Gestas, ó el Idioma de los Monos

José Fernández Bremón


Cuento



A mi hermano político
Manuel Mendoza y Sainz de Prado,
en prueba de cariño.


En los cuentos y en algunos libros religiosos del Oriente se supone ó afirma que ciertos hombres han poseido el dón de comprender el lenguaje de los animales. Difícil es averiguar si ha existido ó no semejante ciencia, como es dudoso decidir si los cuentos se derivan de la historia ó la historia se deriva de los cuentos. Parece probable que los animales se comunican entre sí y que sus gritos expresan algo, por lo cual es sensible la pérdida del antiguo y erudito diccionario en que se explicaba la significacion del cacareo de la gallina, del zumbido de la mosca, de la carcajada de la hiena, y de los estrepitosos calderones del jumento. Tal vez, cuando los estudios filológicos se perfeccionen, hallarán los sabios analogías entre ciertos idiomas humanos y los lenguajes de las aves ó cuadrúpedos, en que Nabucodonosor debió ser muy versado, y de los cuales quizá introdujo voces en su idioma, que trasmitidas de pueblo en pueblo, pueden haber llegado hasta nosotros. En tanto que se aclara este misterio, forzoso es ignorar si el lenguaje de los grillos es tártaro ó semítico, y si tiene ó no tiene hipérbaton el maullido de los gatos; y es imposible establecer diferencia entre lo que discurren muchos hombres y lo que acaso se dicen entre sí los habitantes de la selva.

Lástima grande que se haya extraviado aquel importante ramo de las ciencias, cuando cada semana brota una ciencia nueva: á no ser así, los monos de la Guyana, que viven en sociedad, las hormigas, que parecen comunistas, y las monárquicas abejas, nos dirian cómo se consigue el órden en sus formas diferentes de gobierno, puesto que entre los hombres andamos tan mal avenidos, que unos achacan todos los males al sistema republicano, y otros, como el doctor Virey, hallaban éste tan sano, que, segun él, durante la revolucion francesa, entre otras enfermedades, el flato desapareció de la república. Revelacion médica que conceptúo peligrosa, pues divulgado el fenómeno, los hambrientos ó los que por debilidad de estómago padezcan aquella dolencia pueden lanzarse á la calle gritando: ¡Viva la república! no por interes político, sino como medida sanitaria.

Confiemos en que el secreto dejará de serlo pronto en esta edad feliz de los inventos, y que los hombres que puedan asomar la cabeza por el siglo XX, se tutearán con los papagayos y los monos, y entablarán con los osos, tigres y leones un animado comercio de pieles y de ideas.

Primera parte

I

—No hay duda, este pobre animal me quiere decir algo.

Así pensaba el Sr. Barrientos, viendo que Gestas, su hermoso orangutan, le miraba fijamente y hacía gestos de impaciencia, acaso porque su dueño no le comprendía.

Habia motivos para dar importancia á todo lo que se refiriese á Gestas: este distinguido mono poseía un instinto de imitacion que le hacía apto para toda clase de enseñanza, y manifestaba tal deseo de ser útil en la casa, que cada dia se observaba en él un nuevo progreso. Introducía á las visitas en el despacho, servia la mesa y llevaba las cartas al correo. Habiendo notado que las criadas pasaban el plumero por unos bustos que adornaban el gabinete, Gestas se presentó aquella noche en la tertulia armado de un plumero, y con la mejor intencion, deshizo los peinados de las señoras y derribó la peluca á un respetable contertulio. Oyó una vez el Sr. Barrientos que abrian sus cajones; asomóse con precaucion al despacho y descubrió á Grestas tomando unas monedas y mirando recelosamente como quien teme ser descubierto: acto continuo, el mono cerró el cajon, entró en el cuarto de un criado y depositó las monedas en un cofre. Aquel aviso sirvió al Sr. Barrientos para estar vigilante, y pocas horas después descargaba su baston sobre las espaldas de un lacayo á quien sorprendió en el instante del delito. Gestas, que observaba el castigo, escarmentó en cabeza ajena y no volvió á repetir el atentado.

Divulgado el hecho, los criados respetaron á las criadas, se abstuvieron de saquear la despensa y dejaron de horadar los toneles temiendo ser descubiertos por el mono, espía misterioso que, sin hacer ruido, los seguia á todas partes, imitando después sus acciones en presencia de los amos.

El Sr. Barrientos habia ensayado en vano todas las maneras de hacer hablar al mono: Gestas, colocado delante de aquél, repetia todos sus movimientos, imitaba su gesticulacion y movia los labios con presteza, pero sin producir sonido alguno. Hubiéranse prolongado por mucho tiempo tan inútiles tentativas á no haber consultado Barrientos una obra de Camper (Diss. de organo loquellœ simiarum), en la cual se asegura que los orangutanes tienen el órgano vocal muy imperfecto á causa de dos sacos membranosos situados bajo la glótis, en los cuales se extinguen los sonidos. Propuso entónces á los mejores operadores de España la ligadura de los sacos, pero ninguno de los médicos consultados respondía de la vida de su mono.

El dueño del orangutan, que obstinado en aquella idea fija habia llegado á traducir á fuerza de observaciones, por el tono de los maullidos de su gato, las diversas necesidades de este animal casero, empeñóse en que los monos, como animales superiores, no podian carecer de lenguaje. Y tanto meditó sobre este asunto y tales expermentos hizo, que concluyó por afirmar que los orangutanes tienen un lenguaje mímico y se hablan por señas en un idioma inalterable, el cual, si fuese comprendido y adoptado por los hombres, sustituiría con ventaja al nuevo idioma universal, que sólo hablan sus autores, si bien no me atrevo á afirmar que lo traduzcan.

Aquella idea luminosa, y la certidumbre de que Gestas podia imitar actos muy complicados, sugirió al señor Barrientos un pensamiento atrevido. Pocos dias despues presentó á Gestas en casa de un profesor, á quien propuso admitiese aquel discípulo. El ilustrado y pacienzudo maestro, que era un pozo de ciencia y sólo recibia una escasa pension pagada con atraso de un año, no se hallaba en disposicion de rehusar ningun alumno, y aceptó el cargo de preceptor del orangutan, que saltaba sobre las desvencijadas sillas haciendo cabriolas.

—No quiero tener noticias de Gestas hasta que su educacion quede terminada, dijo Barrientos al maestro: mi cajero tiene órden de pagar todas sus cuentas. Yo le entrego á V. un mono: devuélvame usted un hombre.

Y Gestas, á contar desde aquel din, quedó en clase de interno en casa de D. Crisóstomo, sapientísimo profesor de sordomudos.

II

Habian trascurrido unos dos años.

Acababa el Sr. Barrientos de tomar su desayuno, cuando le presentaron una carta: abrióla con indiferencia, leyó su contenido no sin interes, y concluyó por apretar un timbre y dar por el comedor grandes paseos, examinando de vez en cuando el papel con aire de sorpresa.

Pocos momentos despues entraba en su aposento el señor Lopez, que desempeñaba el cargo de cajero.

Barrientos le entregó la carta con maneras solemnes, y le dijo:

—¡Lea V.! La he recibido hace un instante.

El Sr. Lopez repasó el papel con curiosidad, luégo con asombro, y finalmente con espanto. Su principal le interrogaba con los ojos: el cajero permanecía inmóvil y como anonadado.

—Lo veo, y me parece imposible, dijo por fin el señor López.

—Haga V. el favor de leerme otra vez la carta.

El cajero leyó en voz alta y conmovida:


«Muy señor mio y dueño: No puedo ménos de participar á V. el resultado de mis últimos exámenes: en las clases de Gramática, Geografía é Historia, Música y Dibujo, he obtenido la calificacion de sobresaliente: en las de baile, esgrima, gimnasia y equitacion, de eminentísimo. Según mi profesor, para la imitacion de los clásicos tengo aptitud maravillosa.

»Su agradecido mono,


» GESTAS.»


«P. D. Todos mis condiscípulos han recibido regalos; yo quisiera una bata de D. Crisóstomo y un saltador como los que tienen casi todos mis amigos.»

—Esto es una broma, dijo el Sr. López: no puedo creer que un orangutan sepa más que yo y salga sobresaliente en unas clases donde obtuve la nota de mediano.

Y volvió á repasar el escrito con escrupulosidad, como si se tratase de un billete de Banco falsificado.

—¡Ya dí con el fraude! exclamó por fin con vanidad, dándose un golpe en la frente.

Y sin más explicaciones, salió del cuarto, dejando atónito al Sr. Barrientos y lleno de confusion y dudas. Pasados algunos minutos volvióse á presentar el cajero, trayendo un legajo de papeles, y dijo á su principal con aire de triunfo:

—Repase V. las cuentas del maestro; fíjese V. en la forma de la letra y en la firma, y verá que son idénticas á la letra y la firma de la carta.

Hecho el cotejo, resultó probada la superchería del maestro: el Sr. Barrientos estaba rojo de vergüenza.

—Es preciso llamar al profesor y confundirle, dijo el amo del orangutan, amostazado.

Hágame V. el obsequio de enterarse en persona del asunto, y hacer que comparezca el profesor acto continuo.

Miéntras el cajero desempeñaba su cometido, quedó el Sr. Barrientos examinando las cuentas y dando manifiestas señales de disgusto.

—¡Qué gastos tan crecidos! repetía de vez en cuando el burlado caballero; sin duda el profesor se ha figurado que el mono es hijo mio.

III

Media hora despues se hallaban reunidos en el mismo aposento el Sr. Barrientos, su cajero y D. Crisóstomo. Éste, en vez de callar abrumado por las reconvenciones del primero, se paseaba majestuosamente por el cuarto, miéntras sus interlocutores le contemplaban con admiracion y le escuchaban con respeto.

—A VV. les alarmó seguramente el ver imitada mi letra por el mono: no sabian entónces que Gestas tambien copia todas mis costumbres, hasta el punto de purgarse una vez al mes por imitarme.

—Pero no nos ha dicho V. todavía, repuso el señor de Barrientos, de qué medios se ha valido V. para ilustrar á Gestas.

—Usted tuvo la idea, contestó modestamente don Crisóstomo, y yo me limité á observar la mímica del orangutan para llegar á traducir correctamente aquel lenguaje. Con el fin de ganar tiempo, procediendo con método, hice un catálogo de todas las necesidades de los monos, de sus más naturales sensaciones y de los fenómenos perceptibles para una inteligencia rudimentaria. Concluido este trabajo, comencé los experimentos por las necesidades más frecuentes, y noté que cada vez que el hambre le hostigaba, repetia el orangutan un mismo gesto, significando con un signo, tambien determinado, su satisfaccion cuando saciaba el apetito. No habia duda: aquella gesticulacion era un idioma, y era preciso verterla al castellano.

—¿Cómo no le arredraron ¿V. las dificultades de la empresa?

—Mi padre era aleman, respondió gravemente don Crisóstomo, y empleó veinticinco años en descifrar una inscripcion escrita en un idioma ya perdido: la piedra se resistía á revelarle sus secretos, miéntras Gestas me ayudaba, sin sospecharlo, en todas mis tareas. Observé cómo expresaba la alegría y el disgusto; en los gestos que hizo la primera vez que aventuré algunas palabras en su idioma, advertí de qué manera manifestaba la sorpresa; descubrí cómo indican los monos la curiosidad, el enfado y el deseo de venganza; y de idea en idea, y de relacion en relacion, sorprendí los pensamientos y hallé por fin la clave gramatical de su lenguaje. Hoy poseo tambien su ortografía.

Barrientos y el cajero estaban asombrados.

—Dueño ya de su idioma, tuve con Gestas coloquios muy curiosos, y el cansancio físico me hizo desistir de educarle en su propio lenguaje, si así puede llamarse á un modo de expresion en que la lengua no interviene para nada; entonces emprendí la tarea de enseñarle el alfabeto, pero en vano; Gestas no comprendia el valor abstracto le las letras hube de usar el método objetivo. Felizmente, se han descubierto sistemas para enseñar sin libros ni fatigas, pero me faltaba un signo con que advertir á Gestas que mis objetos equivalian á los gestos y movimientos con que expresaba sus ideas; me faltaba en el idioma símico el modo de indicar la idea de igualdad ó analogía.

—¿Y pudo V. conseguirlo? dijo con interes el señor Barrientos.

—Por medio de una estratagema, dijo D. Crisóstomo. Coloqué sobre la mesa dos jícaras de chocolate exactamente iguales, y cuando Gestas tomó una de ellas para sorber su contenido, se la arrebaté bruscamente de las manos, entregándole la otra. El mono miró ambas jícaras con sorpresa; noté que las comparaba escrupulosamente, despues se fijó en mí é hizo un mohin muy marcado y de un género nuevo.

—Sin duda el mono queria decir que las dos jícaras eran iguales.

—Eso mismo supuse lleno de alegría; despues he sabido que el mono sólo quiso decirme entónces: Es V. un majadero.

El Sr. Barrientos celebró la ocurrencia de su mono.

—A fuerza de repetir el experimento, obtuve el signo deseado, y entónces la educacion se hizo más rápida; conseguí que dividiese las oraciones en palabras, las palabras en letras, y sus progresos me asombraron. ¿Creerán VV. que los monos tienen ciertas ideas más exactas que las de algunos hombres muy civilizados?

—¡Qué nos dice V.! exclamó admirado el señor López.

—Aseguran que existen seres muy superiores á los monos, miéntras ciertos hombres no reconocen nada superior á ellos mismos.

—Es preciso que complete sus estudios, dijo el señor Barrientos lleno de entusiasmo. No repare V. en gastos, y abónele al teatro si lo considera conveniente. Quiero que Gestas llegue á ser un mono sabio.

—¿Podría V. instruirnos en el idioma de Gestas? preguntó con curiosidad el Sr. López.

—Tienen VV. los huesos algo duros y les costaría muchas agujetas. Es preferible que aprendan el alfabeto de los mudos, en el que Gestas es muy elocuente.

—¿Tan difícil juzga V. lo que propongo?

—Voy á darles á VV. una prueba.

Y D. Crisóstomo empezó á mover el cuerpo de una manera convulsiva, y a agitar todos los músculos de la cara, alzando alternativamente las dos piernas, haciendo sonar los dedos, rascándose las orejas y la frente, y dando saltos extraordinarios y vueltas prodigiosas.

—¡Qué hace V.! ¡Qué hace V.! repetian asustados Barrientos y el cajero, sujetando á D. Crisóstomo.

El sabio se contuvo, y recobrando su serenidad, respondió tranquilamente:

—Estaba conjugando un verbo en el idioma de los monos.

Segunda parte

I

«Uno de los motivos en que sin duda se apoyan los que juzgan al hombre descendiente del mono, es en el instinto de imitacion, tau desarrollado en nuestra especie, lo que constituye la principal analogía entre los hombres y los monos.

»Nace un pintor de estilo original, y, gracias á sus imitadores, forma escuela. Lanza á la sociedad sus sarcasmos ó llora sus desencantos un Byron, y dos generaciones de poetas lamentan los mismos desengaños y se burlan de todo lo creado. Riza sus largas melenas uno de los hombres más hermosos de París y enfunda su cuello en una gran corbata, y todos los que se precian en Europa de hermosos y elegantes, adoptan la corbata y se rizan la melena. Ábrese una fonda en sitio donde nunca hubo tales establecimientos, y á los pocos dias se abren en el mismo sitio várias fondas. La sociedad humana comenzó por espíritu de imitacion seguramente; á un hombre se le ocurrió elegir un terreno y llamarle suyo, y todos los demas hombres quisieron tener terrenos propios.

»El mono, dotado de ese fecundo instinto de imitar, es un animal sociable y dispuesto á la civilizacion y á la enseñanza. Pues bien; al entregarle Gestas completamente educado, voy á proponer á V. un plan político.»

Así decia el sabio D. Crisóstomo tres años despues de lo ocurrido anteriormente, miéntras el Sr. Barrientos, radiante de alegría por el buen éxito de su idea, escuchaba con agrado al profesor, causa de su triunfo.

Don Crisóstomo, notando la atencion con que se le oia, prosiguió muy animado:

—Inútiles parecen los esfuerzos hechos para civilizar el Africa, cuya mayor porcion es desconocida; las colonias europeas no prosperan como en otros países, y la raza negra, indolente y perezosa, resiste todo progreso. Mi plan consiste, pues, en intentar la civilizacion de aquel continente por medio de los monos, más activos que los negros, aprovechando la instruccion, de Gestas y mis conocimientos en el idioma simio, que poseo y he enseñado á algunos de mis discípulos. Si V. nos da su apoyo y su licencia, partirémos al país de Gestas á difundir la ilustracion entre los orangutanes, regularizarémos sus costumbres, y ántes de un siglo estos seres tan análogos al hombre, recorrerán el Africa inexplorada, no vagando ociosamente por las selvas, sino tomando apuntes, levantando planos, coleccionando hierbas y observando la direccion de las montañas y el curso de los rios. Las naciones europeas comerciarán entónces con los monos...

—Basta, basta, mi apreciable D. Crisóstomo; ese plan es el sueño de un sabio, y agradeceré á V. que no lo divulgue: sería capaz el Gobierno inglés de separarme de mi mono.

Don Crisóstomo bajó la cabeza resignado.

—¡Cómo ha de ser! dijo con tristeza el maestro; y sin embargo, el orangutan, aunque le llaman simia satyrus, es un animal que no carece de buenas cualidades; no practica la poligamia ni la poliandria.

—Necesito a Gestas, D. Crisóstomo.

—En ese caso, se le entrego ilustrado, humilde y obediente, como enseñado por mi ejemplo. Si no quiere V. tener en él un monstruo, presérvele de las malas compañías.

Y el sabio salió del aposento limpiándose las lágrimas con un pañuelo de hierbas, y tomando de un rincon su paraguas de familia.

II

—La música es agradable y se pega mucho al oido.

—Los versos son ligeros.

—Y el desenlace está previsto desde luégo.

Esta zarzuela se parece á la que gustó tanto hace dos años.

—Y gustará lo mismo que la otra.

—Sería una injusticia no aplaudirla habiendo obtenido aquélla tan buen éxito.

—¿Y se sabe quién es el autor?

Así discurrian en un palco várias jóvenes en el intermedio de una zarzuela que se estrenaba aquella noche: un caballero abonado, persona que se preciaba enterada de todas las intrigas y sucesos teatrales, dijo con aire de importancia:

—La Empresa asegura que la música y la letra de la obra han sido remitidas por medio de un anónimo; pero yo sé quién es el autor, aunque no puedo revelarlo.

—¡Ay! sea V. amable, dijeron en coro las del palco.

—¡Imposible! exclamó el abonado levantándose; ahora empieza el último acto, y hasta el final debo ser discreto; sólo diré á VV. que el autor y yo nos hemos criado juntos y tenemos un lejano parentesco.

—¡El autor! ¡El autor! gritaban tres cuartos de hora despues los espectadores.

—¡Es un plagio! ¡Me han robado el pensamiento! decían varios autores en distintos lados del teatro.

Pero el telon no se alzaba, aumentaba la curiosidad del público, y por consiguiente las voces, el taconeo y los aplausos. Despues de algunos minutos de espera, uno de los actores se presentó en el escenario y dijo con voz solemne:

—El autor de la zarzuela que hemos tenido la honra le representar se encuentra en el teatro, pero suplica al público tenga mucha indulgencia con su físico...

—¡Su nombre! ¡Su nombre!

—¡Gestas! dijo el actor con voz pausada.

—¡Que salga! respondió el público.

Se oyeron dos gritos en la sala: el uno le exhalaba D. Crisóstomo; el otro salia de la garganta del Sr. Barrientos. El caballero abonado hacía señas á las damas del palco como preciándose de haber acertado en su pronóstico, y aplaudia á rabiar, haciendo gala de proteger á un amigo.

Y Gestas apareció en el escenario con un traje idéntico al que llevaba D. Crisóstomo.

Un estremecimiento general anunció su presencia en las tablas; un silencio momentáneo indicó la sorpresa del público, y una explosion de voces, palmadas y gritos discordantes expresó de una manera atronadora la opinion pública, al ver á Gestas haciendo cortesías y saludos con la dignidad del autor más ceremonioso.

El abonado se escurrió poco á poco de la sala sin atreverse á mirar al palco, despues de su confesion de haberse criado y tener cierto parentesco con un mono.

—¡Es mi discípulo! decia D. Crisóstomo en voz alta y lleno de orgullo.

—¡Es mi mono! exclamaba el Sr. Barrientos lleno de entusiasmo.

—¡Qué progreso! Los monos se han elevado á la altura del arte; esto sólo podia verificarse en el siglo XIX, vociferaba un mozalbete.

—¡Qué vergüenza! El arte se ha puesto al alcance de los monos, respondia un señor entrado en años.

Y seguia el entusiasmo del público creciendo cada vez más á cada movimiento de Gestas; las carcajadas cesaron cuando se fué desvaneciendo la duda que áun abrigaban algunos sobre la realidad del hecho, y sólo se oian bravos y palmadas interminables.

El favorecido Gestas, que calzaba zapatillas, y por la carencia de talones no podia conservar la posicion vertical durante mucho tiempo, cayó al fin en cuatro manos, mientras descendia sobre su espalda una lluvia de flores y coronas.

III

Tres meses despues de su triunfo teatral, Gestas era el héroe del dia entre la buena sociedad madrileña; treinta dias de permanencia en París habian producido en su físico una variacion extraordinaria; un hábil operador le habia estirpado el rabo sin dolores; un célebre perfumista le hizo caer todo el vello de su rostro; un ortopédico remedió con un aparato la imperfeccion de sus talones; Unas pantorrillas de algodon disimularon la flacura de sus piernas; el sastre, el zapatero, el peluquero y otros industriales completaron la trasformacion de Gestas, el cual salió á la calle vestido de una manera irreprochable. Cuando regresó á Madrid, su aspecto y sus modales, copiados de los mejores modelos y adquiridos en la fuente del buen tono, llamaron la atencion en la Castellana y en los teatros.

La aristocracia de Madrid deseó poseer aquella maravilla, y Gestas, introducido en los salones, se hizo indispensable en aquel mundo elegante. No era completo un concierto, si Gestas no hacía prodigios con el violin en medio de los aplausos más nutridos; se creia desairada toda dama que no hubiera dado una vuelta de vals con nuestro héroe; los jóvenes de las mejores familias se honraban con ser acompañados en su carruaje por el mono, que guiaba con singular destreza los troncos más fogosos. Todas las tardes caracoleaba Gestas sobre un caballo en el paseo, coqueteando con las damas. De vez en cuando picaba toros á puerta cerrada con una cuadrilla de aficionados, que exponian á ser derramada por la fiera la sangre más noble de Castilla.

Un desafío victorioso acabó de ponerle en moda. Se habian verificado varios duelos, y Gestas experimentó la necesidad de batirse como los demas; felizmente todos los dias tiene el que vive en sociedad ocasiones de enviar dos padrinos á un desconocido que se sonrie al pasar á su lado ó le tropieza con el codo.

La casualidad presentó á Gestas un motivo grave y justificado para un duelo: visitando una casa, sus ojos se fijaron en un álbum colocado encima de un velador lleno de curiosidades: abrió el libro maquinalmente y le repasó con interes; el álbum sólo contenia fotografías de monos que constituian un estudio completo de aquella gran familia, desde el tití más diminuto al orangutan más corpulento. De repente, Gestas aprieta el libro con furor; habia visto su propio retrato á la cabeza de la coleccion. No hubo arreglo posible; el mono y el coleccionista cruzaron los sables al siguiente día en la Casa de Campo, y aunque el segundo era tirador consumado, y los monos no pueden esgrimir con tanta diversidad de movimientos como los hombres por la forma de sus dedos, tienen en cambio mayor agilidad; Gestas describia círculos asombrosos en torno del coleccionista, y una vez en que el sable de éste debia dividir de un tajo á su contrario, segun todas las reglas del arte, sintió el maestro que su cuchillada se perdia en el suelo y que el sable del mono le dividia la cabeza.

El éxito del desafío aumentó la consideracion que disfrutaba Gestas, hasta tal punto, que los pollos más elegantes se empeñaron en imitar sus trajes y actitudes, desfigurando sus orejas y alargando el hocico para parecer orangutanes. Esto causó cierta molestia á Gestas, porque acostumbrado á copiar, le contrariaba ser modelo; sin embargo, tuvo que resignarse, porque el instinto de imitacion era superior al suyo entre los hombres.

La equitacion, la esgrima, el juego y los banquetes constituyeron las ocupaciones habituales de Gestas; muchas noches á la salida de una orgía, rodeado de sus aristocráticos compañeros, el orangutan empleaba sus fuerzas y agilidad extraordinarias en desarmar á los serenos, en arrebatar una doncella de enmedio de su familia, en trepar á los balcones para vejar á los pacíficos vecinos, y en escandalizar la poblacion con sus excesos.

El Sr. Barrientos, á quien se iban haciendo onerosas las locuras de su mono, determinó reprenderle agriamente cierto dia, amenazándole con encerrarle en una jaula: preguntó por Gestas á los criados, y éstos le contestaron que habia asistido á la boda de un título de Castilla, no sabiendo si en calidad de convidado ó de testigo. Esperó resignado su regreso, y una hora despues anunciaron al mono los criados.

Gestas se presentó en traje de etiqueta, orgulloso y perfumado; exceptuando la gran magnitud de su cabeza, y no obstante la postura de su cuerpo, forzosamente inclinado hácia adelante, cualquiera le hubiera tomado por un dandy perfecto, procedente de una raza indiana.

El mono saludó respetuosamente á su dueño, y con aire distinguido, y empleando el lenguaje mímico, anunció al Sr. Barrientos que necesitaba enterarle de un asunto importante.

El dueño del orangutan se sentó en la butaca sorprendido, y poco despues creyó desfallecer al ver que Gestas le decia claramente y con un desenfado aristocrático:

—Sr. Barrientos, tengo el honor de pedir á V. la mano de su hija.

IV

—Bien le decia á V. que le preservase de las malas compañías, decia D. Crisóstomo al Sr. Barrientos; felizmente todo el mal se convierte en bien, y del exceso del daño resulta un beneficio.

—Mi conciencia está tranquila al tomar esta resolucion dura, pero necesaria; un estafador aprovecha la maravillosa habilidad con que Gestas imita toda clase de escrituras, y le induce á arruinarme y á robar ti otros banqueros; otro criminal explota su agilidad y fuerzas, y á los robos por las alcantarillas suceden en Madrid los robos por los tejados y balcones. Por fortuna la estafa se descubre á tiempo y el causante de los robos. Todo el mundo cierra sus puertas al mono galanteador, ídolo de la víspera, á quien salva su condicion de irracional é irresponsable. La autoridad me invita á que no deje de salir de casa á Gestas, y yo no puedo consentir que permanezca en ella á causa de mi hija.

—¿Será posible?

—Por desgracia: V. no sabe el efecto que produce en una niña frívola el que posee las habilidades en que Gestas sobresale; no importa que sea un mono si monta á la inglesa, baila con perfeccion un vals corrido y sabe alguna música. Felizmente mi hija ha dado en hacer versos, y no pasan del papel sus sentimientos. Lea usted sus últimas estrofas:


«Huir contigo del mundo entero,
y convencerme de que me amas,
subiendo á lo alto de un cocotero
y columpiándonos entre sus ramas.
Vamos al Africa; de sus palmeras
desprenderémos dátiles rojos:
vamos al Africa, aunque las fieras
se distribuyan nuestros despojos.»


—¿Qué le parecen á V. estos versos, D. Crisóstomo?

—Veo que tienen muchas sinalefas.

—Señor D. Crisóstomo, sólo me preocupa V. en este asunto; su edad, las penalidades del viaje, la insalubridad del clima de Angola...

—Basta, basta; soy misionero de la ciencia, y la idea me pertenece.

—¿Es su resolucion irrevocable?

—O civilizo el Africa, ó me hago mono.

—Entónces aquí tiene V. las recomendaciones para el gobernador portugués de San Pablo de Loanda; el buque, fletado en Lisboa, contiene todo lo necesario para esta atrevida expedicion: tiendas de campaña, ropas, armas, víveres, libros, carros portátiles é instrumentos.

—¿Gestas le ha dado á V. noticias del país?

—Fué cazado muy pequeño, y sólo recuerda vagamente cuando cruzaba los bosques de árbol en árbol, agarrado á los hombros de su madre.

—¿Y se halla ya conforme con el viaje?

—Al principio recibió la proposicion con un acceso de furor y rechinando los dientes; despues se fué calmando, y por último parte á su patria contento, dispuesto á imitar en todo mi conducta.

—Entónces, D. Crisóstomo, démonos un abrazo muy estrecho.

El Sr. Barrientos y el sabio se abrazaron con efusion sollozando con ternura; poco despues se quedaron muy tranquilos. Don Crisóstomo cogió su paraguas y tomó el camino de Africa con la misma serenidad con que hubiera tomado el camino del estanco; el Sr. Barrientos le detuvo cuando ya bajaba la escalera.

—Ya sabe V., le dijo, que á pesar de su mala conducta, conservo á Gestas gran cariño, por lo cual nada tiene de extraño que me interese cuanto con él se relaciona. Sea V. franco; de todo lo que deja en Europa, ¿qué es lo que Gestas siente más?

—Sr. Barrientos, lo que más lamenta Gestas es la pérdida del rabo.

Tercera parte

I

«Selvas de Angola, Setiembre de 1870.


Sr. D. N. Barrientos.


¡Loado sea Dios! Escribo esta carta encima de un bambú, donde tengo mi habitacion por estar aquí mas ventilada. Mi traje consiste en una trusa de paño adornada con un rabo postizo, y mi cuerpo está pintado al óleo, con un color pardo oscuro, para evitar las picaduras de los insectos y darme cierto parecido con los habitantes de esta selva. Gestas se ocupa en hacer el plano de esta nueva ciudad, y una mona de costumbres alga libres me hace muecas desde una palmera inmediata.

Por mi última carta sabrá V. el feliz éxito del viaje hasta nuestra partida para el bosque. Pues bien; nos internamos en él, siguiendo el curso de un caudaloso arroyo, que Gestas recordaba vagamente conocer, y anduvimos errantes siete dias, durante los cuales Gestas fué arrojando la ropa, y yo adopté el uniforme que he descrito. Inútil es decir que hemos tenido que pasar grandes fatigas para abrir sendas en ciertos terrenos erizados de malezas; pero gracias al fuego y al hacha, hemos vencido los obstáculos: el instinto maravilloso de Gestas nos ayudó en grandes peligros, ya para huir la acometida de un rinoceronte ó adivinar la presencia de algun tigre, ó evitar la mordedura de una serpiente venenosa.

Los primeros orangutanes nos recibieron hostilmente, molestándonos con una lluvia de cocos, en la cual pude apreciar la solidez de la armadura de mi paraguas, que está intacto; en vano les hacíamos señas en su idioma, dirigiéndoles discursos elocuentes; Gestas empezaba á desesperar, cuando un dia, al vadear un arroyo, hizo un ademan de alegría y trepó con suma ligereza á un árbol, perdiéndose de vista entre su ramaje: no puedo entrar en minuciosos detalles, porque sería mi carta interminable; en aquel árbol se habia criado Gestas, allí encontró á su madre viuda, con diez hijos, y el reconocimiento se efectuó por medio del olfato. Aquel encuentro nos puso en relacion con el ágil pueblo orangutan, y la familia de Gestas me obsequió alojándome en su árbol.

Mis presentimientos no eran vanos: los orangutanes se civilizan fácilmente; ha bastado que yo edifique una especie de choza-nido sobre mi bambú para que todos se construyan otra, improvisando una ciudad sobre los árboles; he abierto cátedra de todo cuanto sé, y la ilustracion cunde admirablemente, porque casi todos los orangutanes explican lo que aprenden, sólo por la satisfaccion de imitarme. Tenemos en el dia unos quinientos profesores. Todas las mañanas herborizo seguido de mis alumnos, y siempre encuentro algun maestro de botánica rodeado de los suyos.

Los sabios no son nuevos entre los orangutanes; el mismo dia de mi llegada estuve hablando con un mono viejo, depositario de la ciencia del pueblo. Me asombré de hallar en su idioma el refrán nuestro, donde quiera que fueres, haz lo que vieres, el cual consideran como la esencia de la sabiduría. Tambien me extrañó que miéntras nuestros sabios han creido enaltecer al género humano y dado un paso hácia el progreso asegurando que los hombres descienden de los monos, los sabios de aquí afirman con orgullo más legítimo, que los monos descienden de los hombres.

No me fatiga mi tarea; el afan de redimir esta raza degradada me presta aliento; ¡igualdad ante la naturaleza! Hé aquí mi divisa; harto tiempo ha dominado en la tierra la aristocracia de los hombres.

Gestas, cuya superioridad reconocen todos sus compatriotas, ha emprendido la tarea de suavizar las costumbres, y ha elegido compañera; la noche de la boda hubo baile con orquesta de violines é iluminacion á la veneciana. Los solteros son aquí muy mal mirados, por lo cual me veré en la precision, para conformarme con las costumbres de esta selva, de sacrificarme á la ciencia uniéndome á la madre de Gestas, que aunque jamona, está bien conservada. Suyo afectísimo,

Crisóstomo.»

II

Seis meses despues un ministro inglés contestaba de este modo á una interpelacion en la Cámara de los Lores:

«Voy á complacer al honorable sir Prater explicando la conducta del gobierno respecto del reino selvático de Angola. Tiempo hacía que veníamos observando la rápida formacion de aquel pueblo, que pasaba prodigiosamente de la vida animal al estado civilizado; cuando el pueblo orangutan, en uso de su soberanía, quiso constituirse en la forma monárquica, elevando al trono á uno de sus conciudadanos más ilustres, el gobierno creyó útil á la política del país aconsejar al trono el reconocimiento de S. M. Gestas I, y enviar un representante á aquella córte. En efecto; era conveniente aprovechar el desden con que habian recibido todas las potencias las notas de D. Crisóstomo, primer ministro y padrastro del monarca, y celebrar con el nuevo Estado un tratado de comercio favorable á nuestra industria, á la cual estaba reservado el honroso cometido de vestir y armar á un pueblo que carecia de trajes y de armas. Gracias á nuestros esfuerzos, los orangutanes mondan las frutas con cuchillos ingleses; su ejército usa carabinas fabricadas en Birmingham, y los súbditos de S. M. Gestas I han ganado en respetabilidad y decoro con la adopcion del gorro blanco, que hoy constituye su traje nacional. En cuanto á las alusiones de sir Prater, sólo contestaré que nuestro digno representante, Mr. Cuckoo, no tiene medios de impedir que la industria particular explote la aficion de los orangutanes á las bebidas alcohólicas, y trate de introducir entre ellos el uso del ópio; en cambio el ilustre lord omite los servicios que prestan la Sociedad Bíblica de Lóndres, distribuyendo grátis sus libros, y la Sociedad de la Templanza, remitiendo sus estatutos al doctor Crisóstomo é invitándole á crear una sucursal en aquel apartado reino. Inglaterra, ademas, no puede negar á aquel país nada de lo que pide, porque los orangutanes, ricos en marfil y polvo de oro, pagan al contado.

Lord Prater. Insisto en creer bochornoso que Inglaterra haya enviado un representante ante una corte irracional.

El Presidente. Suplico al orador que se exprese en términos más convenientes respecto del soberano de una nacion amiga.

Lord Prater. Retiro la palabra irracional, y llamaré corte zoológica á la de S. M. Gestas I: creo que el señor presidente hallará esta calificacion más parlamentaria; ademas, no es mi ánimo ofender á aquel monarca, puesto que soy miembro de la Sociedad protectora de los animales.


(El Presidente agita la campanilla.)


Diré que Inglaterra ocupa los buques que destinaba á impedir la trata de los negros, en intimar el trato con los monos. Y pido que se abra una informacion para averiguar si el orangutan que poseemos en el jardin Zoológico pertenece á la familia Real de S. M. Gestas I, en cuyo caso deben hacérsele en la jaula los honores debidos á su alto rango para honrar al soberano de una nacion amiga, como dice nuestro digno Presidente.

(Las oposiciones aplauden, y se levanta la sesion en medio de la mayor algazara. Lord Prater asegura que propondrá á la Cámara un proyecto pidiendo los derechos de ciudadano inglés para todos los monos nacidos en los dominios de Inglaterra.)»

III

Le Journal des Voyageurs publicaba en uno de sus números esta curiosa relacion:

«La capital del reino selvático de Angola tiene un carácter completamente europeo, prescindiendo de los moradores y de la naturaleza. El hábil doctor Crisóstomo, secundando los proyectos de su monarca, y aprovechando la actividad de un pueblo cuyos habitantes cada uno tiene cuatro manos, ha logrado edificar una ciudad hermosa, aunque monótona por la igualdad de sus edificios. Es agradable pasear por sus calles, viendo las monas asomadas á los balcones adornadas á la última moda y cubiertas de lazos y de sedas.

»La última recepcion que hubo en palacio fué brillantísima; el rey Gestas y la reina se hallaban rodeados de su familia y servidumbre; el cuerpo diplomático lo componía el embajador inglés con todos sus criados de ambos sexos. Un curioso que presenció el desfile de los vasallos contó más de setecientos generales y un número mucho mayor de caballeros grandes cruces. Con dificultad se encuentra en el reino un orangutan que no tenga tratamiento. Todas las damas iban seguidas de un monito llevándoles la cola.

»Una de las modistas fraucesas se suicidó el dia... por desdenes de un peluquero, y el doctor Crisóstomo ha dictado órdenes para que no se divulgue el hecho, sabiendo lo que puede el ejemplo en un pueblo impresionable.

»Entre el representante inglés y el primer ministro hay una lucha encarnizada: el primero, por proteger la industria de su nacion, desbarata todos los planes del segundo para hacer de los orangutanes un pueblo sobrio y enemigo del lujo. Dícese que tiene el propósito de extenderle los pasaportes; pero que le detiene la consideracion de que la córte con su ausencia se veria privada del Cuerpo diplomático. El doctor Crisóstomo ha interceptado una nota de Mr. Cuckoo ú su gobierno en que pide una remesa de gorros encarnados.

»A pesar de la gran distancia de esta capital y de su reciente fundacion, hay en ella un hotel, várias modistas, tres ó cuatro peluqueros, dos afiladores de cuchillos, diez organillistas y algunos titiriteros, todos franceses; un relojero y dos filósofos alemanes; una opulenta señora rusa que asiste á todos los teatros y paseos, y un caballero portugués que luce la cruz del Cristo y grandes alfileres de brillantes; muchos ingleses que trafican en maderas, venden telas y cuchillos, plantan algodon hasta en los patios, explotan minas, introducen contrabando y beben toda clase de licores; várias damas sin familia, procedentes de todas las naciones; un maquinista norteamericano; dos ó tres caballeros de la América del Sur, que juegan á los naipes y á los gallos; un moro que vende zapatillas, y un emigrado español que no hace nada.

»Hace pocos dias se abrió con gran éxito una librería; el comerciante tenía una edicion enorme de cierta Historia de la revolucion francesa que nadie compra en Europa, y conociendo el carácter de aquel pueblo, se paseó una tarde vestido exageradamente y con un ejemplar del libro en las manos abierto por la portada. Al dia siguiente la edicion estaba agotada, y una multitud de orangutanes recorría la poblacion llevando en las manos la Historia de la revolucion francesa, escrita por un autor anónimo. Nadie que se precie de mono comme il faut sale á la calle sin el libro.

»Ha ocurrido un suceso que puede ser un casus belli entre dos naciones: varios portugueses de la colonia inmediata han cazado á varios súbditos de Gestas en un bosque cercano. Divulgado el hecho, muchos orangutanes, armados de escopetas, pasan el dia cazando portugueses.

»La salida del correo impidió á nuestro corresponsal dar más pormenores acerca de aquel curioso pueblo.»

IV

El Sr. Barrientos estaba leyendo su periódico una tarde, cuando entró un criado en su despacho.

—¡Señor! dijo el sirviente con aire misterioso: tiene V. una visita.

—Que pase adelante.

—Es que... me parece que es un mono.

—¿Cómo? dijo el banquero levantándose.

—Sí, señor; un mono que habla y del tamaño de una persona.

—¿Estás loco? Los monos no pueden hablar á causa de dos sacos membranosos... A ménos que haya en Angola orangutanes más perfectos... que pase, sea quien fuere; sin duda Gestas me envia algun correo.

Un instante despues entraba en el cuarto D. Crisóstomo desfigurado enteramente: su cuerpo pintado al óleo, la boca excesivamente prolongada por la costumbre de hablar gesticulando, sus maneras bruscas y su movilidad extraordinaria le daban el aspecto de un orangutan; el antiguo maestro se habia identificado con los habitantes del reino selvático de Angola. Para que la semejanza fuese más completa, por debajo del antiguo leviton asomaba un rabo majestuoso.

El Sr. Barrientos reconoció aquel leviton: el paraguas de familia sirvió para identificar la persona de su dueño.

—¡Todo se ha perdido! exclamó D. Crisóstomo arrojándose en un sofá despues de haber abrazado tiernamente á su amigo.

—¿Pero cómo ha llegado V. vivo hasta mi casa en ese traje?

—No lo sé, dijo el profesor reparando en el rabo, que le arrastraba por el suelo; creo que me han silbado: áun sospecho que me han arrojado algunos tronchos y que las turbas me han seguido: pero ¿qué significa todo eso ante la inmensidad de mi desgracia?

—¿Y el reino?

—Está entregado á la anarquía; las tropas han fraternizado con el pueblo; me han obligado á emigrar: yo he visto á los convencionales perorando en la Asamblea, al pueblo lanzando en infernal coro gritos salvajes é inarticulados; se han proclamado los derechos del mono. Gestas ha tenido que ponerse el gorro frigio; ha circulado el oro de Inglaterra; han arrasado la cárcel, diciendo que era la Bastilla...

—Pero V. me está contando la primera revolucion francesa...

—Pues eso ha sucedido exactamente: los orangutanes han leido aquel libro funesto y han tratado de imitarlo en todos sus detalles.

—De manera que la monarquía...

—Ha sido derribada.

—¿Y Gestas?

—¿No lo adivina V.?

—¡Cómo! ¿Estará preso en el Temple?

—Era preciso llevar la imitacion á la exactitud más servil y fotográfica: las revoluciones de los monos ni áun tienen el mérito de ser originales.

—¿Y no habrá medio de salvar al pobre Gestas?

—Ha sido guillotinado por su pueblo: no ha faltado siquiera en su ejecucion el redoble de tambores.

Hubo un rato de silencio: se produjo una sensacion profunda de esas que sólo causan las catástrofes históricas.

—¿Y qué va á ser de ese pueblo desdichado? preguntó conmovido el Sr. Barrientos.

—No lo sé, contestó el maestro: los monos dicen que han recobrado su perdida libertad... y yo, que los he visto furiosos y sin ropa y cometiendo destrozos, creo que tornan á su estado primitivo.

—¿De modo que no volverá V. al Africa?

—Nunca: me he convencido de que son ingobernables los pueblos que copian servilmente y sin criterio; prefiero un país salvaje con costumbres propias, á una nacion cuyo carácter, cuyas revoluciones y cuyas leyes son imitadas de otros pueblos.

Y D. Crisóstomo quedó profundamente pensativo: despues tomó maquinalmente un periódico; el señor de Barrientos le observaba repasar con agitacion un escrito incendiario en que se pedia la nivelacion de las fortunas.

De repente se levantó el profesor, y exclamó paseándose por la sala:

—¡Orangutanes!; Nada más que orangutanes!

Habia tal exaltacion en el acento de D. Crisóstomo,. se lanzó hácia el balcon con tanta ira, que el señor de Barrientos tuvo que sostenerle sujetándole la cola.

—¿Qué hace V., amigo mio? le dijo con dulzura.

—Perdone V., respondió tranquilamente D. Crisóstomo; aquellas horrorosas escenas no se apartan de mi mente: creia que estaba aún en el reino selvático de Angola.


Diario del Pueblo, Julio y Agosto de 1872.


Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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