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¡Cuánto quería a sus compañeros de esclavitud aquella mujer!
Mil veces me detuve yo, su hermano más que su amigo, en el centro de la habitación para contemplar a Dolores, que, puesta en pie delante de su querida jaula, inclinada sobre los alambres y mostrando en su rostro cierta satisfacción melancólica, seguía con ojos curiosos los múltiples y ágiles movimientos de aquellos preciosos animales, que, ya saltaban por entre los barrotes de su cárcel, ya esponjaban sus plumas en la bañera de metal, ya elevaban sus dulces trinos al espacio, ya, picoteando los granillos de alpiste esparcidos por el suelo de su vivienda, se perseguían los unos a los otros con un rumor continuo de gorjeos y de alas, alegres en su cautiverio, más alegres aun porque su zambra retozona distraía las angustias y los pesares de su dueña.
En ocasiones, sintiéndome envidioso de los que me ayudaban a endulzar la agonía de aquella hermosa criatura, protestaba de su preferencia por los canarios, y Dolores, volviéndose hacia mí y riendo con la risa amarga y silenciosa propia a los desgraciados, me decía:
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Publicado el 21 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.
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