En Busca del Bigote Perdido

Joan Carlos Vinent


Relato filosófico-surrealista


EN BUSCA DEL BIGOTE PERDIDO (tempus redivivus)
 Fue en  un  instante,  y sin  embargo...fue  una  eternidad,  y sin  embargo...fue un instante de eternidad,  y sin  embargo...Eternidad instantánea,  retorno  momentáneo  y eterno,  temporalidad,  ubicuidad en  el  tiempo.  Cronología  insaciable y subyugante creada por  el  ser  humano  para  esclavizarse,  por  miedo  a  la  libertad,  a  la  falta  de sistematización. Necesidad de controlar  y hacer  tangible  el  éter  de la  no  creación.  Intento  de crear  lo imposible  de crear,  aunque  la  ceguera  de  las convenciones nos haga  creer  en  una  realidad irreal.  El  hombre tiene la  necesidad  de controlar  su entorno,  de  controlar  lo  incontrolable y,  por  tanto,  crea  espejismos que acaba  por  creerse.  ¿Qué  es el  tiempo?  No  voy a  ser  yo quien  venga  a  definir  lo  indefinible.  Bastante se ha  escrito  sobre el  tema.  Bergson,  Sartre, Einstein,  Proust  me resultan  interesantes al  respecto...El  tiempo,  tema  recurrente,  tema del  eterno  retorno.  Nos da  miedo  porque  nos da  miedo  lo  desconocido;  o  respeto.  Se  habla del  paso  del  tiempo.  Nosotros somos los  que  pasamos.  Evolución,  historia,  cronología, calendarios,  relojes.  ¿Por  que preocuparnos tanto  por  el  mismo?  El  tiempo  que  se gasta  en preocupaciones de este tipo  -si es que el  tiempo  se gasta- deberíamos dedicarlo  a  vivir.  Yo cambiaría  aquello  de  el  tiempo  es  oro  por  vivir  la  vida  es  oro. 
La  siguiente historia  es fruto  de un  instante  momentáneamente  eterno. Bigote  (del  alemán  macarrónico  bî  Got). ¡Por  Dios!  Se hizo  rasurar  un  bigote en  el  cogote.  El  coyote de su  mujer  se lo  hizo rasurar  (¿o  se lo  rasuró?)  después de sesenta  y tres  años de cuidados intensivos;  de mimos y esmeros inconmensurables.  El  Doctor  Moustache vio  como  en  un  instante  de eterna melancolía  desaparecía  de su faz  un  amigo  que  no  requería  de su amo  otra  cosa  que su presencia  que le aliviaba  los momentos de soledad.  Era  una  alegría  ver  al  niño  mimado crecer  haciendo  camino  en  los raíles de su piel,  era  la  delantera  del  tren,  sí,  como  aquellos del  oeste norteamericano.  Y  a  pesar  de que su amo  ignoraba  las disputas de su amigo,  éste tenía  un  enemigo  que  crecía  en  los dos túneles  por  los que en  determinadas  épocas amanecía  un  manatial  viscoso  y pegajoso  que deprimía  al  bigote. Pero  el  gran  enemigo  no  procedía  de ahí,  sino  de la  esposa  del  Doctor Moustache;  ésta  se quejaba  de los picores sufridos al  acercarse a  la  locomotora,  como  si de un  atropello  se  tratara.  En  esas  ocasiones,  Bigote  daba  el  pegote  con  pesadillas  e  incluso sufría  de insomnio.  Ese estrés pronto  se hizo  patente en  una  incipiente  oxidación  y falta  de “cromacidad”  de algunos de los sujetos que conformaban  la  unidad anteriormente cobriza. Bigote se quejaba  y el  Doctor  Moustache no  tuvo  más remedio  que recurrir  al  tinte.  Bigote se sintió  ofendido,  al  principio;  pero  no  le disgustó  el  antifaz  o  antibigot  que desde ese momento  llevaba,  aunque en  los días calurosos del  año  le producía  sudores anteriormente insospechados.  En  cualquier  caso,  B.  seguía  ahí,  de máscara  que daba  una aparente serenidad  y señorío  al  inseguro  y  nervioso  Doctor.  Por  lo  menos existía. También  es cierto  que B.  añoraba  los tiempos en  que llevaba  melena;  vivía  de la memoria  de los felices años veinte.  Ahora  era  con  frecuencia  recortado,  lo  que le provocaba unos dolores como  si de miembros amputados se tratara.  Sin  embargo,  Bigote  sabía  que sus raíles,  aunque  no  los veía,  existían,  porque sentía  al  tren  fantasma  surcar  las  millas invisibles pero  reales;  vivía  y existía.  De hecho,  cuando  pasaba  por  la  calle  y se encontraba con  algún  que otro  compañero  de fatigas,  Bigote  alardeaba  de resistencia,  de tenacidad  y de fuerza   vital.  Hubiese sido  asombroso  poder  escuchar  las  conversaciones que mantenían entre  ellos.   Entre  ellos también  había  envidia,  pero  nunca  llegaban  los golpes a  los  raíles. Lo  máximo  a  que se llegaba  era  a  un  erizamiento  bigotudo  que era  lo  que regía  la supperioridad o  inferioridad de uno  u otro  bigote. Pero  aquella  desafortunada  noche  de invierno  Dalila  acabó  con  Bigote  y  Sansón se despertó  con  menos fuerza  y energía  de lo  acostumbrado.  Bigote  era  el  que daba  vida  al Doctor  Moustache  y  su mujer  lo  había  cercenado,  había  pasado  con  la  guadaña.  Las  cenizas se las  llevó  el  viento  y como  epitafio  a  su amigo,  el  Doctor  Moustache decidió  dedicarle  ese tatuaje en  el  cogote,  para  que  su mujer  no  pudiera  afeitarlo. El  Doctor  Moustache  dejó  muy claro  en  su  testamento  que cuando  se consumiera  y sólo  quedara  de él  el  esqueleto,  se abriera  su tumba  y se le injertara  a  la calavera  el  bigote inerme que había  ido  guardando  a  lo  largo  de los años en  un  cajón escondido  bajo  la  escalera  de caracol  que  conducía  al  minarete de la  mezquita  al  que su esposa  nunca  subiría.  Como  la  cantidad de bigote era  ingente,  donó  una  buena  parte de la misma al  taller  de bigotes postizos que había  en  ese callejón  perdido  de Alá.  Todo  ello  para salvar  la  memoria  de  un  amigo  secreto  que salió  a  la  luz  diurna  el mismo  día  de su desaparición. A la  pinacoteca  legó  sus trescientos autorretratos en  los  que  el  bigote era,  por descontado,  el  gran  protagonista.  Parte de la  herencia  del  Doctor  Moustache se utilizaría para  crear  la  primera  bigoteca  del  país. Se ha  sabido  que  el  año  pasado  se  creó  una  ley penal  contra  las posibles Dalilas, para  evitar  que se repita  el  suceso  relatado. 
Tener  alguien  bigotes:  frase figurativa  y familiar.  Tener  tesón  y constancia  en sus resoluciones y no  dejarse  manejar  fácilmente. 
Salamanca,  24  de julio  de 1999 (Juan  Carlos Vinent  Mercadal/  JOAN LÔNNEN)

Publicado el 3 de octubre de 2020 por Juan Carlos Vinent Mercadal.
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