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Enrique vió desfilar toda aquella turba de seres y cosas sin darse cuenta de ello; no tuvo ojos más que para contemplar el landeau de la condesa, que partió con los otros carruajes, no sin que su dueña, volviendo el rostro hacia su desconocido adorador, le dirigiera una sonrisa, despedida silenciosa, muda promesa que contrajo los nervios del joven y le hizo permanecer quieto, inmóvil, con las pupilas puestas en la encantadora mujer que se alejaba y el cuerpo iluminado por los últimos rayos del sol, próximo á ocultarse tras los áridos desmontes del Hipódromo.
Cómo se entendieron Enrique y la condesa, no es hecho digno de mención; baste decir que una noche recibió el joven la siguiente epistola:
«Dentro de cuatro días saldré sola para el Escoríal; vaya usted allí, y hablaremos.
»Será conveniente que abandone usted la corte antes que yo.
»Rompa usted estas lineas después de leerlas.»
Enrique hizo pedazos la carta, no sin besarla antes repetidas
vecos; buscó dinero, cosa muy difícil de obtener por un joven que no
tiene otro caudal que sus ilusiones y sus esperanzas, y dejó Madrid para
comenzar la historia de sus primeros amores con una señora del gran
mundo.
5 págs. / 9 minutos.
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Publicado el 3 de febrero de 2024 por Edu Robsy.
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