Las Lágrimas de Momo

José Fernández Bremón


Cuento


Júpiter se aburría en el cielo desde que no bajaba a la tierra por no dar celos a Juno. En vano procuraba Momo divertirle haciendo muecas y extravagantes contorsiones: el dios de la risa, humillado y entristecido, hizo pedazos el aro de cascabeles, y se retiró a una apartada viña de los Campos Elíseos, donde se pasaba las horas muertas comiendo pámpanos y echando lagrimones.

Entristeciose el Empíreo con la ausencia del payaso de los dioses. La misma Noche, que antes tenía la apariencia de una viuda enlutada, quedó más lúgubre y más triste, aumentándose las sombras en su rostro. En vano cantaban, bailaban y recitaban versos las nueve Musas para regocijar el Olimpo. Sólo parecían satisfechas de aquella tristeza general la vengativa Némesis, la destructora Parca, las Furias y Medusa, que se pasaba a contrapelo las manos por la cabeza para que se agitasen y silbaran sus trenzas de serpientes.

Plutón y Proserpina abreviaban sus visitas para regresar a los Infiernos, que estaban más alegres que el Olimpo: allí al menos los recibía el Cancerbero ladrando de alegría con todas sus bocas. Las Horas daban vuelta a su devanadera bostezando. Venus no llamaba a los amorcillos para que le atusaran su cabello dorado, y en sus mejillas descuidadas nacía espesa barba.

Se llamó a Hércules para que hiciese juegos malabares con estrellas; a Proteo para que, cambiando de formas, divirtiese a los dioses, y a Mercurio para hacer suertes de escamoteo mercantil: la linda Hebe, que alegraba la vista cuando se adelantaba con la copa de néctar en la mano, resbaló por el cielo rompiendo su copa en la cabeza de una harpía que atronó con sus alaridos el Olimpo.

—¡Basta! —dijo Júpiter lanzando rayos de ira por los ojos; y volviéndose hacia Apolo, le dijo con melancolía—: Tú sólo me comprendes, tú, que has corrido por el campo persiguiendo a Dafne. Yo te aseguro que era más feliz que en mi trono cuando, convertido en toro, daba mugidos por la tierra, enamorado de Europa, y levantando de una cornada hasta las nubes a los rivales que me disputaban aquella hembra magnífica.

Aquel grato recuerdo desarrugó el ceño del dios, y Apolo hizo un magnífico soneto a la berrenda Europa, y no bien acababa de recitarlo, cuando Baco entró en el cielo, sentado en su tonel arrastrado por tigres. Colgado de un tronco de cepa, y tan enjuto y exprimido como un cuero vacío, iba el pobre Momo con el cuerpo doblado y casi exánime.

Los dioses rodearon el grupo asombrados del aspecto mísero de aquel triste moribundo, que había sido el dios de la risa y era un colgajo de huesos y pellejo con un soplo de vida, y que sólo podía sostenerse suspendido de una percha.

Esculapio le reconoció el pulso, auscultó su pecho, y meneó tristemente la cabeza, diciendo:

—Era la risa la sangre de su cuerpo, y se le ha salido por los ojos a fuerza de llorar: no veo el remedio.

—Yo lo tengo —dijo Baco—. Ponedle los labios en la espita de mi tonel.

—El vino es irritante —replicó Esculapio ofendido de que un profano le diese lecciones de curar.

—¿No le has desahuciado? Yo le daré la vida con el vino fresco y aromático que traigo en mi cuba inagotable.

—Dadle esa bebida —dijo Júpiter.

Descolgaron a Momo y lleváronle arrastrando hasta colocar sus labios en la espita, y el moribundo bebió con avidez: poco a poco sus ojos se animaron, sus formas se rehicieron, sus miembros adquirieron movimiento; por fin apareció en su rostro la alegría y prorrumpió en sonora carcajada.

La ninfa Eco prolongó aquella risa por todas las esferas, y a las carcajadas del Olimpo acudieron los dioses que se habían alejado de tristeza. Neptuno y Anfítrite, sin cuidar de secarse, llegarn chorreando agua: Eolo tuvo que soplarles para que no mojasen a los dioses: Vulcano llegó con las tenazas en la mano, y Marte con espuelas.

—¿Qué vino es ése? —preguntó Mercurio, que en él veía nuevo elemento de comercio.

—Es el vino de la tierra que ha regado Momo con sus lágrimas sembrando para siempre el buen humor en las vides andaluzas.

—¿Cómo se llama ese licor?

—Manzanilla.

—Pues echemos una ronda —dijo el padre de los dioses—, y brindemos a la resurrección de Momo.

Sirvió Ganimedes a los dioses, y se armó una juerga en el Olimpo que duró quinientos siglos. Bailaron en ella desde las diosas más recatadas hasta el lascivo Príapo: las ninfas, con los tritones y los sátiros; las harpías jalearon a la Muerte: hasta las dríadas, sujetas a tierra por raíces, dieron algunas pataditas, y Baco, abriendo la espita de su tonel, lo dejó correr sobre el cielo andaluz para que lloviese vino alegre.

¡Qué período aquél para los que nacieron en Andalucía! La manzanilla corría por los caños de las fuentes y los canalones de las casas.


Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.
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