La tarde ofrecía el aspecto de un reloj que se hubiese parado súbitamente. Nada ha cambiado, nada se ha transformado; pero cesaron el movimiento y el sonido: la vida quedó en suspenso.
El cielo, hasta entonces nublado, se aclaró de pronto, con una claridad opalina y la atmosfera quedó inmóvil, rígida y pálida, cual si la naturaleza hubiera sufrido un síncope.
Todo el mundo en el contorno. En el firmamento lechoso, ningún pájaro batía el aire con sus rémiges. En la campiña, las bestias, sorprendidas por aquel insólito crespúsculo, permanecieron quietas, atemorizadas. Las ovejas andariegas se apeñuscaron, formando grupos que a la distancia semejaban montículos de calcárea blancura. Los vacunos suspendieron la metódica ocupación de la rumia, y los caballos, gachas las orejas, entristecidos los ojos, parecían clavados sobre sus cuatro remos, esperando con filosófica resignación, la borrasca presentida.
En las casas imperaba igual silencio. El ambiente húmedo y cálido, apelmazaba los cerebros y sellaba los labios.
Las gallinas, creyendo con su feliz imbecilidad, que había llegado la noche, instaláronse tranquilamente en sus habituales dormideros.
En el galpón, los perros, presintiendo un peligro, echaban a los hombres miradas investigadoras y demandadoras de auxilio; mas, al notar la indiferencia de éstos, se estiraban, buscando el mayor contacto con la tierra, la buena madre, que siempre ampara y nunca castiga, que amamanta con igual cariño a los hijos buenos y a los hijos malos, a la oveja y al lobo, a la zarza dañina y al trigo sagrado...
Tal inercia plegaba los espíritus, que cuando Marina penetró en el galpón para recoger las fuentes y los platos del almuerzo, no hubo un sólo peón que se preocupara de decirle una zafaduría o darle un pellizco, caso nunca visto desde que Marina entró de peona en la estancia.
Tal inercia plegaba los espíritus, que cuando hasta Cayetano, sempiterno charlatán, había cerrado la esclusa al dique de su verborragia. Apenas si dijo con la rabia de la impotencia:
—¡Pucha! ¡Con este día, hasta pa resollar siento pereza!...
—Pueda que sea un clise—aventuró el viejo Pancho.
—También puede ser una cometa—observó Almada.
—¡Salí!... ¡Las cometas andan de noche!...
—No li hace; pero coletean de día, en ocasiones.
Nadie replicó. Los cigarros se apagaban con la inmovilización del fuelle de los labios. El mate se aburría recostado al pico de la pava, que estaba enfriándose, sobre las cenizas del fogón moribundo.
Repentinamente el nacarado del cielo se tiñó de escarlata y casi de seguida tornóse en gris lobuno.
Allá en lo muy remoto, bramó sorda y prolongadamente un trueno. Un relámpago trazó serpeante rúbrica roja sobre el paño obscuro, y tras una detonación formidable, cual si hubiesen hecho fuego al mismo tiempo cien baterías de cañones ultrapotentes, abriéronse las esclusas del cielo, y la lluvia azotó con ferocidad la tierra...
Todos los peones se habían retirado a dormir la siesta, tras el anuncio expresado por el capataz de que en vista del estado del tiempo quedaban suspendidos los trabajos proyectados para el día.
Restó uno solo, Cayetano, quien no se resignaba a pasar toda una tarde sin charlar. Viendo a Marina ocupada en retirar apresuradamente las ropas que había puesto a secar sobre el cerco vivo del guardapatio, le ofreció, sin mayor entusiasmo, su ayuda.
—¿Quiere que le de una manito, prenda?...
—¡No preciso estorbos!—respondió con mal humor la chica; y Cayetano, sin insistir, volvió al galpón, atizó el fuego y aproximó la pava, dispuesto a pasar el tiempo amargueando.
Ladraron los perros. Un jinete emponchado se acercaba al galope, y aunque ya estaba muy próximo, Marina no logró reconocerlo, a través de la lluvia. Al detenerse junto a la enramada, pareció sorprendido, exclamando con timidez:
—Güenas tardes, Marina...
Sin abandonar su tarea y con cortesía indiferente, la moza contestó:
—Güeñas... Bájese.
Desmontó el forastero y fué a tenderla la mano, que ella estrechó con frialdad, diciéndole al mismo tiempo:
—Dentre, no s'esté mojando al ñudo.
Él, apenado visiblemente por aquel recibimiento, con seguridad no esperado, dijo:
—También usted se moja... Deje que la ayude,.
—No carece; ya concluí.
Ambos penetraron en la enramada, y mientras Marina parecía solamente preocupada en nacer el lío, él balbuceó:
—He galopiao veinte leguas pa venir a trairle una güeña noticia.
—Muy importante ha de ser pa obligarlo a ese sacrificio.
—¡Ya sabe que por usté, yo soy capaz hasta de jugarle el alma al diablo, a la taba o a los tajos!...
Guardó silencio Marina y el forastero prosiguió:
—Hace un año me dio su palabra de que se casaría conmigo el día que llegase a mayordomo de la estancia de los Ombuses... Ayer el patrón me dio el puesto, con una güeña habilitación, y hoy mesmo, antes de aclarar, ensillé y me largué p'acá...
Ella siguió guardando un silencio hostil.
—Recuerde que prometió...
—Sí; prometí, hace un año, ¡pero en un año cambean tanto las cosas!...
—De manera que aura...
—Disculpe, viá llevar la ropa p'adentro...
—¿Y vuelve?—imploró el gauchjto.
—No creo. La patrona me precisa. Y sin una palabra amistosa, se fué.
El forastero quedó atolondrado incapaz de comprender aquel cambio radical en la mujer que un año antes le hiciera las más ardientes manifestaciones de amor.
Cayetano se acercó entonces y exclamó jubiloso:
—¡Hola, amigo Facúndez!... ¿Qué anda haciendo pu'estos pagos?...
Con amarga expresión, el mozo contó el objeto y el resultado de su viaje.
—¡Qué quiere, amigo!... El corazón de las mujeres es como casa de alquiler: el dueño no es sino el primero que la arrienda y se mete adentro!... venga pal galpón; vamo a tomar un amargo.
—Gracias. Ya me voy.
—¿Y ande va dir con este deluvio?
—A ver si encuentro ahí un rayo desocupado que me quiera rajar po'el medio!....