La Pata de Avispa

José Fernández Bremón


Cuento



I

Una caña, arrastrada por el agua, se había atravesado formando un puente entre las dos orillas de un arroyo. Las hormigas, horadando los nudos, habían colocado sus almacenes en el hueco de la caña, y abierto agujeros en los dos extremos y la parte superior, interceptando el paso a los insectos. ¡Ay del que se aventuraba a pasar por aquel puente! Éste, bien sujeto por sus dos cabos a la tierra, era una fortaleza y un camino militar a prueba de pájaro, pues apenas se cimbreaba al posarse en él alguna paloma u otro monstruo alado de aquel peso. Tenía, además, una fama trágica, contándose de mata en mata y de hoyo en hoyo, en todas las cercanías, historias lastimeras de gusanos cautivados y orugas arrojadas al caudaloso arroyo, que formaba saltos de agua y remolinos entre guijarros gigantescos del tamaño de una rata. Las hormigas eran respetadas, pero también aborrecidas por acaparadoras, egoístas, ladronas, crueles y opulentas.

Solían las abejas y las avispas posarse sobre el puente cuando bajaban a beber al arroyo; aquéllas, con brevedad, como insectos formales y ocupados. Las otras, con pesadez, como holgazanas y sin obligaciones, que pasaban el día luciendo su talle esbelto y sus chillones trajes amarillos, con cintas negras, y levantando ampollas con el aguijón envenenado de sus lenguas.

Un día se trabaron de palabras una hormiga y una avispa, porque se burló la segunda del traje sencillo y obscuro de aquélla, diciéndole:

—¿Se puede saber por quién estáis de luto?

—Estamos ??? ??? ??? ???.

—¿Qué ??? ??? ???

—Porque no nos avergüenzan los instrumentos del trabajo. Por eso tenemos una casa bien provista.

—¿Llamáis casa al hueco de una caña? Estáis viviendo en el mango de una escoba.

—Calla, amarillenta; que parece que tienes ictericia.

—¡Calla, embetunada! Que pareces nacida en un montón de cisco.

—Cursi.

—¡Ladrona!

—¡Fea!

—¡Bruja!

Y se agarraron. La avispa dio a la hormiga una tremenda puñalada en el abdomen; pero la hormiga agarró con sus tenazas a la otra, y no la soltó hasta que se quedó con una pata, que llevó en triunfo a su agujero.

II

A los gritos desgarradores de la avispa, acudieron sus amigas, y al ver a su mutilada compañera, batieron sus alas, pidiendo venganza del ultraje.

Las mariposas proponían que se hiciera cuestión de clases, y se convocara al mundo elegante para atacar a las hormigas.

—No seáis necias. ¿Qué ganaréis con que os ayuden los pájaros moscas, los pavos reales y los faisanes plateados y dorados, si ellas llamaran en su auxilio otros más fuertes? Cuando se hace cuestión de clases un agravio, es preciso apoyarse en las más numerosas. ¿No somos, por nuestras alas, casi pájaros? Pues evoquemos el socorro de todo lo que vuela contra todo lo que anda.

—Eso es —respondieron las avispas—. Subamos a los nidos, y gritemos: ¡Venganza! Que las hormigas han robado un miembro a uno de los vuestros.

Y los moscones se extendieron por los aires, repitiendo:

—¡Guerra! ¡Guerra a las hormigas que han herido a un pájaro!

III

Las hormigas, entre tanto, se habían encerrado en su fortaleza, dispuestas a defenderse. Cuando sus espías les advirtieron que los moscones habían sublevado a las golondrinas y jilgueros, se tranquilizaron; no eran capaces aquellos picos de horadar las bóvedas de caña.

—Sin embargo —dijeron—, el peligro puede arreciar; pidamos socorro a los que andan contra todos los que vuelan.

—Tenemos pocos amigos —contestaban las más sensatas.

—Que salga una partida con diez granos de trigo a sobornar al burro.

—Los burros son voraces; querrá más. Hay que ofrecerle un campo lleno de hierba.

—No lo tenemos.

—Claro está; pero ofrezcamos ese tan frondoso que hay enfrente. No es nuestro. ¿Qué perdemos con ofrecerlo?

El argumento no tenía réplica, y la que propuso aquel negocio fue encargada del soborno del jumento.

IV

El motín de los jilgueros, codornices, ruiseñores y canarios, en vez de resultar terrible, produjo en los aires el efecto de una sinfonía. Mientras, los rebuznos estridentes del jumento pusieron en conmoción a los cuadrúpedos, que bajaban en tropel hacia el arroyo, mugiendo y rugiendo, bufando y relinchando; y repetían con sus voces estridentes:

—¡Favor a los que andan!

¡Qué majestad y qué fragor por abajo! ¡Qué afeminación arriba cuando los tiples y tenores exclamaban con sus voces argentinas:

—¡Favor a los que vuelan!

Los hombres, aterrados, se escondían en sus casas. Y el burro pacía con la tranquilidad del propietario, y sus rebuznos eran, al recobrar fuerzas con el pasto, cada vez más formidables.

La causa de las aves estaba perdida, cuando un accidente natural vino a robustecerla. Nadie se había acordado de los gansos, que flotaban sobre el agua, y que no frecuentaban los círculos aéreos. Un moscardón en tono de chacota dijo, zumbando en sus oídos:

—¿Qué hacéis tan retirados? ¿Acaso no sois aves, que así abandonáis su causa?

Lo que creyó una bronca el moscardón fue el elemento principal de la victoria.

Los gansos, lisonjeados con su categoría de aves, saltaron a la orilla, y convocaron a los suyos que se formaron a millares. El moscardón quedó sobrecogido y admirado al oír el estrépito infernal que armaban aquellos picos achatados, y ver aquellos animales que se adelantaban en bandadas pisando la tierra a saltos y agitando con furor, aunque sin volar, sus alas blancas. Los mismos cuadrúpedos huyeron al aproximarse aquellas furias: los engañapastores, las cacatúas y cotorras y los pavos reales respondieron con insufrible gritería, las aves estaban salvadas: tenían de su parte a todos los que chillan, y pedían en coro terrible la cabeza de la hormiga.

V

La sangre iba a correr a mares: las águilas y aves de rapiña afilaban sus picos corvos como alfanjes y sus garras: los toros ensayaban sus cuernos, los caballos sus cascos, y los animales carnívoros sus uñas y sus dientes.

Las hormigas reflexionaron y como buenas calculistas, comprendieron ante aquel aparato los beneficios de la paz. Era tan peligrosa la proximidad del toro y de todo sus corpulentos auxiliares, como la guerra y la derrota. Un movimiento involuntario podía destruir en un instante la caña en que vivían.

—Aves y cuadrúpedos —dijo la que propuso el soborno del jumento—, no ha de correr por nosotros tanta sangre generosa. Formaos en escuadrones todo lo más lejos posible para que podamos ejecutar a la culpable. La paz ante todo: ¡vivan los que vuelan y vivan los que andan!

VI

Los gritos de guerra habían cesado y todos los animales hacían un gran cuadro para presenciar la ejecución.

Un saltamontes decapitó a la hormiga criminal con su serrucho, y la cabeza fue colocada para escarmiento en la arista de una espiga.

Aves y cuadrúpedos desfilaron conmovidos delante de aquel sangriento trofeo, y por la noche las compañeras de la hormiga recogieron la cabeza y la enterraron con decencia.


Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.
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