La Reina de Saba

José Antonio Román


Cuento


Por la real y anchurosa avenida que sombrean aromáticos aloes y tupidos sicomoros, en medio de su brillante cohorte de rudos etíopes de bronceado color y de aspecto guerrero, avanza la Reina Sabá hacia Jerusalem para conocer de cerca á Salomón, el sabio rey de los judíos. Cierran la marcha de la comitiva numerosos camellos que, balanceando gravemente sus flexibles cuellos, llevan pesadas cargas cubiertas con mantos de púrpura, fimbriados de plata, y con borlas doradas. Son presentes valiosos, esencias mágicas y rarísimas que rejuvenecerán al gastado monarca y darán glóbulos rojos á su empobrecida sangre de insaciable libertino. A guisa de obsequio para sus bellas concubinas y sus hermosas siervas, trae también la reina Sabá preciosa pedrería y ricas especias.

Sobre los fértiles campos de Israel apunta soberbio el día; Jerusalem se dora con las claridades matutinas; la cúpula y techumbre del templo se perciben claramente dibujadas en el sereno azul del cielo. Por las altas y estrechas puertas de la ciudad salen las gentes labradoras y vistas así, destacándose sobre los grises muros, indecisas sus siluetas, parecen bajorelieves asirios, de esos que exornan los monumentos funerarios.

Poco rato después, el sol asciende derramando su copiosa y cálida luz; los prados se iluminan alegremente y triscan bulliciosos los rebaños. A lo lejos, el monte de los cedros alborota su follaje á impulsos de la brisa, semejando un ángel de paz que asegurara la ventura al pueblo escogido.

Tendida de modo negligente sobre mullidos cojines, replegada al fondo del suntuoso palanquín, mecida por el tardo paso de su elefante favorito, la reina etíope se abstrae en la melancólica contemplación del paisaje, que recorta geométricamente el plateado marco de una ventanilla lateral

Mientras vislumbra en lontananza la ansiada ciudad de Sión, un tropel de tristes pensamientos la asaltan tumultuosos. Y se acuerda entonces de su querida Balkis, la capital de su reino que tanto codician las rapaces tribus del desierto; de la Nubia, envidiable botín de guerra que conquistaron la primavera pasada para su corona sus bravos etíopes, comandados por ella; y por último, desde el fondo de su alma, envía un recuerdo á su varonil hermana, la linda Makeda, cuyos certeros dardos son el terror de los enemigos y á cuyo gobierno había dejado encargado sus vastos dominios.

Pensando así, se reprocha con amargura su proceder. Se valió de un indigno ardid para abandonar sus estados; dijo que transcendentales conveniencias de sagaz política, hacían necesario un viaje suyo á la distante Jerusalem, que esa entrevista con Salomón conjuraba futuros peligros para el reino etíope.

Sus consejeros, no sospechando el engaño, aplaudieron su noble determinación y la dejaron partir bien custodiada. Su más aguerrida guardia le formó escolta durante el viaje.

Ocultando así la verdad fué demasiado hipócrita; calló el motivo que la llevaba á ver á Salomón, y se guardó muy bien de decir que estaba prendada de él, que en sus venas ardía incendiador el deseo y que iba á demandarle un heredero para el viejo reino de os bravos etíopes.


Una perlada claridad embellece la regia sala de recepciones donde Salomón, bajo la tibia penumbra del suntuoso dosel, sentado sobre deslumbrante sitial y en gallarda actitud, espera á su noble huésped. De la alta puerta de entrada, toda esculpida y cuajada de bajorelieves, hasta las primeras gradas de la luciente escalinata del trono, los guerreros hebreos, en traje de gala, cayéndoles cumplidamente sobre las amplias espaldas sus profusas cabelleras, forman marcial galería.

Sobre blandas y espesas pieles de Tiro, con indolentes posturas de harem, las siervas favoritas del monarca por su rara belleza, balancean con suave compás argentados pebeteros que, suspendidos de largas cadenillas, esparcen en el ambiente sus vagarosas volutas. Flota en el anchuroso salón una perfumada neblina que enerva y hace soñar. Varias de las siervas, inclinadas sobre pérsicos tapices, arreglan con minuciosos cuidados los crujientes pliegues del manto real, historiado de áureos bordados y de ricas joyas, mientras sus húmedas y cariñosas pupilas contemplan el rostro del rey con dulce embeleso

De pronto se oye el argentino son de un clarín; anunciase la llegada de la reina Sabá. Momentos después, ceremoniosa, pausada la marcha y haciendo resaltar las opulentas curvas de su formidable cuerpo de princesa etíope, avanza Sabá resueltamente en dirección al trono.

La preceden, caminando de rodillas, seis esclavas nubias, semi-desnudas, engalanadas con collares y desmesurados zarzillos, que sostienen con sus extendidos brazos grandes y extraños azafates repletos de inusitados presentes.

Dos negrillos, blanqueando entre sus rojos labios el nácar deslumbrador de sus dientes, vivaz la mirada y vestidos de encendida púrpura franjeada de oro, sustentan con delicadeza la pesada cauda de su manto de armiño recamado de flores hechas de valiosa y exótica pedrería, hábilmente talladas por los más eximios orífices del reino. De la diadema que ciñe la hermosa cabeza de Sabá se desprende tal brillo y de modo tan continuo como mareador, que á Salomón figurósele ser un arcángel rodeado de sacratísima aureola, y sin poder contenerse, deslumbrado, hipnotizado, se levantó rápidamente y le tendió los brazos ¡para estrecharla contra su amante pecho..!


Es la última noche que la reina Sabá permanece en Jerusalem; mañana cuando la aurora engalane los cielos con sus vistosos tintes, deberá partir para su lejano país. Sabá, devorada por nerviosa impaciencia, reclinada en blandos almohadones, espera febril en la soledad de su estancia, á su real amado. Van á darse el adiós de despedida Su corazón palpita violentamente; honda tristeza le domina á tal punto que tiene deseos de llorar.

Discretos y recatados se oyen sonar los pasos de alguien, por la galería que conduce á su camarín: es el príncipe hebreo el que llega. Así lo piensa Sabá y un destello de alegría ilumina bus bronceadas facciones. Esta entrevista viene á ser el definitivo lazo de unión entre sus dos razas: la camítica y la semítica.

Vuelan rápidas las horas; pronto alborea el día en el oriente. Bajo las ventanas del aposento de Sabá, piafan los indómitos corceles de sus guardias, y se siente un ruido de hierros que se entrechocan, precursor de la próxima partida.

Entonces la reina, arrancándose súbitamente á su amoroso ensueño, piensa en la patria distante y en su pueblo que con ansia la espera, y reprimiendo su fiero dolor, entristecida, se cuelga del cuello de Salomón y junta á sus labios los suyos húmedos y ardientes.

Y cuando el príncipe hebreo abandona la habitación, Sabá de pie y radiante de júbilo, le ve alejarse por la amplia galería, después sonríe con orgullo, arregla sus abundantes cabellos, y con acento de triunfo exclama: «¡Ahora sí están colmadas mis aspiraciones; ya tiene un heredero el antiguo remo de los bravos etíopes!»


Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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