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—Son muchas catedrales para un día. Pero no ha mencionado usted la de Sevilla.
—Se ha roto en el camino. Si prefiere usted arcos, tenemos el de Constantino, el de la Estrella de París, el de Burgos...
—No, no...
—Será usted aficionado a obeliscos y columnas. Le enseñaré los más célebres de Egipto y hasta el que adornaba la plaza de San Pedro, el de Bunker Hill, la columna de Vandoma... Pero mejor será que lo veamos a vista de pájaro.
El guía dio unas palmadas.
—¿A quién llama usted? —le pregunté.
—Al agente de policía más cercano.
—No veo a nadie.
—¿Cree usted hallarse en el siglo XIX? Estamos en el siglo XXIII y ahora la policía es invisible. ¡Ea! Un asiento para dos y que ascienda a cien metros de altura.
Vi salir un banco de la tierra, movido por una sólida tijera parecida a las que usaban los postulantes en mi tiempo.
—Siéntese usted a mi lado, sin temor —dijo el guía.
Senteme, no sin recelo, y ascendimos. Era una ciudad inmensa, toda de monumentos, templos insignes y palacios.
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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.
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