, que son los chingolos del agua...
Don Tiburcio y Laguna guardaron silencio. Sandalio abrió la boca para decir algo, pero en seguida se la tapó con la mano, impidiendo la disparada campo afuera de un potrillo de su marca; la playa del corral está barrosa, y una costalada, aunque no mate, lastima.
En eso llegó Feliciano.
—¿Qué noticias trais? —preguntó Laguna.
—Pocas; cuasi nada... —respondió; y tras una pausa—: Dicen que s'está por cerrar el boliche ’e don Pepe.
La chifladura del viejo
Durante los tres últimos días don Cayetano anduvo inquieto como vaca recién parida y que ha extraviado el ternero.
La culpa la tuvo el temporal, las lluvias diluviales que habían hecho hinchar como un escuerzo el Tapichí, arroyito de morondanga, especie de cuzco fluvial, que ladraba y hasta mordía, cuando el copioso caudal de aguas en tránsito, desbordando su mísero cauce, le prestaban fugitiva imponencia.
Como el Tapichí estaba acostado entre el Puesto de los Abrojos y la Agencia de Correos, el mensajero había necesitado dar un gran rodeo para despuntarlo; fatiga que no estaba en armonía con la poca importancia de los moradores del ranchejo.
De ahí que don Cayetano se hubiese visto por tres días privado de sus periódicos, alimento para él tan necesario como los cinco kilogramos de carne que, amén de otras golosinas, reclamaba diariamente la ventripoteneia de Feliciano.
Resultó, pues, que cuando al cuarto día se presentó el gurí portador de la correspondencia, Sandoval deshizo febrilmente el paquete de diarios, e instalándose junto al fogón se absorbió de tal modo en la lectura que, por no perder tiempo, dió las gracias al tercer amargo. Los compañeros guardáronse bien de interrumpirle, acostumbrados, como estaban, a respetar la incurable chifladura del viejo.
Empezaba a pasarse el asado cuando se decidió a suspender la lectura.
—¿Hay novedades? —preguntó don Tiburcio.
—Y grandes: se ha firmado la paz.
—¿Entre Brum y Viera?
—Entre Alemania y los aliados.
—¿Se achicó el toro?
—A la larga no hay toro que no se haga buey.
—Pero aquí falló el refrán que dice qu’en ganándole el tirón no hay animal pescuezero; el alemán se los madrugó a tuitos y asina mesmo lo han hecho balar como ternero con el calor de la marca!... Y eso que, asigún cuentan, tenía cuasi tantos batallones, fusiles, metralladoras y cañones como el presidente Balles!...
—Es que los otros tenían una arma que puede más que los fusiles y los cañones: el Derecho.
—En las Uropas.
—Y aquí también. Las chuzas de los gauchos de Artigas y Lavalleja triunfaron de los cañones españoles y lusitanos, porque en las puntas de esas chuzas flameaban las banderolas del derecho.
—Sí... pero después...
—Después lo mismo, y hoy igual y mañana también... Hay que tener paciencia: son pocos los días del año en que amanece a la misma hora y por muchos días que no so vea el sol, no hay que suponer que se ha apagado. Del mismo modo, si alguna vez nos basurea un bagual, es de maulas o vanidosos renunciar a montarlo, asegurando que no existe quien lo dome: de maulas, si se acobardan con el primer revolcón, y de vanidosos si careciendo de fuerzas niegan a los demás el derecho de tironearlo. Sólo hay una clase de potros, a quienes jamás logra rendir el bocado, la espuela ni el rebenque: los pueblos que nacieron libres desde el vientre de la madre... Y ahora vamos a dormir una corta siesta, esperando que pase el chubasco y aclare para seguir el trabajo.
El que no sabe chiflar
—Lindo tiempo... pa las ranas —exclamó Feliciano, observando con la jeta caída la lluvia pertinaz que iba encharcando el campo.
Y retrucó el negro:
—Lindo también pa los “ranunes” que se andan rebuscando con los mendrugos que desparramaron los chaludos al tirar el mantel al suelo dispués de romper los platos.
—Lo pior es que al mantel de los banquetes lo están poniendo como mantel de fonda.
—Es que aura ya naides quiere comer en la mesa; tuitos atropellan al asador y cadá’uno corta pu’ande puede.
—Y en el apuro de la rebatiña, se tajean las manos los unos a los otros.
—Eso no es nada: son lastimaduras de perros, que se curan con saliva; la custión es salir con pulpa en los dientes, y dejuro qu’el más liviano y de güeña vista saca la mejor tajada.
—Lo mesmo qu’en el carcheo.
Don Tiburcio intervino diciendo:
—Lo que a mí me ladea el recao sin encontrarle acomodo, es ver cómo estos cristianos, que deberían estar hinchaos como garrapatas, no s'enllenan nunca y se pelean disputándose hasta las tripas amargas, mesmo que si juesen cuervos hambrientos.
—Siguiendo asina al presidentito no le van a dejar más que las venas del cogote.
—Que tenga pasensia; de todas layas la va corriendo de arriba, sin haber pagao el dentre...
—Y si es lerdo y el cuchillo no tiene filo, que se conforme con la pajarilla y los bofes.
Laguna protestó:
—No está bien eso de que porque sea cachorro lo ladeen asina, dejándolo sin compañera anque más no juese pa bailar una polquita... Tuitos tenemos derecho a chiflar.
—¿Y el que no sabe chiflar?
—A priende; teniendo capricho tuito se apriende.
—¡Me gusta tu estilo! ¡andel a enseñarle a chiflar a un mellao!...
—A un mellao no digo, porque se l'escapa el viento por la rajadura ’e la jeta; pero no me vas a decir qu’ese mocito qu’está estudiando pa Balles, no tenga güen óido, y que aplicándose no pueda llegar como cualisquier otro a ser un güen milonguero.
—Lo critican porque no se ha decidido a montar a caballo.
—¡Vaya una gracia!... ¡Le arriaron tuita la caballada dejándolo en medio ’el corral con el freno en la mano!... Pero prueba qu’el mozo está dispuesto a ensillar, es que ha encargao que le formen una tropilla propia.
—De refugo. Los otros arriaron la flor. Van bien montaos, son baquianazos, no hay picada que no conozcan, y llevandolé tres meses de delantera, cualquier día les va a dar palmada el comesario pueblero!...
Don Tiburcio sonrió socarronamente, agarró un tizón, encendió el pucho y dijo:
—Son muy potrancos ustedes, y entoavía no conocen la mitá ’e los bichos que viven entre los pajonales de los esteros, ni cuáles son sus mañas!... Si estuviese aquí el amigo Sandoval les habría ’e demostrar que hay muchas maneras de hacer ñudos y qu’el terutero no os el único pajarraco que grita corriendo pal lao contrario de la masiega ande escondió los güevos.
La visita de Morales
—Si no tengo nublada la vista,—dijo Laguna observando el horizonte—, aquel que viene subiendo la cuchilla es el comisario Morales.
—Es el mesmo; —confirmó Sandalio—. Atrasito viene un melico.
—¡Maletas! —exclamó Feliciano—; tan lindo qu’está el locro! Y el comesario esconde comida y no es juguete.
—Siempre angurriento, vos; ya ni a los polesías les queras dejar el derecho de dar unos cucharazos.
—A mí no me preocupan por lo que coman —dijo Sandoval—; al fin y al cabo los bichos más malos teniendo la panza llena resultan inofensivos.
—Estoy conforme; pero hay algunos, como don Pepe, que no s’enllenan nunca.
—Lo que a mi me preocupa, —prosiguió don Cayetano,—es la actividá en que han entrado las policías ahora que se va acercando la zafra. Esos lechuceos nunca son para beneficio del vecindario.
Feliciano se creyó obligado a la defensa.
—Perdone, don Cayetano —dijo—; yo no creo que las polesías sean una cosa del otro mundo...
—Anque con frecuencia manden algún vecino p'al otro mundo.
—Eso era antes, en tiempo ’el régimen, negro tupido, que no sabés diferenciar la sala de la cocina. Antes los milicos obedecían al comisario, el comisario al jefe, el jefe al presidente, y sanseaeabó. Pero aura, con la nueva costitución, que tiene más tientos que trenza patria, tuitos son patrones y los ampliaos no se atreven a moverse de miedo de pisar un pollo... Pero ahí está el comisario, y es más mejor cerrar el pico.
Morales, en efecto, hallábase ya a una veintena de metros de las casas. Feliciano se levantó y salió a recibirlo con grandes demostraciones de júbilo.
—¡Güenos días, don Morales!... Abájese... deme el caballo que yo se lo acomodo... ¡Lindazo siempre el doradillo!... ¿Le bajo las garras?
—No; maníalo no más que aurita viá seguir la recorrida... Salú mozada.
Previos saludos de estilo, el comisario recogió sobre los hombros las haldas del poncho y tomó asiento.
—¿A qué debemos el gustazo de su visita, amigo Morales?
—Recorriendo... Esté... Me han noticiao que en estos días anduvo por la capital, don Cayetano...
—Es verdá.
—¡Siempre terutereando!... ¿Y qué nuevas hay?
—¿Qué le viá contar que usted no sepa, comisario?
Morales, sin ocultar sn descontento, replicó:
—No crea amigo. Pal empliao s'están poniendo muy fieras las cosas. Hay que dir con más cuidao que por campo e’ tucutucos en una noche oscura... Uno no sabe pa qué lao ladiarse, de miedo a las zanjas.
—Pa un viejo rumbiador...
—No hay rumbiador que valga en esta serrazón... Ahí tiene; áura hay que encomenzar a trabajar pa las elesiones...
—Pa usté eso es pan comido.
—Antes no digo que no; uno recibía las órdenes del superior, las cumplía, y en paz. En cambio, en el día de hoy, no se sabe a quién llevarle el apunte. ¡Cuando hasta quieren impedir que el presidente se meta en elesiones!... ¡A dónde vamos a parar!...
—La verdá que con tanto entrevero...
—Lo digo que hasta se le quitan a uno las ganas de trabajar. Tuitas son responsabilidades. Si embozalamos a uno creyendo qu’es alversario, a lo mejor resulta qu’es contramarcao y se vienen encima los reclamos... En tiempo ’e don Pepe sí que daba gusto servir: él mandaba y boca abajo todo el mundo... Entonces no había peligro de equivocarse...
El Poder es como la flor del camalote
La gente del puesto anda malhumorada: don Tiburcio se queja de sus reumatismos, sobándose continuamente las rodillas.
—Con estos días redetidos —dice— me andan corcoviando los caracuces.
—No es la culpa ’e la neblina sino de los años que llevamos amontonaos —objetó Laguna—. Cuando emprencipian a mauliar los güesos, es alvertencia de que va siendo larga la tranquiada y carece ir buscando rincón pa echarse.
—Yo también ando con comezón en tuito el cuerpo —quejóse el negro Sandalio.
—Date una güeltita pu’el arroyo —le aconsejó maliciosamente Feliciano.
—En cambio a vos nunca te duele nada —observó Sandoval.
—No más que las tripas... cuando las tengo vacidas.
—Y eso te ha de ocurrir rara vez.
—Muy pocas. El hombre precavido, antes de concluir de mascar un bocao, ya debe haberle eehao el ojo al sitio ande ha de pegar el tajo pal otro. Con la panza vacida no es güeno ningún cristiano.
—Y el que no piensa más qu’en llenar la panza, sólo es güeno pa sí mesmo.
—Y alcanza.
—Parece que te hubieran criao a una teta del oficialismo —intervino Sandoval—. Así opinan ellos y el que logra meterse adentro de la batea, patalea y gruñe, sin dejar de comer, para impedir que los otros le ganen el sitio; y cuando algún hambriento, aprovechando un descuido suyo, lo echa para afuera, recién se acuerda de la justicia y del derecho que tienen todos a comer su parte. El Poder, para quienes como vos, llevan acollarado el corazón a la barriga, es como te de flor de camalote, que hace perder la memoria.
—Entonces no es extraño que l'haiga perdido Balles dispués de la panzada ’e poder que se dió.
—Pero amigo —filosofó Feliciano—, ¿han observan qu’el poder es igualito a la pitanga, que por más que se coma no enllena nunca?...
—Pero siempre concluye por indigestar. Las protestas de Batlle, su desasosiego, sus gritos, sus amenazas no son otra cosa que los dolores de la indigestión,
—No pierdo la esperanza de verlo a Feliciano revolcándose del mesmo mal d’endigestión, —intercaló Sandalio.
—¿Cuál Feliciano? —preguntó el chino amoscado.
—¿Cuál ha ’e ser?... Vos mesmo —replicó el negro.
—Sí —confirmó don Cayetano—. Ha de ser este glotón; porque al otro, por más que vaya largando pilchas para alivianar el caballo, y por más hondo que cave la cueva, ya se le van acercando los perros y es a la fija que en noviembre los alumbradores corten el campo en potreros.
—Y ha de ser con alambre de púa pa que naides pueda bandiarlos... ¿no es eso?
—Eso mismo.
El filósofo rural
Don Cayetano paró poco estos días en los ranchos del Puesto de los Abrojos.
Semanas anduvo lejos del pago, campiando opiniones y atando tientitos para enderezar la suya propia.
Más que enderezar, consolidar, pues no sólo tiene elegido su pingo para la gran california de noviembre próximo, sino que ya “está jugando” y no hay peligro de que le duelan prendas y pida, “abrirse”, siendo como es, un convencido de que “o jogo tein que se fazer anque a prata se perda”.
Pero nunca está demás tomar lenguas, vichar el estado de los parejeros adversarios, a fin de precaverse en lo posible contra las malas artes de corredores que, por fuerza de la costumbre, ni aún sabiéndola ganada renuncian a jugar sucio.
¡Calcúlese de qué serán capaces ahora, que van recargados de peso, —con el peso enorme de sus desprestigios—, y no teniendo como juez al comisario!
Como los contertulios del fogón sabían que don Cayetano no desabrochaba el cinto de su prosa hasta después de haber hecho chiflar el tercer cimarrón, se los sirvieron atascados de yerba.
—Mal van las cosas —comenzó el filósofo rural, suprimiendo el exordio—: claro está que el enemigo manotea por no ahogarse; pero es posible que no le dejemos ni un albardón donde hacer pie, ni un sarandí donde agarrarse. Ya no estamos solos los blancos en la caza de zorros y caranchos que devoran el corderaje. Muchísimos colorados nos acompañan y hasta el mismo oficialismo siente el frío del miedo, convencido de que el progreso político es una tranquera que no se abre para atrás. Hasta Viera...
—¡Indio lindo Viera! —exclamó Feliciano—. ¡Y corajudo de veras!... S’echó el sombrero a la nuca, envolvió el poncho en el brazo, desenvainó la que no miente; escupió por el colmillo, rayó el suelo y le gritó al taita del pago; ¡Reculá o te chuceo!... ¡Y d’el primer viaje lo abrió!
—La verdá es que Balles anda alzao —intervino Sandalio—, y asigún entiendo es hombre de riunir gente.
—Como yo de formar cardumen en la orilla ’el arroyo echando migajas de pan!... La juventú del idealismo experimental le ha dao el lomo, —testigo el doctor Aréchaga, quien antes de que se le hubiese secao la pintura colorada le pegó un arrempujón, le mojó la oreja y le dijo: “¡Ladiate vos, ladiate!... ¿Pa qué sernos esperimentales?... Mire, máistro, nosotros ya sabemos ler sin puntero!...
—Pero pa’l lao del compadraje ’e los cluses dicen que tiene banca...
—Tuvo... cuando era comesario, y aura cuando se acerca le dicen...
—¡Qui haces, qui haces!... ¡Plantá piojo que viene el peine!...
Medió don Tiburcio diciendo:
—Por lo que oigo, aura pretiende agarrarse a los caudillos gauchos, emprencipiando por Galarza, y volviendo a darle crédito a las lanzas, a aquellas lanzas de Aparicio Saravia que almiró el 97, cuando le hacían la cama pa la presidencia y que le hicieron cosquillas el 904, cuando se sulebó pa embrollar la parada de libertá electoral qu'estaba sobre la carpeta, tallando él y apuntando el páis!... A ese no hay que tenerle miedo: pa cualisquier lao que endereza, tuitos le dicen: “¡Volvete, peludo, qu’esa no es tu cueva!”.
Carta de Salsipuedes
Don Tiburcio tuvo necesidad de bajar a la ciudad, y en momentos de partir Sandoval le había dicho:
—Trate de ver por allá a los amigos del pelo, pare bien las orejas y tenga bien abiertos los ojos; porque en este tiempo de las sabidurías, lo mismo le puede salir un cañonazo desde el fondo del mar, que le puede caer encima, desde lo más alto del cielo, un Ministro o un Presidente..
—O un discurso de Balles denunciando policías que apalean y embrollan elesiones —completó Laguna.
—También eso, compadre; y desde que el diablo se ha puesto de predicador, no es prudente ir a la misa, ni siquiera pasar cerca de la iglesia.
—Viá hacer una tarja en la memoria, pa no olvidar el consejo —respondió el capataz.
—Y de paso no deje de mandarnos cuatro garabatos para decirnos cómo anda el baile, para medio distraernos en esta vizcachera, donde ya ni el comisario nos visita.
—Lo que es ese ni falta que hace —dijo Sandalio.
Y Feliciano interrogó airado:
—¿Te ha hecho algún mal el comisario?
—Tuavía no; pero los comesarios, che, sobre todo siendo marca Balles, cuasi todos son peligrosos como un barril de pólvora: que uno, descuidao, tire un pucho encendido, y lo hace volar sin aroplano!... No, che, un comesario, como quiera que sea y por más güeno que quieran pintarlo, siempre es un aparato peligroso.
La disputa fué interrumpida por Sandoval, para despedir al viejo capataz y reiterarle, sobre el estribo, el pedido de informaciones sobre el fandango político, en el cual la mitad de los bailarines parecen haber extraviado su compañera.
Don Tiburcio prometió formalmente cumplir el encargo y partió al trote, rumbo al poblado.
Tres días después se recibía en el Puesto de los Abrojos un gran sobre conteniendo un montón de garabatos, que don Cayetano descifró así:
“Mi estimado amigo don Cayetano:
“Dispués de saludarlo a usted y la compañía, desiandolós salú, que la mía es güeña, a Dios gracias, paso a decirle:
“Lo primerito, que no me atrevo a sartificar que no haiga equivoco en lo qu'escribo, porque han de saber, camaradas, qu’el avispero está alborotao de tal laya, que tuitos los amigos me aconsejaron bombiarlo de retiraíto; y ansina lo hice yo por prudencia, y por eso les alvierto que si alguno ’e los palos sale más largo o más corto, la culpa es de la deficultá pa tomar la medida justa; y han de desculparme, porque ustedes saben que pal juego no hay cristiano lerdo y que más vale quedar con hambre que agarrarse una endegistión.
“Y aura paso a decirles que en las majadas del oficialismo se ha producido un entrevero bárbaro; y en el apuro del aparte, con motivo de la separación de los socios, cadáuno contraseñala oveja o borrego que le cái a mano y es una de tajiar y rebanar ovejas que mete miedo.
“El más afligido ’e todos dicen qu’es el Presidente Brum, a quien no le quieren dejar ni una oveja vieja pal consumo; y él aliega, pa mi gusto con razón, que no sirve pa nada ser patrón del campo si le quitan tuita l'hacienda y agatas le dejan el petizo de los mandaos.
“Güeno, como se m’está gastando la punta el lápiz, viá rematar el corredor alvirtiendolés qu’ entre mañana o pasao pienso pegar la sentada.
“Diba a quedarme unos días más porque dijeron qu’el Presidente andaba con ganas de volar, y me habería gustao verlo, pero dispués me asiguraron que la cosa se dilataba por causa ’e no tener tuavía bien emplumadas las alas, y entonces me resolví a rumbiar pal rancho antes de que me quede más portao que arroyito en verano.
“Y aquí doy la última puntada y corto el tiento. Hasta prontito, si Dios quiere, los saluda su amigazo. —Tiburcio Salsipuedes.”
¡Dejuramente!...
—Aura sí m’está gustando el baile —exclamó Sandalio frotándose las palmas de las manos.— Aura que Balles y Viera han reventao la collera, les vamo hacer el desparramo!...
Laguna, gaucho viejo, que tiene las canillas llenas de cicatrices de los sogazos llevados en el largo gambetear de su vida, meneó la cabeza con expresión de desconfianza, y opinó así:
—Yo siempre he créido en la providencia, pero cuando tengo que bandiar un arroyito crecido, más confianza que a la ayuda’e Dios, le tengo a mi tordillo, y, en último caso, a los sarandises.
—De cualisquier modo que sea —observó el negro— Bailes y Viera siempre tiraron en yunta, y aura, por separaos...
—No te hagas ilusiones, moreno: güeyes qu'estuvieron acollaraos muchos años, ellos solitos se juntan en llegando la ocasión.
—¿Y usté, don Cayetano, cree en la pelea ’e los compadres?
—Yo creo en todo y no creo en nada.
—Sin embargo, vea que la cosa es seria: cuentan que ballistas y vieristas anduvieron a garrotazos y a tiros en los cluses.
—Pero no se lastimó ninguno. Yo vi en un teatro un cómico a quien lo mataban todas las noches en el escenario a las once en punto, y a la una estaban él y el matador comiendo bifes a caballo en el fondín de la esquina.
—¿Pero no vido, don Cayetano, que se han repartido la platita y hasta las cacharpas?...
—También vi muchos matrimonios peliados hacer lo mismo, separarse por un tiempito y luego volverse a juntar... La querencia tira mucho...
—Sobre todo si la querencia está en campo ’e güenos pastos.
—Y al propósito ’e la repartija ’e los cobres, yo creo que los ballistas salen boliaos.
—¿Por qué, llevando mitá y mitá?
—Porqu'ellos se llevan la mitá de los quesos que había en el zarzo, y los otros se quedan...
—Con la otra mita...
—Y con la vaca lechera que aura ordeñarán pa ellos solos... Me parece que los desidentes han hecho mal negocio.
—No tan malo: p’al que anda con el freno en la mano, hasta una yegua cerduda le conviene; el caso es no quedar a pie. Hombre a caballo siempre tiene probabilidades d'encontrar cena, sabiéndola campiar.
—Lo que yo me pregunto —intervino don Tiburdo— es lo que pensarán los empliaos que aflojaron los pesos pal tesoro, al ver que se los reparten sin consultarlos.
—Pensarán, dejuramente, que aura les van a cargar la mano en el pechazo pa desquitar lo que se llevaron los alzaos.
—De esa laya —opinó Feliciano—, y pa tener que contentarse con las venas del cogote, cuasi no vale la pena ser empleao público... ¡Y yo que andaba codiciando un puestito, anque más no juera de Menistro o sargento ’e polesía!... Como quiera que sea, yo le sigo apuntando a mi tocayo. El otro podrá ser muy juerte y haber traído de las Uropas cuarterolas de sensia, pero más sensia tenía el viejo Vizcacha, y él dijo que vaca que cambia ’e querencia se arruina en la parición.
—Y se mi hace qu’en la parición d’esta primavera, la mayoría v’a ser toda de un pelo.
—Yo, d’esas políticas no entiendo —dijo don Tiburcio—: lo que sé es que las cosas se ponen cada vez más caras. Ayer, cuando estuvo en la pulpería, don José me dijo qu’el sebo había subido de 21 a 30 pesos la tonelada.
—¿El sebo negro?
—Creo que sí.
—Eso so explica después del aparte del Royal.
—Pero lo pior es que dice el pulpero que también ha subido el jabón y que va a subir mucho más.
—¡Dejuramente!... ¡A medida que se v'acercando noviembre!...
¡Perdé cuidao!
Cada domingo arden entusiasmos de fiesta en el Puesto de los Abrojos.
Hay plena confianza en la pamperada que en noviembre próximo aventará los últimos nubarrones donde se esconden los cuervos oficialistas.
Sólo Feliciano abriga algunas esperanzas, debido a que el comisario le dijo que mientras quede la cola enterrada, la apuesta no está perdida.
Lo malo es que uno no sabe de qué lado ponerse para que no le vaya el humo a los ojos.
Viera sopla de un lado, Batlle sopla, de otro y Brum todavía no sopla nada, se deja llevar por el aire para acostumbrarse a las alturas.
—Lo que es yo —afirma Sandalio—, no le tengo fe ninguna al grandote: ese siempre ha peliao con alivio. Ronda juerte, hace sonar el cinto enllenao con cobres paraguayos, empuja con los codos ladiando a los entecaos, pero en cuanto siente rigor pide permiso p'abrirse.
—Sin ventaja y solo, no pelea nunca —observó don Tiburcio—. Cuando era costitucionalista se los metió bajo el ala a los Ramírez; en la’el Quebracho se acomodó con los blancos; y en el 97, más de una ocasión, le guiñó el ojo a Aparicio, convidándolo pa dentrar en penca. Dispués se le acomodó al viejo Cuestas por la media res tullida, le ganó la puerta ’e la cueva y teniendo los batallones en la mano, guapió el mozo y se dispuso a ponerle “pie de amigo” al camarada.
—Pero dispués de que montó a caballo...
—Dispués que lo subieron a caballo s’echó p’atrás y encomenzó a embrollar elesiones y faltar las palabras dadas y tirar galones a la marchanta y ensuciar el páis llenando los puestos públicos con tuita la gringuería que los países de Uropa echaban p’ajuera por apestaos...
—Y cuando se apió y l’emprestó el caballo a Viera pa que diese una güeltita pu'alrededor de las casas y el indio salió a parar rodeo por su cuenta y a contramarear la hacienda...
—Le pidió por favor que lo llevara en ancas...
—Sí; pero Feliciano se acordó de Cuestas y le dijo: Disculpe, patrón, pero el lomo me lo rasco yo sólo contra cualquier palo del palenque.
—No te olvidés de darle un vistazo a la nidada de mis ñanduces.
—¡Perdé cuidao! —sonrió ei indio—; pero yo me responsabilizo si algún lagarto la desparrama.
—Dicen qu’el hombre quedó mascando juego y se jué a peliarla en una riunión que hubo en un circo ’e prebistas, y amigo, aquello jué el desperdicio. El cuzquerío lo agarró como a comadreja en el medio ’el campo, y hasta un rabanito, ricién quemao con la marca oficial, le amenazó con un aparatito que no se vido; el mozo dijo que lo tenía guardao y untao en vaselina, pero que si alguno quería verlo lo mostraba.
—¿Y qué pasó?
—Pasó, amigo, lo que naides hubiera cráido: el coloso, qu’esa mesma mañana se había desayunao con seis monjas a la parrilla y un fraile al asador, pegó una espantada y se volcó con tuito lo ancho’el lomo.
—¡Qué ruido haría!
—¡Ya lo creo! Dispués de haber estao catorce años comiendo de fonda, es fiero que lo manden a uno a mascar la panza y los bofes en el carniadero.
—Lo pior es qu’el hombre se haiga quedao con la mascada.
—Un tiempito no más; luego encomenzó a recordar los amigos...
—Li han de quedar poquitos; cuasi tuitos los que tuvo están acomodaos...
—Galarza parece que se ofertó p'apadrinarlo.
—¿Cuál Galarza?...
—¿Aquél que Balle dijo que no servía ni pa mandar una compañía y a quien le dijo también en su diario una punta de cosas feas?...
—Sí, pero entonces don Pepe tuavía no era colorao.
Apunte pa otro lao
—La polca se está poniendo demasiado ligera pa mis tabas viejas —exclamó don Tiburcio—; Balles que gira pa un lao; Brum que gira pal otro...
—No; dicen qu’es pal mismo lao, sólo qu’el otro va delante enseñándole el camino.
—Ayer vide en el diariote del tigre que los empliaus de Artigas, el entendente, el máistro del Liceo, el espetor de Colonias...
—¿De las colonias rusas del senador marca volcada?
—No, esas quedan más pa abajo; ese siempre queda más p'abajo... los capataces, los piones, las polecías, tuítos le arriman tierrita al vierismo.
—Y el diario ’e Balles dejuro le pega juerte...
—¡No le va a pegar!... Ni qu'estuviésemos en los tiempos de antes, cuando él era gobierno!...
—Pega y recibe. El diario vierista no soba la lonja del de amansar baguales y en el entrevero hacen saltar el polvo y no se ye más qu’el chisperío.
—Me parece a mí —opinó Sandoval— que están haciendo saltar barro.
—Dejuro, con tuita l’agua que ha cáido!...
—Batlle —continuó don Cayetano—, a pesar de que siempre anda a brazo partido con Dios, no pierde oportunidad de imitarlo. Esto me trae a la memoria un cuento publicado cuando el emperador Guillermo se llevaba por delante a todo el mundo con el encuentro de su caballo.
—¡Cuente don Cayetano!
—Velay. Dicen qu’en ese tiempo un periodista europeo y neutral se fue al cielo para hacerle un reportaje a San Pedro a propósito del rumor circulante en la tierra, de que el Todopoderoso se había comprometido a darle su ayuda al teutón. ¿Y saben lo que respondió San Pedro?... Que pa su gusto Tata Dios andaba medio mal de la chaveta, porque ya no se contentaba con ser Dios y quería ser Kaiser...
—¡Ahijuna!...
—Lo mismo que le ocurrió a la vizcacha de Piedras Blancas. Jehová pobló al mundo, aconsejó a los hombres, les dió unos Apuntes que contenían el extracto de la sabiduría; y después de unos años, satisfecho de su obra, montó a caballo y se volvió a sus pagos del cielo para atender sus negocios.
Al cabo de mucho tiempo el Padre Eterno resolvió hacer un viajecito a la tierra, a fin de ver cómo andaban las cosas y averiguar lo que hubiera de cierto en las denuncias que le mandaban los diarios y los telegramas que le enviaba Noé, jefe de la oposición...
—¿Y por qué no mandó levantar un sumario?
—Ordenó varios; pero todos ellos probaban qu’el gobierno, obra suya, era más puro que una criatura recién nacida. Sin embargo, las denuncias proseguían, acompañadas de la cabeza de uno, de la paleta de otro y de sinfinidá de lomos tajiados como para charque.
Entonces el Padre Eterno llamó a su capataz a su chacra del Paraíso y le habló así:
—“Aun que ya tengo los caracuces muy duros y una galopeada larga me revuelve todas las achuras, carece que me dé una vuelta por allá abajo... Ensíllame el tubiano sobrepaso, que es de buen cómodo y no te olvides de ponerme en las maletas un ejemplar de los Apuntes, porque, para mí, que los muchachos han extraviado el que les dejé cuando me vine.”
—Y así no más fué. Tata Dios montó a caballo y rumbió para estos pagos. Cuando se apió toda la perrada le ladró, como si fuese un indio grandote, escarbándose los dientes con un filingo de cabo de plata y le dijo con malos modos:
—Disculpe que no lo invite a desensillar y hacer noche, porque la fonda está llena y no le puedo dar posada.
—No se olviden —dijo bastante estrilado el viajero—; que el campo y la hacienda es mía!...
Sonriéndose, retrucó el otro:
—Fueron. Nos hemos agarrao a la prescripción y hemos sacao certificaos de otra marca y otra señal.
—¡Y mis Apuntes! —gritó el anciano.
—Apunte para otro lado —respondió el intruso.
Tata Dios no dijo más. Se retiró convencido de que aquellos cachafaces no tenían ley ni Dios. Entonces fué a conferenciar con Noé y le ordenó que construyese una canoa grandota y se metiese adentro con los suyos y con toda la hacienda que pudiera reunir. En seguida telegrafió a su capataz en la chacra del Paraíso, que abriese todas las canillas y que dejara correr el agua durante cuarenta días y cuarenta noches...
—¡Pucha! —exclamó el negro—. ¡Qué cuenta le habrá pasao la empresa de las Aguas Corrientes!...
—El resultado —continuó Sandoval— fué que se ahogaron todos los rebeldes y que el mundo se pobló de nuevo con los salvados; en la canoa.
—¡Lindo tiro ’e bolas!
—Pues Balles, cuando quiso entrar en las casas y le dieron con la puerta en las narices, se acordó de Dios y dijo: ¿Por qué no puedo hacer yo lo que él hizo?
Y sin perder tiempo montó a caballo y se fué a ver, primero a Galarza y después a otros apóstoles que tiene en campaña, y a todos les dijo:
“Mis representantes en el Gobierno han degenerado lastimosamente, convirtiéndose en formidables egoístas. Confieso mi equivocación; mi obra resultó mala, completamente mala y es necesario destruirla conjuntamente con aquellos malhadados Apuntes, cuya consecuencia fué que ahora no me quieran llevar el apunte. ¡Destruyamos todo para edificar de nuevo!... Yo me siento fuerte y capaz de cargar sobre mis espaldas el peso de las mesadas de tres presidencias más!... ¡Ahoguemos a los rebeldes en una inundación de gatos!... Dejenmé a mí, que soy baquiano, abrir las canillas. Por más duras que estén, con un poco de aceite de influencia moral, funcionarán lo mismo que antes!...
Emigran los chorlos
Va la caricia del sol es beso ardiente del fecundador eterno.
Ya empiezan a reverdecer los pastos y a desentumirse los pajaritos.
En las lomadas, y a la distancia, el retozar de los borregos semeja una ronda de pelotones de nieve.
Extraordinaria fuerza germinativa opera en los árboles prematura reventación de los brotes.
El alma de la naturaleza advierte presagios de un año de bonanza y de labor fecunda, estimulada por hombres más sanos, más buenos, más justos, de visión más elevada, de propósitos más nobles.
La campaña, la tierra, productora de toda riqueza, parece sentir estimuladas todas sus energías con la esperanza de una más equitativa distribución de los frutos de su vientre...
Tal era el tema que, en su lenguaje rústico, conciso y severo, desarrollaba don Cayetano ante su modesto auditorio en la luminosa mañana de ayer.
“Ahora que los hombres vuelan, carece concluir con los hombres que se arrastran; cuando silban las águilas en el cielo, en el bañado tiemblan miedosos los aperiases y las víboras buscan cuevas donde esconderse.
“En la barriga inmunda del estero, oculta en la sombra espesa que amasan la paja brava y los caraguatases, la sabandija ladina teje mentiras y enrieda engaños y hace crecer con su baba plantas que dan grandes flores muy lindas que son beleño y que envenenan como la aruera.
“Pero cuando un sol forzudo, un sol hermano de aquellos de Sarandí, de Ituzaingó, de Tres Arboles y del 30 de Julio hace la pata ancha en lo alto del cielo y desenvaina su facón de llamas, los pajonales se hacen a un lado, la luz llueve sobre la tierra blanda del pantano y los animales dañinos agarran campo afuera, encandilados, enloquecidos y ellos mismos van a ponerse bajo los vasos de fierro de esos potros soberbios que se llaman Verdad y Justicia.
“Uno de esos soles trafoguero de coronilla, que mientras no se concluye no se apaga, se ha encendido en la coronita del cielo y promete una luminaria que ahuyentará bandadas de murciélagos y atraerá para que tuesten sus alas en la brasa, a miles de glotones cascarudos...”
Guardó silencio el filósofo campesino.
Don Tiburcio advirtió que tenía en la mano, desde quizá más de un cuarto de hora, el mate vacío y que se había enfriado la yerba. Cebó, chupó, escupió el trago sobre la ceniza; repitió varias veces la operación y cuando el cimarrón estuvo presentable, lo ofertó a don Cayetano, diciendo, como a manera de disculpa por su abobamiento:
—Presto van a empezar a emigrar los chorlos.
—Es cierto —intervino el negro Sandalio—. Y se van a encontrar con las golondrinas que vienen y que les preguntarán riyendo: “¿De ánde vienen, locos, que jueron tantos y güelven pocos?”...
Fundamento sin proyecto
—Tiempo cargoso —expresó Feliciano—; hasta pa comer da pereza.
—Lo qu’es pal trabajo nunca te agarra tiempo güeno a vos.
—Qué querés, estoy estudiando pa jefe.
—Te viene mal la güelta. Aura los jefes no pueden hablar, y como vos sos más charlatán que un barbero, poco tiempo t’iba a durar la merienda.
—Esa sí que yo no la paso ni empujándola con el dedo. Aura me gustaría que nos visitara el comesario Morales. El, qu’es tan prosiador, debe hacer un papel triste con la jeta cosida con tiento de alambre.
—Dejá no más, que cuando don Pepe güelva al candelero...
—La rana habrá criao pelo y habrá aprendido a bailar el chancho!... Sacate esas cosas de la cabeza, moreno, que a esta fecha hasta los gurises de la escuela se rain de lo que dice el socio de Galarza. El hombre tiene tantas mareas y contramareas, que ya ni la tabla ’el pescuezo le queda libre pa recibir otro fierro.
—Pura habelidá. La sensia del Apóstol es como el sebo ’e riñonada, que sirve pa curar tuitas las enfermedades.
—Dicen qu’el general le regaló un escapulario con una plegaria a Mi Dios, pa probarle que había echao al juego el recuerdo de aquellas malas palabras que le dijo cuando la disgracia ’e Soriano.
—Como quiera que sea —interrumpió don Tiburcio—, el caso es que si aquí tuitos le van ladiando el caballo, en la otra banda lo ponen por los cuernos de la luna, diciendo que en las Uropas le ganó a Vilsón por tres cuerpos de caballo en eso ’e la Sociedá ’e las Naciones.
—Diga, compadre Sandoval —interrogó Laguna—: ¿usté puede explicarnos un poco eso? Porque a mí, anque soy más vacido que una tacuara, no me dentra que haiga podido ser baquiano en pago ajeno aquel qu’en el de su querencia anduvo tuito el tiempo topandosé con los alambraos...
Don Cayetano, que estaba abismado en la lectura del largo discurso pronunciado en La Haya por el precursor de Wilson, dobló el diario y se preparó a contestar.
—Cuando el Super leyó y fundamentó su proyecto, explicándolo con su elocuencia francsimoniana, los graves diplomáticos europeos no pudieron resistir el efecto del beleño y se quedaron respetuosamente dormidos. Los representantes sudamericanos, sobre todo los argentinos, brasileños y paraguayos, que por razones de vecindad están más al tanto de las cosas de nuestra tierra, no pudieron dormirse, sorprendidos por la enormidad de contrasentidos que erizaban el ruido monótono del orador, sin fondo y sin forma, que se atrevía a meter su cuchara de palo allí donde se había escuchado la sabia palabra de Drago y la palabra impecable de Ruy Barbosa.
“El hombre que, valiéndose de los más burdos lugares comunes de su retórica indigente, abogaba por la paz universal, basada en la sinceridad de los gobernantes, esclavos de la ley, conciliadores, fraternales, venía de violar su palabra de gobernante —anticipándose al Kaiser en aquello de que los tratados son “pedazos de papel”
—; de “hacer” la guerra a su pueblo y de mantenerla sangrienta y desoladora por puro espíritu vengativo: de hacer sancionar, por una asamblea sin voluntad, leyes liberticidas, de haber proclamado el “gobierno de partido”, estableciendo que quien no fuese del credo, quien no entregase servilmente su balota ciudadana a las policías electoras, no tenía derecho a aspirar ni a un simpie puesto de barrendero; y después de haberse ensañado ferozmente con los grandes hombres, vivos y muertos, de su patria.
“La ilustre asamblea —no podía ser de otro modo—, desestimó el proyecto, recordando, irónicamente a Porfirio Díaz y a Cipriano Castro, y tal vez al “Rabagas” de Sardou, insignes comediantes políticos, maestros, sin duda, del tristemente célebre autor de los “Apuntes”, cándida intentona de dictadura vitalicia, aplastada para siempre, bajo el pie del pueblo, en la memorable jornada del 30 de Julio.
Hicieron la Independencia
La campaña está próspera; el país está rico.
Las fuerzas cívicas independientes arrollan en la campaña a los oficialismos ensoberbecidos con medio siglo de prepotencia; la verdad democrática se instala en la nación.
Don Cayetano expresa con satisfacción:
—De allá, de la lejana capital, de las cabezas con sal de los dotores, salieron las semillas y ninguna se pudrió al cáir en el corazón de los paisanos. Primero hicieron la independencia, después la riqueza, ahora la libertad.
—Y lo qu’es ésta —habló Sandalio—, ya no la largamos más ni anque la pidan llorando a gritos... ¡Güen trabajo nos ha costado sacarla ’e la cueva ande la tenían escondida los matreros!...
—Y esos meamos matreros, los que durante tantos años nos curtieron a lazo, dispués de habernos acomodao un bozal de cuero fresco, vienen aura arrimándonos tierrita y cantándonos al oido, como si hubiésemos mascao esos yuyos que dan las brujas p’hacer perder la memoria! —exclamó don Tiburcio.
—Es que se les apareció la bruja cuando menos lo pensaban y aura no hacen más que persinarse y rezar padrenuestros.
Sandalio, encarándose con Feliciano, interrogó:
—¿Vos que decís, cachefaz? De un tiempo a esta parte t’encuentro muy Cayetano... ¿Tamién a vos se te habrá atravesao en el gañote una espina ’e tararira?
—Yo digo qu’en olla tapada no caen moscas... Además, hay que óir con las dos orejas, antes de dar sentencia. Balles dice que los blancos nunca se ocuparon de nosotros los paisanos, que nunca hicieron nada por nosotros.
Sandoval intervino:
—“Siempre durante todos los gobiernos malos, entre los cuales los más malos fueron los de don Porfirio, que esquilmaron y azotaron a los pobladores de la campaña, la prensa blanca de Montevideo y del interior no paró un momento en la defensa de los gauchos perseguidos, afrentados, apaleados o muertos por las policías bandoleras, consentidas porque eran las encargadas de parir las legislaturas ideológicas.
“No consiguieron nada, sino aumentar el número de víctimas con muchos periodistas de campaña, caídos bajo el machete policial, porque los delincuentes tenían bien guardadas las espaldas.
“Lucharon con las armas, compartiendo las penurias y mezclando su sangre, con el gauchaje heroico, reclamando garantías para la vida, la propiedad y los derechos cívicos de los habitantes del campo.
“Y no triunfaron porque los ahogó la fuerza inconsciente de nuestros hermanos, esclavizados en los cuerpos de línea.
“En el mismo sentido lucharon desesperadamente en las Cámaras, y no triunfaron nunca porque la mayoría regimentada cerraba siempre con candao la tranquera del potrero de la justicia.
“No tuvieron nunca resultado inmediato, pero no se perdió ni uno solo de los tientos cortados, y de esa tropilla de sacrificios nacionalistas, nació la prosperidad de la campaña y las primeras conquistas de libertad electoral!...
“Eso sólo han hecho; y han perseverado cincuenta años para llegar a la victoria del país contra el despotismo de las camarillas.
Sin nido, sin dinero y sin libertad
No hay que hacerle —exclamó Sandoval—; a don Pepe le ha resultado el triunfo del domingo uno de esos güevos de avestruz, vacíos y pintarrajeados que he visto en el Mercado del Puerto a doble precio que los llenos y frescos.
—Aura no ronca juerte, echándose el sombrero a la nuca y escupiendo pu’el colmillo, como lo hizo al abrazar a su compañero Galarza.
—Es porque vido que al Militón Muñoz de Tupambaé no lo sigue ni la madre y la campaña le ha pegao un susto machazo.
—¡Campaña vieja! —exclamó alborozado el negro Sandalio—. ¡Esa es de una pieza como puñal de lima!
—¡Y está blanquiando con una helada linda, donde los cerros hasta los bajos!
—Por eso —replicó don Cayetano—, el gran Barnun, qu’es un viejo cazador de hijuelas de muchachas ricas, se está dedicando a arrastrarle el ala. Ayer escribió en su gaceta:
“La clase más desvalida de la República es la de la verdadera población nacional. El paisano es un paria en nuestro país. Duerme en un galpón, junto a los cueros y a los fardos de lana, no tiene, por lo general, más familia que la de las vinculaciones pasajeras; su sueldo mensual es de doce, diez, ocho y hasta seis pesos, su alimentación deficiente, su libertad nula.”
—¡Aijuna! —exclamó con indignación don Tiburcio—. ¿Con que aura semos la verdadera población nacional, con que aura ya no semos los gauchos vagos y haraganes, que sólo sirven para las montoneras, que no tienen otro ideal que “aire libre y carne gorda!”...
—¿Y no estuvo diciendo siempre que los importaos valían más que nosotros los hijos del país?
—Lo dijo: pero si se juesen a enrabar tuitas las contradiciones d’ese hombre no alcanzarían los maneadores.
—Párense —prosiguió Sandoval—, que todavía hay algo más lindo. Oigan este otro pedacito:
“Entretanto, sirve a la industria más próspera, más segura y de más grandes rendimientos que hay en el país. El precio de las vacas, de los cueros, de la lana, se ha ido a las nubes; pero los paisanos continúan durmiendo en el suelo, comiendo mal, sin familia, sin nido, ni siquiera como el del pájaro hornero, sin dinero y sin libertad”.
—¿Aura salimos con eso?... ¿Y los feroces latifundistas que s'enriquecen empobreciendo al país, ánde quedan?... ¿Y quién le ha dicho a ese renegao de su raza que no tenemos familia, ni nido, ni dinero, ni libertad?... Familia tenemos, y muy honradas, y nido también, anque no esté encajao en el árbol del Presupuesto, y liberta también tenemos, ganada a punta’e chuzas contra las pretensiones del tirano que nos quiso embozalar a tuitos y arriarnos por delante como tropa’e chancos!
—Precisamente —dijo don Cayetano— porque hemos demostrado que tenemos libertad, que no tenemos quejas de nuestros patrones a quienes libremente hemos seguido, asegurando el gran triunfo nacionalista en la campaña, es que el zorro viejo se asusta y trata de engatusarnos.
—Trabajo perdido, le conocernos tuitas sus mañas y si no l'hicimos caso cuando pretendió rebenquiarnos, menos le vamos a hacer aura cuando se amansa y se viene blandito dispués de los coscorrones.
—Es lo que yo siempre dije —exclamó Sandalio—: “¡No hay como el garrote p'amansar locos!”
La Patria para loa hijos de la Patria
—¿Qué estás haciendo, chino Feliciano?
—Emparejando la cancha con la pata para mejor clavar la taba.
—¡Ya estás zonziando otra güelta!... ¡Si aún tirándola con la zurda es suerte en fija!
—Parece qu’ estás dispuesto a jugarte todo...
—Te juego tuitas las motas de mi negra contra un mechón de cerdas de tu china.
—No aceto porqu yo también las voy a las patas del tordillo y con él doy cola y luz y doy el campo y doy usura y dispués de ganada la california, si me lo empriestan, los desafío con el qu’ enfrenen!...
—¡Juepucha, Feliciano, cómo te has güelto patriota!
—Es que hay que tirarle al codiyo al ganador con matufias, al que siempre ganó en mala ley, sabiendo que los vedores y la sentencia eran suyos, porque con hacer comandante a cualquier negro trompeta...
—¡Che, asujetá!
—No hay caso, hermano, vos sos negro, pero la culpa no es tuya, ni sos trompeta y además sos blanco y de colorao no tenes nada.
—Aura no tengo nada; pero lo tuve con la sangre del balazo que m'encajaron en Cerros Blancos y el otro ojal que me abrieron en Masoller.
—¡Cuando cayó l’águila blanca!...
Sandoval llegó en ese momento y dijo:
—Después de haber hecho nido y dejado prole en lo alto de los más altos virarós de nuestra selva ciudadana... los caranchos del ballismo ya empiezan a juir de los talas y los molles raquíticos; los aperiases disiparan campo ajuera, previendo que el desborde del civismo les va a cubrir el bañado basta las puntas de los caragnatás!... Al firme, gurises, que quien no la corre no la gana, y que con garrones y coraje, no hay bagual que basuree a un gancho que entre las cuatro paredes de terrón y el techo de paja recogió de sus padres la tradición de sus abuelos: patria para todos los hombres del mundo; pero primero, patria para los hijos de la patria.
Laguna, emocionado, se puso de pie, chupó el pucho apagado, lo arrojó sobre la ceniza y dijo:
—Habló lindo, compadre. El campo es grande y en él cabe mucha hacienda, pero que no pretendan echarnos ajuera a nosotros, los que lo compramos con la sangre de nuestros antepasados y asiguramos la propiedá con la garantía de nuestros cueros.
—El 30...
—El 30 van a desenfrenar y largar sus matungos todos los comisarios Balle, Viera y Brum, convencidos de que no valen el maíz y la alfalfa que comen...
—A cuenta del Estao.
—Sacados de la barraca que la honradez nacionalista cerrará con doble llave!...
—¡A caballo, muchachos! Suena el clarín que concita a los buenos y a los bravos para la batalla decisiva!... ¡A caballo, ceñida en la frente la divisa sin mácula y latiendo bulliciosamente en el pecho el brioso corazón que nunca supo de cobardías!...
La influencia moral
No es de extrañarse que en las soledades del Puesto de los Abrojos, donde todavía no llega ni siquiera uno de esos mamotretos autobuses, tan caros a Batlle —y al país en distinto significado—, no es de extrañarse, decimos, que sus toscos moradores vivan en inquietante desconcierto, cuando algo parecido ocurre aquí, en la olla del hormiguero, como quien dice, y hasta a los zumbiadores y teruteros.
La sorpresa mayor allá la motiva el hecho inaudito de que haya jefes políticos que se nieguen a obedecer al Presidente y que renuncien.
En materia de autoridades departamentales —de sargento para arriba—, renunciar cargos fué, a lo sumo, un caldito de la superioridad para dorarles la píldora de la exoneración.
Pero el caso actual es extraordinario: el caso de un Jefe de Policía que no sólo hace voluntario abandono de su puesto, sino que declara públicamente hacerlo porque el Presidenete pretendió que hiciese una porquería.
—¿Y dónde está la porquería, vamos a ver? —preguntó el negro Sandalio, quien no siempre hace cosas de negro, y que a veces suele desparramar la mazamorra, riendo de la sabiduría ñanducera de algunos legisladores y ministros.
—¿Dónde está la porquería? —volvió a preguntar—. ¿Acaso tuitos los Presidentes no han encargao a los Jefes Políticos que les junten carneros pa sus majadas?...
—Eso era en el antiguo régimen, cuando gobernaban Batlle y Viera —objetó don Cayetano.
—Y así había que hacerlo —terció Laguna—. ¿Por ventura el Presidente podía ganarles las elecciones a los blancos con la miseria de los milicos del ejército y de las polesías? —Balles mesmo, que hizo milicos como mundo, tuvo que pedirles, una manito a los Jefes Políticos pa que domaran tuitos los potros posibles y le formasen una tropilla grande de mansos y bien obedientes a la rienda.
—Repito que eso era en el antiguo régimen, cuando mandaba Batlle —recalcó Sandoval—. Y ustedes saben que Batlle se ha echado el sombrero a la nuca y ha montado a caballo y se ha largado campo adentro para combatir el antiguo régimen.
—¿Y quién es el antiguo régimen?
—Viera.
—Entonces Brum, ¿qué es?
—Brum no tiene régimen.
—Pero hace lo mismo que los otros y Balles lo defiende.
—Lo defiende porque no es verdad que sea lo mismo. Ayer mismo dijo:
“En efecto: la Constitución de la República establece en él que los funcionarios policiales “deberán abstenerse, bajo pena de destitución, de formar parte de Comisiones o clubs políticos, de suscribir manifiestos de partidos y, en general, de ejecutar cualquier acto “público” de carácter político, salvo el voto.”
Pero de eso a que no hagan caso de la “influencia moral”, hay como cien tiros de lazo. ¿Qné sería de un Presidente sin la “influencia moral”, y si a los funcionarios policiales les da la boba por hacerle aseo a la “influencia moral”? El artículo 9 de la Constitución les prohíbe a los funcionarios policiales formar parte de clubs, suscribir manifiestos y andar cacareando en público. Pero, ¿en qué artículo dice la Constitución, que no puedan, reservadamente, amenazar con la pérdida del empleo, o con una paliza, a quienes se nieguen a votar por el Superior Gobierno?
—La verdá es que mirando el palo d’ese lao...
—Y hay que mirar el palo de todos lados para encontrarle acomodo. Una cosa es la imposición, así no más, a lo bruto, y otra cosa es la influencia moral. Por eso Batlle defiende a Brum.
—Además —intervino don Tiburcio—, Brum lo ayuda a Batlle, y no hay que decir, Batlle nunca le negó una cuarta a ningún amigo, por más embarrao qu'estuviese. Tendrá tuitos los defectos que quieran, pero lo qu'es delicao pa la comida nunca lo jué. Carece ser Justo.
Charla
La visita de don Procopio Medina, un viejo viejazo, radicado a más de diez leguas de distancia del Puesto del Fondo, animó un poco las tertulias, amustiadas por ausencia de Sandoval.
Don Procopio había desmontado, desensillado y largado el caballo —demostrando el propósito de pernoctar—, sin haber pronunciado otras palabras que un seco
—Güeñas tardes.
Debía tener don Procopio más de setenta años; poseía dos suertes de campo, varios miles de vacunos de ínfima calidad y unos centenares de ovejas ruines que casi nunca se esquilaban, porque al entrar el verano, la sarna no les había dejado más de dos o tres mechones de lana.
Huérfano de padre y madre desde edad temprana, sin hermanos, celibatario empedernido, vivía en su azotea ruinosa, rodeado de una majada de negros y negras criados en la casa.
—¿Qué vendrá hacer pu’acá este ñacurutú? —habló Feliciano a Sandalio.
—Dejuro que a trairnos algo no ha ’e ser —respondió el negro—. Este es como las polesías y demás gente 'el gobierno: chupan pero no escupen, y en cuanti a dar, sólo dan palizas y multas por cualisquier motivo.
—Vamo a tratar d'espulgarlo.
Sentado en la rueda, silencioso, don Procopio vaciaba el grueso porongo en dos sorbos, aceptaba la tabaquera de don Tiburcio para liar un cigarrillo grueso como un dedo, y no perdía de vista el asado, que para su glotona impaciencia se iba dorando con demasiada lentitud.
—¿Qué tal, don Medina, como le va diendo ’e salú?
—Hum...
—Siempre duro como cerno ’e coronilla!
—Hum...
—¿Anda ’e viaje?
—Ehj...
—¿Va pa lejos?
—Hum...
—Por negocios, dejuramente...
-Ehj...
—Andará buscando novillada pa invernar?...
—Hum...
Al anuncio de Sandalio:
—Cuando gusten, el asao está pronto —el forastero desenvainó antes que nadie, y su enorme “fariñera” rebanó del primer tajo un trozo suficiente para la cena de dos cristianos y un perro...
Y aunque el viejo tenía la boca más despoblada que una tapera, cortaba sobre la jeta tremendos pedazos, los revolvía y los mandaba enteros, gañote abajo, igualito a un ñandú.
Sandalio lo miraba, con envidia y le dijo al oído a Feliciano:
—Este animal traga como quien enllena chorizos; si nos descuidamos no nos va a dejar más qu’el asador!...
Y Feliciano, siempre práctico, replicó:
—No converses, que conversando se pierde tiempo; apúrate a meterle diente...
Don Procopio se apuró más; se echó a la boca el último trozo, tan grande, que tuvo que empujarlo con la mano para que entrara; y en seguida, antes de lograr tragarlo, pegó otro “viaje”. Y mientras hubo carne siguió engullendo.
Pero en cuanto a saber el objeto de su visita, no se le pudo arrancar ni un yuyito de indicio.
Tan sólo indagó:
—¿Cuándo volverá don Cayetano?
—Lo esperamos mañana temprano —respondió Laguna.
—Güeno.
Y no dijo más.
Al día siguiente, muy temprano, cayó Sandoval, y don Procopio se apresuró a abordarlo.
—Vengo a verlo porque sé que usté está en güeñas relaciones con el comesario Morales...
—¿Y...?
—Y como me han atracao una multa enjusta...
—¿Por alguna contravención?
—¡Qui ha ’e ser!... Me han atracao una multa ’e cincuenta pesos porque no me suscrebí en el registro cevico!... ¿ Se da cuenta que canallada?
—¿Usted nunca se inscribió?
—Nunca. De mi casa al Juzgao hay como doce leguas; doce pa dir, doce de güelta, veinticuatro; un mancarrón fatigao al ñudo y un día perdido al santo botón... ¿Pa qué sirve suscrebirse?
—Por lo pronto para no tener que pagar cincuenta pesos de multa —exclamó Sandoval lanzando una carcajada.
—¿Y usté no podría influir con el comesario pa que me perdone la multa?...
—Lo único que podría hacer en su servicio es ver si le perdonan los intereses...
—¿Tamién hay que pagar intereses?
—Sí.
—¿Cuánto?
—Cinco pesos diarios.
—¡Qué barbaridá!... Hagamé el favor de hacer que me echen mi mancarrón en seguida mesmo! ¡Qué barbaridá!... Hacer esa porquería a un vecino honrao que nunca se ha metido en regulusiones ni en elisiones!..... Trompetas!...
Tan furioso estaba, que montó y partió a galope, olvidándose de despedirse.
—Lo julepió lindo —dijo don Tiburcio.
—¡Lástima que lo de los intereses no sea verdá!... Hay que castigar a todos los egoístas...
Cavilaciones
Hace varios días que don Cayetano falta del Puesto de los Abrojos.
—Dijo al dir se —observó don Tiburcio— que sería custión de llegar y pegar la güelta.
—Y ya lleva cuasi una semana ’e pueblada; pa mi gusto que le han enterrao la cola en el poblao.
—Mi compadre es ñandú muy sogueao pa dejarse embretar en la manga. Lo que hay es que anda teruteriando porque parece que las cosas s’enriedan como raíces de camalote.
—Con tal que no se se l’enriede el anzuelo...
—No hay cuiclao; mi compadre es más mañero que tararira ’e cañada.
Y dijo Sandalio:
—Asigún corren las voces, dispués de la pedrada que le atracamos el 30 de noviembre, el avispero ballista anda tuito alborotao.
—No es pa menos; le pegamos mesmo en la boca ’e la idiología.
—¿Qué es eso?
—Asina lo llaman ellos al estómago. Y dejuro que les duele más que si juese en la cabeza, por qu’esa la tienen más dura que concha ’e tortuga.
—¡También, sacarle a uno de golpe la mita de la ración!... Ni tan siquiera le han dejao formar en cada departamento una güeña tropilla ’e consejeros con trescientos y tantos pesos de sueldo por cabeza.
—Es lo que dijo don Porfirio contestándole al “Páis”: “Es cierto que los pueblos de campaña se van enflaqueciendo como caballo con haba o cordero con lumbriz, pero ¿los van a curar, acaso, tres miserables consejeros con cien miserables pesos de sueldo mensual?”
—Dejuro. ¿Qué van hacer siendo pocos y mal montaos?...
—Por eso don Porfirio, qu’es canchero viejo, siempre ha querido tener muchos empleaos, muchas polesías y muchos soldaos de línea, pa asigurar la libertá ’el sufragio. Y como sabe que pa que la gente trabaje con gusto carece pagarla bien, trató de darle güenos sueldos a todos, empezando por él mesmo, que como capataz tenía derecho a ración doble.
—Y tragó más que un lobo.
—Con razón —dijo el negro—, ¿vos te crés que no se precisa estar bien alimentao para hacer matar tres mil blancos y enseñarles a los que quedaron vivos que debían respetar las estitusiones?...
—¿Y cuáles eran las estitusiones?
—¡Pues! el Jefe Político, los comesarios, los junteros, en fin, tuitos los encargados de hacer deputaos pa qu’él, don Porfirio, juese siempre patrón del páis.
—Aura dicen que anda amenazando con un “cuartelazo”... ¡Qué será eso del cuartelazo?
—Yo no sé; pero carculo que debe ser una maquinita parecida a los compromisos firmaos para nombrar Presidente a un aparcero, o lo del colegiao, o lo de las trampas eletorales, tuito con el propósito de que el páis tuviera Porfirio hasta que estirase la pata y viniera el diablo a llevarlo en su carretilla pa cocinarlo en el infierno.
Siempre enfrenaos
El patrón, espontáneamente, había autorizado a don Tiburcio a “volcar una con pelo”, a fin de que en el Puesto de los Abrojos celebraran contentos sus moradores “este verdadero año nuevo”.
“Este verdadero año nuevo”, decía la esquela del patrón, lo cual intrigó a todos y principalmente a Sandalio.
—Si este es el único verdadero —dijo—, quiere decir que los otros eran fallutos y que por lo mesmo no cuentan, y asina viene resultando que yo tengo sólo un año y estoy mamando.
Y pialó Feliciano:
—Mamao, con seguridá que vas a estar esta noche con la damajuanita e caña que trujo don Cayetano, y es sabido que pa l’azúcara, la mosca, y pa la caña el negro.
—Hablá mucho, vos!... De fijo que no es tomando agua ’e la cachimba que te se ha hinchao la panza y te se ha puesto la de oler más colorada que flor de ceibo...
—Lo que ha querido decir el patrón —explicó Sandoval— es que el páis entra d'endeveras en una vida nueva. Descornaos los toros bravos que acostumbraban llevarse por delante hasta el palo a pique de la manguera; mansos de arriba y obedientes en la rienda los baguales bellaquiadores de otros tiempos; acobardaos los zorros ladrones de balotas en los gallineros cívicos... Otra vida empieza...
—Pero siempre enfrenaos.
—Con el freno de la ley que no lastima ni humilla como el bocao de cuero bruto con que doman los tiranos! —exclamó don Cayetano.
—No s'entusiasme tanto, compadre —intervino Laguna—. Yo vide muchos amaneceres lindos, como anunciando día de fiesta; y luego dispués, en un redepente, nublarse el sol, bramar el trueno, tajiar el cielo los rejucilos y cair agua como epidemia.
—¡Pucha con la lechuza! ¡Siempre cantando aguarería! —exclamó Sandalio impaciente.
Y luego, arrimando brasas al asado, agregó:
—Cuando el tragadero tiene la promesa de un costillar d’esta laya, tiene que ser muy zonzo pa resecarse en suspiros!...
La Navidad en el Puesto
Estaba don Cayetano explicando a Laguna y a don Tiburcio la magnitud del triunfo blanco, cuando fueron sorprendidos por los gritos de Sandalio y Feliciano, quienes, rato hacía, erraban impacientes por el guardapatio, inspeccionando con insistencia el horizonte.
—¡Se viene la tormenta! —vociferó Feliciano revoleando sus brazos—. ¡La gran... pa la puerta, y qué nubarrón más escuro!... Se parece a vos, Sandalio...
—¡Bien haiga tía Paula y la caridá de Dios!
—¡Viva tía Paula!
—¡Vivan los pasteles!...
Segundos después llegó a la enramada, cabalgando a lo macho una yegüita escuálida, cencerreando con la sartén, la espumadera y otros chismes que conducía a los tientos, la negra tía Paula, la “máistra de los pasteles”.
Con extrema agilidad voleó la pierna, y sonriente, alegre, se dejó abrazar y estrujar por todos los del puesto.
—¡Siempre contenta la negra vieja! —exclamó Sandoval, palmeándole la encorvada espalda.
Y ella, abriendo de par en par la jeta, para dejar al descubierto el doble palo a pique de nácar de sus dientes, replicó:
—¡Dijuro, patroncito!... Para estar siempre alegre no carece más que tenér salú y ser güeno, porque a quien tiene un gusano en la consensia la risa se le yela en los labios...
Luego, dirigiéndose a Sandalio:
—Anda m’hijito, acomódame la potranca.
—¿Potranca?... ¡Y tiene los dientes en horqueta!
—Al lado d’ella es potranca, del mesmo modo que al lao d’ella vos sos mulato no más... En la vida tuito es asigún... Metete eso debajo ’e las motas.
Sandalio iba a responder airado, pero tía Paula intervino, le dio un empellón al negro, diciéndole:
—Vos anda a acomodarme el animalito.
Y después un cachetazo a Feliciano:
Y vos respetó, che, a la gente’e color, qu’esta noche va venir un rey negro.
—¡Escura va estar la noche con tres negros en casa!... Habrá que quemar mucha leña para luminar el rancho.
—Seguí jeringando y verás como te hago tragar un pastel con mistura de curapé y de ombú, para que se te abaje la barriga trotiando.
Intervino Sandoval:
—Yo creía que ya no iba a venir.
—¿No venir?... ¿Cuándo dejé de venir a hacerles los pasteles y las tortas a mis aperiases del Puesto de los Abrojos?... Vamo, trujen los preparativos p’al galpón y dejenmén sola sobar la masa... ¿Está la batea?... Está... ¿El balde ’e leche?... Güeno. Me viá desensillar un peco p’amacarme a gusto, y esta vez, muchachos, se las asiguro, es un palpite, que ni el Presidente Bruno va comer pasteles más ricos, asina llame al jefe ’e polesía y a tuitas las comesarías pa que se los preparen de lo lindo lo mejor!
—¡Sandalio! —gritó don Tiburcio—, echa leña al juego, mucha leña, que haiga mucha luz!
—Brasas hay bastantes —respondió Feliciano—, los lechones s’están dorando como anillo'e compromiso.
Ladraron los perros.
Llegó el comisario Morales. Sandalio salió a recibirlo; le palmeó la espalda y le dijo:
—Pase, hermano, qu’esta noche el que no revienta de enllenao, no revienta ni anque le metan una bomba ’e dinamita adentro’e la panza... ¡Pasá hermano, que recién empiezo un cimarrón!
El comisario, algo cohibido, observó:
—Che, che, ¿dendo cuándo semos hermanos?
—¡Dende el 30 ’e noviembre!
En el rodeo electoral
Otra vez visitó el Puesto de los Abrojos el comisario Morales.
La insistencia hizo decir al negro Sandalio:
—Este terutero, o viene pa vichar, pensando en malas artes, pa dispués preparar pasteles eletorales envueltos en la chala ’e la legalidá, o cáichumbao por la barriga, sabiendo que dende hace un tiempito estamos carniando gordo.
Sonrió Feliciano, trucha viejo, y respondió con malicia:
—Las dos cosas se pueden hacer a un mesmo tiempo, y una ayuda la otra.
—Algo de eso también creo yo —dijo Laguna—; estos tramposos que no saben ganar sino con tabas cargadas y naipes mareados, andan aura enloquecidos como víbora que perdió el veneno entre las pajas. Pero por más que s’ escupan las manos, ni han de conseguir sacar del medio, ni han d'encontrarle yeito al güeso.
—De cualquier modo, conviene atar a soga el caballo cerquita ’e la cama y dormir con un ojo solo: los zorros andan más callaos cuanti más hambrientos están.
—No me parece que haiga tanto temor; aura l’ están enseñando otro padrenuestro a las polesías.
—Antes de aprender esta cartilla, que ricién están silabiando, tienen que olvidar la que Balle les estuvo metiendo en la cabeza durante diez y seis años.
—¡El triunfo ’e las estitusiones!...
—Y a tuito el que no vote pu’el triunfo ’e las estitusiones, ¡palo, y chimango al suelo!...
—Dijo el otro día el comesario Morales, que nosotros los blancos, en esta ocasión, tábamos haciendo balotas con las lanzas...
Don Cayetano, que en ese momento penetraba en el galpón, sentenció así:
—Es verdad. Nosotros, los blancos, convertimos en balotas nuestras lanzas cuando nos dan un asomo de libertad para ejercer nuestros derechos; y convertimos nuestras balotas en lanzas, cuando gobernando un Batlle, la libertad y la legalidad quedan refugadas en el rodeo electoral.
Mucha hacienda mansa
El comisario Morales está contentísimo con el pretendido triunfo de las huestes batllebrumistas, no tanto por satisfacción partidaria, porque el primer deber de un buen comisario es pensar del mismo modo que el Superior Gobierno, sino por lo que a su interés personal respecta.
—El jefe —dijo— ha quedao muy contento de mí y me prometió recomendarme a don Pepe. Es cuasi seguro que en cuanti suba don Pepe, me nuembre capitán de linia.
—¡Arrió mucha hacienda mansa pa las mesas?
—Tuita la qu’encontramo en la recorrida... El trabajo s’hizo bien y gracias a Dios no tuvimos necesidá de recurrir a la juerza p'hacer respetar l'autoridá.
—¿Y no tenía miedo de que lo agarraran amansando gatos y sobando partes y le sucediera lo que al comisario Molina?
—¡Quién me diba agarrar?... Yo tenía orden del superior...
—Molina también, y lo engallolaron.
—Por zonzo y demasiao confiao. Pero yo soy baquianazo en estas cosas y ni el mesmo diablo me solprende sin perro.
—Perros con machete.
—Y con tercerolas, pa más siguridá. Y, además, yo soy muy terutero, y es difícil que naides me descubra el nido.
—Sobre todo contando con la protesión de don Pope qu’es tremendo.
—Es al ñudo, no hay quien le pise el poncho.
—Sin embargo, el 30 do julio le pisamos la cola.
—Por facilitar demasiao.
—Y en esta está cacariando sin haber puesto güevo.
—¡No s'encandile, amigazo!... ¿No vido qu’él solo los revolcó a tuitos juntos, a los blancos, a los vieristas, riveristas, católicos y socialistas?
—Tan solo no estuvo, por qu’el Presidente Brum le dió una güeña cuartiada.
—E lo más natural. ¿Pa qué lo puso don Pepe sino pa que le respondiera en llegada la ocasión?... El caballo y el amigo son pa las oportunidades, y el mocito ese no tiene facha ’e volcador, como el mal agradecido ’e Viera.
—Sin embargo, usté era gran partidario del indio y cada vez que hablaba d’él parecía que estuviese mascando un pedazo ’e panal de miel de lechiguana.
—Dejuro, siendo Presidente...
—Y de Manini Ríos también nos hizo más alabanzas que las que le encaja el flaile a Dios en las junciones de iglesia.
—Es verdá pero jué por un tiempito no más... Mire, don Cayetano, a mí me estraña en un hombre de su esperencia que no se haiga dao cuenta de que árbol cáido sólo pa leña sirve... Y dispués del triunfo ’e don Pepe...
—¿Sabe a lo que hace acordar el triunfo de don Pepe? —preguntó Sandoval.
—Diga.
—A un ñandú que exclamaba: “¡Este año sí que viene liado pa los charabones!... ” ¡Y estaba empollando un güevo guacho!...
Quem teim... rabo, teim medo
—¡T’ardiendo lindo la leña!...
—¡Como que la hemos secado con el calor de nuestros cuerpos!
—La fogata del 30 los va encandilar a los ratones de las oficinas públicas.
—Y más que a ninguno al ñacurutú de Piedras Blancas.
—A ese d’esta güelta no le va quedar ni saliva p’aprietar un tiento.
—Dicen que y'anda temblando.
Asina ha'e ser no más, porque ustedes saben que “quem teim... rabo, teim medo”, y a él entoavía l'están ardiendo los chicotazos de Fray Marcos, donde dejó el tendal.
—Eso no le importa nada a la hiena.
—¿Qué animal es ese?
—Don Cayetano dice qu’es un animal muy fiero, que de día anda escondido entre los matorrales y de noche sale pa dir a cavar las sepulturas de los dijuntos frescos...
—¿Y los come?
—¡Hasta los caracuces!... Es más glotón que un lobo y por más que trague no se enllena nunca.
—Habría que pastoriarlo una noche y hacerlo saltar p’arriba.
—Déjenlo no más, que pu’aí lo anda ronsiando un cazador ladino, de apelativo Voto Secreto, que lo va a cargar el 30 y si se salva escapará con el garrón lonjiao.
—Yo me comprometo a gastar un paquete ’e velas pal velorio.
—Y yo le regalo una guampa pa conservar el alma del dijunto.
Hablaban así cuando se presentó Sandoval; Sandoval rejuvenecido, con veinte años menos sobre sus espaldas, con una radiosa floración de esperanzas en el alma.
Y aceptando el cimarrón que le ofertó Sandalio, dijo:
—Acuérdense que hace un año recibí la carta del patrón ordenando que arrancáramos yuyos, que cavásemos la tierra y que sembráramos con fe... ¡Se acuerdan?
—¡Si me acordaré! —replicó el negro—. Hemos arrancao tantos abrojos que ya cuasi no se conoce la fesonomía del puesto, pero ¡pucha!... alegra ver la senfinidá de florcitas blancas que han nacido en el campo en pocos meses de trabajo!...
—Diga, don Cayetano —interrogó el capataz— ¿en el entrevero ’e la california no habría peligro de algún batatazo?
—¿De ande fogón si no hay leña? Pura chamuchina que se quedará en las partidas.
—¿Y los socialistas?
—Esos van a dir a votar adentro de una caja de fósforos.
—Quedan los demócratas.
—¡Salí diái!... ¡Mucho herraje sobre un matungo aguatero!
Se viene la tormenta
Sandoval penetró en el galpón restregándose las manos con aire de satisfacción y dijo:
—¡Lindo el temporal!...
—Yo no lo creo muy lindo —objetó don Tiburcío—: por lo pronto ha dejao un tendal de borregos y ha abrido un portillo grande en el alambrao del bajo y cuasi arrancó el prencipal esquinero...
—¡Lindo!... ¡Por eso digo que es lindo!...
El capataz Laguna y Sandalio observaron a don Cayetano y luego se miraron entre sí, como preguntándose si el viejo no habría perdido la chaveta, envenenado con la tinta de imprenta.
—Sólo Feliciano sonrio, bajó la cabeza, escupió sobre la ceniza y se puso a dibujar una marca con el dedo.
Y Sandoval acentuó:
—Un tendal de borregos, un portillo grande abierto en el alambrao y el esquinero por cáirse... lindo, lindo, de lo lindo lo mejor. Lo que se ha de empeñar vale más venderlo, y candil que se le está acabando la grasa, apesta y no alumbra y lo que compite es apagarlo...
—Sí; d’esa laya quedaremos a oscuras y arruinaos y cuasi a la intemperie, por qu’el ventarrón se llevó la mita ’e la quincha ’el rancho —manifestó con disgusto don Tiburcio.
—¿También eso? —interrogó Sandoval—. ¿Voló media quincha?... ¡Más lindo todavía!...
—Oiga, compadre —intervino Laguna—, si yo no supiera que usté no es hombre a quien se le ladee el carro, ni se le caiga el sombrero sobre los ojos, ni el viento le añude el poncho en el pescuezo, diba a erer qu’esta madrugada, aruñao pu'alguna pesadilla se había cáido ’e la cama. ¿No eompriende el perjuicio que nos causa el temporal con esos destrozos, precisamente aura que andamos más pelaos que vintén brasilero?...
Don Cayetano miró a su compañero, meditó, sonrió y dijo:
—¿Pero ustedes se referían al temporal de acá y los perjuicios causados en el puesto?... No! no!... Yo hablo del pampero fuerte que sopló en Montevideo, que le abrió otro portillo al Gobierno, dejó tecleando a un Ministro que usa el protocolo requintado como chambergo de lunfa y se lo ladiaron de dos sopapos constitucionales; que ha dejado en el medio del arroyo, sin saber para qué orilla salir, al Jefe de Policía; que ha puesto al Presidente a la intemperie, volada media quincha y por volearse el horcón del medio, que muchos creían era ñandubay y resulta solamente sauce colorado, y eso mismo sin curar.
Tras un silencio, dijo don Tiburcio:
—En ese rodeo yo no aparto.
—Ni yo —opinó el negro Sandalio—; las tropas de ideas están formadas por novillos guampudos y traicioneros que se vienen sobre el lazo y lo julepean al más gaucho. Pa esos apartes que dentren los dotores... Cuando yo sea deputao...
—¿Y vos pensás ser deputao?
—¿Por qué no?... La Costitución no me lo impide y si me llega el turno...
—Y vos, Feliciano, ¿qué pensás? —interrogó Sandoval.
—Yo pienso —respondió el aludido— que cuando sopla el viento, siempre se le debe dar el lomo; y si sopla muy juerte, lo mejor es echarse panza abajo...
Lo dijo serio. Borró con la palma de la mano la marca que había dibujado en la ceniza y púsose a trazar otra.