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Habré hablado alto cuando ella se volvió a interrogarme.
—Pues, nada; que me siento mal, con no sé qué de raro.
Y abandonamos la iglesia, turbando con el ruido de nuestros pasos la dulce solemnidad de la liturgia.
En la calle, respirando la alegría de este buen sol nuestro, me sentí mejor, y traté de vengar en ella mi rivalidad loca con Él.
—¿Te parece, Amada, bello el Nazareno?
¡Ah, su voz, que yo sé bien cómo es suave, se musicalizó más para loar Su belleza!
Y yo saborée la venganza:
—Te engañas. Todo eso es una farsa torpe. Él era feo; Él desentonaba en la armonía galilea; Él sólo era bueno. Su belleza era interior. San Cirilo de Alejandría, el propio Tertuliano, y muchos doctores de la iglesia, creen que Su fealdad era horripilante y extraordinaria. Isaías lo deja presentir... Acaso yo, con mis pobres rasgos decadentes, sea más bello que Él lo fué nunca...
Callé. Comprendí que en su alma había sembrado la semilla, que es espina, de la desilusión. No hablamos más de eso; pero, ya en nuestro hogar, ella arrojó el libro de misa sobre el lecho, bruscamente; y, yo creí advertir cierta rabia en ese gesto.
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Publicado el 29 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.
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