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Pero cuando ya atestiguaron las excelencias de la cocina de sor Clara canónigos, oidores y otras gentes que comían muy bien en aquel tiempo, Juana empezó a sentir envidia, porque era muy frecuente que después de esmerarse en cocinar para dar gusto a algún ilustre viajero, la posadera preguntase a su huésped:
—¿Qué tal le parece a su señoría la comida?
Y respondiera el preguntado:
—Buena; pero he almorzado en el convento, y no hay cocinera como aquélla.
Juana Agraz enfermó de ictericia; se retrajo de sus devociones; dio en tratar con gentes que habían llevado coraza y sambenito; se hizo bruja y se casó con un diablo. Por entonces debió ser cuando el enemigo, entrando en la cocina de sor Clara, vertió el aceite hirviendo sobre las manos y el hábito de la monja; pero bastó una oración de la humilde cocinera para que el aceite derramado volviera a la sartén, sin dejar quemadura en las manos ni mancha en el vestido.
El diablo había dicho a Juana Agraz:
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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.
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