Cuando sе bebe mucho whisky en alta mar bajo una noche implacablemente negra, y las olas turbulentas y rebramadoras zarandean el bajel, se sueña así:
Se encaminan los marineros sordamente hacia la bodega. Tienen esa
extraña indecisión de los fantasmas. James, el pícaro grumete pelirojo y
obeso, aparece trayendo sobre sus hombros un tonel de forma rara,
diente á madera fresca y á sabroso whisky.
Y con saltos de trasgos, relampagueantes las miradas, el grupo rapaz, custodiando el tesoro, se dirige á un ricón escasamente iluminado por la vacilante luz de un farol que chirría infundiendo espanto. La campana del buque, con fúnebre solemnidad, tañe las dos la mañana.
Cruje el velamen ante el empuje del vendabal, y el cordaje, como enjambre de víboras, silba horrorosamente... Los marineros, silenciosos, con ademanes maquinales, beben del tonel.
El viejo Tom, de tez morena por el sol de Oriente, de recios músculos que sujetan mal de su agrado la indómita vela, quiere cantar con su extentórea voz, el God save the queen. Sus camaradas estrangulan sus desaforados gritos, mientras el maligno James, á hurtadillas, arranca un mechón de los canos cabellos del viejo lobo.
Lo reducen, por fin, á la obediencia. Y todos sacando sus groseras pipas de barro, repletas de negro tabaco, dejan escapar, de sus desdentadas bocas, un humo denso, amarillento y fétido, que borronea sus ojos y estúpidos rostros de borrachos.
Uno de ellos golpea el tonel que produce un sonido rápido, seco, y entonces, como asaltados por la misma idea, en coro, lanzan todos una prolongada y satánica carcajada. Piensan en la cara que pondría al día siguiente el capitán, al saber la jugarreta.
Instantes después, impelido por los puntapiés de los marinos, el
pobre tonel rodaba por toda la cubierta con cierta lentitud, como si
todavía contuviese algo.
Hasta entonces el malévolo grumete, de facha de sileno, oculto tras un mástil, había contemplado, con socarrona sonrisa, la escena anterior. Desde su escondite dió un salto, yendo á caer cómicamente á horcajadas sobre el barril, y, hundiendo la tapa con su vigoroso puño, extrajo del fondo una cosa que semejaba un cuerpo humano.
Turbias las pupilas, desencajadas las facciones de un pronunciado tinte verdoso, horriblemente pálido, al rugada la piel, destilando gotas de nauseabundo whisky, mostró el cadáver de una vieja...
Al ver esto, los ebrios, tambaleantes, votando como condenados, se abalanzaron á las bordas, y ahí, tumbados de barriga, exclamaron todos:.
¡Pauch!