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—Entra —le dijo—, que hace frío.
—¿Para qué? —respondió Roque—. Me basta con que él salga.
—Entra, o cierro.
—Como quieras.
—¿No te sigue nadie, Roque?
Y Tiburcio, después de palpar a su amigo, sondeó el espacio con su palo, y cerró la puerta con llave.
—¡Cómo! ¿Cierras con llave y cerrojo?
—Abriré otra vez si quieres y te perderás entre la nieve.
—¿Has despedido ya a tu lazarillo? —dijo Roque con tristeza—. ¿No está aquí?
—¿Que si está?... Responde, Juan.
—Aquí estoy por mis pecados —respondió con voz humilde el ciego de la media ración.
—¿Quieres acompañarme? —repuso Roque, volviéndose hacia el sitio en donde sonaba la voz.
—Como no sea para dar en el abismo...
—No te entiendo.
—Pues es fácil —dijo Tiburcio cortando aquel diálogo—, estas cosas no le pasan más que a mí; ya sabes que había encargado un lazarillo...
—No se ha hablado de otra cosa hace una semana entre los nuestros, y no se ha murmurado poco de ese lujo.
4 págs. / 7 minutos.
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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.
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