Chess Dance (o La Danza de Schach)

Joan Carlos Vinent


relato corto


La danza de Schach

Hacía años que habían oído hablar de los camorristas del Apocalipsis y, sin embargo, jamás se habían cruzado con ellos. Quizá sólo se trataba de una leyenda, de un intento de amedrentarles para que se retiraran de la ciudad. Por todos era conocido el temor que desprendía sobre los anónimos transeúntes la banda de los albinos. El jefe sabía que algún día tendrían que enfrentarse, pero su peculiar código de honor imposibilitaba enfrentarse al adversario con ventaja alguna. Además, la vitalidad y la alegría de su novia eran para el jefe su mayor ataque y uno de los más preciados rincones donde refugiarse. Por ese motivo, para evitar cualquier disparidad el día del enfrentamiento (que, por cierto, se hacía de rogar) pasaba el día ensimismado intentando idear una danza, una mezcla entre lo oriental y lo occidental que reuniera, que provocara una armonía que combinara lo mejor de las artes marciales con los majestuosos bailes de salón de la época cortesana. Y si bien necesitaba un espacio y una cantidad de movimientos reglamentada, la danza debería poder transcurrir con cierta libertad y espontaneidad por parte de los distintos miembros de las dos bandas.
Hacía años que buscaba la oscuridad de los apocalípticos, pero no los encontraba. Ya en el último lustro decidió recurrir a los sistemas tecnológicos más avanzados: Internet, la telefonía móvil, GPS, etc.
Supuso que al ser su vestimenta oscura y el hecho de salir por la noche conseguían camuflarse de tal modo que difícilmente podían ser descubiertos. Así que el jefe albino decidió que había que tener eso en cuenta a la hora de enfrentarse.
Igualdad de condiciones; por lo tanto el espacio en el que se llevaría a cabo la danza debería compaginar lo oscuro con lo luminoso, y aún así conservar la apariencia de un salón propio de los mejores palacios jamás erigidos. A este espacio lo llamaría Xanadú.
Otra norma que debería tenerse en cuenta sería la de que en el momento en que cayera uno de los combatientes, ese debería ser apartado del campo de batalla y reservado para una posible resurrección que sólo sería posible por medio de una pócima y un conjuro que se permitiría en casos muy especiales y aislados.
Si había que conseguir armonía e igualdad de condiciones, el número de participantes en dicha reyerta debería ser el mismo en cada una de las partes. ¿Pero cuántos? ¿Y cómo se distribuirían? Decidió que a cada lado del jefe y su novia colocaría a sus amigos de más confianza; a su vez, estos estarían acompañados por sendos motoristas que sólo podrían moverse efectuando una de esas acrobacias en las que el salto es el protagonista. A su vez, los motoristas estarían respaldados por dos forzudos que llevarían una especie de estandarte para delimitar también el campo de combate o salón de danza, como se prefiera. Y todos ellos tendrían un refuerzo delante de cada uno de los mentados; todos con las cabezas rasuradas para dar miedo al adversario, aunque el enemigo debería hacer algo por el estilo con la misma finalidad…
Mientras los camorristas del Apocalipsis era una banda conturna y noctámbula, los albinos se levantaban al despuntar el alba, eran diurnos y les encantaba el deporte de riesgo. De los apocalípticos se rumoreaba que andaban metidos en asuntos turbios de dinero negro y magia negra.
En el campo de batalla, la única magia que podría utilizarse sería la del sentido común y táctico; y la tecnología sólo podría ser la del intelecto, la que reside en la materia gris. De hecho, durante la batalla, tal contraste entre las bandas a enfrentarse sólo podría llevar a una sensación grisácea, tanto en la visión del acto como en la incertidumbre de su consecución.
Lo que estaba en juego era mucho más que la hegemonía de la ciudad.

Por su parte, los Apóstoles de las Tinieblas (que así es como se llamaban entre ellos los camorristas del Apocalipsis) conocían perfectamente el paradero de la Banda de los Albinos. Hacía tiempo que los tenían fichados y los rumores sobre una extraña danza no se hicieron esperar. Al principio, la idea les pareció irrisoria, pero tras la mesa redonda que se celebró para discutir y hablar del tema, se llegó a la conclusión casi unánime de que la idea no era del todo mala; aunque habría que hacer unos cuantos retoques.
He dicho que la conclusión fue casi unánime. No fue unánime porque, como de costumbre, uno de ellos se dedicaba a llevar la contraria a los demás. Era el antaño jefe de los Apóstoles de las Tinieblas. En él todavía quedaban reminiscencias de su despótico absolutismo, y los rencores salían a la luz cada vez que se decidía algo por la vía democrática y, según él, aniquiladora del espíritu con el que nació el grupo. En estos casos, sus compañeros de fatigas se mofaban de él y le decían: “Atila, tómate una tila, ja ja jaaa…!!! Con lo cual, éste se enfurecía más.
Pendiente queda un intento de retrato de Atila, porque no tiene desperdicio.
La partida de ajedrez o danza de Schach estaba al caer, muy al caer.

Juan Carlos Vinent Mercadal (Joan Lônnen)


Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Juan Carlos Vinent Mercadal.
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