Registro de Conquistas

José Fernández Bremón


Cuento


(Hace pocos días recogí en la acera de los nones de la calle de Alcalá un pliego de papel: parece ser la última parte de un libro de memorias, en que un seductor apunta sus conquistas; el libro, con esa pérdida, debe estar descabalado, y como no hay en él indicios de quién sea su dueño, y por otra parte, no es fácil que éste se declare autor de esas conquistas, no veo otra manera de restitución que publicar esos apuntes, para que pueda el seductor completar su registro pegando este artículo en las páginas que faltan, y añadiendo los apellidos que omito por respeto).


Núm. 257. Petra... Morena pálida: ojos azules, cabos negros: pecho alto, estatura regular, viuda tres veces. La conquisté en las Calatravas, robándole el pañuelo de encaje en una apretura y entregándoselo a la puerta de la iglesia, como rescatado de las manos de un ratero. Es mujer ordenada y se resiste quince días. Peligrosa porque desea casarse por cuarta vez y se enriquece con los despojos de los muertos. Cedida a un compañero a cambio del

Núm. 258. Lágrimas de... Tiene horror a lo desconocido y una inclinación involuntaria a los amigos de su amigo. Mi resistencia fue heroica y sucumbí por evitar mayores males. Alta y delgada; elegantísima. Gasté en obsequiarla quince duros y diez céntimos. Da gazpachos los viernes. Pregunta la historia de todo el que saluda a quien la acompaña. Ha recorrido medio mundo y hace redondillas libres. Una noche, al salir del teatro, tomó el brazo de un amigo mío, y no lo ha soltado todavía.

Núm. 259. Juanita... Me había dado calabazas en diez épocas distintas: cesaron sus rigores cuando dejé de pretenderla. Es blanca como la mantequilla de Soria, viva, chiquita y regordeta. Ha estado para casarse cuatrocientas veces y pico: por lo tanto, debe haber jurado fidelidad a medio millar de hombres. Duraron nuestras relaciones dos días y medio, a las sesenta horas me dijo que había reflexionado y que era preciso concluir. «Diga usted lo que quiera —exclamó—, pero no me pertenezco». Tiene razón: Juanita pertenece a la Humanidad. Coste: un ramito de flores, veinte reales. Se lo entregué al empezar nuestros amores, me lo devolvió al concluir y estaba fresco. Sirve para otra.

Núm. 260. Antonia... La simultaneé con los números 258 y 59: ¡gran mujer! Está separada de su marido por cuarenta años de diferencia de edades. Tiene talla de gastador y está creciendo. La conquisté en un fuego: supe que había una mujer durmiendo en una alcoba y expuesta a perecer, y entré para salvarla. Su sueño era profundo, y cuando me resolví a sacarla vi que no podía con tanto peso: despertó cuando el humo empezaba a envolvernos; me desmayé en el lecho y Antonia me salvó sacándome en sus brazos. Desde aquel día me amó como a un muñeco, y tuvo un gran disgusto al saber que no se había quemado su marido. Es una mujer que pega, pero escucha. Me llama su Daniel, por haberme encontrado en un horno: no se lo agradezco; me sacó de las llamas para hacerme caer en un volcán. Gasté en obsequiarla dos reales. Salvado de Antonia huyendo de ella entre el gentío de una serenata: fue una fuga musical.

Núm. 261. Blanca... Se llama Blanca y es mulata cuarentona. Dulce y correosa como la carne de guayaba. Llama túnico al vestido, candela a la lumbre, y niños a los viejos: cuando quiere que me vuelva dice que me vire, y si desea que me levante exclama: «Párese». Me dice que tengo ojos de cocuyo y que mi voz es de sinsonte. Pasa meciéndose los días y las noches, y me parece que vivo en un columpio. Esto no puede durar, que me mareo. Coste: cien pesos en piñas, platanitos, hicacos y guanábana. Me embarco para la Península.

Núm. 262. Hortensia... Hermoso animal. Alta, esbelta, rubia, de cutis sonrosado. En un cuadro parecería una diosa: cuando habla parece un carretero. Hay que ponerle una mordaza para amarla. Es una estatua que sólo tiene la belleza de la forma, y que por dentro es todo barro. La quise estando sin voz... ¿por qué no será muda, o por qué no seré sordo? ¡Qué perro tiene tan inteligente! Con él me entiendo mejor que con su ama. Llevo al perro terrones de azúcar y Hortensia se los come. ¡Lástima de azúcar! ¿Pues no me pide que le compre una berlina? Si tuviera dinero se la compraría, por gusto de engancharla.

Núm. 263. Inés... Estamos en la primera página y sólo nos hablamos con los ojos. Pero ¡qué cosas nos decimos! Traducidas nuestras últimas miradas, significan textualmente: «Ni tus ojos ni los míos tienen pizca de vergüenza».


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Hasta aquí llega el papel; ¡lástima que no sepamos la historia de las 256 mujeres anteriores, ni hasta dónde llegará la numeración de la obra, que su autor parece dispuesto a prolongar todo lo posible.


Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.
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