Batalla de Monos

José Fernández Bremón


Cuento



Altas e impenetrables bóvedas de hojas impiden el paso de la luz y forman el crepúsculo perpetuo de la gran selva africana: el suelo está interceptado por troncos caídos y ramas muertas que obstruyen el paso del camello y alejan a la civilizadora caravana; sólo el avestruz, el antílope y el tigre saltan aquellas barreras, mientras los monos se columpian en las ramas de ébano y de sándalo, arrancan en las palmeras racimos de dátiles y suben de árbol en árbol más allá de la techumbre de hojas, para comérselos al sol. Únicamente las aves y los monos pueden ver el cielo en aquel bosque sombrío que ocupa centenares de leguas.

¡Los monos! ¡Qué felices vivían en aquel laberinto de troncos, haciendo cabriolas e insultando con sus gestos y proyectiles al pacífico elefante, que sólo se dignaba contestar de tarde en tarde a las injurias arrancando algún tronco con su trompa, ese formidable gatillo de extraer raíces de árbol! ¡Con qué agilidad escalaban las palmeras las monas madres con sus hijos a la espalda para darles de merendar entre el penacho erizado de las hojas, mientras los padres de los cachorrillos charlaban por señas en un círculo de amigos! ¡Cómo perseguían de rama en rama los amantes a las monas más apetecibles, o eran perseguidos por alguna mona desdeñada que les pedía explicaciones! Los monos viejos, indiferentes al amor, contemplaban desde sitios cómodos y seguros aquellas galanterías y los volatines, travesuras y muecas de un pueblo alegre y saltarín.

I

Un mono que tenía el oficio de explorador y de vigía y se había separado bastante de su tribu, al tender la vista por un claro del bosque vio pasar un animal desconocido: era un inglés: llevaba la carabina a la espalda y un morral con provisiones: se apoyaba en un bastón y tenía un sombrero de paja con una funda blanca. El mono le miró sorprendido: aquella criatura extraña que andaba en dos pies como los avestruces y se apoyaba en un bastón era, con todas sus desemejanzas, la que se parecía más al mono. La admiración del cuadrumano ante el inglés creció cuando éste, descubriéndose, se limpió el sudor con un pañuelo; lo que el mono creía parte de la cabeza era un adorno, y entonces vio que rodeaban el rostro del inglés unas patillas como las que él mismo tenía y sus amigos más queridos. Esperó inútilmente que aquel ser se pusiera en cuatro manos: el inglés prosiguió con majestad su marcha, siempre en dos pies.

El mono le siguió por entre las ramas sin hacer ruido, espiando sus movimientos; luego, emboscándose en un espeso ramaje, esperó al hombre, y cuando éste pasó cerca le arrebató el sombrero y se perdió en el laberinto de las ramas. El inglés, que marchaba desprevenido contra un robo en aquel país sin habitantes, exclamó al ver desaparecer su sombrero:

—No creía que los monos estuvieran tan civilizados; roban mejor que en Londres.

Y sacando del bolsillo un periódico, se hizo un sombrero de tres picos, se lo puso, y diciendo «All right!», siguió tranquilamente su camino.

II

¿Cuál es el origen de la propiedad? No contestaremos a esta pregunta pavorosa. En el caso presente, que parece tan claro, surgió un litigio que produjo resultados sangrientos. Mientras el mono usurpador huía, creyéndose legítimo propietario del sombrero, por derecho de conquista, otra bandada de monos que había espiado al hombre hacía rato se creía con derechos anteriores, por haber echado el ojo al sombrero mucho antes, y tomado posesión de él con la vista, sentido tan noble como el tacto. Los que se creyeron defraudados en sus derechos salieron disparados contra el raptor, como quien procede por la vía ejecutiva. El perseguido, comprendiendo el peligro, se escondió, y sólo cuando la bandada furiosa hubo pasado, volvió a salir con recelo para reunirse con los suyos. Pero ¡qué diferencia!... Antes atravesaba sin desconfianza los bosques más poblados de cuadrumanos; ahora, en cada rama que temblaba, creía ver un mono acechándole para robarle su sombrero.

III

La cola tiene gran importancia entre los monos, porque distingue las familias. El mono del sombrero había reconocido en sus perseguidores a Colín, jefe de una familia notable en Áfrca, por tener la cola prensil, es decir, enroscable; en cambio, la familia del persegido se distinguía por la pequeñez aristocrática de su nariz, y él, por lo aplastado de la suya, que en vez de bulto hacía un hoyo: era conocido con el nombre de Chatón.

El recibimiento que le hicieron los suyos fue triunfal; no hubo mono que no se probara el sombrero, ya colocando la funda hacia atrás o hacia adelante: el sobrero fue volteado, olido y aun catado por si era cosa de comer: los más ancianos no habían visto nada parecido, pero lo disputaron por prenda y joya inestimable, que todos determinaron guardar y defender aun a costa de su vida.

Estando en esto, los vigías avisaron un peligro: era que los perseguidores se acercaban armados de estacas, con muchas fuerzas y en buen orden. En un momento se tomaron las precauciones más urgentes: colocar el sombrero sobre un árbol aislado y sin comunicación con los demás, y proteger con un mono armado de estacas puntiagudas cada rama, mientras la tribu rodeaba el tronco para defenderlo. Por encima no había peligro; la techumbre de hojas estaba muy alta para temer ninguna acometida.

El bizarro Colín, deteniendo a los suyos, adelantose solo e hizo señas a Chatón de que le imitase, y mientras los dos ejércitos los miraban con ansiedad, pidió a su adversario imperiosamente su sombrero.

—¡Jamás! —contestó Chatón con dignidad.

—¿No? —replicó Colín, moviendo su cola como una honda—. ¡A la una!

—No.

—A las dos.

—No.

Y volviéndose, al decir «¡A las tres!» rápidamente, Colín cruzó con su cola la cara de Chatón. Éste quedó aturdido con el formidable latigazo, pero recobrándose y notando la alegría de sus adversarios y el furor de su familia, comprendió que estaba deshonrado.

Abalanzose a Colín para desgarrarle con las uñas y los dientes, y éste le recibió con valor, clavándole sus dedos como garfios; forcejearon a brazo partido revolcándose en el suelo y agujereándose la piel, hasta que Chatón, con la fuerza que el agravio le infundía, sujetó a Colín de cara contra el suelo, y le arrancó la cola de un bocado: luego le golpeó con ella, obligándole a refugiarse entre los suyos, desangrándose.

Entonces, Chatón, erguido y victorioso, blandió con orgullo entre sus manos el rabo de Colín. Su honor había quedado satisfecho.

IV

Los colines atacaron con furia por cuatro o cinco lados y los chatones resistieron con valor: el árbol parecía inexpugnable: una faja de monos con palos agudos como picas lo ceñía. Cuántas proezas se hicieron allí que la historia no registra: consignemos los hechos de algunos héroes sin nombre.

Un valiente, acaso un desesperado, saltando con temeridad y pisando las cabezas de sus enemigos, llegó acribillado de heridas hasta el árbol, y murió en las mismas ramas con un jirón de la funda del inglés entre sus uñas.

El ultrajado Colín, después de restañarse la herida en un manantial de agua hirviente, quiso rehabilitarse con una proeza. Subió iracundo hasta la techumbre de hojas de la selva, y colocándose encima del árbol, se desprendió sobre él perpendicularmente, desde una altura espantosa. Una pica de los defensores, clavándosele cerca de la herida, le dejó empalado heroicamente. Colín había reemplazado su cola prensil con otra más digna de un guerrero: con una aguda lanza.

¿Qué habían de hacer los chatones ante aquellos ejemplos de arrojo? El árbol, aunque defendido hoja por hoja, fue tomado, conquistándose el sombrero; pero rehechos los chatones, otra vez cayeron sombrero y fortaleza en su poder. Después... la toma y la reconquista se repitieron a fuerza de sangre, golpes, arañazos y mordiscos.

Chatón, que fustigaba a sus contrarios con el trofeo de su jefe, fue acometido y sujeto entre las ramas por un hermano de Colín, que vengó a los suyos y recobró el decoro de su casa con una acción notable: ahorcó a Chatón con la cola de Colín.

Ambos ejércitos estaban diezmados y rendidos por las heridas y el cansancio, sin que la victoria se decidiese por ninguno en aquel día glorioso, cuando por primera vez desde la creación resonaron en aquella selva voces humanas y el estampido del fusil. Aquella intervención sobrenatural dio término al combate, y los dos ejércitos se desbandaron entre las ramas y los troncos, dejando el suelo cubierto de cadáveres.

V

—No hay duda —decía un inglés con la cabeza cubierta por una montera de papel—, aquí se ha dado una gran batalla de monos.

—Eso parece, por los destrozos y los muertos —respondieron los demás exploradores.

—Sí; han peleado con encarnizamiento para disputarse un sombrero que no les servía para nada, y no sólo se destrozaron unos a otros, sino que destrozaron mi sombrero.


Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.
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