El Paraíso de los Animales

José Fernández Bremón


Cuento



I

—Todas las criaturas reciben impresiones de lo sobrenatural, más o menos empequeñecidas, según su sensibilidad y facultades. Hasta las ostras que rociamos de limón tienen su ideal, su aspiración, o si quiere usted su Paraíso. Cuando yo era chinche, me paseaba en sueños sobre la inmensa espalda de un gigante dormido, y le sacaba a caños la sangre con una trompa de elefante.

—¿Dice usted que ha sido chinche? —exclamé, mirando a don Heliodoro con lástima y recelo.

—Y he sido cabra, pájaro y lagarto... No cavile usted. Los antiguos encantadores tenían el poder de transformar en animales a las personas; la ciencia humana había perdido aquel secreto y hoy lo ha recobrado y nos puede embrutecer de un modo científico.

Yo callaba y seguía mirando a mi amigo con asombro: éste lo notó.

—No se admire usted y escuche. Sabe usted mi afición a las investigaciones filosóficas. Hay en ellas, entre otros muchos, un vacío interesante. ¿Cuál es el ideal supremo de los animales? Queriendo compararlo con los nuestros, pregunté a un hipnotizador amigo mío: «¿Es cierto que puede usted, adormeciendo a un hombre inofensivo, convertirle en un asesino?». «Es cierto». «¿Luego influye usted en su ser moral y lo trastorna? ¿Es verdad que hacen ustedes que mueva el enfermo miembros paralizados?». «Ciertísimo; y se citan casos prodigiosos, de producir marcas en la piel, y hacer sangrar al operado, con la simple voluntad del hipnotizador». «Magnífico; ¿luego mandan ustedes en el organismo y hacen evolucionar a la materia, interviniendo en sus funciones más independientes y violentándolas también? ¿Es o no verdad que pueden ustedes obligar al paciente a sufrir alucinaciones y ver personas ausentes?». «Lo afirman profesores muy serios». «¿Cuáles son los límites del poder de la sugestión?». «Se ignoran; pero la sugestión hace maravillas». «Pues amigo, ya que puede tanto, quiero que me convierta usted en burro, me pregunte cuál es mi ideal, y tome notas».

—¿E hicieron ustedes la prueba? —pregunté con interés a don Heliodoro.

—Y el resultado fue magnífico, como teníamos tanto deseo de hacer la prueba, quedé hipnotizado en un instante. Entonces me dijo: «Quiero que te conviertas en jumento, y como luego no te has de acordar de nada, contesta ahora a mis preguntas».

—¿Y tomó notas el magnetizador?

—Aquel día fue imposible; me preguntaba en castellano, y yo le respondía con rebuznos; se alborotó la vecindad, y hubo necesidad de despertarme.

—Pero ¿continuaron los experimentos?

—Y siguen y los repetiré toda la vida; estoy explorando un mundo nuevo: cada día tomo la naturaleza de un animal diferente, y mi amigo apunta lo que dicto.

—¿Y cómo se entiended ustedes?

—Nada más fácil; me dice el hipnotizador: «Conviértete en canario o pez espada, pero habla en español». En este papel podrá leer usted los apuntes más recientes.

—¿Y no ha ocurrido ninguna particularidad en esas pruebas?

—Poca cosa: cuando me convirtió en toro, por poco no estropeo al hipnotizador de un topetazo; en vista de ello, cuando quise ser tigre, me encerró por precaución en una jaula.

Don Heliodoro irguió su noble cuerpo, acarició su blanca barba y se despidió de mí con gravedad; al llegar a la puerta, dio un salto inesperado, y colgándose del marco, se columpió con gran agilidad: pero desprendiéndose de pronto, me dijo avergonzado:

—Usted dispense esta acción impropia de mis años: estos experimentos dejan siempre resabios y en la sesión de esta mañana he sido mono.

II

Decía así la cuartilla que me entregó don Heliodoro:


Forma en que se imaginan la felicidad suprema, o sea el Paraíso, los siguientes animales:


EL JUMENTO.

Un campo verde bajo un cielo pajizo: se oye a lo lejos un armonioso coro de rebuznos; en primer término está un labriego con albarda, y el asno, que tiene una col entre los dientes, cocea al hombre, diciéndole en su idioma: «¡Arre, borrico!».


LAS JIRAFAS.

Qué hermoso es el sol. Alarguemos, alarguemos el pescuezo para verlo. Quién sabe si a fuerza de estirones tendremos algún día el cuello necesario para besar al sol en sus mofletes encendidos.


LA CUCARACHA.

El cielo debe ser una olorosa alcantarilla, sin luz, ni ratas, ni gatos, ni zapatones con tachuelas, ni galápagos.


EL PERRO.

¡Oh, quién comiera con el amo encima de la mesa!


EL TORO.

Tierra muy ancha; pasto fresco y dos o tres personas al alcance de los cuernos para hacer con ellas juegos malabares.


LA HIENA.

Vi salir del cementerio una hiena jovencita y le pregunté: «¿Sales a cenar?». «Me atrajo el buen olor, pero no he encontrado nada». «¿No escarbaste en el suelo?». «Sí, y tropecé con unas cajas de metal todas cerradas». «Se llaman ataúdes de zinc». «No entiendo». «Son latas de personas. Si quieres saber lo que es bueno, entra conmigo y abriremos una lata.


EL GATO.

Cuando parece que los gatos se lavan la cara, es que se persignan y rezan de este modo: «Seamos gatos de bien y Dios nos pondrá casa con azotea, gimnasio, pajarera y ratonera; dormiremos los veranos en pecheras bien planchadas y los inviernos en el horno».


LA GALLINA.

Presidir la función en un circo de gallos, siendo la reina de la fiesta.

Se debe advertir que para las gallinas, las riñas de gallos son torneos.


LAS HORMIGAS.

No es una procesión, sino un ejército el que avanza, y aunque parecen mudas cantan muy bajito: «Somos chiquititas: mañana creceremos: hoy nos pisotean: los aplastaremos».


LA MARIPOSA.

El Paraíso es una hoguera de flores que no quema: allí tomaremos baños de esencias y de luz.

III

La lectura de aquellas cuartillas me incitó a hacer algunos experimentos por mí propio.

—Las pruebas de don Heliodoro —decía entre mí— acaso tengan el inconveniente de estar influidas por las preocupaciones de un sabio sistemático. Voy a ensayarlas en una persona más inculta e inocente: mi criado Perico acaba de llegar de la aldea y ni aun sabe leer: su familia me lo confió para que se hiciese un hombre a mi lado; luego no lo es y se adaptará al estado animal sin gran esfuerzo. Yo mismo lo hipnotizaré si se presta a ello buenamente.

Me dio lástima la humildad y prontitud con que se dispuso a obedecerme; quería dormirse de pie por respeto, pero lo hice sentarse en un sillón, y tomándole las manos, lo miré fijamente con toda intención de dominarlo, hasta que un ronquido me anunció que estaba aletargado.

—¿Se habrá dormido solo —pensé— o lo habré dormido yo? Ya lo veremos. ¿Qué animal elegiré para la prueba? Dicen que todos tenemos cierta semejanza con alguno, y para que la transición sea suave e insensible, escogeré el que tenga más analogía con Perico.

Mirele con fijeza, y cuando creí haber hallado su parecido, le dije con imperio:

—Óyeme bien y obedece. Quiero que te conviertas en cerdo y contestes en español a mis preguntas. Ahora levántate y mírate al espejo.

—Ya me veo.

—Di qué ves y quién eres.

—Pues con perdón de usted, soy un marrano.

Aquella prueba era evidente y sentí en mi corazón palpitaciones: me hallaba ante el mundo de lo inesperado.

—Perico —dije con entusiasmo—, atrácate de bellotas y bebe en una artesa.

El muchacho se puso a cuatro pies, y por sus ademanes comprendí que obedecía.

—¿Estás harto?

—Déjeme otro rato.

Pasaron algunos minutos antes de que dijera:

—Ya lo estoy.

—Ahora revuélcate en el lodo.

El infeliz se restregó la espalda contra el suelo.

—Perico: di lo que sientes.

—¡Ah, mi amo! —exclamó—, en mi vida me he encontrado tan a gusto; ésta es la gloria.

Quedé humillado en cuanto hombre al considerar que la gloria de Perico era inferior a la de muchos animales, y le dejé dormir dentro del barro.

Epílogo

Que investigue don Heliodoro los mundos ideales, mientras la experimentación me proporciona un descubrimiento positivo y prodigioso. Hace un mes que en vez de despertar a Perico, aumento su sueño y su modorra: al principio lo hice por bondad: era tan feliz en aquel estado que mandé trasladarlo a la pocilga: treinta días hace que duerme y se revuelca creyendo ser cerdo y que se alimenta de bellotas: sus ideas disminuyen, así como el escaso caudal de sus palabras, que mezcla con gruñidos. Pero ¡caso extraordinario, fuerza de la sugestión hipnótica del medio ambiente y la tendencia a evolucionar de la materia! Perico engorda por kilogramos y sus formas se redondean... La transformación física ha empezado. No sólo he hecho un descubrimiento sino un negocio enorme: los banqueros me facilitarán sus fondos: ¿cómo no se ha de asociar el capital a un negocio que consiste en contratar hombres por poco precio y convertirlos en ganado? Y el hecho parece ya seguro. La piel de Perico se endurece y echa cerdas; se le han agrandado los colmillos; la cara se prolonga a modo de jeta; manos y pies se encogen y se atrofian y los muslos se adhieren al vientre, tomando la forma de jamones.

Tengo un remordimiento. Los padres me entregaron ese chico para que lo hiciera hombre; ¿con qué cara se lo devuelvo en esa forma?

Es un crimen: pero no dejará rastros: cuando Perico se haya convertido en cerdo, lo callo y me lo como.


Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.
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