Cuatro palabras de conversación con los lectores
Entrego a la benevolencia pública, con el título LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, la segunda parte de una obra que ha tenido una acogida tan generosa, que en sus seis años se han repetido once ediciones con un total de cuarenta y ocho mil ejemplares.
Esto no es vanidad de autor, porque no rindo tributo a esa falsa diosa; ni bombo de Editor, porque no lo he sido nunca de mis humildes producciones.
Es un recuerdo oportuno y necesario, para esplicar por qué el primer tiraje del presente libro consta de 20 mil ejemplares, divididos en cinco secciones o ediciones de 4 mil números cada una —y agregaré, que confío en que el acreditado Establecimiento Tipográfico del Sr. Coni, hará una impresión esmerada, como la tienen todos los libros que salen de sus talleres.
Lleva también diez ilustraciones incorporadas en el testo, y creo que en los dominios de la literatura es la primera vez que una obra sale de las prensas nacionales con esta mejora.
Así se empieza.
Las láminas han sido dibujadas y calcadas en la piedra por D. Carlos Clerice, artista compatriota que llegará a ser notable en su ramo, porque es joven, tiene escuela, sentimiento artístico, y amor al trabajo.
El grabado ha sido ejecutado por el Sr. Supot, que posee el arte, nuevo y poco generalizado todavía entre nosotros, de fijar en láminas metálicas lo que la habilidad del litógrafo ha calcado en el piedra, creando o imaginando posiciones que interpreten con claridad y sentimiento la escena descrita en el verso.
No se ha omitido, pues, ningún sacrificio a fin de hacer una publicación en las más aventajadas condiciones artísticas.
En cuanto a su parte literaria, sólo diré que no se debe perder de vista al juzgar los defectos del libro, que es copia fiel de un original que los tiene, y repetiré, que muchos defectos están allí con el objeto de hacer más evidente y clara la imitación de los que lo son en realidad.
Un libro destinado a despertar la inteligencia y el amor a la lectura en una población casi primitiva, a servir de provechoso recreo, después de las fatigosas tareas, a millares de personas que jamás han leído, debe ajustarse estrictamente a los usos y costumbres de esos mismos lectores, rendir sus ideas e interpretar sus sentimientos en su mismo lenguaje, en sus frases más usuales, en su forma más general, aunque sea incorrecta; con sus imágenes de mayor relieve, y con sus giros más característicos, a fin de que el libro se identifique con ellos de una manera tan estrecha e íntima, que su lectura no sea sino una continuación natural de su existencia.
Sólo así pasan sin violencia del trabajo al libro; y sólo así, esa lectura puede serles amena, interesante y útil.
¡Ojalá hubiera un libro que gozara del dichoso privilegio de circular incesantemente de mano en mano en esa inmensa población diseminada en nuestras vastas campañas, y que bajo una forma que lo hiciera agradable, que asegurara su popularidad, sirviera de ameno pasatiempo a sus lectores! pero:
Enseñando que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora y bienestar.
Enalteciendo las virtudes morales que nacen de la ley natural y que sirven de base a todas las virtudes sociales.
Inculcando en los hombres el sentimiento de veneración hacia su Creador, inclinándolos a obrar bien.
Afeando las supersticiones ridículas y generalizadas que nacen de una deplorable ignorancia.
Tendiendo a regularizar y dulcificar las costumbres, enseñando por medios hábilmente escondidos, la moderación y el aprecio de sí mismo; el respeto a los demás; estimulando la fortaleza por el espectáculo del infortunio acerbo, aconsejando la perseverancia en el bien y la resignación en los trabajos.
Recordando a los Padres los deberes que la naturaleza les impone para con sus hijos, poniendo ante sus ojos los males que produce su olvido, induciéndolos por ese medio a que mediten y calculen por sí mismos todos los beneficios de su cumplimiento.
Enseñando a los hijos cómo deben respetar y honrar a los autores de sus días.
Fomentando en el esposo el amor a su esposa, recordando a esta los santos deberes de su estado; encareciendo la felicidad del hogar, enseñando a todos a tratarse con respeto recíproco, robusteciendo por todos estos medios los vínculos de la familia y de la sociabilidad.
Afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse del respeto que es debido a los superiores y magistrados.
Enseñando a hombres con escasas nociones morales, que deben ser humanos y clementes, caritativos con el huérfano y con el desvalido; fieles a la amistad; gratos a los favores recibidos; enemigos de la holgazanería y del vicio; conformes con los cambios de fortuna; amantes de la verdad, tolerantes, justos y prudentes siempre.
Un libro que todo esto, más que esto, o parte de esto enseñara sin decirlo, sin revelar su pretensión, sin dejarla conocer siquiera, sería indudablemente un buen libro, y por cierto; que levantaría el nivel moral e intelectual de sus lectores aunque dijera naides por nadie, resertor por desertor, mesmo por mismo, u otros barbarismos semejantes; cuya enmienda le está reservada a la escuela, llamada a llenar un vacío que el poema debe respetar, y a corregir vicios y defectos de fraseología, que son también elementos de que se debe apoderar el arte para combatir y estirpar males morales más fundamentales y trascendentes, examinándolos bajo el punto de vista de una filosofía más elevada y pura.
El progreso de la locución no es la base del progreso social, y un libro que se propusiera tan elevados fines, debería prescindir por completo de las delicadas formas de la cultura de la frase, subordinándose a las imperiosas exigencias de sus propósitos moralizadores, que serían en tal caso el éxito buscado.
Los personajes colocados en escena deberían hablar en su lenguaje peculiar y propio, con su originalidad, su gracia y sus defectos naturales, porque despojados de ese ropaje, lo serían igualmente de su carácter típico, que es lo único que los hace simpáticos, conservando la imitación y la verosimilitud en el fondo y en la forma.
Entra también en esta parte la elección del prisma a través del cual le es permitido a cada uno estudiar sus tiempos. Y aceptando esos defectos como un elemento, se idealiza también, se piensa, se inclina a los demás a que piensen igualmente, y se agrupan, se preparan y conservan pequeños monumentos de arte, para los que han de estudiarnos mañana y levantar el grande monumento de la historia de nuestra civilización.
El gaucho no conoce ni siquiera los elementos de su propio idioma, y sería una impropiedad cuando menos, y una falta de verdad muy censurable, que quien no ha abierto jamás un libro, siga las reglas de arte de Blair, Hermosilla o la Academia.
El gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida naturaleza que en variados y majestuosos panoramas se estiende delante de sus ojos.
Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su organización, y que lo lleva hasta el estraordinario estremo de que, todos sus refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes son espresados en dos versos octosílabos perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda intención.
Eso mismo hace muy difícil, sino de todo punto imposible, distinguir y separar cuáles son los pensamientos originales del autor, y cuáles los que son recogidos de las fuentes populares.
No tengo noticia que exista ni que haya existido una raza de hombre aproximados a la naturaleza, cuya sabiduría proverbial llene todas las condiciones rítmicas de nuestros proverbios gauchos.
Qué singular es, y qué digno de observación, el oír a nuestros paisanos más incultos, espresar en dos versos claros y sencillos, máximas y pensamientos morales que las naciones más antiguas, la India y la Persia, conservaban como el tesoro inestimable de su sabiduría proverbial; que los griegos escuchaban con veneración de boca de sus sabios más profundos, de Sócrates, fundador de la moral, de Platón y de Aristóteles; que entre los latinos difundió gloriosamente el afamado Séneca; que los hombres del Norte les dieron lugar preferente en su robusta y enérgica literatura; que la civilización moderna repite por medio de sus moralistas más esclarecidos, y que se hallan consagrados fundamentalmente en los códigos religiosos de todos los grandes reformadores de la humanidad.
Indudablemente, que hay cierta semejanza íntima, cierta identidad misteriosa entre todas las razas del globo que sólo estudian en el gran libro de la naturaleza; pues que de él deducen, y vienen deduciendo desde hace más de tres mil años, la misma enseñanza, las mismas virtudes naturales, espresadas en prosa por todos los hombres del globo, y en verso por los gauchos que habitan las vastas y fértiles comarcas que se extienden a las dos márgenes del Plata.
El corazón humano y la moral son los mismos en todos los siglos.
Las civilizaciones difieren esencialmente. «Jamás se hará, dice el doctor Don V. F. López en su prólogo a LAS NEUROSIS, un profesor o un catedrático Europeo, de un Bracma; « así debe ser: pero no ofrecería la misma dificultad el hacer de un gaucho un Bracma lleno de sabiduría; si es que los Bracmas hacen consistir toda su ciencia en su sabiduría proverbial, según los pinta el sabio conservador de la Biblioteca Nacional de París, en «La sabiduría popular de todas las Naciones» que difundió en el nuevo mundo el americano Pazos Kanki.
Saturados de ese espíritu gaucho hay entre nosotros algunos poetas de formas muy cultas y correctas, y no ha de escasear el género, porque es una producción legítima y espontánea del país, y que en verdad; no se manifiesta únicamente en el terreno florido de la literatura.
Concluyo aquí, dejando a la consideración de los benévolos lectores, lo que yo no puedo decir sin estender demasiado este prefacio, poco necesario en las humildes coplas de un hijo del desierto.
¡Sea el público, indulgente con él! y acepte esta humilde producción, que le dedicamos como que es nuestro mejor y más antiguo amigo.
La originalidad de un libro debe empezar en el prólogo.
Nadie se sorprenda por lo tanto, ni de la forma ni de los objetos que este abraza; y debemos terminarlo haciendo público nuestro agradecimiento hacia los distinguidos escritores que acaban de honrarnos con su fallo, como el Señor D. José Tomás Guido, en una bellísima carta que acogieron deferentes La Tribuna y La Prensa, y que reprodujeron en sus columnas varios periódicos de la República. —El Dr. D. Adolfo Saldias, en un meditado trabajo sobre el tipo histórico y social del gaucho. —El Dr. D. Miguel Navarro Viola, en la última entrega de la Biblioteca Popular, estimulándonos, con honrosos términos, a continuar en la tarea empezada.
Diversos periódicos de la ciudad y campaña, como El Heraldo, del Azul, La Patria, de Dolores, El Oeste, de Mercedes, y otros, han adquirido también justos títulos a nuestra gratitud, que conservamos como una deuda sagrada.
Terminamos esta breve reseña con La Capital, del Rosario, que ha anunciado LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, haciendo concebir esperanzas que Dios sabe si van a ser satisfechas.
Ciérrase este prólogo, diciendo que se llama este libro LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, porque ese título le dio el público, antes, mucho antes de haber yo pensado en escribirlo; y allá va a correr tierras con mi bendición paternal.
JOSÉ HERNÁNDEZ.
1
Martín Fierro
Atención pido al silencio
y silencio a la atención,
que voy en esta ocasión,
si me ayuda la memoria,
a mostrarles que a mi historia
le faltaba lo mejor.
Viene uno como dormido
cuando vuelve del desierto,
veré si a explicarme acierto
entre gente tan bizarra,
y si al sentir la guitarra
de mi sueño me dispierto.
Siento que mi pecho tiembla,
que se turba mi razón,
y de la vigüela al son
imploro a la alma de un sabio
que venga a mover mi labio
y alentar mi corazón.
Si no llego a treinta y una
de fijo en treinta me planto,
y esta confianza adelanto
porque recebí en mí mismo,
con el agua del bautismo,
la facultá para el canto.
Tanto el pobre como el rico
la razón me la han de dar;
y si llegan a escuchar
lo que esplicaré a mi modo,
digo que no han de reír todos,
algunos han de llorar.
Mucho tiene que contar
el que tuvo que sufrir,
y empezaré por pedir,
no duden de cuanto digo;
pues debe crerse al testigo
si no pagan por mentir.
Gracias le doy a la Virgen,
gracias le doy al Señor,
porque entre tanto rigor
y habiendo perdido tanto,
no perdí mi amor al canto
ni mi voz como cantor.
Que cante todo viviente
otorgó el Eterno Padre,
cante todo el que le cuadre
como lo hacemos los dos,
pues sólo no tiene voz
el ser que no tiene sangre.
Canta el pueblero... y es pueta;
canta el gaucho... y ¡ay Jesús!
lo miran como avestruz
su inorancia los asombra;
mas siempre sirven las sombras
para distinguir la luz.
El campo es del inorante,
el pueblo del hombre estruido;
yo que en el campo he nacido
digo que mis cantos son
para los unos... sonidos,
y para otros... intención.
Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar;
mas no quieren opinar
y se divierten cantando;
pero yo canto opinando
que es mi modo de cantar.
El que va por esta senda
cuanto sabe desembucha,
y aunque mi cencia no es mucha,
esto en mi favor previene;
yo sé el corazón que tiene
el que con gusto me escucha.
Lo que pinta este pincel
ni el tiempo lo ha de borrar,
ninguno se ha de animar
a corregirme la plana;
no pinta quien tiene gana
sino quien sabe pintar.
Y no piensen los oyentes
que del saber hago alarde;
he conocido aunque tarde,
sin haberme arrepentido,
que es pecado cometido
el decir ciertas verdades.
Pero voy en mi camino
y nada me ladiará,
he de decir la verdá,
de naides soy adulón,
aquí no hay imitación
esta es pura realidá.
Y el que me quiera enmendar
mucho tiene que saber.
Tiene mucho que aprender
el que me sepa escuchar.
Tiene mucho que rumiar
el que me quiera entender.
Más que yo y cuantos me oigan
más que las cosas que tratan
más que lo que ellos relatan
mis cantos han de durar.
Mucho ha habido que mascar
para echar esta bravata.
Brotan quejas de mi pecho,
brota un lamento sentido;
y es tanto lo que he sufrido
y males de tal tamaño,
que reto a todos los años
a que traigan el olvido.
Ya verán si me dispierto
cómo se compone el baile.
Y no se sorprenda naides
si mayor fuego me anima;
porque quiero alzar la prima
como pa tocar al aire.
Y con la cuerda tirante
dende que ese tono elija,
yo no he de aflojar manija
mientras que la voz no pierda;
si no se corta la cuerda
o no cede la clavija.
Aunque rompí el estrumento
por no volverme a tentar,
tengo tanto que contar
y cosas de tal calibre
que Dios quiera que se libre
el que me enseñó a templar.
De naides sigo el ejemplo,
naide a dirigirme viene,
yo digo cuanto conviene,
y el que en tal güeya se planta
debe cantar cuando canta
con toda la voz que tiene.
He visto rodar la bola
y no se quiere parar,
Al fin de tanto rodar
me he decidido a venir,
a ver si puedo vivir
y me dejan trabajar.
Sé dirigir la mansera
y también echar un pial,
sé correr en un rodeo,
trabajar en un corral,
me sé sentar en un pértigo
lo mesmo que en un bagual.
Y empriéstenme su atención
si ansí me quieren honrar,
de no, tendré que callar,
pues el pájaro cantor
jamás se para a cantar
en árbol que no da flor.
Hay trapitos que golpiar.
Y de aquí no me levanto;
escúchenme cuando canto
si quieren que desembuche
tengo que decirles tanto
que les mando que me escuchen.
Déjenme tomar un trago,
estas son otras cuarenta,
mi garganta está sedienta
y de esto no me abochorno.
Pues el viejo como el horno
por la boca se calienta.
2
Triste suena mi guitarra
y el asunto lo requiere.
Ninguno alegrías espere
sino sentidos lamentos,
de aquel que en duros tormentos
nace, crece, vive y muere.
Es triste dejar sus pagos
y largarse a tierra agena
llevándose la alma llena
de tormentos y dolores,
mas nos llevan los rigores
como el pampero a la arena.
Irse a cruzar el desierto
lo mesmo que un foragido,
dejando aquí en el olvido,
como dejamos nosotros,
su mujer en brazos de otro
y sus hijitos perdidos.
¡Cuántas veces al cruzar
en esa inmensa llanura,
al verse en tal desventura
y tan lejos de los suyos
se tira uno entre los yuyos
a llorar con amargura!
En la orilla de un arroyo
solitario lo pasaba,
en mil cosas cavilaba,
y a una güelta repentina
se me hacía ver a mi china
o escuchar que me llamaba.
Y las aguas serenitas
bebe el pingo trago a trago,
mientras sin ningún halago
pasa uno hasta sin comer,
por pensar en su mujer,
en sus hijos y en su pago.
Recordarán que con Cruz
para el desierto tiramos,
en la pampa nos entramos,
cayendo por fin del viage
a unos toldos de salvajes,
los primeros que encontramos.
La desgracia nos seguía,
llegamos en mal momento;
estaban en parlamento
tratando de una invasión,
y el indio en tal ocasión
recela hasta de su aliento.
Se armó un tremendo alboroto
cuando nos vieron llegar,
no podíamos aplacar
tan peligroso hervidero;
nos tomaron por bomberos
y nos quisieron lanciar.
Nos quitaron los caballos
a los muy pocos minutos;
estaban irresolutos,
quién sabe qué pretendían,
por los ojos nos metían
las lanzas aquellos brutos.
Y dele en su lengüeteo
hacer gestos y cabriolas;
uno desató las bolas
y se nos vino en seguida;
ya no creíamos con vida
salvar ni por carambola.
Allá no hay misericordia
ni esperanza que tener.
El indio es de parecer
que siempre matarse debe.
Pues la sangre que no bebe
le gusta verla correr.
Cruz se dispuso a morir
peliando y me convidó.
Aguantemos, dije yo,
el fuego hasta que nos queme.
Menos los peligros teme
quien más veces los venció.
Se debe ser más prudente
cuanto el peligro es mayor;
siempre se salva mejor
andando con alvertencia,
porque no está la prudencia
reñida con el valor.
Vino al fin el lenguaraz
como a trairnos el perdón,
nos dijo: —«La salvación
se la deben a un cacique,
me manda que les esplique
que se trata de un malón.
»Les ha dicho a los demás
que ustedes queden cautivos,
por si cain algunos vivos
en poder de los cristianos
rescatar a sus hermanos
con estos dos fugitivos.»
Volvieron al parlamento
a tratar de sus alianzas,
o tal vez de las matanzas,
y conforme les detallo,
hicieron cerco a caballo
recostándose en las lanzas.
Dentra al centro un indio viejo
y allí a lengüetiar se larga.
Quién sabe qué les encarga,
pero toda la riunión
lo escuchó con atención
lo menos tres horas largas.
Pegó al fin tres alaridos
y ya principia otra danza;
para mostrar su pujanza
y dar pruebas de ginete
dio riendas rayando el flete
y revoliando la lanza.
Recorre luego la fila,
frente a cada indio se para,
lo amenaza cara a cara
y en su juria aquel maldito
acompaña con su grito
el cimbrar de la tacuara.
Se vuelve aquello un incendio
más feo que la mesma guerra.
Entre una nube de tierra
se hizo allí una mescolanza,
de potros, indios y lanzas
con alaridos que aterran.
Parece un baile de fieras,
sigún yo me lo imagino;
era inmenso el remolino,
las voces aterradoras,
hasta que al fin de dos horas
se aplacó aquel torbellino.
De noche formaban cerco
y en el centro nos ponían.
Para mostrar que querían
quitarnos toda esperanza
ocho o diez filas de lanzas
al rededor nos hacían.
Allí estaban vigilantes
cuidándonos a porfía,
cuando roncar parecían
«Huaincá», gritaba cualquiera,
y toda la fila entera
«Huaincá», «Huaincá» repetía.
Pero el indio es dormilón
y tiene un sueño projundo.
Es roncador sin segundo
y en tal confianza es su vida,
que ronca a pata tendida
aunque se dé güelta el mundo.
Nos aviriguaban todo
como aquel que se previene,
porque siempre les conviene
saber las juerzas que andan,
dónde están, quiénes las mandan,
qué caballos y armas tienen.
A cada respuesta nuestra
uno hace una esclamación,
y luego en continuación
aquellos indios feroces
cientos y cientos de voces
repiten el mesmo son.
Y aquella voz de uno solo
que empieza por un gruñido,
llega hasta ser alarido
de toda la muchedumbre,
y ansí alquieren la costumbre
de pegar esos bramidos.
3
De ese modo nos hallamos
empeñaos en la partida.
No hay que darla por perdida
por dura que sea la suerte;
ni que pensar en la muerte,
sino en soportar la vida.
Se endurece el corazón,
no teme peligro alguno.
Por encontrarlo oportuno
allí juramos los dos:
respetar tan sólo a Dios
de Dios abajo, a ninguno.
El mal es árbol que crece
y que cortado retoña.
La gente esperta o visoña
sufre de infinitos modos.
La tierra es madre de todos,
pero también da ponzoña.
Mas todo varón prudente
sufre tranquilo sus males.
Yo siempre los hallo iguales
en cualquier senda que elijo.
La desgracia tiene hijo
aunque ella no tiene madre.
Y al que le toca la herencia
donde quiera halla su ruina.
Lo que la suerte destina
no puede el hombre evitar.
Porque el cardo ha de pinchar
es que nace con espina.
Es el destino del pobre
un continuo safarrancho,
y pasa como el carancho
porque el mal nunca se sacia,
si el viento de la desgracia
vuela las pajas del rancho.
Mas quien manda los pesares
manda también el consuelo.
La luz que baja del cielo
alumbra al más encumbrao,
y hasta el pelo más delgao
hace su sombra en el suelo.
Pero por más que uno sufra
un rigor que lo atormente
no debe bajar la frente
nunca, por ningún motivo.
El álamo es más altivo
y gime costantemente.
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El indio pasa la vida
robando o echao de panza.
La única ley es la lanza
a que se ha de someter.
Lo que le falta en saber
lo suple con desconfianza.
Fuera cosa de engarzarlo
a un indio caritativo.
Es duro con el cautivo,
le dan un trato horroroso.
Es astuto y receloso,
es audaz y vengativo.
No hay que pedirle favor
ni que aguardar tolerancia.
Movidos por su inorancia
y de puro desconfiaos,
nos pusieron separaos
bajo sutil vigilancia.
No pude tener con Cruz
ninguna conversación.
No nos daban ocasión,
nos trataban como agenos.
Como dos años lo menos
duró esta separación.
Relatar nuestras penurias
fuera alargar el asunto.
Les diré sobre este punto
que a los dos años recién
nos hizo el cacique el bien
de dejarnos vivir juntos.
Nos retiramos con Cruz
a la orilla de un pajal.
Por no pasarlo tan mal
en el desierto infinito,
hicimos como un bendito
con dos cueros de bagual.
Fuimos a esconder allí
nuestra pobre situación
aliviando con la unión
aquel duro cautiverio,
tristes como un cementerio
al toque de la oración.
Debe el hombre ser valiente
si a rodar se determina,
primero, cuando camina;
segundo, cuando descansa,
pues en aquellas andanzas
perece el que se acoquina.
Cuando es manso el ternerito
en cualquier vaca se priende.
El que es gaucho esto lo entiende
y ha de entender si le digo,
que andábamos con mi amigo
como pan que no se vende.
Guarecidos en el toldo
charlábamos, mano a mano.
Éramos dos veteranos
mansos pa las sabandijas,
arrumbaos como cubijas
cuando calienta el verano.
El alimento no abunda
por más empeño que se haga;
lo pasa uno como plaga,
egercitando la industria,
y siempre como la nutria
viviendo a orillas del agua.
En semejante ejercicio
se hace diestro el cazador.
Cai el piche engordador,
cai el pájaro que trina.
Todo vicho que camina
va a parar al asador.
Pues allí a los cuatro vientos
la persecución se lleva,
naide escapa de la leva
y dende que la alba asoma
ya recorre uno la loma,
el bajo, el nido, y la cueva.
El que vive de la caza
a cualquier vicho se atreve.
Que pluma o cáscara lleve,
pues cuando la hambre se siente
el hombre le clava el diente
a todo lo que se mueve.
En las sagradas alturas
está el maestro principal,
que enseña a cada animal
a procurarse el sustento
y le brinda el alimento
a todo ser racional.
Y aves, y vichos y pejes,
se mantienen de mil modos;
pero el hombre en su acomodo
es curioso de oservar:
es el que sabe llorar,
y es el que los come a todos.
4
Antes de aclarar el día
empieza el indio a aturdir
la pampa con su rugir,
y en alguna madrugada,
sin que sintiéramos nada
se largaban a invadir.
Primero entierran las prendas
en cuevas como peludos;
y aquellos indios cerdudos
siempre llenos de recelos,
en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.
Para pegar el malón
el mejor flete procuran.
Y como es su arma segura
vienen con la lanza sola,
y varios pares de bolas
atados a la cintura.
De ese modo anda liviano,
no fatiga el mancarrón;
es su espuela en el malón,
después de bien afilao
un cuernito de venao
que se amarra en el garrón.
El indio que tiene un pingo
que se llega a distinguir,
lo cuida hasta pa dormir;
de ese cuidado es esclavo
se lo alquila a otro indio bravo
cuando vienen a invadir.
Por vigilarlo no come
y ni aun el sueño concilia.
Sólo en eso no hay decidia,
de noche, les asiguro,
para tenerlo seguro
le hace cerco la familia.
Por eso habrán visto ustedes,
si en el caso se han hallao,
y si no lo han oservao
téngalo dende hoy presente,
que todo pampa valiente
anda siempre bien montao.
Marcha el indio a trote largo
paso que rinde y que dura;
viene en direción sigura
y jamás a su capricho.
No se les escapa vicho
en la noche más escura.
Caminan entre tinieblas
con un cerco bien formao;
lo estrechan con gran cuidao
y agarran al aclarar
ñanduces, gamas, venaos,
cuanto ha podido dentrar.
Su señal es un humito
que se eleva muy arriba
y no hay quien no lo aperciba
con esa vista que tienen;
de todas partes se vienen
a engrosar la comitiva.
Ansina se van juntando,
hasta hacer esas riuniones
que cain en las invasiones
en número tan crecido.
Para formarla han salido
de los últimos rincones.
Es guerra cruel la del indio
porque viene como fiera;
atropella donde quiera
y de asolar no se cansa.
De su pingo y de su lanza
toda salvación espera.
Debe atarse bien la faja
quien aguardarlo se atreva;
siempre mala intención lleva,
y como tiene alma grande
no hay plegaria que lo ablande
ni dolor que lo conmueva.
Odia de muerte al cristiano,
hace guerra sin cuartel.
Para matar es sin yel,
es fiero de condición.
No golpea la compasión
en el pecho del infiel.
Tiene la vista del águila,
del león la temeridá.
En el desierto no habrá
animal que él no lo entienda,
ni fiera de que no aprienda
un istinto de crueldá.
Es tenaz en su barbarie,
no esperen verlo cambiar,
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe.
El bárbaro sólo sabe
emborracharse y peliar.
El indio nunca se ríe
y el pretenderlo es en vano,
ni cuando festeja ufano
el triunfo en sus correrías.
La risa en sus alegrías
le pertenece al cristiano.
Se cruzan por el desierto
como un animal feroz.
Dan cada alarido atroz
que hace erizar los cabellos,
parece que a todos ellos
los ha maldecido Dios.
Todo el peso del trabajo
lo dejan a las mujeres.
El indio es indio y no quiere
apiar de su condición,
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere.
El que envenenen sus armas
les mandan sus hechiceras.
Y como ni a Dios veneran
nada a los pampas contiene.
Hasta los nombres que tienen
son de animales y fieras.
Y son, por ¡Cristo bendito!,
lo más desaciaos del mundo.
Esos indios vagabundos,
con repunancia me acuerdo,
viven lo mesmo que el cerdo
en esos toldos inmundos.
Naides puede imaginar
una miseria mayor,
su pobreza causa horror.
No sabe aquel indio bruto
que la tierra no da fruto
si no la riega el sudor.
5
Aquel desierto se agita
cuando la invasión regresa.
Llevan miles de cabezas
de vacuno y yeguarizo,
pa no aflijirse es preciso
tener bastante firmeza.
Aquello es un hervidero
de pampas, un celemín.
Cuando riunen el botín
juntando toda la hacienda,
es cantidá tan tremenda
que no alcanza a verse el fin.
Vuelven las chinas cargadas
con las prendas en montón;
aflije esa destrución.
Acomodaos en cargueros
llevan negocios enteros
que han saquiado en la invasión.
Su pretensión es robar,
no quedar en el pantano.
Viene a tierra de cristianos
como furia del infierno;
no se llevan al gobierno
porque no lo hallan a mano.
Vuelven locos de contentos
cuando han venido a la fija.
Antes que ninguno elija
empiezan con todo empeño,
como dijo un santiagueño,
a hacerse la repartija.
Se reparten el botín
con igualdá, sin malicia;
no muestra el indio codicia,
ninguna falta comete.
Solo en esto se somete
a una regla de justicia.
Y cada cual con lo suyo
a sus toldos enderiesa.
Luego la matanza empieza
tan sin razón ni motivo,
que no queda animal vivo
de esos miles de cabezas.
Y satifecho el salvage
de que su oficio ha cumplido
lo pasa por ay tendido
volviendo a su haraganiar.
Y entra la china a cueriar
con un afán desmedido.
A veces a tierra adentro
algunas puntas se llevan,
pero hay pocos que se atrevan
a hacer esas incursiones,
porque otros indios ladrones
les suelen pelar la breva.
Pero pienso que los pampas
deben de ser los más rudos.
Aunque andan medio desnudos
ni su convenencia entienden,
por una vaca que venden
quinientas matan al ñudo.
Estas cosas y otras piores
las he visto muchos años;
pero si yo no me engaño
concluyó ese bandalage,
y esos bárbaros salvages
no podrán hacer más daño.
Las tribus están desechas;
los caciques más altivos
están muertos o cautivos
privaos de toda esperanza,
y de la chusma y de lanza,
ya muy pocos quedan vivos.
Son salvages por completo
hasta pa su diversión.
Pues hacen una junción
que naides se la imagina;
recién le toca a la china
el hacer su papelón.
Cuanto el hombre es más salvage
trata pior a la muger.
Yo no sé que pueda haber
sin ella dicha ni goce.
¡Feliz el que la conoce
y logra hacerse querer!
Todo el que entiende la vida
busca a su lao los placeres.
Justo es que las considere
el hombre de corazón;
sólo los cobardes son
valientes con sus mugeres.
Pa servir a un desgraciao
pronta la muger está.
Cuando en su camino va
no hay peligro que la asuste;
ni hay una a quien no le guste
una obra de caridá.
No se hallará una muger
a la que esto no le cuadre.
Yo alabo al Eterno Padre,
no porque las hizo bellas,
sino porque a todas ellas
les dio corazón de madre.
Es piadosa y deligente
y sufrida en los trabajos:
tal vez su valer rebajo
aunque la estimo bastante;
lías los indios inorantes
la tratan al estropajo.
Echan la alma trabajando
bajo el más duro rigor
el marido es su señor,
como tirano la manda
porque el indio no se ablanda
ni siquiera en el amor.
No tiene cariño a naides
ni sabe lo que es amar,
¡ni qué se puede esperar
de aquellos pechos de bronce!
Yo los conocí al llegar
y los calé dende entonces.
Mientras tiene que comer
permanece sosegao.
Yo, que en sus toldos he estao
y sus costumbres oservo,
digo que es como aquel cuervo
que no volvió del mandao.
Es para él como juguete
escupir un crucifijo.
Pienso que Dios los maldijo
y ansina el ñudo desato;
el indio, el cerdo y el gato,
redaman sangre del hijo.
Mas ya con cuentos de pampas
no ocuparé su atención.
Debo pedirles perdón,
pues sin querer me distraje,
por hablar de los salvages
me olvidé de la junción.
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Hacen un cerco de lanzas,
los indios quedan ajuera.
Dentra la china ligera
como yeguada en la trilla,
y empieza allí la cuadrilla
a dar güeltas en la era.
A un lao están los caciques
capitanejos y el trompa;
tocando con toda pompa
como un toque de fagina,
adentro muere la china
sin que aquel círculo rompa.
Muchas veces se les oyen
a las pobres los quejidos;
mas son lamentos perdidos.
Al rededor del cercao
en el suelo están mamaos
los indios dando alaridos.
Su canto es una palabra
y de ay no salen jamás.
Llevan todas el compás
«ioká-ioká» repitiendo.
Me parece estarlas viendo
más fieras que satanás.
Al trote dentro del cerco,
sudando, hambrientas, juriosas,
desgreñadas y rotosas
de sol a sol se lo llevan.
Bailan, aunque truene o llueva,
cantando la mesma cosa.
6
El tiempo sigue en su giro
y nosotros solitarios,
de los indios sanguinarios
no teníamos qué esperar.
El que nos salvó al llegar
era el más hospitalario.
Mostró noble corazón,
cristiano anelaba ser.
La justicia es un deber,
y sus méritos no callo,
nos regaló unos caballos
y a veces nos vino a ver.
A la voluntá de Dios
ni con la intención resisto.
Él nos salvó... pero ¡ah, Cristo!
muchas veces he deseado
no nos hubieran salvado
ni jamás haberlo visto.
Quien recibe beneficios
jamás los debe olvidar;
y al que tiene que rodar
en su vida trabajosa,
le pasan a veces cosas
que son duras de pelar.
Voy dentrando poco a poco
en lo triste del pasage.
Cuando es amargo el brebage
el corazón no se alegra,
dentró una virgüela negra
que los diezmó a los salvages.
Al sentir tal mortandá
los indios desesperaos
gritaban alborotados:
«cristiano echando gualicho».
No quedó en los toldos vicho
que no salió redotao.
Sus remedios son secretos,
los tienen las adivinas.
No los conocen las chinas
sino alguna ya muy vieja,
y es la que los aconseja
con mil embustes la indina.
Allí soporta el paciente
las terribles curaciones.
Pues a golpes y estrujones
son los remedios aquellos,
lo agarran de los cabellos
y le arrancan los mechones.
Les hacen mil heregías
que el presenciarlas da horror.
Brama el indio de dolor
por los tormentos que pasa;
y untándolo todo en grasa
lo ponen a hervir al sol.
Y puesto allí boca arriba
al rededor le hacen fuego.
Una china viene luego
y al oído le da de gritos.
Hay algunos tan malditos
que sanan con este juego.
A otros les cuecen la boca
aunque de dolores cruja.
Lo agarran allí y lo estrujan,
labios le queman y dientes
con un güevo bien caliente
de alguna gallina bruja.
Conoce el indio el peligro
y pierde toda esperanza.
Si a escapárseles alcanza
dispara como una liebre.
Le da delirios la fiebre
y ya le cain con la lanza.
Esas fiebres son terribles,
y aunque de esto no disputo,
ni de saber me reputo,
será, decíamos nosotros,
de tanta carne de potro
como comen estos brutos.
Había un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco
y lo augaron en un charco
por causante de la peste.
Tenía los ojos celestes
como potrillito zarco.
Que le dieran esa muerte
dispuso una china vieja;
y aunque se aflije y se queja,
es inútil que resista.
Ponía el infeliz la vista
como la pone la oveja.
Nosotros nos alejamos
para no ver tanto estrago.
Cruz sentía los amagos
de la peste que reinaba,
y la idea nos acosaba
de volver a nuestros pagos.
Pero contra el plan mejor
el destino se revela.
¡La sangre se me congela!
El que nos había salvado,
cayó también atacado
de la fiebre y la virgüela.
No podíamos dudar
al verlo en tal padecer
el fin que había de tener,
y Cruz que era tan humano:
«Vamos, —me dijo—, paisano,
a cumplir con un deber».
Fuimos a estar a su lado
para ayudarlo a curar.
Lo vinieron a buscar
y hacerle como a los otros;
lo defendimos nosotros,
no lo dejamos lanciar.
Iba creciendo la plaga
y la mortandá seguía;
a su lado nos tenía.
Cuidándolo con pacencia.
Pero acabó su esistencia
al fin de unos pocos días.
El recuerdo me atormenta,
se renueva mi pesar.
Me dan ganas de llorar
nada a mis penas igualo;
Cruz también cayó muy malo
ya para no levantar.
Todos pueden figurarse
cuánto tuve que sufrir;
yo no hacía sino gemir
y aumentaba mi aflición,
no saber una oración
pa ayudarlo a bien morir.
Se le pasmó la virgüela,
y el pobre estaba en un grito.
Me recomendó un hijito
que en su pago había dejado,
«ha quedado abandonado
—me dijo—, aquel pobrecito.»
«Si vuelve, busquemeló,
—me repetía a media voz—,
en el mundo éramos dos
pues él ya no tiene madre:
que sepa el fin de su Padre
y encomiende mi alma a Dios.»
Lo apretaba contra el pecho
dominao por el dolor.
Era su pena mayor
el morir allá entre infieles,
sufriendo dolores crueles
entregó su alma al Criador.
De rodillas a su lado
¡yo lo encomendé a Jesús!
Faltó a mis ojos la luz.
Tube un terrible desmayo.
Cai como herido del rayo
cuando lo vi muerto a Cruz.
7
Aquel bravo compañero
en mis brazos espiró;
hombre que tanto sirvió,
varón que fue tan prudente,
por humano y por valiente
en el desierto murió.
Y yo, con mis propias manos
yo mesmo lo sepulté.
A Dios por su alma rogué
de dolor el pecho lleno.
Y humedeció aquel terreno
el llanto que redamé.
Cumplí con mi obligación,
no hay falta de que me acuse,
ni deber de que me escuse
aunque de dolor sucumba.
Allá señala su tumba
una cruz que yo lo puse.
Andaba de toldo en toldo
y todo me fastidiaba.
El pesar me dominaba
y entregao al sentimiento,
se me hacía cada momento
oír a Cruz que me llamaba.
Cual más, cual menos los criollos
saben lo que es amargura.
En mi triste desventura
no encontraba otro consuelo
que ir a tirarme en el suelo
al lao de su sepoltura.
Allí pasaba las horas
sin haber naides conmigo.
Teniendo a Dios por testigo
y mis pensamientos fijos
en mi muger y mis hijos,
en mi pago y en mi amigo.
Privado de tantos bienes
y perdido en tierra agena,
parece que se encadena
el tiempo y que no pasara,
como si el sol se parara
a contemplar tanta pena.
Sin saber qué hacer de mí
y entregado a mi aflición,
estando allí una ocasión,
del lado que venía el viento
oí unos tristes lamentos
que llamaron mi atención.
No son raros los quejidos
en los toldos del salvage,
pues aquel es vandalage
donde no se arregla nada
sino a lanza y puñalada
a bolazos y a corage.
No preciso juramento,
deben creerle a Martín Fierro.
He visto en ese destierro
a un salvage que se irrita,
degollar una chinita
y tirársela a los perros.
He presenciado martirios
he visto muchas crueldades,
crímenes y atrocidades
que el cristiano no imagina;
pues ni el indio ni la china
sabe lo que son piedades.
Quise curiosiar los llantos
que llegaban hasta mí,
al punto me dirigí
al lugar de ande venían.
¡Me horrorisa todavía
el cuadro que descubrí!
Era una infeliz muger
que estaba de sangre llena,
y como una Madalena
lloraba con toda gana.
Conocí que era cristiana
y esto me dio mayor pena.
Cauteloso me acerqué
a un indio que estaba al lao;
porque el pampa es desconfiao
siempre de todo cristiano,
y vi que tenía en la mano
el rebenque ensangrentao.
8
Más tarde supe por ella,
de manera positiva,
que dentró una comitiva
de pampas a su partido,
mataron a su marido
y la llevaron cautiva.
En tan dura servidumbre
hacía dos años que estaba.
Un hijito que llevaba
a su lado lo tenía.
La china la aborrecía
tratándola como esclava.
Deseaba para escaparse
hacer una tentativa.
Pues a la infeliz cautiva
naides la va a redimir,
y allí tiene que sufrir
el tormento mientras viva.
Aquella china perversa
dende el punto que llegó,
crueldá y orgullo mostró
porque el indio era valiente.
Usaba un collar de dientes
de cristianos que él mató.
La mandaba trabajar,
poniendo cerca a su hijito
tiritando y dando gritos
por la mañana temprano,
atado de pies y manos
lo mesmo que un corderito.
Ansí le imponía tarea
de juntar leña y sembrar
viendo a su hijito llorar,
y hasta que no terminaba,
la china no la dejaba
que le diera de mamar.
Cuando no tenían trabajo
la emprestaban a otra china.
Naides, decía, se imagina,
ni es capaz de presumir
cuánto tiene que sufrir
la infeliz que está cautiva.
Si ven crecido a su hijito
como de piedá no entienden,
y a súplicas nunca atienden,
cuando no es este es el otro,
se lo quitan y lo venden
o lo cambian por un potro.
En la crianza de los suyos
son bárbaros por demás,
no lo había visto jamás;
en una tabla los atan,
los crían ansí, y les achatan
la cabeza por detrás.
Aunque esto parezca estraño
ninguno lo ponga en duda:
entre aquella gente ruda,
en su bárbara torpeza,
es gala que la cabeza
se les forme puntiaguda.
Aquella china malvada
que tanto la aborrecía,
empezó a decir un día
por qué falleció una hermana,
que sin duda la cristiana
le había echado brugería.
El indio la sacó al campo
y la empezó a amenazar
que le había de confesar
si la brugería era cierta;
o que la iba a castigar
hasta que quedara muerta.
Llora la pobre aflijida,
pero el indio en su rigor
le arrebató con furor
al hijo de entre sus brazos,
y del primer rebencazo
la hizo crugir de dolor.
Que aquel salvage tan cruel
azotándola seguía,
más y más se enfurecía
cuanto más la castigaba,
y la infeliz se atajaba
los golpes como podía.
Que le gritó muy furioso:
«Confechando no querés»
la dio vuelta de un revés
y por colmar su amargura,
a su tierna criatura
se la degolló a los pies.
Es increíble, —me decía—,
que tanta fiereza esista
o habrá madre que resista;
aquel salvage inclemente
cometió tranquilamente
aquel crimen a mi vista.
Esos horrores tremendos
no los inventa el cristiano.
«Ese bárbaro inhumano,
—sollozando me lo dijo—,
me amarró luego las manos
con las tripitas de mi hijo.»
9
De ella fueron los lamentos
que en mi soledá escuché.
En cuanto al punto llegué
quedé enterado de todo.
Al mirarla de aquel modo
ni un instante tutubié.
Toda cubierta de sangre
aquella infeliz cautiva
tenía dende abajo arriba
la marca de los lazazos.
Sus trapos hechos pedazos
mostraban la carne viva.
Alzó los ojos al cielo
en sus lágrimas bañada,
tenía las manos atadas,
su tormento estaba claro;
y me clavó una mirada
como pidiéndome amparo.
Yo no sé lo que pasó
en mi pecho en ese istante,
estaba el indio arrogante
con una cara feroz;
para entendernos los dos,
la mirada fue bastante.
Pegó un brinco como gato
y me ganó la distancia.
Aprovechó esa ganancia
como fiera cazadora.
Desató las boliadoras
y aguardó con vigilancia.
Aunque yo iba de curioso
y no por buscar contienda,
al pingo le até la rienda,
eché mano dende luego,
a éste que no yerra fuego,
y ya se armó la tremenda.
El peligro en que me hallaba
al momento conocí.
Nos mantubimos ansí,
me miraba y lo miraba;
yo, al indio le desconfiaba
y él me desconfiaba a mí.
Se debe ser precabido
cuando el indio se agasape.
En esa postura el tape
vale por cuatro o por cinco.
Como tigre es para el brinco
y fácil que a uno lo atrape.
Peligro era atropellar
y era peligro el jüir;
y más peligro seguir
esperando de este modo,
pues otros podían venir
y carniarme allí entre todos.
A juerza de precaución
muchas veces he salvado,
pues en un trance apurado
es mortal cualquier descuido.
Si Cruz hubiera vivido
no habría tenido cuidado.
Un hombre junto con otro
en valor y en juerza crece.
El temor desaparece,
escapa de cualquier trampa.
Entre dos, no digo a un pampa,
a la tribu si se ofrece.
En tamaña incertidumbre,
en trance tan apurado,
no podía por decontado
escaparme de otra suerte,
sino dando al indio muerte
o quedando allí estirado.
Y como el tiempo pasaba
y aquel asunto me urgía,
viendo que él no se movía,
me fui medio de soslayo
como a agarrarle el caballo
a ver si se me venía.
Ansí fue, no aguardó más
y me atropelló el salvage.
Es preciso que se ataje
quien con el indio peleé.
El miedo de verse a pie
aumentaba su corage.
En la dentrada no más
me largó un par de bolazos.
Uno me tocó en un brazo,
si me da bien me lo quiebra.
Pues las bolas son de piedra
y vienen como balazo.
A la primer puñalada
el pampa se hizo un ovillo.
Era el salvage más pillo
que he visto en mis correrías,
y a más de las picardías
arisco para el cuchillo.
Las bolas las manejaba
aquel bruto con destreza,
las recogía con presteza
y me las volvía a largar,
haciéndomelas silvar
arriba de la cabeza.
Aquel indio, como todos,
era cauteloso... ¡ay juna!
Ay me valió la fortuna
de que peliando se apotra.
Me amenazaba con una,
y me largaba con otra.
Me sucedió una desgracia
en aquel percance amargo,
en momentos que lo cargo
y que él reculando va.
Me enredé en el chiripá
y cai tirao largo a largo.
Ni pa encomendarme a Dios
tiempo el salvage me dio;
cuanto en el suelo me vio
me saltó con ligereza.
Juntito de la cabeza
el bolazo retumbó.
Ni por respeto al cuchillo
dejó el indio de apretarme.
Allí pretende ultimarme
sin dejarme levantar.
Y no me daba lugar
ni siquiera a enderezarme.
Devalde quiero moverme
aquel indio no me suelta.
Como persona resuelta
toda mi juerza ejecuto.
Pero abajo de aquel bruto
no podía ni darme güelta.
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¡Bendito Dios poderoso,
quién te puede comprender!
Cuando a una débil muger
le diste en esa ocasión
la juerza que en un varón
tal vez no pudiera haber.
Esa infeliz tan llorosa
viendo el peligro se anima.
Como una flecha se arrima
y olvidando su aflición,
le pegó al indio un tirón
que me lo sacó de encima.
Ausilio tan generoso
me libertó del apuro.
Si no es ella, de siguro
que el indio me sacrifica.
Y mi valor se duplica
con un ejemplo tan puro.
En cuanto me enderecé
nos volvimos a topar.
No se podía descansar
y me chorriaba el sudor.
En un apuro mayor
jamás me he vuelto a encontrar.
Tampoco yo le daba alce
como deben suponer.
Se había aumentao mi quehacer
para impedir que el brutazo
le pegara algún bolazo
de rabia a aquella muger.
La bola en manos del indio
es terrible y muy ligera.
Hace de ella lo que quiera
saltando como una cabra.
Mudos, sin decir palabra,
peliábamos como fieras.
Aquel duelo en el desierto
nunca, jamás se me olvida,
iba jugando la vida
con tan terrible enemigo,
teniendo allí de testigo
a una muger afligida.
Cuanto él más se enfurecía
yo más me empiezo a calmar;
mientras no logra matar
el indio no se desfoga;
al fin le corté una soga
y lo empecé aventajar.
Me hizo sonar las costillas
de un bolazo aquel maldito;
y al tiempo que le di un grito
y le dentró como bala,
pisa el indio, y se refala
en el cuerpo del chiquito.
Para esplicar el misterio
es muy escasa mi cencia.
Lo castigó, en mi concencia,
su Divina Magestá.
Donde no hay casualidá
suele estar la Providencia.
En cuanto trastrabilló
más de firme lo cargué,
y aunque de nuevo hizo pie
lo perdió aquella pisada;
pues en esa atropellada
en dos partes lo corté.
Al sentirse lastimao
se puso medio afligido.
Pero era indio decidido,
su valor no se quebranta.
Le salían de la garganta
como una especie de aullidos.
Lastimao en la cabeza
la sangre lo enceguecía;
de otra herida le salía
haciendo un charco ande estaba.
Con los pies la chapaliaba
sin aflojar todavía.
Tres figuras imponentes
formábamos aquel terno:
ella en su dolor materno,
yo con la lengua dejuera,
y el salvage como fiera
disparada del infierno.
Iba conociendo el indio
que tocaban a degüello.
Se le erizaba el cabello
y los ojos revolvía,
los labios se le perdían
cuando iba a tomar resuello.
En una nueva dentrada
le pegué un golpe sentido,
y al verse ya mal herido,
aquel indio furibundo
lanzó un terrible alarido
que retumbó como un ruido
si se sacudiera el mundo.
Al fin de tanto lidiar
en el cuchillo lo alcé.
En peso lo levanté
aquel hijo del desierto.
Ensartado lo llevé,
y allá recién lo largué
cuando ya lo sentí muerto.
Me persiné dando gracias
de haber salvado la vida.
Aquella pobre afligida,
de rodillas en el suelo,
alzó sus ojos al Cielo
sollozando dolorida.
Me hinqué también a su lado
a dar gracias a mi Santo.
En su dolor y quebranto
ella, a la Madre de Dios,
le pide en su triste llanto
que nos ampare a los dos.
Se alzó con pausa de leona
cuando acabó de implorar,
y sin dejar de llorar
envolvió en unos trapitos
los pedazos de su hijito
que yo le ayudé a juntar.
10
Dende ese punto era juerza
abandonar el desierto,
pues me hubieran descubierto,
y aunque lo maté en pelea,
de fijo que me lancean
por vengar al indio muerto.
A la aflijida cautiva
mi caballo le ofrecí.
Era un pingo que alquirí,
y donde quiera que estaba
en cuanto yo lo silvaba
venía a refregarse en mí.
Yo me le senté al del pampa;
era un escuro tapao.
Cuando me hallo bien montao
de mis casillas me salgo.
Y era un pingo como galgo
que sabía correr boliao.
Para correr en el campo
no hallaba ningún tropiezo.
Los egercitan en eso,
y los ponen como luz,
de dentrarle a un avestruz
y boliar bajo el pescuezo.
El pampa educa al caballo
como para un entrevero.
Como rayo es de ligero
en cuanto el indio lo toca.
Y como trompo en la boca,
da güeltas sobre de un enero.
Lo barea en la madrugada,
jamás falta a este deber.
Luego lo enseña a correr
entre fangos y guadales.
Ansina esos animales
¡es cuanto se puede ver!
En el caballo de un pampa
no hay peligro de rodar.
Jue pucha, y pa disparar
es pingo que no se cansa.
Con proligidá lo amansa
sin dejarlo corcobiar.
Pa quitarle las cosquillas
con cuidao lo manosea,
horas enteras emplea,
y por fin, solo lo deja,
cuando agacha las orejas
y ya el potro ni cocea.
Jamás le sacude un golpe
porque lo trata al bagual
con pacencia sin igual,
al domarlo no le pega,
hasta que al fin se le entrega
ya dócil el animal.
Y aunque yo sobre los bastos
me sé sacudir el polvo,
a esa costumbre me amoldo.
Con pacencia lo manejan
y al día siguiente lo dejan
rienda arriba junto al toldo.
Ansí todo el que procure
tener un pingo modelo
lo ha de cuidar con desvelo,
y debe impedir también,
el que de golpes le den
o tironén en el suelo.
Muchos quieren dominarlo
con el rigor y el azote,
y si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
hasta que se descogote.
Todos se vuelven pretextos
y güeltas para ensillarlo.
Dicen que es por quebrantarlo,
mas compriende cualquier bobo,
que es de miedo del corcobo
y no quieren confesarlo.
El animal yeguarizo,
perdónenme esta alvertencia,
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido.
Es animal consentido
lo cautiva la pacencia.
Aventaja a los demás
el que estas cosas entienda
es bueno que el hombre aprienda,
pues hay pocos domadores,
y muchos frangoyadores
que andan de bozal y rienda.
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Me vine como les digo
trayendo esa compañera.
Marchamos la noche entera
haciendo nuestro camino
sin más rumbo que el destino
que nos llevara ande quiera.
Al muerto, en un pajonal
había tratao de enterrarlo,
y después de maniobrarlo
lo tapé bien con las pajas,
para llevar de ventaja
lo que emplearan en hallarlo.
En notando nuestra ausiencia
nos habían de perseguir.
Y al decidirme a venir,
con todo mi corazón
hice la resolución
de peliar hasta morir.
Es un peligro muy serio
cruzar juyendo el desierto.
Muchísimos de hambre han muerto,
pues en tal desasosiego
no se puede ni hacer fuego
para no ser descubierto.
Sólo el albitrio del hombre
puede ayudarlo a salvar.
No hay auxilio que esperar,
sólo de Dios hay amparo.
En el desierto es muy raro
que uno se pueda escapar.
¡Todo es cielo y horizonte
en inmenso campo verde!
¡Pobre de aquel que se pierde
o que su rumbo estravea!
Si alguien cruzarlo desea
este consejo recuerde.
Marque su rumbo de día
con toda fidelidá.
Marche con puntualidá
siguiéndolo con fijeza,
y si duerme, la cabeza
ponga para el lao que va.
Oserve con todo esmero
adonde el sol aparece,
si hay ñeblina y le entorpece
y no lo puede oservar,
guardesé de caminar
pues quien se pierde perece.
Dios les dio istintos sutiles
a toditos los mortales.
El hombre es uno de tales
y en las llanuras aquellas
lo guían el sol, las estrellas,
el viento y los animales.
Para ocultarnos de día
a la vista del salvage,
ganábamos un parage
en que algún abrigo hubiera,
a esperar que anocheciera
para seguir nuestro viage.
Penurias de toda clase
y miserias padecimos,
varias veces no comimos
o comimos carne cruda.
Y en otras, no tengan duda,
con reices nos mantubimos.
Después de mucho sufrir
tan peligrosa inquietú,
alcanzamos con salú
a divisar una sierra,
y al fin pisamos la tierra
en donde crece el Ombú.
Nueva pena sintió el pecho
por Cruz, en aquel parage.
Y en humilde vasallage
a la magestá infinita,
besé esta tierra bendita
que ya no pisa el salvage.
Al fin la misericordia
de Dios, nos quiso amparar;
es preciso soportar
los trabajos con costancia.
Alcanzamos a una Estancia
después de tanto penar.
Ay mesmo me despedí
de mi infeliz compañera.
«Me voy, —le dije—, ande quiera,
aunque me agarre el gobierno,
pues infierno por infierno
prefiero el de la frontera.»
Concluyo esta relación,
ya no puedo continuar,
permítanme descansar:
están mis hijos presentes,
y yo ansioso porque cuenten
lo que tengan que contar.
11
Y mientras que tomo un trago
pa refrescar el garguero,
y mientras tiempla el muchacho
y prepara su estrumento,
les contaré de qué modo
tuvo lugar el encuentro.
Me acerqué a algunas Estancias
por saber algo de cierto,
creyendo que en tantos años
esto se hubiera compuesto;
pero cuanto saqué en limpio
fue, que estábamos lo mesmo,
ansí me dejaba andar
haciéndome el chancho rengo,
porque no me convenía
revolver el avispero;
pues no inorarán ustedes
que en cuentas con el gobierno
tarde o temprano lo llaman
al pobre a hacer el arreglo.
Pero al fin tuve la suerte
de hallar un amigo viejo,
que de todo me informó,
y por él supe al momento,
que el Juez que me perseguía
hacía tiempo que era muerto:
por culpa suya he pasado
diez años de sufrimiento,
y no son pocos diez años
para quien ya llega a viejo.
Y los he pasado ansí,
si en mi cuenta no me yerro
tres años en la frontera,
dos como gaucho matrero,
y cinco allá entre los Indios
hacen los diez que yo cuento.
Me dijo, a más, ese amigo
que andubiera sin recelo,
que todo estaba tranquilo,
que no perseguía el Gobierno;
que ya naides se acordaba
de la muerte del moreno,
aunque si yo lo maté,
mucha culpa tuvo el negro.
Estube un poco imprudente,
puede ser, yo lo confieso,
pero él me precipitó
porque me cortó primero.
Y amás, me cortó en la cara
que es un asunto muy serio.
Me asiguró el mesmo amigo
que ya no había ni el recuerdo
de aquel que en la pulpería
lo dejé mostrando el sebo.
Él, de engreído, me buscó
yo ninguna culpa tengo;
él mesmo vino a peliarme,
y tal vez me hubiera muerto
si le tengo más confianza
o soy un poco más lerdo.
Fue suya toda la culpa
porque ocasionó el suceso.
Que ya no hablaban tampoco,
me lo dijo muy de cierto,
de cuando con la partida
llegué a tener el encuentro.
Esa vez me defendí
como estaba en mi derecho,
porque fueron a prenderme
de noche y en campo abierto.
Se me acercaron con armas,
y sin darme voz de preso
me amenazaron a gritos
de un modo que daba miedo.
Que iban arreglar mis cuentas
tratándome de matrero,
y no era el gefe el que hablaba
sino un cualquiera de entre ellos.
Y ese, me parece a mí,
no es modo de hacer arreglos,
ni con el que es inocente,
ni con el culpable menos.
Con semejantes noticias
yo me puse muy contento
y me presenté ande quiera
como otros pueden hacerlo.
De mis hijos he encontrado
sólo a dos hasta el momento
y de ese encuentro feliz
le doy las gracias al cielo.
A todos cuantos hablaba
les preguntaba por ellos,
mas no me daba ninguno
razón de su paradero;
casualmente el otro día
llegó a mi conocimiento,
de una carrera muy grande
entre varios estancieros,
y fui como uno de tantos
aunque no llevaba un medio.
No faltaban, ya se entiende
en aquel gauchage inmenso,
muchos que ya conocían
la historia de Martín Fierro;
y allí estaban los muchachos
cuidando unos paregeros.
Cuanto me oyeron nombrar
se vinieron al momento,
diciéndome quiénes eran
aunque no me conocieron,
porque venía muy aindiao
y me encontraban muy viejo.
La junción de los abrazos
de los llantos y los besos
se deja pa las mugeres
como que entienden el juego.
Pero el hombre que compriende
que todos hacen lo mesmo,
en público canta y baila
abraza y llora en secreto.
Lo único que me han contado
es que mi muger ha muerto.
Que en procuras de un muchacho
se fue la infeliz al pueblo,
donde infinitas miserias
habrá sufrido por cierto.
Que por fin a un hospital
fue a parar medio muriendo,
y en ese abismo de males
falleció al muy poco tiempo.
Les juro que de esa pérdida
jamás he de hallar consuelo;
muchas lágrimas me cuesta
dende que supe el suceso.
Mas dejemos cosas tristes
aunque alegrías no tengo;
me parece que el muchacho
ha templao y está dispuesto.
Vamos a ver qué tal lo hace,
y juzgar su desempeño.
Ustedes no los conocen,
yo tengo confianza en ellos.
No porque lleven mi sangre,
eso fuera lo de menos,
sino porque dende chicos
han vivido padeciendo.
Los dos son aficionados,
les gusta jugar con fuego.
Vamos a verlos correr.
Son cojos... hijos de rengo.
12
El hijo mayor de Martín Fierro
La penitenciaría<
Aunque el gajo se parece
al árbol de donde sale,
solía decirlo mi madre
y en su razón estoy fijo:
«Jamás puede hablar el hijo
con la autoridá del padre.»
Recordarán que quedamos
sin tener donde abrigarnos;
ni ramada ande ganarnos
ni rincón ande meternos
ni camisa que ponernos
ni poncho con que taparnos.
Dichoso aquel que no sabe
lo que es vivir sin amparo;
yo con verdá les declaro,
aunque es por demás sabido.
Dende chiquito he vivido
en el mayor desamparo.
No le merman el rigor
los mesmos que lo socorren.
Tal vez porque no se borren
los decretos del destino,
de todas partes lo corren
como ternero dañino.
Y vive como los vichos
buscando alguna rendija
el güérfano es sabandija
que no encuentra compasión,
y el que anda sin direción
es guitarra sin clavija.
Sentiré que cuanto digo
a algún oyente le cuadre
ni casa tenía, ni madre,
ni parentela, ni hermanos;
y todos limpian sus manos
en el que vive sin padre.
Lo cruza este de un lazazo,
lo abomba aquel de un moquete,
otro le busca el cachete
y entre tanto soportar,
suele a veces no encontrar
ni quien le arroje un soquete.
Si lo recogen lo tratan
con la mayor rigidez
piensan que es mucho tal vez
cuando ya muestra el pellejo
si le dan un trapo viejo
pa cubrir su desnudez.
Me crié, pues, como les digo,
desnudo a veces y hambriento,
me ganaba mi sustento,
y ansí los años pasaban.
Al ser hombre me esperaban
otra clase de tormentos.
Pido a todos que no olviden,
lo que les voy a decir;
en la escuela del sufrir
he tomado mis leciones;
y hecho muchas refleciones
dende que empecé a vivir.
Si alguna falta cometo
la motiva mi inorancia,
no vengo con arrogancia;
y les diré en conclusión
que trabajando de pión
me encontraba en una estancia.
El que manda siempre puede
hacerle al pobre un calvario;
a un vecino propietario
un boyero le mataron,
y aunque a mí me lo achacaron
salió cierto en el sumario.
Piensen los hombres honrados
en la vergüenza y la pena
de que tendría la alma llena
al verme ya tan temprano
igual a los que sus manos
con el crimen envenenan.
Declararon otros dos
sobre el caso del dijunto;
mas no se aclaró el asunto,
y el Juez por darlas de listo,
«Amarrados como un Cristo,
—nos dijo—, irán todos juntos.
»A la Justicia Ordinaria
voy a mandar a los tres.»
Tenía razón aquel Juez,
y cuantos ansí amenacen;
ordinaria,... es como la hacen
lo he conocido después.
Nos remitió como digo
a esa Justicia Ordinaria,
y fuimos con la sumaria
a esa cárcel de malevos,
que por un bautismo nuevo
le llaman Penitenciaria.
El porqué tiene ese nombre
naides me lo dijo a mí
mas yo me lo esplico ansí:
le dirán Penitenciaria
por la penitencia diaria
que se sufre estando allí.
Criollo que cai en desgracia
tiene que sufrir no poco.
Naides lo ampara tampoco
si no cuenta con recursos.
El gringo es de más discurso,
cuando mata, se hace el loco.
No sé el tiempo que corrió
en aquella sepoltura;
si de ajuera no lo apuran,
el asunto va con pausa;
tienen la presa sigura
y dejan dormir la causa.
Inora el preso a qué lado
se inclinará la balanza.
Pero es tanta la tardanza
que yo les digo por mí:
el hombre que dentre allí
deje afuera la esperanza.
Sin perfecionar las leyes
perfecionan el rigor.
Sospecho que el inventor
habrá sido algún maldito.
Por grave que sea un delito
aquella pena es mayor.
Eso es para quebrantar
el corazón más altivo.
Los llaveros son pasivos,
pero más secos y duros
tal vez que los mesmos muros
en que uno gime cautivo.
No es en grillos ni en cadenas
en lo que usté penará,
sino en una soledá
y un silencio tan projundo,
que parece que en el mundo
es el único que está.
El más altivo varón
y de cormillo gastao,
allí se vería agoviao
y su corazón marchito,
al encontrarse encerrao
a solas con su delito.
En esa cárcel no hay toros,
allí todos son corderos;
no puede el más altanero,
al verse entre aquellas rejas,
sino amujar las orejas
y sufrir callao su encierro.
Y digo a cuantos inoran
el rigor de aquellas penas,
yo que sufrí las cadenas
del destino y su inclemencia,
que aprovechen la esperencia,
del mal en cabeza agena.
¡Ay!, madres, las que dirigen
al hijo de sus entrañas,
no piensen que las engaña,
ni que las habla un falsario;
lo que es el ser presidario
no lo sabe la campaña.
Hijas, esposas, hermanas,
cuantas quieren a un varón,
díganles que esa prisión
es un infierno temido,
donde no se oye más ruido
que el latir del corazón.
Allá el día no tiene sol,
la noche no tiene estrellas.
Sin que le valgan querellas
encerrao lo purifican;
y sus lágrimas salpican
en las paredes aquellas.
En soledá tan terrible
de su pecho oye el latido,
lo sé porque lo he sufrido
y creanmeló el aulitorio,
tal vez en el purgatorio
las almas hagan más ruido.
Cuenta esas horas eternas
para más atormentarse,
su lágrima al redamarse
calcula en sus afliciones,
contando en sus pulsaciones,
lo que dilata en secarse.
Allí se amansa el más bravo,
allí se duebla el más juerte.
El silencio es de tal suerte
que cuando llegue a venir,
hasta se le han de sentir
las pisadas a la muerte.
Adentro mesmo del hombre
se hace una revolución.
Metido en esa prisión
de tanto no mirar nada,
le nace y queda gravada
la idea de la perfeción.
En mi madre, en mis hermanos,
en todo pensaba yo.
Al hombre que allí dentró
de memoria más ingrata,
fielmente se le retrata
todo cuanto ajuera vio.
Aquel ha vivido libre
de cruzar por donde quiera,
se aflige y se desespera
de encontrarse allí cautivo;
es un tormento muy vivo
que abate la alma más fiera.
En esa estrecha prisión
sin poderme conformar,
no cesaba de esclamar
¡qué diera yo por tener
un caballo en que montar
y una pampa en que correr!
En un lamento costante
se encuentra siempre embretao.
El castigo han inventao
de encerrarlo en las tinieblas,
y allí está como amarrao
a un fierro que no se duebla.
No hay un pensamiento triste
que al preso no lo atormente.
Bajo un dolor permanente
agacha al fin la cabeza,
porque siempre es la tristeza
hermana de un mal presente.
Vierten lágrimas sus ojos
pero su pena no alivia;
en esa costante lidia
sin un momento de calma,
contempla con los del alma
felicidades que envidia.
Ningún consuelo penetra
detrás de aquellas murallas.
El varón de más agallas,
aunque más duro que un perno,
metido en aquel infierno
sufre, gime, llora y calla.
De furor el corazón
se le quiere reventar,
pero no hay sino aguantar
aunque sosiego no alcance.
¡Dichoso en tan duro trance
aquel que sabe rezar!
¡Dirige a Dios su plegaria
el que sabe una oración!
En esa tribulación
gime olvidado del mundo,
y el dolor es más projundo
cuando no halla compasión.
En tan crueles pesadumbre,
en tan duro padecer,
empezaba a encanecer
después de muy pocos meses.
Allí lamenté mil veces
no haber aprendido a ler.
Viene primero el furor,
después la melancolía,
en mi angustia no tenía
otro alivio ni consuelo,
sino regar aquel suelo
con lágrimas noche y día.
¡A visitar otros presos
sus familias solían ir!
Naides me visitó a mí
mientras estube encerrado.
¡Quién iba a costiarse allí
a ver un desamparado!
¡Bendito sea el carcelero
que tiene buen corazón!
Yo sé que esta bendición
pocos pueden alcanzarla,
pues si tienen compasión
su deber es ocultarla.
Jamás mi lengua podrá
espresar cuánto he sufrido;
en ese encierro metido,
llaves, paredes, cerrojos,
se graban tanto en los ojos
que uno los ve hasta dormido.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El mate no se permite.
No le permiten hablar,
no le permiten cantar
para aliviar su dolor.
Y hasta el terrible rigor
de no dejarlo fumar.
La justicia muy severa
suele rayar en crueldá:
sufre el pobre que allí está
calenturas y delirios,
pues no esiste pior martirio
que esa eterna soledá.
Conversamos con las rejas
por sólo el gusto de hablar.
Pero nos mandan callar
y es preciso conformarnos;
pues no se debe irritar
a quien puede castigarnos.
Sin poder decir palabra
sufre en silencio sus males.
Y uno en condiciones
tales se convierte en animal,
privao del don principal
que Dios hizo a los mortales.
Yo no alcanzo a comprender
por qué motivo será,
que el preso privado está
de los dones más preciosos
que el justo Dios bondadoso
otorgó a la humanidá.
Pues que de todos los bienes,
en mi inorancia lo infiero,
que le dio al hombre altanero
su Divina Magestá;
la palabra es el primero,
el segundo es la amistá.
Y es muy severa la ley
que por un crimen o un vicio,
somete al hombre a un suplicio
el más tremendo y atroz,
privado de un beneficio
que ha recebido de Dios.
La soledá causa espanto,
el silencio causa horror.
Ese continuo terror
es el tormento más duro,
y en un presidio siguro
está de más tal rigor.
Inora uno si de allí
saldrá pa la sepoltura.
El que se halla en desventura
busca a su lado otro ser;
pues siempre es bueno tener
compañeros de amargura.
Otro más sabio podrá
encontrar razón mejor,
yo no soy rebuscador,
y esta me sirve de luz;
se los dieron al Señor
al clavarlo en una cruz.
Y en las projundas tinieblas
en que mi razón esiste,
mi corazón se resiste
a ese tormento sin nombre,
pues el hombre alegra al hombre,
y el hablar consuela al triste.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Grábenlo como en la piedra
cuanto he dicho en este canto;
y aunque yo he sufrido tanto
debo confesarlo aquí;
el hombre que manda allí
es poco menos que un santo.
Y son buenos los demás,
a su ejemplo se manejan;
pero por eso no dejan
las cosas de ser tremendas;
piensen todos y compriendan
el sentido de mis quejas.
Y guarden en su memoria
con toda puntualidá,
lo que con tal claridá
les acabo de decir.
Mucho tendrán que sufrir
si no cren en mi verdá.
Y si atienden mis palabras
no habrá calabozos llenos.
Manéjense como buenos;
no olviden esto jamás:
aquí no hay razón de más;
más bien las puse de menos.
Y con esto me despido.
Todos han de perdonar,
ninguno debe olvidar
la historia de un desgraciado.
Quien ha vivido encerrado
poco tiene que contar.
13
Lo que les voy a decir
ninguno lo ponga en duda,
y aunque la cosa es peluda
haré la resolución,
es ladino el corazón
pero la lengua no ayuda.
El rigor de las desdichas
hemos soportao diez años,
pelegrinando entre estraños
sin tener dónde vivir;
y obligados a sufrir
una máquina de daños.
El que vive de ese modo
de todos es tributario;
falta el cabeza primario
y los hijos que él sustenta
se dispersan como cuentas
cuando se corta el rosario.
Yo andube ansí como todos,
hasta que al fin de sus días
supo mi suerte una tía
y me recogió a su lado,
allí viví sosegado
y de nada carecía.
No tenía cuidado alguno
ni que trabajar tampoco.
Y como muchacho loco
lo pasaba de holgazán;
con razón dice el refrán
que lo bueno dura poco.
En mí todo sus cuidado
y su cariño ponía,
como a un hijo me quería
con cariño verdadero,
y me nombró de heredero
de los bienes que tenía.
El Juez vino sin tardanza
cuanto falleció la vieja.
«De los bienes que te deja,
—me dijo— yo he de cuidar;
es un rodeo regular
y dos majadas de ovejas.»
Era hombre de mucha labia,
con más leyes que un dotor,
me dijo: «vos sos menor
y por los años que tienes
no podes manejar bienes,
voy a nombrarle un tutor.»
Tomó un recuento de todo
porque entendía su papel,
y después que aquel pastel
lo tuvo bien amasao,
puso al frente un encargao,
y a mí me llevó con él.
Muy pronto estubo mi poncho
lo mesmo que cernidor.
El chiripá estaba pior,
y aunque para el frío soy guapo,
ya no me quedaba un trapo
ni pa el frío, ni pa el calor.
En tan triste desabrigo
tras de un mes, iba otro mes.
Guardaba silencio el Juez
la miseria me invadía.
Me acordaba de mi tía
al verme en tal desnudes.
No sé decir con fijeza
el tiempo que pasé allí.
Y después de andar ansí
como moro sin señor,
pasé a poder del tutor
que debía cuidar de mí.
14
Me llevó consigo un viejo
que pronto mostró la hilacha,
dejaba ver por la facha
que era medio cimarrón,
muy renegao, muy ladrón,
y le llamaban Viscacha.
Lo que el Juez iba buscando
sospecho y no me equivoco.
Pero este punto no toco
ni su secreto averiguo.
Mi tutor era un antiguo
de los que ya quedan pocos.
Viejo lleno de camándulas,
como un empaque a lo toro,
andaba siempre en un moro
metido no sé en qué enriedos,
con las patas como loro,
de estribar entre los dedos.
Andaba rodiao de perros
que eran todo su placer,
jamás dejó de tener
menos de media docena,
mataba vacas agenas
para darles de comer.
Carniábamos noche a noche
alguna res en el pago;
y dejando allí el resago
alzaba en ancas el cuero,
que se lo vendía a un pulpero
por yerba, tabaco y trago.
¡Ah! Viejo más comerciante
en mi vida lo he encontrao.
Con ese cuero robao
él arreglaba el pastel,
y allí entre el pulpero y él
se estendía el certificao.
La echaba de comedido;
en las trasquilas, lo viera,
se ponía como una fiera
si cortaban una oveja;
pero de alzarse no deja
un vellón o unas tijeras.
Una vez me dio una soba
que me hizo pedir socorro,
porque lastimé un cachorro
en el rancho de unas vascas,
y al irse se alzó unas guascas,
para eso era como zorro.
¡Ay juna!, dije entre mí,
me has dao esta pesadumbre,
ya verás cuanto vislumbre
una ocasión medio güena,
te he de quitar la costumbre
de cerdiar yeguas agenas.
Porque maté una viscacha
otra vez me reprendió.
Se lo vine a contar yo,
y no bien se lo hube dicho;
«ni me nuembres ese vicho»,
me dijo, y se me enojó.
Al verlo tan irritao
hallé prudente callar.
Este me va a castigar,
dige entre mí, si se agravia.
Ya vi que les tenía rabia
y no las volví a nombrar.
Una tarde halló una punta
de yeguas medio vichocas,
después que voltió unas pocas
las cerdiaba con empeño.
Yo vide venir al dueño
pero me callé la boca.
El hombre venía jurioso
y nos cayó como un rayo;
se descolgó del caballo
revoliando el arriador,
y lo cruzó de un lazaso
ay no más a mi tutor.
No atinaba don Viscacha
a qué lado disparar,
hasta que logró montar
y de miedo del chicote,
se lo apretó hasta el cogote
sin pararse a contestar.
Ustedes crerán tal vez
que el viejo se curaría;
no señores, lo que hacía,
con más cuidao dende entonces,
era maniarlas de día
para cerdiar a la noche.
Ése fue el hombre que estubo
encargao de mi destino;
siempre andubo en mal camino
y todo aquel vecinario
decía que era un perdulario,
insufrible de dañino.
Cuando el Juez me lo nombró
al dármelo de tutor,
me dijo que era un señor
el que me debía cuidar,
enseñarme a trabajar
y darme la educación.
Pero qué había de aprender
al lao de ese viejo paco;
que vivía como el chuncaco
en los bañaos, como el tero,
un haragán, un ratero,
y más chillón que un barraco.
Tampoco tenía más bienes
ni propiedá conocida
que una carreta podrida,
y las paredes sin techo
de un rancho medio desecho
que le servía de guarida.
Después de las trasnochadas
allí venía a descansar.
Yo desiaba aviriguar
lo que tubiera escondido,
pero nunca había podido
pues no me dejaba entrar.
Yo tenía unas jergas viejas
que habían sido más peludas
y con mis carnes desnudas,
el viejo que era una fiera,
me echaba a dormir ajuera,
con unas heladas crudas.
Cuando mozo fue casao
aunque yo lo desconfío.
Y decía un amigo mío
que de arrebatao y malo,
mató a su muger de un palo
porque le dio un mate frío.
Y viudo por tal motivo
nunca se volvió a casar;
no era fácil encontrar
ninguna que lo quisiera,
todas temerían llevar
la suerte de la primera.
Soñaba siempre con ella
sin duda por su delito,
y decía el viejo maldito
el tiempo que estubo enfermo,
que ella dende el mesmo infierno
lo estaba llamando a gritos.
15
Siempre andaba retobao,
con ninguno solía hablar;
se divertía en escarbar
y hacer marcas con el dedo;
y cuanto se ponía en pedo
me empezaba aconsejar.
Me parece que lo veo
con su poncho calamaco.
Después de echar un buen taco
ansí principiaba a hablar:
«Jamás llegués a parar
a donde veas perros flacos.»
«El primer cuidao del hombre
es defender el pellejo.
Lleváte de mi consejo,
fijáte bien en lo que hablo:
el diablo sabe por diablo
pero más sabe por viejo.»
«Hacéte amigo del Juez
no le des de qué quejarse;
y cuando quiera enojarse
vos te debes encojer,
pues siempre es güeno tener
palenque ande ir a rascarse.»
«Nunca le llevés la contra
porque él manda la gavilla.
Allí sentao en su silla
ningún güey le sale bravo.
A uno le da con el clavo
y a otro con la cantramilla.»
«El hombre, hasta el más soberbio,
con más espinas que un tala,
aflueja andando en la mala
y es blando como manteca;
hasta la hacienda baguala
cai al jagüel en la seca.»
«No andés cambiando de cueva,
hacé las que hace el ratón,
conserváte en el rincón
en que empesó tu esistencia,
vaca que cambia querencia
se atrasa en la parición.»
Y menudiando los tragos
aquel viejo como cerro
«no olvidés, —me decía— Fierro,
que el hombre no debe crer
en lágrimas de mujer
ni en la renguera del perro.»
«No te debés afligir
aunque el mundo se desplome.
Lo que más precisa el hombre
tener, según yo discurro,
es la memoria del borro
que nunca olvida ande come.»
«Dejá que caliente el horno
el dueño del amasijo.
Lo que es yo, nunca me aflijo
y a todito me hago el sordo.
El cerdo vive tan gordo
y se come hasta los hijos...»
«El zorro que ya es corrido
dende lejos la olfatea.
No se apure quien desea
hacer lo que le aproveche.
La vaca que más rumea
es la que da mejor leche.»
«El que gana su comida
bueno es que en silencio coma.
Ansina, vos ni por broma,
querrás llamar la atención.
Nunca escapa el cimarrón
si dispara por la loma.»
«Yo voy donde me conviene
y jamás me descarrío,
lleváte el ejemplo mío
y llenarás la barriga;
aprendé de las hormigas,
no van a un noque vacío.»
«A naides tengás envidia,
es muy triste el envidiar.
Cuando veas a otro ganar
a estorbarlo no te metas;
cada lechón en su teta
es el modo de mamar.
Ansí se alimentan muchos
mientras los pobres lo pagan.
Como el cordero hay quien lo haga
en la puntita, no niego,
pero otros, como el borrego,
toda entera se la tragan.
Si buscás vivir tranquilo
dedicáte a solteriar.
Mas si te querés casar,
con esta alvertencia sea,
que es muy difícil guardar
prenda que otros codicean.»
Es un vicho la muger
que yo aquí no lo destapo,
siempre quiere al hombre guapo,
mas fijáte en la eleción;
porque tiene el corazón
como barriga de zapo.»
Y gangoso con la tranca,
me solía decir, «potrillo,
reciente apunta el cormillo,
mas te lo dice un toruno,
no dejés que hombre ninguno
te gane el lao del cuchillo.»
«Las armas son necesarias
pero naides sabe cuándo;
ansina si andás pasiando,
y de noche sobre todo,
debés llevarlo de modo
que al salir, salga cortando.»
«Los que no saben guardar
son pobres aunque trabajen;
nunca por más que se atajen
se librarán del cimbrón,
al que nace barrigón
es al ñudo que lo fagen.»
«Donde los vientos me llevan
allí estoy como en mi centro.
Cuando una tristeza encuentro
tomo un trago pa alegrarme;
a mí me gusta mojarme
por ajuera y por adentro.»
«Vos sos pollo, y te convienen
toditas estas razones,
mis consejos y leciones
no echés nunca en el olvido;
en las riñas he aprendido
a no peliar sin puyones.»
Con estos consejos y otros
que yo en mi memoria encierro,
y que aquí no se desentierro
educándome seguía,
hasta que al fin se dormía
mesturao entre los perros.
16
Cuando el viejo cayó enfermo
viendo yo que se empioraba,
y que esperanza no daba
de mejorarse siquiera,
le truje una culandrera
a ver si lo mejoraba.
En cuanto lo vio me dijo:
«este no aguanta el sogazo,
muy poco le doy de plazo,
nos va a dar un espetáculo,
porque debajo del brazo
le ha salido un tabernáculo.»
Dice el refrán que en la tropa
nunca falta un güey corneta.
Uno que estaba en la puerta
le pegó el grito ay no más:
«Tabernáculo... qué bruto,
un tubérculo dirás.»
Al verse ansí interrumpido,
al punto dijo el cantor:
«No me parece ocasión
de meterse los de ajuera.
Tabernáculo, señor,
le decía la culandrera.»
El de ajuera repitió
dándole otro chaguarazo:
«Allá va un nuevo bolazo
copo y se la gano en puerta:
a las mugeres que curan
se les llama curanderas.»
No es bueno, dijo el cantor,
muchas manos en un plato,
y diré al que ese barato
ha tomao de entremetido,
que no creía haber venido
a hablar entre liberatos.
Y para seguir contando
la historia de mi tutor,
le pediré a ese dotor
que en mi inorancia me deje,
pues siempre encuentra el que teje
otro mejor tejedor.
Seguía enfermo como digo
cada vez más emperrao.
Yo estaba ya acobardao
y lo espiaba dende lejos:
era la boca del viejo,
la boca de un condenao.
Allá pasamos los dos
noches terribles de invierno.
Él maldecía al Padre Eterno,
como a los santos benditos,
pidiéndole al diablo a gritos
que lo llevara al infierno.
Debe ser grande la culpa
que a tal punto mortifica.
Cuando vía una reliquia
se ponía como azogado,
como si a un endemoniado
le echaran agua bendita.
Nunca me le puse a tiro,
pues era de mala entraña;
y viendo heregía tamaña
si alguna cosa le daba,
de lejos se la alcanzaba
en la punta de una caña.
Será mejor, decía ya,
que abandonado lo deje
que blasfeme y que se queje;
y que siga de esta suerte,
hasta que venga la muerte
y cargue con este hereje.
Cuando ya no pudo hablar
le até en la mano un cencerro,
y al ver cercano su entierro,
arañando las paredes
espiró allí entre los perros
y este servidor de ustedes.
17
Le cobré un miedo terrible
después que lo vi dijunto.
Llamé al Alcalde, y al punto,
acompañado se vino
de tres o cuatro vecinos
a arreglar aquel asunto.
«Ánima bendita, —dijo
un viejo medio ladiao—,
que Dios lo haiga perdonao
es todo cuanto deseo.
Le conocí un pastoreo
de terneritos robaos.»
«Ansina es, —dijo el Alcalde—,
con eso empezó a poblar.
Yo nunca podré olvidar
las travesuras que hizo;
hasta que al fin fue preciso
que le privasen carniar.»
«De mozo fue muy ginete
no lo bajaba un bagüal.
Pa ensillar un animal
sin necesitar de otro,
se encerraba en el corral
y allí galopiaba el potro.»
«Se llevaba mal con todos.
Era su costumbre vieja
el mesturar las ovejas,
pues al hacer el aparte
sacaba la mejor parte
y después venía con quejas.»
«Dios lo ampare al pobresito
—dijo en seguida un tercero—,
siempre robaba carneros,
en eso tenía destreza,
enterraba las cabezas,
y después vendía los cueros.»
«Y qué costumbre tenía
cuando en el jogón estaba,
con el mate se agarraba
estando los piones juntos,
yo tayo, decía, y apunto,
y a ninguno convidaba.»
«Si ensartaba algún asao,
¡pobre!, como si lo viese.
Poco antes de que estubiese,
primero lo maldecía,
luego después lo escupía
para que naides comiese.»
«Quien le quitó esa costumbre
de escupir el asador
fue un mulato resertor
que andaba de amigo suyo,
un diablo muy peliador
que le llamaban barullo.
«Una noche que les hizo
como estaba acostumbrao,
se alzó el mulato enojao,
y le gritó: —viejo indino,
yo te he de enseñar, cochino,
a echar saliva al asao.»
«Lo saltó por sobre el juego
con el cuchillo en la mano;
¡la pucha el pardo liviano!
En la mesma atropellada
le largó una puñalada
que la quitó otro paisano.»
«Y ya caliente Barullo,
quizo seguir la chacota,
se le había erizao la mota
lo que empezó la reyerta:
el viejo ganó la puerta
y apeló a las de gaviota.»
«De esa costumbre maldita
dende entonces se curó,
a las casas no volvió,
se metió en un cicutal;
y allí escondido pasó
esa noche sin cenar.»
Esto hablaban los presentes,
y yo que estaba a su lao
al oír lo que he relatao,
aunque él era un perdulario,
dije entre mí: «qué rosario
le están resando al finao.»
Luego empezó el alcalde
a registrar cuanto había,
sacando mil chucherías
y guascas y trapos viejos,
temeridá de trevejos
que para nada servían.
Salieron lazos, cabrestos,
coyundas y maniadores.
Una punta de arriadores,
cinchones, maneas, torzales,
una porción de bozales
y un montón de tiradores.
Había riendas de domar,
frenos y estribos quebraos;
bolas, espuelas, recaos,
unas pavas, unas ollas,
y un gran manojo de argollas
de cinchas que había cortao.
Salieron varios cencerros,
alesnas, lonjas, cuchillos,
unos cuantos coginillos,
un alto de gergas viejas,
muchas botas desparejas
y una infinidá de anillos.
Había tarros de sardinas,
unos cueros de venao,
unos ponchos augeriaos,
y en tan tremendo entrevero
apareció hasta un tintero
que se perdió en el Juzgao.
Decía el alcalde muy serio:
«es poco cuanto se diga,
había sido como hormiga,
he de darle parte al Juez,
y que me venga después
con que no se los persiga.»
Yo estaba medio azorao
de ver lo que sucedía.
Entre ellos mesmos decían
que unas prendas eran suyas,
pero a mí me parecía
que esas eran aleluyas.
Y cuando ya no tubieron
rincón donde registrar,
cansaos de tanto huroniar
y de trabajar de valde,
«vamosnos, —dijo el alcalde—
luego lo haré sepultar.»
«Se ha de arreglar este asunto
como es preciso que sea;
voy a nombrar albacea
uno de los circustantes.
Las cosas no son como antes,
tan enredadas y feas.»
¡Bendito Dios! pensé yo,
ando como un pordiosero,
y me nuembran heredero
de toditas estas guascas.
¡Quisiera saber primero
lo que se han hecho mis vacas!
18
Se largaron como he dicho
a disponer el entierro.
Cuando me acuerdo me aterro,
me puse a llorar a gritos
al verme allí tan solito
con el finao y los perros.
Me saqué el escapulario
se lo colgué al pecador,
y como hay en el Señor
misericordia infinita,
rogué por la alma bendita
del que antes jué mi tutor.
No se calmaba mi duelo
de verme tan solitario.
Ay le champurrié un rosario
como si juera mi padre,
besando el escapulario
que me había puesto mi madre.
Madre mía, gritaba yo,
dónde andarás padeciendo.
El llanto que estoy virtiendo
lo redamarías por mí
si vieras a tu hijo aquí
todo lo que está sufriendo.
Y mientras ansí clamaba
sin poderme consolar,
los perros para aumentar
más mi miedo y mi tormento
en aquel mesmo momento
se pusieron a llorar.
Libre Dios a los presentes
de que sufran otro tanto;
con el muerto y esos llantos
les juro que falta poco
para que me vuelva loco
en medio de tanto espanto.
Decían entonces las viejas
como que eran sabedoras,
que los perros cuando lloran
es porque ven al demonio;
yo creía en el testimonio
como cre siempre el que inora.
Ay dejé que los ratones
comieran el guasquerío.
Y como anda a su albedrío
todo el que güérfano queda,
alzando lo que era mío
abandoné aquella cueva.
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Supe después que esa tarde
vino un pión y lo enterró,
ninguno lo acompañó
ni lo velaron siquiera,
y al otro día amaneció
con una mano dejuera.
Y me ha contado además
el gaucho que hizo el entierro,
al recordarlo me aterro,
me da pavor este asunto,
que la mano del dijunto
se la había comido un perro.
Tal vez yo tuve la culpa
porque de asustao me fui.
Supe después que volví,
y asigurárselos puedo,
que los vecinos de miedo
no pasaban por allí.
Hizo del rancho guarida
la sabandija más sucia;
el cuerpo se despeluza
y hasta la razón se altera,
pasaba la noche entera
chillando allí una lechuza.
Por mucho tiempo no pude
saber lo que me pasaba.
Los trapitos con que andaba
eran puras hojarascas,
todas las noches soñaba
con viejos, perros y guascas.
19
Andube a mi voluntá
como moro sin señor.
Ese fue el tiempo mejor
que yo he pasado tal vez,
de miedo de otro tutor,
ni aporté por lo del Juez.
«Yo cuidaré, —me había dicho—
de lo de tu propiedá.
Todo se conservará,
el vacuno y los rebaños
hasta que cumplás 30 años
en que seas mayor de edá.»
Y aguardando que llegase
el tiempo que la ley fija,
pobre como lagartija
y sin respetar a naides,
andube cruzando al aire
como bola sin manija.
Me hice hombre de esa manera
bajo el más duro rigor.
Sufriendo tanto dolor
muchas cosas aprendí:
y por fin, vítima fui
del más desdichado amor.
De tantas alternativas
esta es la parte peluda.
Fue estremado mi delirio,
y causaban mi martirio
los desdenes de una viuda.
Llora el hombre ingratitudes
sin tener un jundamento,
acusa sin miramiento
a la que el mal le ocasiona,
y tal vez en su persona
no hay ningún merecimiento.
Cuando yo más padecía
la crueldá de mi destino,
rogando al poder divino
que del dolor me separe,
me hablaron de un adivino
que curaba esos pesares.
Tuve recelos y miedos
pero al fin me disolví.
Hice corage y me fui
donde el adivino estaba,
y por ver si me curaba
cuanto llevaba le di.
Me puse al contar mis penas
más colorao que un tomate,
y se me añudó el gaznate
cuando dijo el hermitaño:
«hermano, le han hecho daño
y se lo han hecho en un mate.»
«Por verse libre de usté
lo habrán querido embrujar.»
Después me empezó a pasar
una pluma de avestruz,
y me dijo: «de la Cruz
recebí el don de curar.»
«Debés maldecir, —me dijo—,
a todos tus conocidos,
ansina el que te ha ofendido
pronto estará descubierto,
y deben ser maldecidos
tanto vivos como muertos.»
Y me recetó que hincao
en un trapo de la viuda
frente a una planta de ruda
hiciera mis oraciones,
diciendo: «no tengás duda
eso cura las pasiones.»
A la viuda en cuanto pude
un trapo le manotié;
busqué la ruda y al pie
puesto en cruz hice mi reso;
pero, amigos, ni por eso
de mis males me curé.
Me recetó otra ocasión
que comiera abrojo chico,
el remedio no me esplico,
mas por desechar el mal,
al ñudo en un abrojal
fi a ensangrentarme el hocico.
Y con tanta medecina
me parecía que sanaba;
por momentos se aliviaba
un poco mi padecer,
mas si a la viuda encontraba
volvía la pasión a arder.
Otra vez que consulté
su saber estrordinario,
recibió bien su salario,
y me recetó aquel pillo
que me colgase tres grillos,
ensartaos como rosario.
Por fin la última ocasión
que por mi mal lo fi a ver.
Me dijo: «no, mi saber
no ha perdido su virtú,
yo te daré la salú,
no triunfará esa muger.»
«Y tené fe en el remedio
pues la cencia no es chacota,
de esto no entendés ni jota,
sin que ninguno sospeche:
cortale a un negro tres motas
y hacelas hervir en leche.»
Yo andaba ya desconfiando
de la curación maldita
y dije «este no me quita
la pasión que me domina;
pues que viva la gallina
aunque sea con la pepita.»
Ansí me dejaba andar
hasta que en una ocasión,
el cura me echó un sermón,
para curarme sin duda;
diciendo que aquella viuda
era hija de confisión.
Y me dijo estas palabras
que nunca las he olvidao:
«Has de saber que el finao
ordenó en su testamento
que naides de casamiento
le hablara en lo sucesivo,
y ella prestó el juramento
mientras él estaba vivo.
Y es preciso que lo cumpla
porque ansí lo manda Dios,
es necesario que vos
no la vuelvas a buscar,
porque si llega a faltar
se condenarán los dos.»
Con semejante alvertencia
se completó mi redota;
le vi los pies a la sota,
y me le alejé a la viuda
más curao que con la ruda
con los grillos y las motas.
Después me contó un amigo
que al Juez le había dicho el cura,
«que yo era un cabeza dura
y que era un mozo perdido,
que me echaran del partido
que no tenía compostura.»
Tal vez por ese consejo
y sin que más causa hubiera,
ni que otro motivo diera,
me agarraron redepente
y en el primer contingente
me echaron a la frontera.
De andar persiguiendo viudas
me he curado del deseo,
en mil penurias me veo,
mas pienso volver tal vez,
a ver si sabe aquel Juez
lo que se ha hecho mi rodeo.
20
Martín Fierro y sus dos hijos
entre tanta concurrencia
siguieron con alegría
celebrando aquella fiesta.
Diez años, los más terribles,
había durado la ausencia
y al hallarse nuevamente
era su alegría completa.
En ese mesmo momento
uno que vino de afuera,
a tomar parte con ellos
suplicó que lo almitieran.
Era un mozo forastero
de muy regular presencia,
y hacía poco que en el pago
andaba dando sus güeltas.
Aseguraban algunos
que venía de la frontera,
que había pelao a un pulpero
en las últimas carreras,
pero andaba despilchao,
no traía una prenda buena,
un recadito cantor
daba fe de sus pobrezas.
Le pidió la bendición
al que causaba la fiesta
y sin decirles su nombre
les declaró con franqueza
que el nombre de Picardía
es el único que lleva.
Y para contar su historia
a todos pide licencia,
diciéndoles que en seguida
iban a saber quién era.
Tomó al punto la guitarra,
la gente se puso atenta,
y ansí cantó Picardía
en cuanto templó las cuerdas.
21
Picardía
Voy a contarles mi historia,
perdónenme tanta charla
y les diré al principiarla,
aunque es triste hacerlo así,
a mi madre la perdí
antes de saber llorarla.
Me quedó en el desamparo,
y al hombre que me dio el ser
no lo pude conocer,
ansí, pues, dende chiquito,
volé como el pajarito
en busca de qué comer.
O por causa del servicio
que tanta gente destierra,
o por causa de la guerra,
que es causa bastante seria,
los hijos de la miseria
son muchos en esta tierra.
Ansí, por ella empujado
no sé las cosas que haría,
y aunque con vergüenza mía,
debo hacer esta alvertencia,
siendo mi madre Inocencia
me llamaban Picardía.
Me llevó a su lado un hombre
para cuidar las ovejas
pero todo el día eran quejas
y guazcazos a lo loco,
y no me daba tampoco
siquiera unas jergas viejas.
Dende la alba hasta la noche,
en el campo me tenía.
Cordero que se moría,
mil veces me sucedió,
los caranchos lo comían
pero lo pagaba yo.
De trato tan rigoroso
muy pronto me acobardé,
el bonete me apreté
buscando mejores fines,
y con unos bolantines
me fui para Santa-Fe.
El pruebista principal
a enseñarme me tomó
y ya iba aprendiendo yo
a bailar en la maroma,
mas me hicieron una broma
y aquello me indijustó.
Una vez que iba bailando,
porque estaba el calzón roto,
armaron tanto alboroto
que me hicieron perder pie;
de la cuerda me largué
y casi me descogoto.
Ansí me encontré de nuevo
sin saber dónde meterme,
y ya pensaba volverme
cuando, por fortuna mía,
me salieron unas tías
que quisieron recogerme.
Con aquella parentela,
para mí desconocida,
me acomodé ya en seguida,
y eran muy buenas señoras;
pero las más rezadoras
que he visto en toda mi vida.
Con el toque de oración
ya principiaba el rosario;
noche a noche un calendario
tenían ellas que decir,
y a rezar solían venir
muchas de aquel vecinario.
Lo que allí me aconteció
siempre lo he de recordar,
pues me empiezo a equivocar
y a cada paso refalo
como si me entrara el malo
cuanto me hincaba a resar.
Era como tentación
lo que yo esperimenté
y jamás olvidaré
cuánto tuve que sufrir,
porque no podía decir
«artículos de la Fe».
Tenía al lao una mulata
que era nativa de allí,
se hincaba cerca de mí
como el ángel de la guarda,
pícara, y era la parda
la que me tentaba ansí.
«Resá, me dijo mi tía,
artículos de la Fe.»
Quise hablar y me atoré,
la dificultá me afiije,
miré a la parda, y ya dije
«artículos de Santa Fe.»
Me acomodó el coscorrón
que estaba viendo venir,
yo me quise corregir,
a la mulata miré
y otra vez volví a decir
«artículos de Santa Fe.»
Sin dificultá ninguna
rezaba todito el día,
y a la noche no podía
ni con un trabajo inmenso;
es por eso que yo pienso
que alguno me tentaría.
Una noche de tormenta,
vi a la parda y me entró chucho.
Los ojos, me asusté mucho,
eran como refocilo:
al nombrar a San Camilo,
le dije San Camilucho.
Esta me da con el pie,
aquella otra con el codo.
¡Ah! viejas, por ese modo,
aunque de corazón tierno,
yo las mandaba al infierno
con oraciones y todo.
Otra vez, que como siempre
la parda me perseguía,
cuando yo acordé, mis tías
me habían sacao un mechón
al pedir la estirpación
de todas las heregías.
Aquella parda maldita
me tenía medio afligido,
y ansí, me había sucedido
que al decir estirpación
le acomodé entripación
y me cayeron sin ruido.
El recuerdo y el dolor
me duraron muchos días.
Soñé con las heregías
que andaban por estirpar
y pedía siempre al resar
la estirpación de mis tías.
Y dale siempre rosarios,
noche a noche y sin cesar,
dale siempre barajar
salves, trisagios y credos.
Me aburrí de esos enriedos
y al fin me mandé mudar.
22
Andube como pelota,
y más pobre que una rata.
Cuando empecé a ganar plata
se armó no sé qué barullo.
Yo dije: a tu tierra grullo
aunque sea con una pata.
Eran duros y bastantes
los años que allá pasaron.
Con lo que ellos me enseñaron
formaba mi capital.
Cuanto vine me enrolaron
en la Guardia Nacional.
Me había egercitao al naipe,
el juego era mi carrera;
hice alianza verdadera
y arreglé una trapisonda
con el dueño de una fonda
que entraba en la peladera.
Me ocupaba con esmero
en floriar una baraja,
él la guardaba en la caja
en paquetes como nueva;
y la media arroba lleva
quien conoce la ventaja.
Comete un error inmenso
quien de la suerte presuma,
otro más hábil lo fuma,
en un dos por tres, lo pela;
y lo larga que no vuela
porque le falta una pluma.
Con un socio que lo entiende
se arman partidas muy buenas,
queda allí la plata agena.,
quedan prendas y botones;
siempre cain a esas riuniones
sonzos con las manos llenas.
Hay muchas trampas legales,
recursos del jugador.
No cualquiera es sabedor
a lo que un naipe se presta.
Con una cincha bien puesta
se la pega uno al mejor.
Deja a veces ver la boca
haciendo el que se descuida.
Juega el otro hasta la vida
y es siguro que se ensarta,
porque uno muestra una carta
y tiene otra prevenida.
Al monte, las precauciones
no han de olvidarse jamás.
Debe afirnarse a demás
los dedos para el trabajo
y buscar asiento bajo
que le dé la luz de atrás.
Pa tayar, tome la luz,
dé la sombra al alversario,
acomódese al contrario
en todo juego cartiao;
tener ojo egercitao
es siempre muy necesario.
El contrario abre los suyos,
pero nada ve el que es ciego.
Dándole soga, muy luego
se deja pezcar el tonto.
Todo chapetón cree pronto
que sabe mucho en el juego.
Hay hombres muy inocentes
y que a las carpetas van.
Cuando asariados están,
les pasa infinitas veces,
pierden en puertas y en treses,
y dándoles mamarán.
El que no sabe, no gana
aunque ruegue a Santa Rita.
En la carpeta a un mulita
se le conoce al sentarse.
Y conmigo, era matarse,
no podían ni a la manchita.
En el nueve y otros juegos
llevo ventaja no poca,
y siempre que dar me toca
el mal no tiene remedio,
porque sé sacar del medio
y sentar la de la boca.
En el truco, al más pintao
solía ponerlo en apuro;
cuando aventajar procuro,
sé tener, como fajadas,
tiro a tiro el as de espadas,
o flor, o envite seguro.
Yo sé defender mi plata
y lo hago como el primero.
El que ha de jugar dinero
preciso es que no se atonte.
Si se armaba una de monte,
tomaba parte el fondero.
Un pastel, como un paquete,
sé llevarlo con limpieza;
dende que a salir empiezan
no hay carta que no recuerde;
Sé cuál se gana o se pierde
en cuanto cain a la mesa.
También por estas jugadas
suele uno verse en aprietos;
mas yo no me comprometo
porque sé hacerlo con arte,
y aunque les corra el descarte
no se descubre el secreto.
Si me llamaban al dao
nunca me solía faltar
un cargado que largar,
un cruzao para el más vivo;
y hasta atracarles un chivo
sin dejarlos maliciar.
Cargaba bien una taba
porque la sé manejar;
no era manco en el billar,
y por fin de lo que esplico,
digo que, hasta con pichicos,
era capaz de jugar.
Es un vicio de mal fin,
el de jugar, no lo niego;
todo el que vive del juego
anda a la pezca de un bobo,
y es sabido que es un robo
ponerse a jugarle a un ciego.
Y esto digo claramente
porque he dejao de jugar;
y les puedo asigurar
como que fui del oficio:
más cuesta aprender un vicio
que aprender a trabajar.
23
Un nápoles mercachifle
que andaba con un arpista,
cayó también en la lista
sin dificultá ninguna:
lo agarré a la treinta y una
y le daba bola vista.
Se vino haciendo el chiquito,
por sacarme esa ventaja;
en el pantano se encaja
aunque robo se le hacía,
lo cegó Santa Lucía
y desocupó las cajas.
Lo hubieran visto afligido
llorar por las chucherías.
«Ma gañao con picardía»
decía el gringo y lagrimiaba,
mientras yo en un poncho alzaba
todita su merchería.
Quedó allí aliviao del peso
sollozando sin consuelo,
había caído en el anzuelo
tal vez porque era domingo,
y esa calidá de gringo
no tiene santo en el cielo.
Pero poco aproveché
de fatura tan lucida:
el diablo no se descuida,
y a mí me seguía la pista
un ñato muy enredista
que era Oficial de partida.
Se me presentó a esigir
la multa en que había incurrido,
que el juego estaba prohibido
que iba a llevarme al cuartel.
Tube que partir con él
todo lo que había alquirido.
Empezó a tomarlo entre ojos
por esa albitrariedá;
yo había ganao, es verdá,
con recursos, eso sí;
pero él me ganaba a mí
fundao en su autoridá.
Decían que por un delito
mucho tiempo andubo mal;
un amigo servicial
lo compuso con el Juez,
y poco tiempo después
lo pusieron de Oficial.
En recorrer el partido
continuamente se empleaba.
Ningún malevo agarraba
pero traía en un carguero,
gallinas, pavos, corderos
que por ay recoletaba.
No se debía permitir
el abuso a tal estremo:
mes a mes hacía lo mesmo,
y ansí decía el vecindario,
«este ñato perdulario
ha resucitao el diezmo.»
La echaba de guitarrero
y hasta de concertador:
sentao en el mostrador
lo hallé una noche cantando,
y le dije —co... mo... quiando
con ganas de oír un cantor.
Me echó el ñato una mirada
que me quiso devorar,
mas no dejó de cantar
y se hizo el desentendido,
pero ya había conocido
que no lo podía pasar.
Una tarde que me hallaba
de visita... vino el ñato,
y para darle un mal rato
dije fuerte... «Ña... to... ribia
no cebe con la agua tibia.»
Y me la entendió el mulato.
Era el todo en el Juzgao,
y como que se achocó
ay nomás me contestó:
«cuanto el caso se presiente
te he de hacer tomar caliente
y has de saber quién soy yo.»
Por causa de una muger
se enredó más la cuestión;
le tenía el ñato afición,
ella era muger de ley,
moza con cuerpo de güey
muy blanda de corazón.
La hallé una vez de amasijo,
estaba hecha un embeleso:
y le dije... «Me intereso
en aliviar sus quehaceres,
y ansí, señora, si quiere
yo le arrimaré los güesos.»
Estaba el ñato presente
sentado como de adorno.
Por evitar un trastorno
ella al ver que se dijusta,
me contestó... «si usté gusta
arrímelos junto al horno.»
Ay se enredó la madeja
y su enemistá conmigo;
se declaró mi enemigo,
y por aquel cumplimiento
ya sólo buscó el momento
de hacerme dar un castigo.
Yo veía que aquel maldito
me miraba con rencor
buscando el caso mejor
de poderme echar el pial;
y no vive más el lial
que lo que quiere el traidor.
No hay matrero que no caiga,
ni arisco que no se amanse.
Ansí, yo, dende aquel lance
no salía de algún rincón
tirao como el San Ramón
después que se pasa el trance.
24
Me le escapé con trabajo
en diversas ocasiones;
era de los adulones,
me puso mal con el Juez;
hasta que al fin, una vez
me agarró en las eleciones.
Ricuerdo que esa ocasión
andaban listas diversas;
las opiniones dispersas
no se podían arreglar.
Decían que el Juez por triunfar
hacía cosas muy perversas.
Cuando se riunió la gente
vino a ploclamarla el ñato;
diciendo con aparato
«que todo andaría muy mal;
si pretendía cada cual
votar por un candilato.»
Y quiso al punto quitarme
la lista que yo llevé,
mas yo se la mesquiné
y ya me gritó... «Anarquista
has de votar por la lista
que ha mandao el Comiqué.»
Me dio vergüenza de verme
tratado de esa manera;
y como si uno se altera
ya no es fácil de que ablande,
le dije... «Mande el que mande
yo he de votar por quien quiera».
«En las carpetas de juego
y en la mesa eletoral,
a todo hombre soy igual,
respeto al que me respeta;
pero el naipe y la boleta
naides me lo ha de tocar.»
Ay no más ya me cayó
a sable la polecía,
aunque era una picardía
me decidí a soportar
y no los quise peliar
por no perderme ese día.
Atravesao me agarró
y se aprovechó aquel ñato;
dende que sufrí ese trato
no dentro donde no quepo;
fi a ginetiar en el cepo
por cuestión de candilatos.
Injusticia tan notoria
no la soporté de flojo.
Una venda de mis ojos
vino el suceso a valtiar.
Vi que teníamos que andar
como perro con tramojo.
Dende aquellas eleciones
se siguió el batiburrillo;
aquel se volvió un ovillo
del que no había ni noticia;
¡Es Señora la justicia...
y anda en ancas del más pillo!
25
Después de muy pocos días,
tal vez por no dar espera
y que alguno no se fuera,
hicieron citar la gente,
pa riunir un contingente
y mandar a la frontera.
Se puso arisco el gauchage,
la gente está acobardada,
salió la partida armada,
y trujo como perdices
unos cuantos infelices
que entraron en la voltiada.
Decía el ñato con soberbia:
«esta es una gente indina;
yo los rodié a la sordina
no pudieron escapar;
y llevaba orden de arriar
todito lo que camina.»
Cuando vino el Comendante
dijieron: «Dios nos asista.»
Llegó, y les clavó la vista
yo estaba haciéndome el sonzo.
Le echó a cada uno un responso
y ya lo plantó en la lista.
«Cuádrate, le dijo a un negro,
te estás haciendo el chiquito,
cuando sos el más maldito
que se encuentra en todo el pago.
Un servicio es el que te hago
y por eso te remito.»
A otro
ni le das los menesteres;
visitás otras mugeres
y es preciso calabera,
que aprendás en la frontera
a cumplir con tus deberes.
A otro
cuando es preciso votar
hay que mandarte llamar
y siempre andas medio alzao;
sos un desubordinao
y yo te voy a filiar.
A otro
andás en este partido?
¿Cuántas veces has venido
a la citación del Juez?
No te he visto ni una vez
has de ser algún perdido.
A otro
que pasa en la pulpería
predicando noche y día
y anarquizando a la gente.
Irás en el contingente
por tamaña picardía.
Dende la anterior remesa
vos andas medio perdido;
la autoridá no ha podido
jamás hacerte votar.
Cuando te mandan llamar
te pasás a otro partido.
A otro
no tenés renta ni oficio;
no has hecho ningún servicio,
no has votado ni una ves.
Marchá... para que dejés
de andar haciendo perjuicio.
A otro
yo te la voy a tener.
Ésta queda en mi poder
después la recogerás.
Y ansí si te resertás
todos te pueden prender.
A otro
a te queres sulevar;
no vinistes a votar
cuando hubieron eleciones.
No te valdrán eseciones.
yo te voy a enderezar.»
Y a este por este motivo
y a otro por otra razón,
toditos, en conclusión,
sin que escapara ninguno,
fueron pasando uno a uno
a juntarse en un rincón.
Y allí las pobres hermanas,
las madres y las esposas
redamaban cariñosas
sus lágrimas de dolor;
pero gemidos de amor
no remedian estas cosas.
Nada importa que una madre
se desespere o se queje,
que un hombre a su mujer deje
en el mayor desamparo;
hay que callarse, o es claro,
que lo quiebran por el eje.
Dentran después a empeñarse,
con este o aquel vecino;
y como en el masculino,
el que menos corre, vuela.
Deben andar con cautela
las pobres me lo imagino.
Muchas al Juez acudieron,
por salvar de la jugada;
él les hizo una cuerpiada,
y por mostrar su inocencia,
les dijo: «tengan pacencia
pues yo no puedo hacer nada.»
Ante aquella autoridá
permanecían suplicantes.
Y después de hablar bastante
«yo me lavo, —dijo el Juez—,
como Pilatos los pies,
esto lo hace el Comendante.»
De ver tanto desamparo
el corazón se partía.
Había madre que salía
con dos, tres hijos o más,
por delante y por detrás,
y las maletas vacías.
Dónde irán, pensaba yo,
a perecer de miseria.
Las pobres si de esta feria
hablan mal, tienen razón;
pues hay bastante materia
para tan justa aflición.
26
Cuando me llegó mi turno
dige entre mí «ya me toca.»
Y aunque mi falta era poca
no sé por qué me asustaba,
les asiguro que estaba
con el Jesús en la boca.
Me dijo que yo era un vago
un jugador, un perdido,
que dende que fi al partido
andaba de picaflor,
que había de ser un bandido
como mi ante sucesor.
Puede que uno tenga un vicio,
y que de él no se reforme,
mas naides está conforme
con recebir ese trato.
Yo conocí que era el ñato
quien le había dao los informes.
Me dentró curiosidá,
al ver que de esa manera
tan siguro me dijiera
que fue mi padre un bandido.
Luego lo había conocido,
y yo inoraba quién era.
Me empeñé en aviriguarlo,
promesas hice a Jesús.
Tube por fin una luz,
y supe con alegría
que era el autor de mis días,
el guapo sargento Cruz.
Yo conocía bien su historia
y la tenía muy presente.
Sabía que Cruz bravamente,
yendo con una partida,
había jugado la vida
por defender a un valiente.
Y hoy ruego a mi Dios piadoso
que lo mantenga en su gloria;
se ha de conservar su historia
en el corazón del hijo:
él al morir me bendijo
yo bendigo su memoria.
Yo juré tener enmienda
y lo conseguí deveras;
puedo decir ande quiera
que si faltas he tenido
de todas me he corregido
dende que supe quién era.
El que sabe ser buen hijo
a los suyos se parece;
y aquel que a su lado crece
y a su padre no hace honor
como castigo merece
de la desdicha el rigor.
Con un empeño costante
mis faltas supe enmendar.
Todo conseguí olvidar,
pero por desgracia mía,
el hombre de Picardía
no me lo pude quitar.
Aquel que tiene buen nombre
muchos dijustos ahorra.
Y entre tanta mazamorra
no olviden esta alvertencia:
aprendí por esperencia
que el mal nombre no se borra.
27
He servido en la frontera
en un cuerpo de milicias;
no por razón de justicia
como sirve cualesquiera.
La bolilla me tocó
de ir a pasar malos ratos
por la facultá del ñato;
que tanto me persiguió.
Y sufrí en aquel infierno
esa dura penitencia,
por una malaquerencia
de un oficial subalterno.
No repetiré las quejas
de lo que se sufre allá,
son cosas muy dichas ya
y hasta olvidadas de viejas.
Siempre el mesmo trabajar
siempre el mesmo sacrificio
es siempre el mesmo servicio,
y el mesmo nunca pagar.
Siempre cubiertos de harapos
siempre desnudos y pobres,
nunca le pagan un cobre
ni le dan jamás un trapo.
Sin sueldo y sin uniforme
lo pasa uno aunque sucumba,
conformesé con la tumba
y si no... no se conforme.
Pues si uste se ensoberbece
o no anda muy voluntario,
le aplican un novenario
de estacas... que lo enloquecen.
Andan como pordioseros
sin que un peso los alumbre
porque han tomao la costumbre
de deberle años enteros.
Siempre hablan de lo que cuesta
que allá se gasta un platal.
Pues yo no he visto ni un rial
en lo que duró la fiesta.
Es servicio estraordinario
bajo el fusil y la vara
sin que sepamos qué cara
le ha dao Dios al comisario.
Pues si va a hacer la revista
se vuelve como una bala,
es lo mesmo que luz mala
para perderse de vista.
Y de yapa cuando va,
todo parece estudiao.
Va con meses atrasaos
de gente que ya no está.
Pues ni adrede que lo hagan
podrán hacerlo mejor,
cuando cai, cai con la paga
del contingente anterior.
Porque son como sentencia
para buscar al ausente,
y el pobre que está presente
que perezca en la endigencia.
Hasta que tanto aguantar
el rigor con que lo tratan,
o se resierta, o lo matan,
o lo largan sin pagar.
De ese modo es el pastel
porque el gaucho... ya es un hecho
no tiene ningún derecho
ni naides vuelve por él.
¡La gente vive marchita!
Si viera cuando echan tropa,
les vuela a todos la ropa
que parecen banderitas.
De todos modos lo cargan
y al cabo de tanto andar,
cuando lo largan, lo largan
como pa echarse a la mar.
Si alguna prenda le han dao
se la vuelven a quitar,
poncho, caballo, recao,
todo tiene que dejar.
Y esos pobres infelices
al volver a su destino
salen como unos Longinos
sin tener con qué cubrirse.
A mí me daba congojas
el mirarlos de ese modo
pues el más avino de todos
es un peregil sin hojas.
Aora poco ha sucedido,
con un invierno tan crudo,
largarlos a pie y desnudos
pa volver a su partido.
Y tan duro es lo que pasa
que en aquella situación,
les niegan un mancarrón
para volver a su casa.
¡Lo tratan como a un infiel!
Completan su sacrificio
no dandolé ni un papel
que acredite su servicio.
Y tiene que regresar
más pobre de lo que jué,
por supuesto a la mercé
del que lo quiere agarrar.
Y no avirigüe después
de los bienes que dejó;
de hambre, su muger vendió
por dos lo que vale diez.
Y como están convenidos
a jugarle manganeta
a reclamar no se meta
porque ese es tiempo perdido.
Y luego, si a alguna Estancia
a pedir carne se arrima
al punto le cain encima
con la ley de la vagancia.
Y ya es tiempo, pienso yo,
de no dar más contingente.
Si el Gobierno quiere gente,
que la pague y se acabó.
Y saco ansí en conclusión,
en media de mi inorancia,
que aquí el nacer en Estancia
es como una maldición.
Y digo, aunque no me cuadre
decir lo que naides dijo:
La Provincia es una madre
que no defiende a sus hijos.
Mueren en alguna loma
en defensa de la ley,
o andan lo mesmo que el güey,
arando pa que otros coman.
Y he decir ansí mismo,
porque de adentro me brota,
que no tiene patriotismo
quien no cuida al compatriota.
28
Se me va por donde quiera
esta lengua del demonio.
Voy a darles testimonio
de lo que vi en la frontera.
Yo sé que el único modo
a fin de pasarlo bien,
es decir a todo amén
y jugarle risa a todo.
El que no tiene colchón
en cualquier parte se tiende.
El gato busca el jogón
y ese es mozo que lo entiende.
De aquí comprenderse debe,
aunque yo hable de este modo;
que uno busca su acomodo
siempre lo mejor que puede.
Lo pasaba como todos
este pobre penitente,
pero salí de asistente
y mejoré en cierto modo.
—Pues aunque esas privaciones
causen desesperación,
siempre es mejor el jogón
de aquel que carga galones.
De entonces en adelante
algo logré mejorar,
pues supe hacerme lugar
al lado del Ayudante.
Él se daba muchos aires,
pasaba siempre leyendo,
decían que estaba aprendiendo
pa recebirse de fraile.
Aunque lo pillaban tanto
jamás lo vi dijustao;
tenía los ojos paraos
como los ojos de un Santo.
Muy delicao, dormía en cuja,
y no sé por qué sería
la gente lo aborrecía
y le llamaban LA BRUJA.
Jamás hizo otro servicio
ni tubo más comisiones,
que recebir las raciones
de víveres y de vicios.
Yo me pasé a su jogón
al punto que me sacó,
y ya con él me llevó
a cumplir su comisión.
Estos diablos de milicos
de todo sacan partido.
Cuando nos vían reunidos
se limpiaban los hocicos.
Y decían en los jogones
como por chocarrería,
«con la Bruja y Picardía,
van a andar bien las raciones.»
A mí no me jué tan mal
pues mi oficial se arreglaba;
les diré lo que pasaba
sobre este particular.
Decían que estaban de acuerdo
la Bruja y el provedor,
y que recebía lo pior...
Puede ser, pues no era lerdo.
Que a más en la cantidá
pegaba otro dentellón,
y que por cada ración
le entregaban la mitá.
Y que esto, lo hacía del modo
como lo hace un hombre vivo:
firmando luego el recibo,
ya se sabe, por el todo.
Pero esas murmuraciones
no faltan en campamento.
Déjenme seguir mi cuento,
o historia de las raciones.
La Bruja las recebía,
como se ha dicho, a su modo;
las cargábamos, y todo
se entriega en la mayoría.
Sacan allí en abundancia
lo que les toca sacar.
Y es justo que han de dejar
otro tanto de ganancia.
Van luego a la compañía,
las recibe el comendante;
el que de un modo abundante
sacaba cuanto quería.
Ansí la cosa liviana,
va mermada por su puesto.
Luego se le entrega el resto
al oficial de semana.
—Araña, ¿quién te arañó?
—Otra araña como yo.
Este le pasa al sargento
aquello tan reducido,
y como hombre prevenido
saca siempre con aumento.
Esta relación no acabo
si otra menudencia ensarto;
el sargento llama al cabo
para encargarle el reparto.
Él también saca primero
y no se sabe turbar;
naides le va a aviriguar
si ha sacado mas o menos.
Y sufren tanto bocao
y hacen tantas estaciones,
que ya casi no hay raciones
cuando llegan al soldado.
¡Todo es como pan bendito!
Y sucede de ordinario
tener que juntarse varios
para hacer un pucherito.
Dicen que las cosas van
con arreglo a la ordenanza.
¡Puede ser! pero no alcanzan,
¡tan poquito es lo que dan!
Algunas veces, yo pienso,
y es muy justo que lo diga,
sólo llegaban las migas
que habían quedao en los lienzos.
Y esplican aquel infierno
en que uno está medio loco,
diciendo que dan tan poco
porque no paga el gobierno.
Pero eso yo no lo entiendo,
ni a aviriguarlo me meto;
soy inorante completo
nada olvido, y nada apriendo.
Tiene uno que soportar
el tratamiento más vil:
a palos en lo civil,
a sable en lo militar
El vestuario es otro infierno;
si lo dan, llega a sus manos,
en invierno el de verano
y en el verano el de invierno.
Y yo el motivo no encuentro,
ni la razón que esto tiene,
mas dicen que eso ya viene
arreglado dende adentro.
Y es necesario aguantar
el rigor de su destino;
el gaucho no es argentino
sino pa hacerlo matar.
Ansí ha de ser, no lo dudo.
Y por eso decía un tonto:
«Si los han de matar pronto,
mejor es que estén desnudos.»
Pues esa miseria vieja
no se remedia jamás;
todo el que viene detrás
como la encuentra la deja.
Y se hallan hombres tan malos
que dicen de buena gana:
«el gaucho es como la lana
se limpia y compone a palos.»
Y es forzoso el soportar
aunque la copa se enllene;
parece que el gaucho tiene
algún pecao que pagar.
29
Esto contó Picardía
y después guardó silencio,
mientras todos celebraban
con placer aquel encuentro.
Mas una casualidá,
como que nunca anda lejos,
entre tanta gente blanca
llevó también a un moreno,
presumido de cantor
y que se tenía por bueno.
Y, como quien no hace nada,
o se descuida de intento,
pues, siempre es muy conocido
todo aquel que busca pleito,
se sentó con toda calma
echó mano al estrumento
y ya le pegó un rajido.
Era fantástico el negro,
y para no dejar dudas
medio se compuso el pecho.
Todo el mundo conoció
la intención de aquel moreno.
Era claro el desafío
dirijido a Martín Fierro,
hecho con toda arrogancia,
de un modo muy altanero.
Tomó Fierro la guitarra,
pues siempre se halla dispuesto
y ansí cantaron los dos
en medio de un gran silencio.
30
Martín Fierro
MARTÍN FIERRO
Mientras suene el encordao,
mientras encuentre el compaz,
yo no he de quedarme atrás
sin defender la parada.
Y he jurado que jamás
me la han de llevar robada.
Atiendan pues los oyentes
y cayensen los mirones.
A todos pido perdones,
pues a la vista resalta
que no está libre de falta
quien no está de tentaciones.
A un cantor le llaman bueno
cuando es mejor que los piores,
y sin ser de los mejores,
encontrándose dos juntos
es deber de los cantores
el cantar de contra punto.
El hombre debe mostrarse
cuando la ocasión le llegue.
Hace mal el que se niegue
dende que lo sabe hacer,
y muchos suelen tener
vanagloria en que los rueguen.
Cuando mozo fui cantor
es una cosa muy dicha.
Mas la suerte se encapricha
y me persigue costante.
De ese tiempo en adelante
canté mis propias desdichas.
Y aquellos años dichosos
trataré de recordar.
Veré si puedo olvidar
tan desgraciada mudanza,
y quien se tenga confianza
tiemple y vamos a cantar.
Tiemple y cantaremos juntos,
trasnochadas no acobardan.
Los concurrentes aguardan,
y porque el tiempo no pierdan,
haremos gemir las cuerdas
hasta que las velas no ardan.
Y el cantor que se presiente,
que tenga o no quien lo ampare,
no espere que yo dispare
aunque su saber sea mucho.
Vamos en el mesuro pucho
a prenderle hasta que aclare.
Y seguiremos si gusta
hasta que se vaya el día.
Era la costumbre mía
cantar las noches enteras.
Había entonces, donde quiera,
cantores de fantasía.
Y si alguno no se atreve
a seguir la caravana,
o si cantando no gana
se lo digo sin lisonja:
haga sonar una esponja
o ponga cuerdas de lana.
EL MORENO
sino un pobre guitarrero.
Pero doy gracias al cielo
porque puedo en la ocasión
toparme con un cantor
que experimente a este negro.
Yo también tengo algo blanco,
pues tengo blancos los dientes.
Sé vivir entre las gentes
sin que me tengan en menos.
Quien anda en pagos agenos
debe ser manso y prudente.
Mi madre tuvo diez hijos,
los nueve muy regulares.
Tal vez por eso me ampare
la Providencia divina:
en los güevos de gallina
el décimo es el más grande.
El negro es muy amoroso,
aunque de esto no hace gala,
nada a su cariño iguala
ni a su tierna voluntá.
Es lo mesmo que el macá
cría los hijos bajo el ala.
Pero yo he vivido libre
y sin depender de naides.
Siempre he cruzado a los aires
como el pájaro sin nido.
Cuanto sé lo he aprendido
porque me lo enseñó un flaire.
Y sé como cualquier otro
el por qué retumba el trueno,
por qué son las estaciones
del verano y del invierno.
Sé también de dónde salen
las aguas que cain del Cielo.
Yo sé lo que hay en la tierra
en llegando al mesmo centro,
en donde se encuentra el oro,
en donde se encuentra el fierro,
y en donde viven bramando
los volcanes que echan juego.
Yo sé del fondo del mar
dónde los pejes nacieron.
Yo sé por qué crece el árbol,
y por qué silvan los vientos.
Cosas que inoran los blancos
las sabe este pobre negro.
Yo tiro cuando me tiran,
cuando me aflojan, aflojo;
no se ha de morir de antojo
quien me convide a cantar.
Para conocer a un cojo
lo mejor es verlo andar.
Y si una falta cometo
en venir a esta riunión
echándolá de cantor
pido perdón en voz alta,
pues nunca se halla una falta
que no esista otra mayor.
De lo que un cantor esplica
no falta qué aprovechar,
y se le debe escuchar
aunque sea negro el que cante.
Apriende el que es inorante,
y el que es sabio apriende más.
Bajo la frente más negra
hay pensamiento y hay vida
la gente escuche tranquila
no me haga ningún reproche.
También es negra la noche
y tiene estrellas que brillan.
Estoy pues a su mandao,
empiece a echarme la sonda
si gusta que le responda,
aunque con lenguaje tosco,
en leturas no conozco
la jota por ser redonda.
MARTÍN FIERRO
¡Ah! negro, si sos tan sabio
no tengás ningún recelo;
pero has tragao el anzuelo
y al compás del estrumento
has de decirme al momento
cuál es el canto del cielo.
EL MORENO
Cuentan que de mi color
Dios hizo al hombre primero.
Mas los blancos altaneros,
los mesmos que lo convidan,
hasta de nombrarlo olvidan
y sólo le llaman negro.
Pinta el blanco negro al diablo,
y el negro blanco lo pinta.
Blanca la cara o retinta
no habla en contra ni en favor.
De los hombres el Criador
no hizo dos clases distintas.
Y después de esta alvertencia,
que al presente viene a pelo,
veré, señores, si puedo,
sigún mi escaso saber,
con claridá responder
cuál es el canto del cielo.
Los cielos lloran y cantan
hasta en el mayor silencio;
lloran al cair el rocío,
cantan al silvar los vientos,
lloran cuando cain las aguas,
cantan cuando brama el trueno.
MARTÍN FIERRO
Dios hizo al blanco y al negro
sin declarar los mejores,
les mandó iguales dolores
bajo de una mesma cruz;
mas también hizo la luz
pa distinguir los colores.
Ansí ninguno se agravie,
no se trata de ofender;
a todo se ha de poner
el nombre con que se llama,
y a naides le quita fama
lo que recibió al nacer.
Y ansí me gusta un cantor
que no se turba ni yerra.
Y si en tu saber se encierra
el de los sabios projundos,
decime cuál en el mundo
es el canto de la tierra.
EL MORENO
es escasa mi razón,
mas pa dar contestación
mi inorancia no me arredra.
También da chispas la piedra
si la golpea el eslabón.
Y le daré una respuesta
sigún mis pocos alcances,
forman un canto en la tierra
el dolor de tanta madre,
el gemir de los que mueren
y el llorar de los que nacen.
MARTÍN FIERRO
Moreno, alvierto que trais
bien dispuesta la garganta,
sos varón, y no me espanta
verte hacer esos primores.
En los pájaros cantores,
sólo el macho es el que canta.
Y ya que al mundo vinistes
con el sino de cantar,
no te vayas a turbar
no te agrandes ni te achiques.
Es preciso que me espliques
cuál es el canto del mar.
EL MORENO
ninguno imitar pretiende.
De un don que de otro depende
naides se debe alabar,
pues la urraca apriende hablar
pero sólo la hembra apriende.
Y ayúdame ingenio mío
para ganar esta apuesta.
Mucho el contestar me cuesta
pero debo contestar.
Voy a decirle en respuesta
cuál es el canto del mar.
Cuando la tormenta brama,
el mar que todo lo encierra
canta de un modo que aterra,
como si el mundo temblara,
parece que se quejara
de que lo estreche la tierra.
MARTÍN FIERRO
Toda tu sabiduría
has de mostrar esta vez.
Ganarás sólo que estés
en vaca con algún santo.
La noche tiene su canto
y me has de decir cuál es.
EL MORENO
No galope que hay augeros,
le dijo a un guapo un prudente.
Le contesto humildemente,
la noche por cantos tiene
esos ruidos que uno siente
sin saber de dónde vienen.
Son los secretos misterios
que las tinieblas esconden.
Son los ecos que responden
a la voz del que da un grito,
como un lamento infinito
que viene no sé de dónde.
A las sombras sólo el Sol
las penetra y las impone.
En distintas direciones
se oyen rumores inciertos,
son almas de los que han muerto
que nos piden oraciones.
MARTÍN FIERRO
Moreno, por tus respuestas
ya te aplico el cartabón,
pues tenés desposición
y sos estruido de yapa.
Ni las sombras se te escapan
para dar esplicación.
Pero cumple su deber
el leal diciendo lo cierto.
Y por lo tanto te alvierto
que hemos de cantar los dos,
dejando en la paz de Dios
las almas de los que han muerto.
Y el consejo del prudente
no hace falta en la partida.
Siempre ha de ser comedida
la palabra de un cantor.
Y aura quiero que me digas
de dónde nace el amor.
EL MORENO
trataré de responder,
aunque es mucho pretender
de un pobre negro de Estancia,
mas conocer su inorancia
es principio del saber.
Ama el pájaro en los aires
que cruza por donde quiera,
y si al fin de su carrera
se asienta en alguna rama,
con su alegre canto llama
a su amante compañera.
La fiera ama en su guarida,
de la que es rey y señor,
allí lanza con furor
esos bramidos que espantan,
porque las fieras no cantan,
las fieras braman de amor.
Ama en el fondo del mar
el pez de lindo color.
Ama el hombre con ardor,
ama todo cuanto vive.
De Dios vida se recibe
y donde hay vida, hay amor.
MARTÍN FIERRO
Me gusta negro ladino
lo que acabás de esplicar.
Ya te empiezo a respetar
aunque al principio me rey.
Y te quiero preguntar
lo que entendés por la ley.
EL MORENO
que yo no puedo alcanzar.
Dende que aprendí a inorar
de ningún saber me asombro.
Mas no ha de llevarme al hombro
quien me convide a cantar.
Yo no soy cantor ladino
y mi habilidad es muy poca.
Mas cuando cantar me toca
me defiendo en el combate
porque soy como los mates,
sirvo si me abren la boca.
Dende que elige a su gusto
lo más espinoso elige.
Pero esto poco me aflige
y le contesto a mi modo.
La ley se hace para todos
mas sólo al pobre le rige.
La ley es tela de araña
en mi inorancia lo esplico,
no la tema el hombre rico,
nunca la tema el que mande,
pues la ruempe el vicho grande
y sólo enrieda a los chicos.
Es la ley como la lluvia
nunca puede ser pareja,
el que la aguanta se queja.
Pero el asunto es sencillo,
la ley es como el cuchillo
no ofiende a quien lo maneja.
Le suelen llamar espada
y el nombre le viene bien.
Los que la gobiernan ven
a dónde han de dar el tajo.
Le cai al que se halla abajo
y corta sin ver a quién.
Hay muchos que son dotores
y de su cencia no dudo.
Mas yo soy un negro rudo
y, aunque de esto poco entiendo,
estoy diariamente viendo
que aplican la del embudo.
MARTÍN FIERRO
Moreno, vuelvo a decirte:
ya conozco tu medida
has aprovechao la vida
y me alegro de este encuentro.
Ya veo que tenes adentro
capital pa esta partida.
Y aura te voy decir,
porque en mi deber está
y hace honor a la verdá,
quién a la verdá se duebla,
que sos por juera tinieblas
y por dentro claridá.
No ha de decirse jamás
que abusé de tu pacencia.
Y en justa correspondencia,
si algo queres preguntar
podes al punto empezar,
pues ya tenes mi licencia.
EL MORENO
no te vayas a turbar.
Nadie acierta antes de errar,
y aunque la fama se juega
el que por gusto navega
no debe temerle al mar.
Voy a hacerle mis preguntas
ya que a tanto me convida,
y vencerá en la partida
si una esplicación me da
sobre el tiempo y la medida,
el peso y la cantidá.
Suya será la vitoria
si es que sabe contestar.
Se lo debo declarar
con claridá, no se asombre,
pues hasta aura ningún hombre
me lo ha sabido esplicar.
Quiero saber y lo inoro,
pues en mis libros no está,
y su repuesta vendrá
a servirme de gobierno,
para qué fin el Eterno
ha criado la cantidá.
MARTÍN FIERRO
Moreno te dejás cair
como carancho en su nido;
ya veo que sos prevenido,
mas también estoy dispuesto.
Veremos si te contesto
y si te das por vencido.
Uno es el sol, uno el mundo,
sola y única es la luna,
ansí han de saber que Dios
no crió cantidá ninguna.
El ser de todos los seres
sólo formó la unidá,
lo demás lo ha criado el hombre
después que aprendió a contar.
EL MORENO
da una respuesta cumplida.
El ser que ha criado la vida
lo ha de tener en su archivo,
ma yo inoro qué motivo
tuvo al formar la medida.
MARTÍN FIERRO
Escuchá con atención
lo que en mi inorancia arguyo:
la medida la inventó
el hombre, para bien suyo.
Y la razón no te asombre,
pues es fácil presumir.
Dios no tenía que medir
sino la vida del hombre.
EL MORENO
por vencedor lo confieso.
Debe aprender todo eso
quien a cantar se dedique.
Y aura quiero que me esplique
lo que sinifica el peso.
MARTÍN FIERRO
Dios guarda entre sus secretos
el secreto que eso encierra,
y mandó que todo peso
cayera siempre a la tierra.
Y sigún compriendo yo,
dende que hay bienes y males,
fue el peso para pesar
las culpas de los mortales.
EL MORENO
tengasé por vencedor.
Doy la derecha al mejor,
y respóndame al momento:
¿Cuándo formó Dios el tiempo
y por qué lo dividió?
MARTÍN FIERRO
Moreno, voy a decir,
sigún mi saber alcanza:
el tiempo sólo es tardanza
de lo que está por venir.
No tuvo nunca principio
ni jamás acabará,
porque el tiempo es una rueda,
y rueda es eternidá,
y si el hombre lo divide
sólo lo hace en mi sentir,
por saber lo que ha vivido
o le resta que vivir.
Ya te he dado mis respuestas,
mas no gana quien despunta,
si tenés otra pregunta
o de algo te has olvidao
siempre estoy a tu mandao
para sacarte de dudas.
No procedo por soberbia
ni tampoco por jactancia,
mas no ha de faltar costancia
cuando es preciso luchar,
y te convido a cantar
sobre cosas de la Estancia
Ansí prepará moreno
cuanto tu saber encierre.
Y sin que tu lengua yerre,
me has de decir lo que empriende
el que del tiempo depende
en los meses que train erre.
EL MORENO
ninguno debe abusar.
Y aunque me puede doblar
todo el que tenga más arte,
no voy a ninguna parte
a dejarme machetiar.
He reclarao que en leturas
soy redondo como jota.
No avergüenze mi redota,
pues con claridá le digo:
no me gusta que conmigo
naides juegue a la pelota.
Es buena ley que el más lerdo
debe perder la carrera,
ansí le pasa a cualquiera
cuando en competencia se halla
un cantor de media talla
con otro de talla entera.
¿No han visto en medio del campo
al hombre que anda perdido,
dando güeltas aflijido
sin saber dónde rumbiar?
Ansí le suele pasar
a un pobre cantor vencido.
También los árboles crugen
si el ventarrón los azota.
Y si aquí mi queja brota
con amargura, consiste
en que es muy larga y muy triste
la noche de la redota.
Y dende hoy en adelante,
pongo de testigo al cielo
para decir sin recelo
que si mi pecho se inflama
no cantaré por la fama
sino por buscar consuelo.
Vive ya desesperado
quien no tiene qué esperar.
A lo que no ha de durar
ningún cariño se cobre:
alegrías en un pobre
son anuncios de un pesar.
Y este triste desengaño
me durará mientras viva.
Aunque un consuelo reciba
jamás he de alzar el vuelo,
quien no nace para el cielo
de valde es que mire arriba.
Y suplico a cuantos me oigan
que me permitan decir,
que al decidirme a venir
no sólo jué por cantar,
sino porque tengo a más
otro deber que cumplir.
Ya saben que de mi madre
fueron diez los que nacieron.
Mas ya no esiste el primero
y más querido de todos,
murió por injustos modos
a manos de un pendenciero.
Los nueve hermanos restantes
como güérfanos quedamos.
Dende entonces lo lloramos
sin consuelo, creanmenló,
y al hombre que lo mató
nunca jamás lo encontramos.
Y queden en paz los güesos
de aquel hermano querido,
a moverlos no he venido,
mas si el caso se presienta,
espero en Dios que esta cuenta
se arregle como es debido.
Y si otra ocasión payamos
para que esto se complete,
por mucho que lo respete
cantaremos si le gusta
sobre las muertes injustas
que algunos hombres cometen.
Y aquí pues, señores míos,
diré, como en despedida,
que todavía andan con vida
los hermanos del dijunto,
que recuerdan este asunto
y aquella muerte no olvidan.
Y es misterio tan projundo
lo que está por suceder,
que no me debo meter
a echarla aquí de adivino;
lo que decida el destino
después lo habrán de saber.
MARTÍN FIERRO
Al fin cerrastes el pico
después de tanto charlar.
Ya empesaba a maliciar
al verte tan entonao,
que traías un embuchao
y no lo querías largar.
Y ya que nos conocemos
basta de conversación;
para encontrar la ocasión
no tienen que darse priesa,
ya conozco yo que empiesa
otra clase de junción.
Yo no sé lo que vendrá,
tampoco soy adivino.
Pero firme en mi camino
hasta el fin he de seguir
todos tienen que cumplir
con la ley de su destino.
Primero fue la frontera
por persecución de un juez.
Los indios fueron después,
y para nuevos estrenos
ahora son estos morenos
pa alivio de mi vejez.
La madre echó diez al mundo,
lo que cualquiera no hace,
y tal vez de los diez pase
con iguales condiciones.
La mulita pare nones
todos de la mesma clase.
A hombre de humilde color
nunca sé facilitar,
cuando se llega a enojar
suele ser de mala entraña,
se vuelve como la araña,
siempre dispuesta a picar.
Yo he conocido a toditos
los negros más peliadores.
Había algunos superiores
de cuerpo y de vista... ¡ay juna!
si vivo, les daré una...
historia de los mejores.
Mas cada uno ha de tirar
en el yugo en que se vea.
Yo ya no busco peleas,
las contiendas no me gustan,
pero ni sombra me asustan
ni bultos que se menean.
La creía ya desollada
mas todavía falta el rabo,
y por lo visto no acabo
de salir de esta jarana.
Pues esto es lo que se llama
remachársele a uno el clavo.
31
Y después de estas palabras
que ya la intención revelan,
procurando los presentes
que no se armara pendencia,
se pusieron de por medio
y la cosa quedó quieta.
Martín Fierro y los muchachos
evitando la contienda,
montaron y, paso a paso
como el que miedo no lleva
a la costa de un arroyo,
llegarán a echar pie a tierra.
Desencillaron los pingos
y se sentaron en rueda,
refiriéndose entre sí
infinitas menudencias;
porque tiene muchos cuentos
y muchos hijos la ausencia.
Allí pasaron la noche
a la luz de las estrellas,
porque ese es un cortinao
que lo halla uno donde quiera,
y el gaucho sabe arreglarse
como ninguno se arregla.
El colchón son las caronas,
el lomillo es cabecera,
el coginillo es blandura
y con el poncho o la gerga
para salvar del rocío
se cubre hasta la cabeza.
Tiene su cuchillo al lado,
pues la precaución es buena;
freno y rebenque a la mano,
y teniendo el pingo cerca,
que pa asigurarlo bien
la argolla del lazo entierra.
Aunque el atar con el lazo
da del hombre mala idea,
se duerme ansí muy tranquilo
todita la noche entera.
Y si es lejos del camino,
como manda la prudencia,
más siguro que en su rancho
uno ronca a pierna suelta.
Pues en el suelo no hay chinches,
y es una cuja camera
que no ocasiona disputas
y que naides se la niega.
Además de eso, una noche
la pasa uno como quiera,
y las va pasando todas
haciendo la mesma cuenta.
Y luego los pajaritos
al aclarar lo dispiertan.
Porque el sueño no lo agarra
a quien sin cenar se acuesta.
Ansí, pues, aquella noche
jué para ellos una fiesta,
pues todo parece alegre
cuando el corazón se alegra.
No pudiendo vivir juntos
por su estado de pobreza,
resolvieron separarse,
y que cada cual se juera
a procurarse un refujio
que aliviara su miseria.
Y antes de desparramarse
para empezar vida nueva,
en aquella soledá
Martín Fierro, con prudencia,
a sus hijos y al de Cruz
les habló de esta manera.
32
Un padre que da consejos
más que padre es un amigo.
Ansí como tal les digo
que vivan con precaución.
Naides sabe en qué rincón
se oculta el que es su enemigo.
Yo nunca tuve otra escuela
que una vida desgraciada.
No estrañen si en la jugada
alguna vez me equivoco.
Pues debe saber muy poco
aquel que no aprendió nada.
Hay hombres que de su cencia
tienen la cabeza llena;
hay sabios de todas menas,
mas digo, sin ser muy ducho,
es mejor que aprender mucho
el aprender cosas buenas.
No aprovechan los trabajos
si no han de enseñarnos nada.
El hombre, de una mirada,
todo ha de verlo al momento.
El primer conocimiento
es conocer cuándo enfada.
Su esperanza no la cifren
nunca en corazón alguno.
En el mayor infortunio
pongan su confianza en Dios,
de los hombres, sólo en uno,
con gran precaución en dos.
Las faltas no tienen límites
como tienen los terrenos,
se encuentran en los más buenos,
y es justo que les prevenga;
aquel que defetos tenga,
disimule los agenos.
Al que es amigo, jamás
lo dejen en la estacada,
pero no le pidan nada
ni lo aguarden todo de él.
Siempre el amigo más fiel
es una conduta honrada.
Ni el miedo ni la codicia
es bueno que a uno lo asalten.
Ansí no se sobresalten
por los bienes que perezcan.
Al rico nunca le ofrezcan
y al pobre jamás le falten.
Bien lo pasa hasta entre Pampas
el que respeta a la gente.
El hombre ha de ser prudente
para librarse de enojos,
cauteloso entre los flojos,
moderado entre valientes.
El trabajar es la ley
porque es preciso alquirir.
No se espongan a sufrir
una triste situación,
sangra mucho el corazón
del que tiene que pedir.
Debe trabajar el hombre
para ganarse su pan;
pues la miseria en su afán
de perseguir de mil modos
llama en la puerta de todos
y entra en la del haragán.
A ningún hombre amenacen
porque naides se acobarda,
poco en conocerlo tarda
quien amenaza imprudente,
que hay un peligro presente
y otro peligro se aguarda.
Para vencer un peligro,
salvar de cualquier abismo,
por esperencia lo afirmo,
más que el sable y que la lanza
suele servir la confianza
que el hombre tiene en sí mismo.
Nace el hombre con la astucia
que ha de servirle de guía,
sin ella sucumbiría,
pero, sigún mi esperencia,
se vuelve en unos prudencia
y en los otros picardía.
Aprovecha la ocasión
el hombre que es diligente,
y tenganló bien presente
si al compararla no yerro,
la ocasión es como el fierro
se ha de machacar caliente.
Muchas cosas pierde el hombre
que a veces las vuelve a hallar.
Pero les debo enseñar
y, es bueno que lo recuerden,
si la vergüenza se pierde
jamás se vuelve a encontrar.
Los hermanos sean unidos,
porque esa es la ley primera;
tengan unión verdadera
en cualquier tiempo que sea,
porque si entre ellos pelean
los devoran los de ajuera.
Respeten a los ancianos,
el burlarlos no es hazaña.
Si andan entre gente estraña
deben ser muy precabidos,
pues por igual es tenido
quien con malos se acompaña.
La cigüeña cuando es vieja
pierde la vista, y procuran
cuidarla en su edá madura
todas sus hijas pequeñas.
Apriendan de las cigüeñas
este ejemplo de ternura.
Si les hacen una ofensa,
aunque la echen en olvido,
vivan siempre prevenidos;
pues ciertamente sucede
que hablará muy mal de ustedes
aquel que los ha ofendido.
El que obedeciendo vive
nunca tiene suerte blanda,
mas con su soberbia agranda
el rigor en que padece.
Obedezca el que obedece
y será bueno el que manda.
Procuren de no perder
ni el tiempo, ni la vergüenza.
Como todo hombre que piensa
procedan siempre con juicio
y sepan que ningún vicio
acaba donde comienza.
Ave de pico encorvado
le tiene al robo afición.
Pero el hombre de razón
no roba jamás un cobre,
pues no es vergüenza ser pobre
y es vergüenza ser ladrón
El hombre no mate al hombre
ni pelee por fantasía,
tiene en la desgracia mía
un espejo en que mirarse.
Saber el hombre guardarse
es la gran sabiduría.
La sangre que se redama
no se olvida hasta la muerte.
La impresión es de tal suerte,
que a mi pesar, no lo niego.
Cai como gotas de fuego
en la alma del que la vierte.
Es siempre, en toda ocasión,
el trago el pior enemigo.
Con cariño se los digo,
recuerdenló con cuidado,
aquel que ofiende embriagado
merece doble castigo.
Si se arma algún revolutis
siempre han de ser los primeros,
no se muestren altaneros
aunque la razón les sobre.
En la barba de los pobres
aprienden pa ser barberos.
Si entriegan su corazón
a alguna muger querida,
no le hagan una partida
que la ofienda a la muger,
siempre los ha de perder
una muger ofendida.
Procuren, si son cantores,
el cantar con sentimiento,
no tiemplen el estrumento
por sólo el gusto de hablar,
y acostúmbrense a cantar
en cosas de jundamento.
Y les doy estos consejos
que me ha costado alquirirlos,
porque deseo dirijirlos;
pero no alcanza mi cencia
hasta darles la prudencia
que precisan pa seguirlos.
Estas cosas y otras muchas
medité en mis soledades.
Sepan que no hay falsedades
ni error en estos consejos.
Es de la boca del viejo
de ande salen las verdades.
33
Después a los cuatro vientos
los cuatro se dirijieron.
Una promesa se hicieron
que todos debían cumplir,
mas no la puedo decir,
pues secreto prometieron.
Les alvierto solamente,
y esto a ninguno le asombre,
pues muchas veces el hombre
tiene que hacer de ese modo.
Convinieron entre todos
en mudar allí de nombre.
Sin ninguna intención mala
lo hicieron, no tengo duda,
pero es la verdá desnuda,
siempre suele suceder;
aquel que su nombre muda
tiene culpas que esconder.
Y ya dejo el estrumento
con que he divertido a ustedes.
Todos conocerlo pueden
que tuve costancia suma,
este es un botón de pluma
que no hay quien lo desenriede.
Con mi deber he cumplido
y ya he salido del paso,
pero diré, por si acaso,
pa que me entiendan los criollos,
todavía me quedan rollos
por si se ofrece dar lazo.
Y con esto me despido
sin espresar hasta cuándo.
Siempre corta por lo blando
el que busca lo siguro.
Mas yo corto por lo duro,
y ansí he de seguir cortando.
Vive el águila en su nido,
el tigre vive en la selva,
el zorro en la cueva agena,
y en su destino incostante,
sólo el gaucho vive errante
donde la suerte lo lleva.
Es el pobre en su horfandá
de la fortuna el desecho,
porque naides toma a pechos
el defender a su raza.
Debe el gaucho tener casa,
escuela, iglesia y derechos.
Y han de concluir algún día
estos enriedos malditos.
La obra no la facilito
porque aumentan el fandango
los que están como el chimango
sobre el cuero y dando gritos.
Mas Dios ha de permitir
que esto llegue a mejorar,
pero se ha de recordar,
para hacer bien el trabajo,
que el fuego pa calentar
debe ir siempre por abajo.
En su ley está el de arriba,
si hace lo que le aproveche,
de sus favores sospeche,
hasta el mesmo que lo nombra.
Siempre es dañosa la sombra
del árbol que tiene leche.
Al pobre al menor descuido
lo levantan de un sogazo,
pero yo compriendo el caso
y esta consecuencia saco:
el gaucho es el cuero flaco
da los tientos para el lazo
Y en lo que esplica mi lengua
todos deben tener fe.
Ansí, pues, entiéndanmé,
con codicias no me mancho,
no se ha de llover el rancho
en donde este libro esté.
Permítanme descansar,
¡pues he trabajado tanto!
En este punto me planto
y a continuar me resisto.
Estos son treinta y tres cantos,
que es la mesma edá de Cristo.
Y guarden estas palabras
que les digo al terminar.
En mi obra he de continuar
hasta dárselas concluida,
si el ingenio o si la vida
no me llegan a faltar.
Y si la vida me falta,
tenganló todos por cierto,
que el gaucho, hasta en el desierto,
sentirá en tal ocasión
tristeza en el corazón
al saber que yo estoy muerto.
Pues son mis dichas desdichas
las de todos mis hermanos,
ellos guardarán ufanos
en su corazón mi historia,
me tendrán en su memoria
para siempre mis paisanos.
Es la memoria un gran don,
calidá muy meritoria.
Y aquellos que en esta historia
sospechen que les doy palo
sepan que olvidar lo malo
también es tener memoria.
Mas naides se crea ofendido
pues a ninguno incomodo,
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno
NO ES PARA MAL DE NINGUNO
SINO PARA BIEN DE TODOS.