El Nacimiento de la Pulga

José Fernández Bremón


Cuento


En los primeros tiempos, cuando toda la materia fue poco a poco condensándose y tomando forma, dijo Dios al Genio de la Tierra:

—Ha llegado el momento de poblar de vivientes tu planeta: convoca a los espíritus creados para habitarla y que elijan cuerpo y manera de vivir a su gusto. Y hágase.

El Genio bajó a la Tierra para obedecer sin discutir; pero muy desconsolado, y pensando que aquel decreto iba a arruinar el planeta que se le había confiado, decía con tristeza:

—¿Habré cometido alguna falta en la distribución de montañas y llanuras, climas y paisajes, y curso y reglamento de las aguas? ¿Estarán mal calculados los movimientos de la atmósfera? ¿Parecerán mezquinos los árboles que yo creía tan gallardos, y las variedades que imaginaba tan complicadas e ingeniosas de los minerales y las plantas? Bajo el temor de haber desagradado, ahora me parece ruda y bárbara mi obra. ¡Qué pálidos, escasos y pobres son los colores que ha combinado con las vibraciones de la luz, y qué mal dispuestas me parecen las leyes del sonido, de la gravedad y del calor! Los contornos de las montañas y la forma de los continentes no tienen armonía y son extravagantes.

Y un pensamiento aún más terrible le hizo afligirse hasta el extremo.

—¿Habré revelado por torpeza el gran secreto del crear, que se me ordenó poner de manifiesto claramente, pero de modo que resultase oculto por su misma claridad? Grave ha sido mi error cuando se me manda entregar la Tierra a esos espíritus inquietos e innumerables, para que la estropeen con sus malos instintos, brutalidad, torpeza, orgullo y condiciones destructoras y malignas. Es verdad que no todos son malos, y los hay inofensivos y agradables... ¿Qué resultará?

La primera legión de espíritus que acudió al llamamiento del Genio era la más traviesa y tan numerosa, que a tener cada individuo el tamaño de un grano de trigo, hubieran formado en montón una cordillera alta como el Himalaya, que rodease todo el ecuador.

—Estáis destinados a vivir —dijo el Genio explicándoles el misterio de la vida—: elegid formas, medio de habitar y la satisfacción de vuestras aspiraciones: yo completaré la máquina del cuerpo para que se cumpla ese destino.

—Está bien —respondieron aquellos espíritus inquietos moviéndose con impaciencia—: queremos vibrar, agitarnos y columpiarnos sin cesar. Formas que varíen, poder rompernos como las nubes... cuerpos de mil clases... y agua en que nadar.

—¿Dónde queréis precipitaros?

—Llena de agua esa cáscara de nuez.

El genio lo hizo admirado, y la legión se precipitó en aquellas gotas de agua, sin hacer rebosar la cáscara, en que todos nadaban a sus anchas.

Y los espíritus se habían convertido en infusorios, orgullosos de su tamaño y encantados de su suerte. Fueron las primeras moléculas de vida que palpitaron en las aguas del planeta.

¡Qué sorpresas tan extrañas experimentó el Genio al ver las formas extravagantes que fueron eligiendo por turno los espíritus, desde la ostra perezosa a la ballena; al ver arrastrarse los reptiles, volar las aves y producir sonidos jamás escuchados en la Tierra! Sería interminable referir el desfile de todos los vivientes. Por fin apareció la pulga, no como la conocemos hoy, sino de una altura de cuatro metros.

Esta vez se alarmó el Genio de la Tierra y subió al trono del Eterno para exponerle sus temores y pedir una gracia.

—Es buena tu intención —respondió el Padre— y te la concedo. Di qué quieres.

—Señor: la legión más revoltosa y maligna ha tomado una forma fea y terrible, y ha caído sobre la Tierra, ávida y voraz: sus fuerzas son colosales, su ligereza superior a todas las criaturas, su altura la mayor entre todos los seres terrestres, y sólo se alimenta de sangre. Pido que se reduzca su tamaño tanto que resulte inofensiva. Hablo de la pulga.

—Elige otro viviente para que cambie de altura.

—Elijo a otro ser pacífico y modesto que se alimenta de hierba y tiene menos altura que una hormiga. Hablo del elefante.

—Sea —dijo el Eterno; y desde aquel instante el elefante adquirió la altura que la pulga había tomado para sí, cuando apareció en tierra dando saltos feroces que llegaban a las nubes. La pulga quedó del tamaño que sabemos.

—Se ha salvado la Tierra —dijo el Genio.

—No —respondió afectuosamente el Eterno—: ese viviente iba a perecer por falta de alimento para su tamaño y excesiva ferocidad, y tu has hecho posible su existencia. Se ha salvado la pulga.


Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.
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