I
El noble Chao-sé era sumamente desgraciado. Sin embargo, su cosecha de arroz habia sido abundante; la flor blanca del té se destacaba sobre oscuras ramas en sus frondosos huertos; sus capullos de seda no podian ser más ricos; poseia un autógrafo del Emperador en el cual se leia la palabra cheon, ó sea una credencial de larga vida; y por último, habia visto dividir en diez mil pedazos el cuerpo de su enemigo Pe-Kong, que le habia afrentado cortándole la trenza.
¿Por qué, pues, el noble chino habia mandado dar de palos al ídolo de Fó, cuyo abultado vientre de porcelana yacía en pedazos por el suelo?
Ello es que Chao-sé habia reñido á su antiguo cocinero al presentarle un perro asado que los convidados hallaban exquisito: habia desdeñado una taza de té, no obstante ser Kyson legítimo, y no hacía caso del mono á pesar de sus caricias.
—Señores parientes, dijo Chao-sé con gravedad, despues de la comida, á tres chinos respetables que le escuchaban puestos de cuclillas en el estrado. Ya sabeis que pretendia presentar á mi hijo en la córte de nuestro celeste soberano.
El orador y sus oyentes inclinaron sus cabezas hasta arrastrar las coletas por el suelo, y hubo que retirar al mono, porque imitó la accion de aquellos graves personajes. Chao-sé prosiguió diciendo:
—Mi hijo Te-kú no ha aprovechado mis lecciones: no sabe doblar el cuerpo en diez y ocho tiempos ni conoce las fórmulas inalterables de nuestra sábia etiqueta: ha repudiado á la virtuosa hija de Ling, cuyos piés caben en cáscaras de nueces, y asombraos, amados parientes, desafiado por Chung, cuyo honrado cuerpo yace en la tumba, rehusó abrirse el vientre, miéntras su adversario espiraba triunfante con el abdómen abierto en toda regla. En esta ignominia, quiero pediros consejo y me someto á lo que resolvais para salvar la honra de mi casa.
—Debeis, ante todo, desheredar á Te-kú, dijo el pariente más anciano.
—Y repartir los bienes entre nosotros, añadió el segundo pariente.
—Y como la reputacion está perdida, hace falta una víctima: debeis estrangularos para salvar el honor de la familia, repuso el pariente más lejano.
Estas fueron las decisiones del consejo. Chao-sé sintió un tardío remordimiento de haberlo convocado.
II
—¿Qué regalo traeis á vuestra esposa en ese estuche? decia aquella misma noche la mujer de Chao-sé, al ver que su marido colocaba sobre un mueble de laca una caja de marfil, cuyos relieves figuraban la revolucion de los gorros amarillos.
—Bella y amada Tian, te preparo una sorpresa, contestó con galantería el noble chino.
Tian se incorporó en el lecho y enseñó á su marido dos piés de á dos pulgadas.
—Has sido buena esposa y quiero que te citen en los libros como un modelo de virtudes. Pues bien; el consejo de familia pide una víctima para salvar la honra de mi casa; como tengo un certificado de larga vida escrito por mi soberano, sería una ingratitud y un desacato acortarme la existencia. Por eso te he elegido, amada Tian, para que salves nuestro honor con el cordon de seda que encontrarás en el estuche. Creo que me agradecerás esta prueba de distincion y de cariño.
—¡Señor! dijo Tian aterrada, no me atrevo á matarme; soy cobarde como una gallina.
—Sosiégate, amada mia; si no puedes matarte, porque eres cobarde como una gallina, haz que te ayude el cocinero.
—Y el noble Chao-sé salió de la alcoba despues de dar un abrazo tiernísimo á su esposa.
III
Tian parecia tranquila; el cocinero Kin estaba aterrado.
—Kin, necesitas reposo, decia la primera al segundo.
—Duermo poco, señora, contestó éste restregándose los ojos.
—Debes tener deseos de recoger en la otra vida los premios que te estén reservados.
—Ignoro los que el gran Buda me destina.
—¿Quieres huir conmigo? dijo Tian mirando con voluptuosidad al pobre cocinero.
—Señora... respondió temblando el desdichado.
—Huir de una casa en donde no aprecian tus asados, unirte á mí y ser dueño de mis magníficas alhajas.
Kin besó el suelo para expresar su reconocimiento.
—Evitando la venganza de Chao-sé...
—¡Oh! Sí, exclamó aterrado el cocinero.
—Hay un medio. Tu amo Chao-sé, protegido por una órden del Emperador, vivirá todavía muchos años; durante este tiempo podrémos alejarnos de la tierra y perdernos en los espacios.
—No comprendo.
—Es muy sencillo: quiero que me acompañes en este último viaje. Toma el cordon de seda y ahórcate por ahí fuera, miéntras reúno mis joyas y me mato; mi cuerpo resucitado irá dentro de un rato á reunirse con el tuyo.
Kin abrió sus oblicuos ojos con espanto: Tian le lanzó una dulcísima mirada.
—Adiós, le dijo, no faltes á mi cita; y le puso con suavidad á la puerta, despues de haber rodeado á su pescuezo el lazo corredizo.
Cuando Kin salia del aposento de Tian, sintió ruido en los corredores.
—Será el mono, dijo, siguiendo su camino muy preocupado, pero quitándose del cuello el suave cordon de seda. Por dos razones no debo suicidarme. Primera, porque no tengo certeza de resucitar en otro mundo. Segunda, porque si resucito, el poderoso Fó podrá vengarse rompiéndome en pedazos como he roto su estátua.
Volvió á oirse el ruido: no era el mono, sino Te-kú quien lo producia, robando el tesoro de su padre; la ventana del jardin estaba abierta; las alhajas brillaban en un saco.
Kin, indignado, no pudo ménos de reprocharle su accion revelándole el estado en que habia puesto á su familia.
Te-kú le suplicaba cada vez más bajo que callase; pero Kin le replicaba cada vez más alto. Por fin, exclamó aquél aterrado y conmovido:
—Dame el cordon de seda: soy el culpable y me corresponde el sacrificio.
Y ciñéndose la fatal corbata, ató un cabo al hierro de la ventana, se colocó el saco á la espalda para los gastos de viaje y abrazó cariñosamente al cocinero diciéndole:
—Aléjate y cierra la puerta, no quiero que presencies mi agonía.
Kin no tenía en él completa confianza, pero no se atrevió á contrariarle. Miéntras bajaba hácia el jardin oyó un fuerte golpe y una especie de quejido.
—¿Se habrá fugado?... exclamó Kin con recelo.
El jardin estaba oscurísimo, pero un cuerpo suspendido se estremecia, y entre las sombras, otra sombra más espesa se balanceaba debajo de la ventana.
—Me he evitado un compromiso, dijo Kin respirando con satisfaccion y acariciándose el pescuezo.
El culpable ya no existe.
Despues entró en su cuarto, llenó de opio la pipa y se durmió sobre su estera.
IV
Al amanecer del siguiente dia, los parientes de Chao-sé vestidos de blanco, luto rigoroso en la China, se presentaron en casa de éste para rendirle los últimos tributos; pero con gran sorpresa le encontraron tambien vestido de blanco y en actitud ceremoniosa.
—¿Estais vivo? dijeron indignados los parientes.
Chao-sé explicó entónces sus escrúpulos, el miedo de su esposa, su sustitucion por el cocinero y la expiacion voluntaria de su hijo. Los parientes, despues de una animada discusion, se conformaron.
—Pasemos al jardin, en el que nadie ha entrado todavía, dijo Chao-sé á sus parientes: descolgarémos el cuerpo de ese desdichado.
La comitiva se puso en marcha, y al llegar al lugar de la catástrofe, todos quedaron estupefactos.
Pendiente del cordon de seda, y moviéndose como una péndola, estaba el cuerpo rígido de un mono.
—No es mi hijo, dijo Chao-sé lleno de asombro.
—Señor, yo le vi atarse el cordon al pescuezo, repuso el cocinero: sin duda el mono se ha llevado la forma de vuestro hijo, dejando la suya en la ventana. Aquí hay algo de magia y el divino Fó se venga.
—No tal, replicaron los herederos: es Te-kú el que cuelga de la cuerda: ¿no veis ahí todas las facciones de su padre? Es todo su retrato.
—Pero, exclamaba Chao-sé defendiéndose, reparad ese hocico...
—Es el vuestro, noble Chao-sé, decian los parientes.
—Fijaos, señores, en esas orejas.
—Son las vuestras.
—Reflexionad que hace falta una víctima, le dijeron los parientes al oido.
El noble chino confesó, por fin, que era su hijo, si bien desfigurado.
Se certificó la muerte de Te-kú, se hicieron al mono magníficas exequias, y el consejo de parientes declaró ileso el honor de la familia.
Epílogo
A pesar de la certificacion de su soberano, Chao-sé vivió muy pocos meses. Presentóse á recoger la herencia un jóven que dijo ser su hijo, llamarse Te-kú, y haberse fugado de la casa paterna saltando por la ventana del jardin en una noche oscura.
Sometido á los tribunales chinos el asunto, un ilustrado mandarin dictó la siguiente sentencia, que sirve para resolver en China todos los casos semejantes:
«Estando la muerte de Te-kú probada legalmente:
»No habiendo faltado de la casa de Chao-sé en el dia que se cita nada más que un mono, cuyo paradero se ignora,
»Declaro, que si el demandante dice verdad en lo de la fuga, no puede ser otro que el mono;
»Y si ha faltado á la verdad, merece ser ahorcado con el cordon de seda que conservan los parientes del difunto.»
En tal alternativa, optó Te-kú por declararse mono y fué entregado á un saltimbánquis.
Almanaque de la Ilustracion de Madrid, 1872.