Mis Víctimas

José Fernández Bremón


Cuento


Había muerto yo.

El tribunal que debía juzgarme estaba constituido: yo temblaba en el banquillo de los reos, cuando me dijo el presidente:

—Declare las muertes que ha hecho voluntaria o involuntariamente, o las que han hecho otros en provecho de usted.

—A nadie he muerto —respondí sin vacilar.

—Pido —dijo el fiscal, que era un demonio—, pido que desfilen sus víctimas por delante del tribunal.

Oyéronse a lo lejos mugidos, cacareos, relinchos, maullidos y gritos de toda clase de animales, y vi el desfile más extraño que vio ningún nacido.

Un ejército interminable de hormigas y toda clase de insectos, con un tropel alado de mariposas, moscas, cínifes y abejas pasaron ante mí zumbando furiosamente y mirándome con sus ojillos verdes, azules, negros y encarnados. Hasta las inofensivas mariposas agitaban sus alas de colores, demostrando indignación en sus movimientos al mirarme, y me llamaban asesino en sus idiomas.

—Son los vivientes que has aplastado al andar o has quitado la vida en tus juegos de muchacho —dijo el demonio.

Pasó después otro ejército: las chinches marchaban con pesadez, y sus cuerpecillos rojos hacían el efecto de un arroyuelo de sangre; trotaban delante de ellas una partida de pulgas finas y charoladas; las arañas seguían, dando zancadas descomunales; algunos alacranes agitaban con furor sus garfios venenosos; los sapos parecían señorones barrigudos; las curianas y escarabajos iban de luto riguroso; pasaban atropellando a todos y luciendo sus serruchos los ligeros saltamontes; revoloteaban dando tropezones los murciélagos; víboras, lagartijas, culebras y otras alimañas, en número extraordinario, me llamaban asesino.

—Son los que mataste en defensa propia, o por antipatía y repugnancia —prosiguió el diablo—. Prepárate a ver el desfile de los que te sirvieron de alimento.

Y vi pasar vacas y carneros, mugiendo y balando tristemente; cerdos que gruñían con tono siniestro; peces de todas clases; aves de todo género; caballos, gatos...

—¿También me he comido estos animales?

—Los comiste en latas y embutidos, como todos los que siguen.

Miré y me horroricé: allí había girafas, monos, zorras, perros, cigüeñas, grajos, burros, comadrejas, boas, ratas, tiburones, panteras y ballenatos.

—Protesto —dije con altivez—; yo no he comido esas carnes ni pescados.

—Silencio: las sombras no mienten jamás; has comido de todo eso, aderezado por la industria.

—Pues soy inocente.

—No: has equivocado la víctima de tu gula y nada más.

—¿Qué es eso que pasa ahora?

—Los seres que impediste nacer y que devoraste en embrión; las razas que ahogaste en germen, ya en el huevo, ya en el vientre de sus madres.

Y vi cruzar ante mí un mundo de vivientes sin forma definida, con alas, hocicos, colas o aletas rudimentarias. Era una procesión interminable. Yo estaba asombrado y aturdido.

Un espíritu contaba las víctimas, y escribió esta cifra imponente en una tira de cielo:

3.000.000.000 de víctimas.

—¡Asesino! —gritó el fiscal señalándome aquella cifra acusadora—: has vivido matando. ¿Valía tu miserable existencia lo que ha costado al mundo? Pues cada vida de esas que has destruido valía tanto como la tuya. Señores jueces, pido que vuelva a nacer este malvado; pido que se le aplique la última de las penas: el castigo de vivir. Sea entregado otra vez a los hombres. Es justicia que solicito de la rectitud del tribunal.

El tribunal encontró circunstancias atenuantes y me entregó a mis propias víctimas. Me vi rodeado de insectos, alimañas, fieras y toda clase de animales, que me picaban, mordían, topaban y arañaban con furor. ¡Qué horrible pesadilla! Y, sin embargo, algunos días después recordaba aquel sueño con envidia.

Indudablemente la última pena de la creación es estar condenado al trato de los hombres.


Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.
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