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Un apretado bosque de árboles frutales circundaba el edificio, dejándolo al centro de una mancha sombrosa, donde el aire estaba embalsamado con sabrosos aromas vegetales.
La finca se llamaba «El Paraíso».
La verdad es que lo parecía un poco.
A media tarde llegó Juan Quishpe con la recua de mulas cargueras.
Estaba el mocetón cansado, más que las bestias.
Sentía calor. Se asfixiaba en el aire espeso, asoleado.
Ahora suspiraba por el páramo alto y frío, donde los vientos intensos le cortaban la tez como cristales menuditos. Añoraba los cerros difíciles, de empinados senderos, en que cada paso es un prodigio de equilibrio.
Acá era senda llana, ancha, segura... Pero no podía respirar... Cada bocanada que se metía pecho adentro era lo mismo que un trago de agua hirviendo.
Sudaba incontenidamente. Su cuerpo se encharcaba en un liquido tibio, denso, que ni siquiera refrescaba.
Las mulas también... Relucían sus pieles mojadas en sudor, brillosas y empapadas...
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Publicado el 27 de enero de 2022 por Edu Robsy.
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