Tontos y Listos

José Fernández Bremón


Cuento


I
II
III
IV
V

I

Éste era un lobo grandullón y fiero, que estaba muy orgulloso, y con razón, por haberse comido muchas ovejas, tres mastines, dos pastores y un teniente alcalde: se había casado con una loba tan fiera como él, y tenían seis cachorros que eran la esperanza de sus padres. La mala fama de aquella familia les aseguraba la independencia en la ladera de un monte, pues nadie osaba acercarse a su madriguera. Hembra y macho tenían tal astucia y olfato, que adivinaban los cepos a distancia, conocían la huella del hombre aun sobre la piedra y cazaban impunemente liebres, conejos, reses y personas.

Así hablaba un día el lobo padre a sus cachorros:

—Habéis venido al mundo para comer carne: cuando cacéis algún animal devoradlo hasta los huesos: lo que os quepa en el cuerpo no lo guardéis para mañana, por si otro se aprovecha de los restos.

»Cuando huyáis, no volváis la vista nunca, que en mirar hacia atrás se pierde mucho tiempo.

»Alejaos de todo lo que huela a hombre; es un animal dañino que mata desde lejos y aun estando ausente; pero cuando os juntéis muchos y él esté solo y descuidado, con las manos vacías y en la obscuridad, donde es ciego, entonces atacadle por la espalda, que es muy sabroso de comer.

»Engordad todo lo posible en el verano, porque siempre se enflaquece en el invierno.

»Todo animal es un almuerzo que se mueve y desaparece; no lo dejéis nunca escapar; si pasan dos a un tiempo, dirigíos al más gordo.

Los lobeznos escuchaban con respeto, y el más listo se abalanzó de repente al pescuezo de uno de sus hermanos, que aulló al sentirse atarazado.

—¿Qué haces? —dijo el lobo, separando con trabajo al agresor.

—Iba a almorzarme a mi hermano más gordito.

—Escuchad bien lo que os digo: El lobo no se come al lobo; es sagrado, entre otros motivos, porque su carne sabe mal. Pero hacia aquí viene vuestra madre, arrastrando con esfuerzo un venadito; ayudémosla a traerlo y devorarlo.

II

Toda la familia se abalanzó sobre la víctima, que manaba sangre aún: el padre dirigió sus dentelladas hacia el lomo, y la madre hizo que comiese con ella de una nalga su hijo favorito: y engullían todos con ansia, gruñendo cuando otro hocico les disputaba algún bocado.

Cuando ya estuvieron hartos, bebieron de un manantial, y se acostaron, relamiéndose, junto a los abundantes restos del banquete.

—Buen provecho, vecinos —dijo un cuervo—, veo que se ha comido bien: ahora a dormir, ¿eh?

—Sí —dijo la loba—, pero dormiremos con un ojo para vigilar las provisiones.

—Lo creo; son excelentes: ¿podría usted prestarme las tripas que le han sobrado de ese corzo? Yo se las pagaría con una pierna humana cuando acabe de morirse un ermitaño que ya está en la agonía.

—No puedo: esas tripas están comprometidas.

—¡Cómo ha de ser! Pero yo me podría remediar con los sesos u otra friolera...

—Pues veo difícil el remedio... —replicó la loba.

—Bueno, bueno, y tan amigos como antes: así como así, no hubiera podido tomar el obsequio, porque veo dos cazadores que avanzan con sus escopetas y me alejo.

Y el cuervo batió las negras alas, internándose entre los árboles del monte.

Al oír nombrar a los cazadores, la familia de los lobos se puso de pie, mirando y olfateando en todas direcciones y dispuesta a la fuga.

—Huye con los chicos —dijo el padre a la madre— en la dirección que lleva el cuervo, y vuelve dentro de un rato, que yo me quedo aquí.

Y mientras la loba y los lobeznos salían a escape, el lobo se escondió en un cercano y espeso matorral.

Cuando el cuervo desde la copa de otro árbol vio pasar huyendo a la familia de los lobos, voló sin hacer ruido, y creyendo abandonados los restos del corzo, abrió el pico y descendió hambriento hacia la carne; pero el lobo le acechaba, y arrojándose sobre el pájaro, lo agarró por un ala, que sólo pudo aquél librar dejando dos hermosas plumas en la boca de la fiera.

—Se ha equivocado usted, amigo —dijo el lobo—, si creía probar esta carne: espere usted que se muera el ermitaño, que aquí sabemos más que usted.

Y cuando la loba volvió con sus cachorros, entregó a éstos para juguete dos plumas del cuervo.

III

El cuervo, furioso, voló al nido y dio una paliza a su mujer, que ni aun sabía lo ocurrido; después, discurriendo maneras de vengarse, a fuerza de encoger y alargar el cuello, ideó delatar en el pueblo la madriguera de los lobos; y habló con un chorlito para que se lo dijese a un vencejo que conocía a una paloma del alcalde; pero la paloma contestó al vencejo, y éste al chorlito, y éste al cuervo, que se lo había dicho a su amo con arrullos y que no había entendido nada.

—Son tontos esos pájaros —dijo el cuervo—, los negocios sólo se pueden tratar con gente lista; recurramos a la zorra.

—Yo te vengaré —dijo este animal— o me dejo cortar el rabo, que tengo en mucha estima. Súbete a aquel árbol lejano, por allí pasará una vaca brava; los lobos la embestirán y serán hechos pedazos.

—¿Y si la matan ellos?

—No la matarán, que es una fiera; asiste a la pelea, y cuando veas a tus enemigos destripados, tira de sus tripas con el pico.

—¿Y si vencen a la vaca?

—Entonces, mientras se la comen les robas el venado impunemente. Sólo te pido que me guardes un pedazo.

—Se repartirá todo entre los dos.

El cuervo escribió el pacto en la arena con el pico y lo firmó la zorra con el rabo.

IV

La zorra dijo a una vaca mansa que pastaba en la llanura:

—Vaya una hierba mísera que comes.

—No hay otra por aquí.

—¿Ves aquella ladera detrás de los zarzales? Hay allí hierba de dos palmos, tan fresca y sabrosa, que me di un atracón, aunque no me gusta la verdura.

La pobre vaca, aprovechando un descuido del pastor, marchó hacia la madriguera de los lobos que, olfateando la presa, todo lo dejaron para embestirla y acorralarla. La víctima, fortificada en un lugar estrecho, defendíase a cornadas, que se perdían en el aire; tal era la ligereza de los lobos, hasta que la madre, dando un gran rodeo, embistió por la espalda e hizo presa en las ubres de la vaca. Volviose ésta con el dolor y cayó a tierra degollada por el lobo, lanzando un bramido lastimero.

El cuervo, que aleteaba de emoción sobre el árbol al presenciar aquella lucha, lloró de lástima y de rabia al ver el triunfo de los carniceros y la agonía del rumiante. Pero de repente se consoló con la idea de robar a sus enemigos los trozos del venado. Voló sigilosamente hacia la madriguera de los lobos, pero no halló en sus inmediaciones otra cosa que sus plumas.

—¿Qué buscas? —le dijo un gorrión.

—¿No había aquí un montón de carne?

—Sí había; pero la zorra se lo ha llevado en varios viajes.

—¿Y no ha dejado nada?

—Sí; ha dejado expresiones para ti.

El pajarraco, desesperado y furioso, voló otra vez al nido y dio una segunda paliza a su mujer.

Y decía graznando por los aires:

—No se puede tener tratos ni negocios, ni con los tontos, ni con los listos, ni con nadie.

V

Entre tanto la zorra, muy mojada, había aparecido donde los lobos, hartos de venado, descuartizaban sin gana a la vaca, diciéndoles:

—Acudid a la madriguera, que el cuervo está comiéndose el venado.

—¡Quietos! —dijo el lobo a los suyos—. La noticia es verosímil, pero la mensajera sospechosa.

—Bueno; yo cumplo con avisaros: haced lo que gustéis.

—¡Calla! Que te has bañado y sospecho por qué. Era que apestabas a venado y has querido que no notáramos el olor.

—Sois muy bromistas. ¡Ea! Creo que no os arruinaréis dándome un trozo de esta vaca.

—¿Qué hacemos? —dijo la loba a su marido—. Sobra mucho.

—Dale un cacho.

—¿Del morro o de los callos?

—No: que tome un cuerno.


Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.
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