Un Autor al Uso

Joaquín Dicenta


Cuento


Aún me parece, estarle viendo cuando se presentó en mi casa con el manuscrito entre los dedos de la mano izquierda y el sombrero entre las uñas de la mano derecha.

—Caballero —me dijo aquel joven, delgado, muy mal vestido, lo cual no es un crimen, y con el traje lleno de grasa y de otras materias alimenticias, prueba insigne de suciedad que no admite disculpa;— caballero, yo soy hijo de familia, como usted puede ver. Mi mamá es lavandera.

—¡Pues nadie lo diría! —pensé yo, mirando la camisa del joven, que parecía, por lo negra y por lo reluciente, una muestra de carbón de cok.

—Bueno; ¿y qué desea usted? —le pregunté luego de ofrecerle una silla.

—Pues quiero leer a usted una pieza que he escrito; porque desde que me quitaron la plaza de escribiente que tenía en el ministerio de Fomento, me he metido a escritor.

—Eso es muy natural —repuse yo;—habiendo sido escribiente de Fomento, nada más lógico que dedicarse a escritor público, en épocas de cesantía.

—¿Y en qué sección del ramo ha servido usted? —añadí.— ¿En Instrucción pública?

—No, señor; en Caminos. He ocupado allí un puesto durante cuatro años y tres meses.

—¿Y ahora? —le interrumpí.

—Ahora, viendo que el oficio de autor es muy socorrido, y después de enterarme de cómo se hacen estas cosas, he cogido una obra francesa que se dejó olvidada en su mesa de noche un señor, cuando mamá tenía casa de huéspedes, y la he traducido al castellano.

—¿A su mamá de usted?

—No, señor; a la obra. Sólo que, siguiendo la costumbre establecida, en vez de poner traducción, he puesto original. ¿Qué opina usted de eso?

—Que ha hecho usted perfectamente. Además, su conducta es lógica: un hombre que ha andado cuatro años en caminos, no puede proceder de otro modo.

—Me alegro de que esté usted conforme conmigo. Y tengo que advertirle una cosa. La obra, según me ha dicho un amigo —porque yo no estoy al tanto de eso que llaman movimiento literario los pedantes,— se representó primero en castellano con mal éxito, y fue traducida al francés, de donde yo la devuelvo al idioma nativo.

—¿Para ver si le han probado los aires extranjeros y la aplauden ahora?... No hay que preguntarlo: usted sabrá el francés a maravilla.

—He estudiado sois meses en casa por el método Ollendorff, y tengo traducidos todos los temas.

—Perfectamente, joven, perfectamente. ¿Y la obra está en verso?

—Sí, señor. Porque, lo que yo digo, eso de hacer versos es cuestión de empezar.

—Como el rascarse, ¿eh?

—Justamente.

—¿Y por qué metro se ha rascado usted?

—Por redondillas.

—Muy bien. ¿Y el asunto?

—El de siempre: un caballero vestido de frac, peluca blanca y pantalón corto, que le enseña a otro todo lo que pasa en España; un coro de poces, otro de chulos y otro de plantas tropicales, todos ellos con traje de mallas; dos o tres parlamentos (los parlamentos cortitos) y treinta y seis decoraciones representando varios planetas, las cinco partes del mundo y las Vistillas.

Con esto, con una música alegre y unas coristas bien formadas, me parece que el éxito es seguro.

—¡Ya lo creo, joven, ya lo creo! Por supuesto, que habrá usted cuidado de que las canciones sean picantes y los chistes subidos de color.

—¡Y tan subidos! Me he dejado atrás todos los usados hasta ahora.

—Pues dígole a usted que la obrita es de perlas. Usted empieza por donde otros acaban. ¡Ahí no es nada! Treinta y seis decoraciones, el sistema planetario, las cinco partes del mundo, las Vistillas, la mar en peces y hortalizas y versos como los que usted hará... porque no necesito oirlos para comprender que estarán a la altura del ingenio dramático, de la instrucción y de los extraordinarios alientos de usted.

—¡Ah, joven! —seguí diciéndole, mientras le impedía abrir el manuscrito: —no me lea usted nada; no quiero oirlo. Déjeme usted saborear íntegra la emoción que ha de producirme esta obra excepcional.

Usted ha entendido el teatro; usted conoce al público; usted sabe de arte; usted hará carrera y cobrará trimestres escandalosos, y será autor, y la obra se representará seis meses seguidos.

Cultive usted el género, y en cuanto reciba los primeros ingresos de su nueva y originalísima producción, cómprese un gabán fuerte, porque el invierno está muy frío y sería lástima que se malograse un genio así, llamado a ocupar puesto distinguidísimo en la literatura que cultivan sus contemporáneos.

Y cerré la puerta, admirando el poder de Dios, que con tanta bondad y tan desusada frecuencia envía autores de esos a esta venturosa tierra de España.


Publicado el 19 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Leído 0 veces.